Alianzas prohibidas (Meridia III)

Paula Cristina Cuellar Soares

Fragmento

DÍA 32: JUEVES

1

Habían conectado. Después de su desoladora estadía de tres días en el País del Sur a causa de la foto comprometedora que le enviaron a su papá, Nicolás regresó a la ciudad convencido de que tendría que retomar su vida sin Antonia. Sin embargo, se sorprendió cuando recibió la noticia de que el Consejo había extendido por quince días más su invitación a la humana porque un accidente en el laboratorio había arruinado los estudios para la síntesis del antídoto. El meridio no dejaba de maravillarse ante el inesperado giro de los eventos.

Después de recuperar el aliento, Nicolás entró a la Torre Principal y fue al encuentro de lord Uriel, el mandatario del País del Norte. El hombre estaba interesado en conocer el avance de las obras en el sur dado que tenía planes de construir algo similar en los terrenos a su cargo. El hijo líder se sentía renovado y lleno de energía, pues por fin había dejado atrás los conflictos de los días pasados, el vacío que sintió en su vida cuando creyó que había perdido a Antonia y la confusión de haberla visto la noche anterior con Fausto, el matemático.

«Por poco arruino todo por un malentendido». Deseaba enfrentar a Fausto y apartarlo de sus asuntos de una vez por todas, pero la humana le había recordado que podía lidiar ella sola con Fausto y sabía que no debía interferir. Sonrió al imaginarla abofeteando al matemático y su rostro tomó pose de su mente sin querer marcharse.

Su reciente encuentro en el gimnasio del Coliseo había sido intenso y aún sentía en sus labios el hormigueo de aquel beso abrasador. Habían estado tan cerca el uno del otro que todavía notaba un leve olor a lirios en su ropa que lo hacía estremecer y desear que ese momento no hubiese terminado de manera tan abrupta. En su piel seguía marcado el rastro de los dedos firmes de Antonia, ardiente como una hilera de pólvora que se enciende. Si Kayla no los hubiera interrumpido, se habría perdido indefinidamente en ella. Se le aceleró el pulso con sólo imaginar hasta dónde podían haber llegado. Nicolás trató de mantenerse enfocado, pero no podía evitar sonreír cuando identificaba un sentimiento fuerte de la humana en su interior. Llevaba años extrañando sentir cómo alguien reclamaba cada pequeño espacio de su interior, tal como el incienso que se quema y avanza lentamente hasta colmarlo todo con una mezcla armoniosa de humo y aromas. Y ahora, que había recuperado esa sensación, disfrutaba cada segundo de ella.

«Conecté con Antonia. ¿Qué puede ser más inesperado que eso?».

Escuchaba a lord Uriel hablar, pero su cabeza se perdía entre emociones y pensamientos. A pesar de lo satisfecho que se sentía, no podía apartar de su mente el hecho de que había conectado, precisamente, con la única persona con quien se suponía que no debía involucrarse más. «Nadie puede enterarse de esto», concluyó consternado. Además, sabía que Antonia se iría en quince días. «¿Qué sucederá entonces?». Ella lo olvidaría, pero ¿qué pasaría con su conexión? Recordando lo preocupada que estaba por él en el instante en que sucedió y notando su mirada de extrañeza, Nicolás confirmó que Antonia, dada la inhabilidad de percibir de los humanos, no sabía que habían conectado. «Pero, cuando ella se vaya, ¿se romperá y sentiré de nuevo que me succionan el interior? ¿O seguiré percibiendo a Antonia por algún tiempo hasta que la conexión termine por sí sola?». Ninguno de los panoramas se veía bien. «Prefiero no pensar en eso. Y es mejor que Antonia no lo sepa o no tendrá paz por todo lo que desconocemos. Temerá hacerme daño». Dejó salir un suspiro, tratando de darles sentido a sus ideas. «Definitivamente, esto está fuera de nuestras manos». De repente, los recuerdos de su tiempo con Marina, su anterior pareja, le atravesaron la mente. Revivió su corta vida juntos y su muerte y tuvo claro lo fugaz que puede ser algo que neciamente se considera eterno. Después de eso, Nicolás había aprendido que los momentos había que agarrarlos y entregarse a ellos por efímeros que fueran.

«Quince días… La tengo para mí quince días». Y con ese pensamiento decidió seguir adelante.

Trató de concentrarse lo suficiente como para que lord Uriel tuviera la información que necesitaba y, cuando terminaron de hablar, regresó al gimnasio y se cambió para la reunión del Consejo. No vio a la humana, pero la instructora Serena, a quien antes había retirado bruscamente del aula para hablar con Antonia, estaba de nuevo allí entrenando a un grupo de niños. Hizo una nota en su mente para buscarla después y disculparse con ella. Cuando cruzó la cafetería para dirigirse al vestidor, vio que Colette y Tarasio, miembros de su guardia, se levantaban de una mesa.

—Hola, ¿y ustedes qué hacen aquí? —preguntó Nicolás, contento por verlos. Sin embargo, el guardia moreno miró confundido a la mujer.

—Llevamos más de una hora esperándote —comentó Colette acercándose un poco—. Nos sacaste del aula y no supimos más de ti. ¿Estás bien? —preguntó clavando sus ojos negros en él.

Aunque la pregunta sobraba, pues era evidente que algo bueno había sucedido. El hijo líder ya no proyectaba la contrariedad que habían percibido en él hacía poco.

—Sí, sí —contestó de inmediato tratando de recordar el episodio. Estaba tan molesto cuando entró al aula que no tenía memoria de que su guardia hubiese estado allí presente—. Todo solucionado. Lo siento, no me acordaba —agregó acercándose para saludarlos y ambos se relajaron al notarlo tan tranquilo.

—Estás tan afanado que creímos que habías olvidado que nuestro entrenamiento será por la tarde y no ahora —afirmó Tarasio, divertido, y Colette lo apoyó.

—¿Nuestro entrenamiento? —repitió Nicolás a la deriva, pero luego lo entendió todo—. ¡Nuestro entrenamiento! Claro. Es hoy. Por la tarde.

Ambos guardias se rieron al verlo tan distraído.

—Creo que alguien está en “humanolandia” —comentó Tarasio soltando una carcajada que contagió a los otros dos.

—Deja eso ya —pidió Nicolás. Pero, en el fondo, estaba agradecido por contar también con la cercanía de su guardia.

El hijo líder se despidió de ellos, confirmándoles que tendrían su entrenamiento por la tarde y, una vez vestido con su atuendo blanco, regresó a la Torre Principal. Se sentía tan contento que descuidó su peinado y no pasó el escrutinio de Calista, la exigente asistente del Consejo, quien hizo que se arreglara en su escritorio antes de permitirle entrar a la sala. Sin embargo, por dentro, Calista pensaba que Nicolás se veía más radiante que de costumbre.

Durante la reunión del Consejo, el hijo líder continuó distraído. Trataba de seguir el

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