Cartas de ceniza

Javier Osuna

Fragmento

Cartas de ceniza

Ya es hora de intercambiar

su fuego por palabras

Vetusta Morla,Canción de Vuelta

De tus ojos
he visto despeñarse
una sonrisa
pero otras veces noté
que me mirabas con tus labios
que ya no sé
si tu boca parpadea
o eres un beso eterno
que me mira.

TIRSO VÉLEZ1, fragmento de “Poemas de ciegos”2

1 Político, sociólogo, profesor. Fue elegido en 1992 alcalde de Tibú (Norte de Santander), por la Unión Patriótica (UP). Propuso soluciones para buscar la paz en su región y le solicitó al Gobierno y a la guerrilla cesar las hostilidades e iniciar un diálogo. Después de su alcaldía, Vélez se alejó de la UP y formó un movimiento de izquierda, independiente y pacifista. Fue diputado de Norte de Santander, miembro de la Comisión Nacional de Paz y uno de los fundadores de la ONG Redepaz. En 2003 se presentó a las elecciones para la gobernación de Norte de Santander con el Polo Democrático y lideraba las encuestas con 24% de las preferencias. Fue asesinado en Cúcuta por sicarios del bloque Catatumbo de las AUC.

2 Poesía reunida, Bogotá: Épica Ediciones/Fundación Fahrenheit 451, 2018.

Cartas de ceniza
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Cartas de ceniza
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Este relato, en palabras de su autor Javier Osuna, le “escribe a la vida en medio de la guerra”. No es periodismo de noticias evidentes, ni tampoco un reportaje clásico que pone en orden el principio y el final y en el medio cuenta cómo, dónde, cuándo y por qué. Es un texto armado con fragmentos de cartas, pedazos de vidas y recortes de cuentos, como ventanas a una historia tremenda que todos los protagonistas, hasta el peor de ellos, hubieran anhelado no vivir.

Quizás por eso mismo este periodismo guarda más fidelidad con la verdad. Las pesadillas son así, rotas, inconexas, sin aparente sentido. Este modelo para armar refleja la sensibilidad y la humilde curiosidad con la que Osuna se acerca al mundo. No es el autor periodístico paracaidista que llega a decirle a la gente cómo sucedieron las cosas. Él simplemente retrata lo que sucedió: ternuras imposibles en la misma vereda de la barbarie; sicarios con alma de niño y mujeres que creen que la verdad y la paz pueden emanar de la misma tierra donde el frente Fronteras, la banda criminal vestida de guerra paramilitar, mató y calcinó para desaparecer a centenares de personas valiosas en Norte de Santander.

Osuna deja las piezas ahí, como guijarros en el camino hacia el fondo de lo que somos capaces de hacer los seres humanos, para bien y para mal, para que el lector los siga y les encuentre un sentido propio. Como él lo explica en la introducción: “lo que tiene en sus manos, lector, no es un libro, es una puerta”, un umbral para asomarse y tratar de entender cómo pudo pasar todo esto.

Además, si había de serle fiel a su tiempo, Cartas de ceniza no hubiera podido concebirse de otro modo. En el mundo virtual polifónico donde la información abunda, así es como nos armamos hoy una idea de lo que pasa, mirando unos minutos de un video, pescando cachos de información de una conversación en un grupo de WhatsApp o siguiendo una liga que una amiga mandó por correo. Por eso también se puede decir que este es un reportaje periodístico auténticamente contemporáneo, porque concibe la construcción colectiva de la verdad; uno donde el periodista interviene menos y deja que el lector escuche a los actores de la realidad de viva voz.

El compromiso

Este libro, además, es fruto del largo compromiso del autor con las víctimas de la guerra sucia colombiana. Desde que trabajamos juntos al comienzo de VerdadAbierta.com, el medio especializado en investigar la guerra y la paz en Colombia, Javier ha persistido con tenacidad y valor en contar cómo la criminalidad y el conflicto violento sacudieron para siempre miles de vidas. Denunció a los responsables de haber montado un horno crematorio para seres humanos en un viejo trapiche en Villa del Rosario (Norte de Santander). Con el frío pragmatismo de los que han perdido su humanidad, los jefes paramilitares explicaron luego ante la justicia que lo hicieron para intentar borrar el rastro de sus cuerpos, o para no dañarle las cifras de resultados a la autoridad, o para entorpecer la investigación de las desapariciones de las que eran responsables.

Osuna se empeñó en contarlo no como una confesión más de las miles que mecánicamente hicieron los jefes del bloque Catatumbo de los paramilitares, sino convirtiéndolo en algo real, palpable, haciéndonos entender que esto en realidad pasó. Así lo hizo ya en su libro pasado, Me hablarás del fuego: Los hornos de la infamia, donde escribió las narraciones de los parientes de los incinerados, mostró las fotografías de los jirones de ropas que el fuego derritió sobre las piedras de los hornos y del miedo que llevó a los vecinos a callar frente a esa columna de humo que no cesaba y el olor acre que despedía por kilómetros. Por ello, Javier fue perseguido, atacado y amedrentado, y aún hoy tiene que vivir mirando de reojo.

No obstante, no ha cejado en su empeño de seguir intentando entender cómo el Estado colombiano, fundado precisamente en ese mismo punto de la geografía, Villa del Rosario, hace 200 años, permitió —y por momentos cohonestó—, sin inmutarse, semejante horror.

¿Qué fue lo que hicieron tan mal los dirigentes colombianos que dejaron que hombres jóvenes que hubieran podido tener una vida común y corriente mutaran en monstruos? ¿Por qué se normalizó la locura? ¿Dónde nos e

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