Historias chilenas de fantasmas

Cesar Parra

Fragmento

Prólogo

Prólogo

LA DIMENSIÓN DESCONOCIDA

La vida tiene una sola certeza: la incertidumbre.

Creyentes, ateos y agnósticos somos férreos en nuestros diferentes puntos de vista respecto a la existencia de Dios. Sin embargo, todos nos dejamos encantar del mismo modo con los personajes que se anidan en las caprichosas sombras de la noche.

Con Historias chilenas de fantasmas, César Parra no busca novelar hechos ni construir un cuento, mucho menos crear relatos poéticos. Simplemente ejerce, sin otra pretensión que la palabra sencilla, el oficio de cronista. Con una humildad abismante nos conduce a una dimensión desconocida, donde lo imposible parece posible y lo increíble, aterrador.

Pareciera que solo escucha y transcribe, pero nada más lejos de eso. Parra se abre con subrepticia filosofía al apetito de satisfacer esa inconmensurable necesidad que posee el ser humano de creer. Y lo hace recogiendo, masticando, macerando y, de manera primordial, seleccionando con sabiduría cada testimonio de sus interlocutores, que no solo necesitan atención, sino sobre todo una explicación a sus reveladoras experiencias.

Por cierto que la mayor virtud del autor de este libro es precisamente no caer en la tentación de tener que explicar lo inexplicable ni demostrar con evidencias la virtud de un testimonio —por esencia, intangible—, cuya única validez ha sido, es y será siempre la tenebrosa duda.

Un fantasma es un ser que no existe... pero aparece. Para desgracia o fortuna, eso no depende de cada uno.

Carlos Pinto

Introducción

Introducción

LA NOCHE ES DE LOS FANTASMAS

Las historias de fantasmas que contiene este libro conllevan, a su vez, otra historia detrás.

Había terminado un exitoso ciclo en el programa Me late —en compañía del popular Daniel «Huevo» Fuenzalida—, el que se había prolongado por cinco años y donde hablé de conspiraciones, curiosidades históricas y fantasmas chilenos, cuando desde Chilevisión me llamaron para asesorar uno de sus proyectos más curiosos: La hermandad. El programa fue irregular en sus resultados, pero me sentí muy orgulloso de la labor realizada en los reportajes, que fueron de una producción extraordinaria. En los intervalos de las grabaciones conversábamos con Julio César Rodríguez —a quien también me tocaba asesorar en su escaso conocimiento de lo esotérico— sobre cine, y llegamos a coincidir tanto que al terminar el ciclo en Chilevisión me invitó a participar de su late en TV cable Síganme los buenos. Allí iniciamos otro ciclo de tres años, esta vez hablando del Séptimo Arte.

Respecto al proceso creativo, me encontraba absolutamente trabado; parecía que una maldición se hubiese apoderado de mis dedos, pues apenas lograba escribir con dificultad la respuesta a algún mail. Incluso había rechazado una oferta de mi buen amigo Francisco Ortega para escribir un nuevo libro acerca de fantasmas. Así es como el proceso que dio origen al libro que usted tiene en sus manos partió de una manera muy extraña.

Cada viernes —que era el día que me tocaba salir al aire— la grabación del Síganme los buenos concluía con la presentación del ballet de un conocido centro nocturno que ni siquiera sé si todavía existe. El encargado de llevar a las chicas era el conductor del espacio nocturno de la radio Bío-Bío, Cristián Gil Salazar, Gilhino. El asunto es que a Gilinho le encantaba la interacción y la facilidad con que yo explicaba distintos géneros y películas clásicas del cine, por lo que me propuso llevarlo a la radio, a su espacio nocturno. Recuerdo que en ese momento agradecí el regalo, ya que me ayudaba a potenciar mi emprendimiento de ghost tours por distintos lugares de Santiago. Pero le dije a Gilinho que el cine y las películas que yo abordaba resultaban un tema un tanto elitista para ese horario. Le planteé de inmediato la idea de que fuera un espacio donde la gente pudiese contar sus experiencias en lugares encantados e historias de fantasmas a lo largo de Chile. Había una deuda no saldada por recuperar un proyecto de esas características en la radio, que había dejado de existir al menos desde la muerte del histórico Patricio Varela y luego de Martín Chávez.

La noche debía ser de fantasmas.

Fue así como empezamos en radio Bío-Bío, con una emisión sin nombre con la que rápidamente la gente enganchó. Nos llegaron historias de camioneros, guardias nocturnos, jubilados, enfermeras... en fin, toda la fauna nocturna que no podía o no debía dormir.

El programa fue un éxito y me di cuenta de que los auditores que contaban sus historias se fidelizaban y se iban transformando en una legión de fieles seguidores... en un verdadero pueblo fantasma. En complicidad con Gilinho el espacio pasó a llamarse Pueblo fantasma y creció aún más en popularidad, hasta que después de casi un año y medio, la radio sufrió un giro editorial que dejó al conductor fuera de la emisora. Por lealtad, obviamente, lo seguí.

Pasaron algunos meses, y una auditora chilena que vivía en Noruega, de nombre Paola, se comunicó conmigo para decirme que debía probar suerte en radio ADN, ya que también tenían un programa nocturno, y que ella estaba segura de que esta apuesta sería recibida con entusiasmo. Ella misma planificó desde Europa una reunión con César Peña, el conductor del espacio, y así fue como Pueblo fantasma volvió a tener un hogar en la noche. Efectivamente, el programa creció en cantidad de emisiones —dos veces a la semana— y del que se derivó un spin off —al que bautizamos Archivos César Parra— donde se me permitía hablar de mi otro gran interés: la historia. Una vez más logramos convertir el tema en un éxito y en referente radial para la noche santiaguina.

Las historias que conforman este libro provienen de ambas canteras, esto es, tanto de la sección que hicimos con Gilinho en radio Bío-Bío como de aquellas con César Peña en radio ADN. En esta última, el programa tuvo una continuidad de aproximadamente tres años, hasta que un nuevo giro editorial acabó con el espacio. A partir de ese hecho, yo sentí que había material suficiente para hacer un libro... o varios. Pero sufría de una sequía literaria que ya se prolongaba por ocho años.

Al inicio de la pandemia comencé a realizar transmisiones en vivo para acompañarme yo y acompañar a la gente, las que se volvieron muy populares y alcanzaron hasta cinco mil personas conectadas en vivo duran

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