Metempsicosis

Rodrigo Rey Rosa

Fragmento

doc-4.xhtml

1.

 

 

 

 

No puedo quejarme. Estoy en un lugar alto, veo los montes al este y al oeste y el mar y dos o tres islas (una de ellas puede ser lengua de tierra) en el sur. El cuarto es amplio, luminoso, y aunque las ventanas, que se alzan hasta el techo, no pueden abrirse, el aire que se respira parece limpio y fresco —hay conductos de ventilación, fuera de alcance por la altura, en las paredes—. Hay un jardín muy amplio, ¿un parque?, en la ladera bajo la ventana. De día el ruido de algún automóvil, una motocicleta o una motosierra interrumpe el silencio, y los gritos de cuervos, cornejas y pericos. Pero por las ventanas de vidrio espeso, el ruido llega como con sordina. El silencio, de noche, es similar al del campo. Se oyen apenas la lluvia o las chicharras.

Me siento tan débil que la idea de levantarme de la cama se me vuelve hazaña. Si tuviera deseos de salir a dar un paseo, ¿algo me lo impediría?

En la mesita de luz al lado de la cama, donde permanezco desde que tengo conciencia, hay un sobre de manila que contiene varias hojas de papel: una serie de correos electrónicos que llevan el encabezado de una cuenta que reconozco, después de un momento de perplejidad, como mía.

No hay computadora ni teléfono ni ninguna clase de aparato a la vista, salvo lo que supongo que es una camarita de vigilancia junto a la luz cenital hacia el centro del techo.

doc-5.xhtml

2.

 

 

 

 

Leí anoche los correos, que son once, poco antes de apagar las luces y dormirme. Están dirigidos a mí, me contestan, pero se refieren a hechos y cosas que no recuerdo o recuerdo demasiado vagamente. Todos están firmados con el nombre de Atina.

 

 

Primer correo

 

Querido,

Lidia me regaló hace poco un libro de Benedetta Craveri, la bisnieta de Benedetto Croce. Buena parte del volumen lo conforma la correspondencia entre la marquesa du Deffand, Voltaire y Horacio Walpole. La Craveri-Croce escribe mejor no se puede, aunque cojea del pie conservador (como creo que tú has dicho, tal vez en broma, que cojeo yo) y de cierta autocomplacencia aristocrática.

La lectura de esas cartas me ha entristecido, tanto porque los tres personajes se manifiestan como hipócritas, egoístas y muy vanidosos como porque parece imposible que nadie vuelva a escribir cartas así.

Tú y yo pudimos haber seguido viviendo juntos. Pero siempre imaginé que sería en París. Tú escogiste Atenas. Yo no puedo trabajar en Atenas, como sabes —problemas de impuestos aparte—. Nos veremos cada vez que podamos, prometimos. No te abandoné, como creo que has asegurado a mis amistades griegas y a las otras.

 

 

Segundo correo

 

... acerca de Zenovia: así pueden ser mis compatriotas. Es como si no hubiera posibilidad de «punto neutro». No entiendo por qué te aborrece tanto.

Pero querido, en mi país hay tantos prejuicios «de origen» y tantos sentimientos de enemistad o simpatía por motivos étnicos, religiosos, políticos y familiares que no se entiende cómo caben en un solo país. Grecia es una nación más profundamente dividida de lo que aparenta, no importa desde qué ángulo la veas. ¡Es por eso que las cosas no funcionan!

Un extranjero, sobre todo si es del sur, es sospechoso de cualquier cosa. Es un buscavidas, o un prófugo de su país por algún hecho fraudulento, por tráfico de drogas o de influencias, por lo que sea. Debió quedarse en casa, en definitiva: ese ha de ser el punto de Z. (como el de tanta gente como ella), más allá de la situación económica o el estrato social.

 

 

Tercer correo

 

¿No has pensado en mudarte? Yo no me sentiría cómoda ni segura viviendo en la casa de una persona así. (El problema de los olores bastaría para ahuyentarme.) Recuerda que sus vecinos son aliados naturales suyos, no tuyos, en última instancia. Esto no impide que la detesten, como crees que la detestan, por alquilar su apartamento por Airbnb. Dices que es un poeta, tu vecino que se queja del ruido que haces por las noches (tú, que eres más silencioso que un ratón). Ventanas y puertas que se cierran violentamente, ¡o piedras, ¿o libros?, que dejas caer al suelo! ¿O es que has armado fiestas ahí y no me lo has contado?

 

 

Cuarto correo

 

No has contestado a varias de mis preguntas.

Siento mucho que tu proyecto de traducir ese «Manuscrito con encantamientos» del Museo Bizantino no haya progresado. La directora y su hermanito son funestos, los conozco. Voy a ver si se me ocurre cómo salvar el obstáculo que representan. Habrá que tocar puertas en los sitios más elevados.

Lo que me cuentas acerca de tu nueva amistad ateniense —¡un homeless!— me parece el colmo de la ingenuidad. Ten cuidado también con él, por favor. Mucha gente que termina en la calle tiene un pasado oscuro.

 

 

Quinto correo

 

Imagino la escena: Z. y sus «testigos» inspeccionando pulgada a pulgada el apartamento en busca del menor daño o desperfecto. Tu abogado, presente, y poniendo en blanco los ojos de vez en cuando, recomendando paciencia. El juego de manos a la hora de restituir el dinero que te tenía que devolver... ¿Tres horas estuvieron en esas, dices, antes de que Z. firmara el addendum? Para un alquiler de seis meses, ¡por Dios! Has hecho bien en no devolverle las llaves ni dejar que se salga con la suya. Tienes todo el derecho de permanecer ahí hasta fin de año, como te ha dicho tu abogado. Por cierto, espero que no te haya cobrado más de la cuenta.

 

 

Sexto correo

 

Acabo de recibir un mensaje de casa. Me piden que vaya cuanto antes por un asunto grave, pero no me dan detalles. Espero que no sea nada que te concierna, pero tengo ese presentimiento. Ya sabes que no confío completamente en la veracidad ni en la cordura de mi madre, quien me escribe. Usa el plural para dar a entender que mi padre está enterado de lo que me dice. Por favor mándame alguna señal. Espero que estés bien.

Si tienes tiempo cuéntame qué libros estás leyendo. ¿Estás escribiendo algo nuevo, traduciendo de mi lengua, mi antigua y proteica lengua?

Te quejas otra vez de tu «nueva propietaria». Debe de estar un poco loca, como dices. Siendo de Kefaloniá, no es una sorpresa. También mi familia es de ahí, como sabes, y tenemos fama de lunáticos. Su apellido es un poco raro, dudo que sea realmente griega. ¿Búlgara, húngara tal vez? Suena, por lo menos, bastante neurótica. Y me temo que también ha de ser racista. (Tú mismo dices que tienes rasgos africanos, aunque a mí me parecen más bien olmecas.)

Ten cuidado, por favor. Espero que hayas cambiado las cerraduras. No lo dejes para más tarde, como acostumbras hacer con casi todo.

Si el abogado no quiso cobrarte, ¡consérvalo! Pero me parece tan raro. ¿No te despierta desconfianza?

 

 

Séptimo correo

 

No has contestado a mi último correo. ¿Estás bien? Creo que iré a Atenas hacia finales de febrero. ¡Espero verte!

 

 

Octavo correo

 

Comienzo a preocuparme en serio por tu silencio. Intenté llamarte pero el nuevo número no funciona. Hablé con varios amigos allá estos días, para preguntar por ti. Nadie sabe dónde te has metido. Podrías al menos acusar recibo de este, ¡por favor!

 

 

Noveno correo

 

Acabo de comprar un billete para volar a Atenas este fin de semana. No es solo para ver cómo estás, si es que llego a verte... Necesito ayudar a mis padres a resolver un par de problemas bastante serios.

¿Quieres que nos encontremos? Espero tus noticias con ansiedad.

 

 

Décimo correo

 

No sé si leerás este correo, no sé si estás bien, ¡no sé si estás vivo! Ya estoy en Atenas y no sé qué hacer. ¿Quieres obligarme a recurrir a la policía para encontrarte?

Recién aterrizada, fui de compras con mi madre, que está obsesionada con hacer acopio de víveres por temor a una posible carestía por la guerra que está comenzando. ¿O para poder esconderse durante algún tiempo, a salvo de los recaudadores de impuestos, me pregunto?

 

 

Onceno correo

 

Acabo de hablar con Gerásimo. Me contó que han tenido que internarte en un psiquiátrico. ¿Dafní? No me quedó claro. Le he pedido que te haga transferir a su clínica privada en Kavala. Estoy segura de que ahí estarás mejor.

doc-6.xhtml

3.

 

 

 

 

Esta mañana, cuando me sentí con suficiente ánimo para salir de la cama, comprobé, para mi gran disgusto, que la puerta principal de la habitación donde me encuentro cierra por fuera.

No sé por qué, asocio el recuerdo de la mujer que me escribe con una playa desierta. Un lugar plácido y amplio con el mar enfrente —temor y placer conjugados.

El nombre de Gerásimo ha hecho eco en mi cerebro, que siento que es como una caja vacía. No consigo ubicarlo, asignarle una cara, una figura. Lo mismo me ocurre con Atina. ¿Puede ser una simuladora?

doc-7.xhtml

4.

 

 

 

 

¡Una mujer que dice que me quiere puede estar en camino para libertarme! Podría llegar en cualquier momento (una vez haya hecho las compras con su señora madre, que parece que corre el riesgo de ser arrestada por evasión de impuestos y está pensando en esconderse, tal vez en el extranjero).

Desde mi cama, donde sigo tumbado, veo constantemente el mar.

Suena el timbre y la puerta se abre.

Con permiso —dice una voz suave y masculina que me parece familiar.

Viste bata blanca y mascarilla verde. Me saluda con una inclinación de la cabeza.

Es el doctor Galanis, me dice en inglés. Gerásimo Galanis, como si yo debiera recordarlo.

No lo ubico —le digo.

¿Cómo estamos?

Tardo en responder. Me doy cuenta de que estoy como ausente, con el pájaro ido, recuerdo que dicen en mi tierra, que está demasiado lejos. Se me hace un nudo en la garganta.

Bien —consigo decir al fin—. Bueno, la verdad, no sé qué estoy haciendo aquí.

Sonrisa benevolente.

El pasado volverá —me asegura—. Casi siempre vuelve.

Como si conociera mi pasado, pienso.

Ya has perdido la memoria en otras ocasiones, según tu historial —me dice—. Arritmia cerebral... Hay que tener paciencia. Pero tienes suerte. Hay gente que se interesa activamente por tu bienestar.

¿Se refiere a Atina?

Imagina, si es posible —continúa—, que el pasado es como una noche muy larga poblada de sueños. Al llegar la mañana, la noche ya no importa. ¡Hay que mirar hacia adelante!

Pero delant

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos