1: EN UN PROFUNDO BOSQUE
—iToma esto, bestia horrible! ¡Y esto! ¡No, no, no, espera! ¡¡¡Noooo!!! —exclamó Chuy. No podía creer que lo habían derrotado.
GAME OVER
Chuy exhaló. Bueno, por lo menos había llegado a la última batalla con ese monstruo en un juego que apenas probaba para ver si le gustaba. Últimamente tenía una mejor habilidad para esquivar a sus enemigos, pero este ser había lanzado fuego por la boca cuando él estaba desarmado y… ¡ni hablar! Ese día se había levantado muy temprano, quería jugar un rato antes de que el autobús escolar pasara a recogerlo; tuvo tiempo para una partida, así que se iría a la escuela mucho más relajado. Si por él fuera, ¡se quedaría en casa mucho más tiempo! Le gustaba estudiar, de eso no cabía duda, era bueno en Historia, Ciencias, Música, pero era malo en Matemáticas y Lectura; además, Chuy sentía que no encajaba por más que se esforzara en hacer amigos.
—Si tan solo tuviera uno, un buen amigo para contarle de este juego e invitarlo a jugar —se decía mientras terminaba de echar todo a la mochila—, nos la pasaríamos muy bien.
Aún estaba en primer grado, tenía la esperanza de llevarse mejor con los demás porque, aunque se saludaban y a veces compartían la mesa a la hora de la comida, no tenía una conexión especial con nadie, y ser un chico algo retraído tampoco era de gran ayuda. En fin, Chuy sabía que sería cuestión de tiempo. Sin embargo, el tiempo pasaba y las cosas no mejoraban como a él le hubiera gustado. Entonces escuchó el claxon del autobús de la escuela, tenía dos minutos para llegar corriendo a la parada, así que salió disparado sin siquiera despedirse de sus padres.
—Oye, abuelo, ¡hazte a un lado! —le dijo un chico, burlándose de su cabello blanco—, el asiento del fondo es mío.
Esa era una burla común para Chuy, quien había tenido el cabello blanco siempre. Su familia le decía que eso lo hacía ver muy cool, ¡era único!, pero aún existían compañeros nefastos que se encargaban de hacerle la vida imposible. El carácter de Chuy se había hecho fuerte por tener que soportar estos comentarios; a pesar de la maldad de muchos, seguía siendo un chico sensible, bueno, dispuesto a ayudar a los demás, pero era lógico que en momentos así prefiriera estar solo. Todo mundo sabe que la escuela secundaria puede ser lo mejor que te suceda en la vida, que a los doce años puedes tener amigos increíbles; o todo lo contrario: que ir se convierta en un dolor de cabeza. Lo que a Chuy le encantaba de esa secundaria era el laboratorio de ciencias, que también tenía un área de robótica; ahí había aprendido muchas cosas, desde identificar hongos tóxicos y venenosos que los profesores llevaban, hasta ver cómo los de último año armaban prototipos de robots pequeños hechos con motores de licuadoras. Ahí se encontraba aquel día cuando alguien anunció por el altavoz:
—Alumnos de la escuela secundaria, les informamos que tendremos que desalojar el plantel debido a una fuga de agua. Acudan a la entrada para tomar su autobús.
¡¡¡Yeeeeiiii!!!, se escuchó en toda la escuela, y también Chuy se emocionó, ¡ya quería regresar a casa a continuar su juego! Estaba llegando a la parada de autobuses, cuando escuchó que alguien le decía.
—Oye, chico de pelo blanco, ¿quieres venir a jugar a las escondidas con nosotros? —preguntó Braulio, un compañero famoso por ser de los peores bullies—. Necesitamos uno más.
—¿Quién… yo?, ¿me dices a mí? —dudó Chuy, ya que nunca lo invitaban.
—¿A quién más ves aquí con el pelo blanco? ¡Claro que te digo a ti!
—E… e… ¡está bien! —respondió Chuy, emocionado.
Los alumnos escucharon el último llamado para subir a los autobuses e ir a casa, pero Braulio, Chuy, otros niños, no le hicieron caso y comenzaron a caminar en dirección al bosque detrás de la escuela. Ese bosque abandonado tenía fama de estar embrujado, se veía enorme y escabroso, y cuando alguien pasaba cerca por las noches podría jurar que se escuchaban aullidos o cosas raras por el estilo.
—Oigan, ¿no creen que nos meteremos en problemas si los maestros o nuestros papás se enteran de que estuvimos en el bosque? Se supone que está prohibido venir aquí. —preguntó Rodrigo, uno de los niños que acababan de sumarse al juego.
—¡Eso no importa! —respondió Braulio—, solo los cobardes les tienen miedo a los maestros.
Nadie contestó nada y continuaron caminando. Chuy estaba emocionado de ir con ellos, pero se le hacía muy raro que Braulio lo invitara, ya que cuando inició el curso fue muy cruel con él, se burló de su cabello y no paró de hacerle bromas pesadas junto con otros bullies hasta que llegó otro chico al que también le hicieron bromas pesadas. Honestamente, pasó de la emoción a los nervios porque temía que fuera una trampa y al final Braulio se comportara igual que siempre, sin embargo, ¿qué más podría suceder?, había tres niños y dos niñas más, quizá Braulio se comportaría mejor porque estarían todos juntos. Y tal vez sería su oportunidad para hacer amigos e ir dejando atrás la timidez. De repente, Braulio habló:
—Bueno, quiero que este sea nuestro patio de juegos, así no tendremos que compartirlo con ningún tonto, todos son unos miedosos. Primero jugaremos a las escondidas y el que encuentre a los demás en menos tiempo, ganará.
—¿Cuál es el premio? —preguntó una de las chicas.
—No hay premio —respondió Braulio—, ya les dije que quiero que este sea nuestro patio de juegos y, a partir de ahora, yo pondré las reglas de quién puede jugar aquí y quién no es bienvenido.
—¡Qué aburrido! —exclamó otra de sus compañeras—, pensé que haríamos algo más divertido.
—¿Acaso eres una miedosa, Romina? ¿Tú tienes miedo, Juan? —preguntó señalando a otro de sus compañeros—. ¡No sean cobardes!
Chuy no era un miedoso, pero había escuchado un par de cosas sobre ese bosque y no entendía por qué Braulio quería que jugaran a las escondidas ahí. Tal vez era su lugar favorito a pesar de las cosas tan peligrosas que le daban mala fama al bosque. Chuy estaba a punto de renunciar para irse a su casa, cuando Braulio exclamó:
—¡Escóndanse lo mejor que puedan! Yo los buscaré —y se dio la vuelta para iniciar la cuenta regresiva—. Cien… noventa y nueve… noventa y ocho…
Rápido, Chuy, ¡piensa rápido!, se dijo a sí mismo porque no sabía si trepar un árbol o esconderse detrás de unas rocas. Poco a poco vio cómo los demás se dispersaban y escogían los mejores escondites cerca de donde iniciaba el bosque y aún podía verse el edificio de la escuela. Cuando corrió para esconderse detrás de un tronco que formaba una especie de cueva, un chico lo empujó y le dijo:
—¡No, este sitio es mío!
Luego vio un arbusto lleno de flores sin espinas, ¡era el lugar ideal! Pero, cuando se agachó para ocultarse, Regina exclamó:
—¡Yo lo vi primero!
—Cuarenta y dos… cuarenta y uno… cuarenta… —se escuchaba a lo lejos.
Entonces Chuy comenzó a correr en dirección contraria, saltó un pequeño riachuelo donde había varias rocas, atravesó un arbusto enorme, se metió entre unos arbolitos y, cuando se dio cuenta, ya no escuchaba a Braulio, estaba lo suficientemente lejos y de repente temió que se hubiera perdido. Uuuuuhhh… uuuuuhhh… uuuuuhhh… ¿qué era ese ruido?, se preguntó Chuy, un poco nervioso.
—¡¡¡Aaaahhh!!! —gritó, asustado—. ¡No es posible que esto me dé miedo!
Lo que había hecho ese ruido pasando su lado era un pájaro, uno muy feo, pero pequeño e inofensivo. Definitivamente era el momento de regresar con los demás, no importaba si perdía el reto o Braulio se molestaba, no le gustaba estar tan alejado del resto del grupo. Apenas dio unos cuantos pasos, algo llamó su atención, ¿acaso estaba viendo bien? A unos metros, en medio de la maleza, vio una luz muy rara que brillaba de forma intensa. Chuy se preguntaba qué podría ser, así que se acercó para salir de dudas. No sabía de dónde venía ese brillo, ¿acaso estaba flotando? Las luciérnagas no brillan de esa manera, pensó, y cuando la tuvo muy, muy cerca, la tocó. De repente, la luz se deshizo al contacto con sus dedos, pero en un segundo volvió a aparecer ¡y ahora brillaba con mucha más fuerza!
—¡¡¡Woooow!!! —exclamó Chuy, sonriendo ante lo que veía—. Estoy seguro de que los chicos no creerán lo que acabo de descubrir.
Inmediatamente se echó a correr en dirección hacia los demás. Lo que Chuy no sabía era que esa luz no había sido inofensiva, al contrario, ¡lo había cambiado! Su cabello blanco acababa de llenarse de mechones morados y naranja, y sus ojos ¡eran de color naranja! Ese color no existía en los ojos de un ser humano normal, entonces verlo daba mucho miedo, tenía una mirada aterradora, como la de un felino furioso a punto de atacar. Estaba tan lejos del resto, que cuando llegó se dio cuenta de que él era el único que faltaba por ser encontrado.
-¡¡¡Aaaaahhh!!! —gritó aterrada Romina—, ¡¿por qué te pusiste esos lentes de contacto?! Acabas de darme un susto horrible.
—¿Lentes? ¡Yo no uso lentes! —respondió Chuy—, y sin darle importancia a la forma en que sus compañeros lo veían, las risas contenidas