Prólogo
Teoría general del “pronto”
Para la correcta comprensión, amados lectores, de este brevísimo ensayo liminar que os conducirá a la gozosa lectura de los arrebatos intelectuales de Doña Fernanda Familiar, es necesario que establezcamos el preciso significado que el de la pluma le da al término “pronto”.
Una familia mexicana corre peligro de volverse disfuncional si en su seno no aloja un “pronto”. ¿Bendición o maldición?. Todavía no lo sé, pero tiendo a inclinarme por la segunda consideración. El “pronto” es la o el ofrecido oficial. No hay tarea que no esté dispuesto a hacer; si surge la necesidad de realizar un esfuerzo titánico, ahí está el “pronto”. El repertorio de estos personajes es infinito: cambian llantas, cuidan niños, hacen el mandado, tejen carpetitas, fungen como choferes, cocinan, se ofrecen de niñeras, pintan fachadas, hacen labores de electricidad e impermeabilizan techos. Y no es que dominen todas estas ciencias, pero no olvidemos que los “prontos” son mexicanos y que se guían por preceptos como éstos: ¿qué tan difícil ha de ser?... No sé hacerlo, pero sobre la marcha aprendo... Echando a perder se aprende.
Como verán, un “pronto” necesita de audacia a toda prueba y requiere también poseer una autoestima similar a la que puede tener un zapato. Carentes de vida propia, viven agazapados en espera de “ser útiles” y, a falta de otro título más lustroso, aspiran a que los consideremos personas muy abnegadas. Esto de la abnegación –negarse a uno mismo– es una terrible arma de dos filos. Para que esta abnegación florezca es requisito previo e indispensable el apocamiento. Históricamente y hasta la fecha, México es un país de apocados. Ni los sanguinarios aztecas, ni los fanáticos virreyes, ni Don Porfirio, ni el PRI nos han enseñado a los ciudadanos comunes que tenemos derechos y que mantenemos a ese oneroso sirviente que es el gobierno. Eso no nos lo enseñaron; nos enseñaron que lo nuestro era obedecer y callar. Todo esto ha creado a una ciudadanía contrahecha, agachada, incapaz de alzar la voz y lista para la abnegación. Sin este paisaje histórico, no sería fácil entender el extraño asunto de la abnegación. Si ser abnegado es negarse a uno mismo, es decir, a tener vida propia, destino y cumplimiento individuales, yo no entiendo para qué demonios sirve un abnegado que vive en la permanente disposición de ser un “pronto”. Éstos no son útiles para ellos y tampoco suelen serlo para los demás.
Imaginemos una situación: una familia mexicana común y corriente está durmiendo. En la alta noche, un alarido rasga la oscuridad: la madre (semi-abnegada como son ahora) acude al lugar de los gritos. Yvettita, la menor, está ardiendo en calentura y tose como dóberman. Será cosa de hablarle al doctor Rebollo que es tan mono. El susodicho mono se reporta, aunque en su corazón está mentando madres, se impone de la situación y receta Avelox, que es un antibiótico cañón que si no mata a Yvettita, le va a hacer mucho bien. También receta Guadalajaril, jarabe para la tos supersónica de la puberta. Cuelgan. La madre se tranquiliza y comenta: de veras que el doctor Rebollo es de los que ya no hay. Ahora hay que comprar las medicinas. El papá de Yvettita, quien fue despertado bruscamente, dice que él ni madres que sale con ese frío. Conato de llanto maternal. Si vas a llorar, vete con la mensa ésa (Yvettita) y a mí déjenme dormir ¡con un chirrión!. Mientras la señora piensa que jamás debió haberse casado con un hombre tan ordinario, comparece la tía Berenice (“la Bere”), que llegó a la casa hace diez años con la intención de pasar unos días con la familia