La hora de México
Yo quiero un México honesto, con verdadero desarrollo, donde el crecimiento económico esté equitativamente distribuido. Un México con seguridad y justicia. Quiero un México fuerte, con instituciones que garanticen la libertad. Quiero un México valiente, que no le tenga miedo a la adversidad ni al éxito.
Quiero un México en donde los políticos defiendan a los ciudadanos. Quiero un México donde los servidores públicos estén conscientes y convencidos de que su única misión es servir a la gente y se entreguen a su labor sin pedir nada a cambio.
Quiero un México que ponga en el centro la dignidad de la persona y la construcción del bien común. Quiero un México limpio en el aire y en el alma; en el medio ambiente y en las relaciones humanas; en el gobierno y en los ciudadanos.
Quiero un México seguro, en el que los jóvenes caminen libres por las calles de su ciudad con la certeza del futuro en sus manos. Quiero un México que confíe en la fuerza del Estado para defender su seguridad. Quiero un México valiente frente a la autoridad en la defensa de sus derechos humanos, y valiente frente a los criminales porque sabe que la fuerza del Estado está de su parte.
Quiero un México que cierre las brechas de desigualdad, donde no haya riquezas excesivas ni pobrezas extremas; un país con gente que busca oportunidades sin exigir privilegios; un México que sea potencia mundial en productos y servicios ideados, diseñados y construidos en México. Quiero un México que sea tierra fértil para la creatividad y el arrojo de sus emprendedores.
Quiero un México que ame sus bosques y sus selvas, y que pueda vivir de preservarlos; que vea en sus mares y en sus aguas una fuente de desarrollo y prosperidad. Quiero un México con energía, que no dependa del petróleo pero que sepa aprovecharlo, mientras desarrolla la capacidad para generar toda la energía renovable que necesita.
Quiero un México que venza la pobreza, no a través del asistencialismo sino del desarrollo. Quiero un México donde ser indígena deje de ser sinónimo de ser pobre y excluido. Quiero un México donde eliminemos las barreras que impiden que las personas con discapacidad puedan gozar una vida plena y libre de discriminación.
Quiero un México donde ser maestro sea reconocido como una de las vocaciones más humanas y más importantes; un México donde tengamos la certeza de que la educación será la sólida base para salir adelante en lo individual y en lo colectivo. Quiero un México donde el acceso a la salud de buena calidad deje de ser privilegio de unos pocos y pase a ser un derecho real, libremente ejercido por todos.
Quiero un México donde los mexicanos decidamos libremente nuestro destino. Donde hablemos del futuro, no del pasado. Quiero un México feliz porque lo desea ser y lucha por ello; un México que esté convencido de que merece lo mejor: las mejores ideas, las mejores acciones, los mayores compromisos, el mayor esfuerzo y el mejor gobierno.
Quiero un México en el que las mujeres encuentren sus certezas y sepan vivir sin miedos; que se enfrenten al poder, cuando se requiera, y sean parte del poder, para que todas con todos caminemos juntos. Quiero un México en el que estemos convencidos de que la inclusión nos conviene a todos; de que un mejor futuro va necesariamente de la mano de una mayor cohesión de nuestra sociedad.
Sé que esto es posible porque conozco México. He recorrido incontables veces su extenso territorio y he atestiguado la fuerza de su gente. Conocer a fondo a México me ha permitido identificar sus retos, apreciar sus logros en su justa dimensión y, sobre todo, conocer su enorme potencial.
En mi vida, siempre he puesto a México en el centro de mi atención. He participado en los momentos decisivos de su historia reciente. He conocido mucha gente que, como yo, imagina y quiere construir un país incluyente, con crecimiento económico, honestidad y justicia.
La mayoría coincidimos en un diagnóstico: México tiene todo para ser el país que soñamos y, con justa razón, nos preguntamos ¿por qué no lo somos aún?
Yo encuentro dos razones fundamentales para ello: primero, porque no hemos podido deshacernos de algunos lastres, especialmente esos enormes muros que nos dividen entre ciudadanos de primera y de segunda; donde están, por un lado, quienes pueden todo y sin límites, y por otro, quienes no pueden y no tienen ni lo indispensable para vivir, y segundo, porque no nos hemos decidido a dar el salto definitivo que, como país, nos ponga verdaderamente en la ruta del futuro.
Hoy vemos un México que vive con incertidumbre, miedo y enojo. Incertidumbre por una economía que no genera empleos bien pagados que brinden a las familias la tranquilidad para enfrentar los retos de la vida; miedo por una inseguridad creciente, que se extiende cada vez más por el país, y se diversifica en sus formas de dañar a la sociedad, y una profunda indignación por la corrupción y la impunidad, particularmente las de aquellos que detentan el poder público y que deberían estar al servicio de la gente.
La principal causa de estos problemas es la prevalencia de lastres, de enormes muros que dividen y han dividido por años a nuestra sociedad. La profunda desigualdad es el centro del problema: desigualdad en el acceso a la justicia y los bienes públicos; en el ingreso, en las oportunidades y en muchas otras dimensiones. Somos un país donde el origen, el color de la piel, las palancas y el dinero determinan, en gran medida, el futuro de las personas, su libertad y sus oportunidades.
El otro muro, uno de los más peligrosos que puede enfrentar cualquier sociedad, es el que se erige entre el gobierno y los ciudadanos. A los ojos de la mayoría, el gobierno representa un obstáculo y no un aliado. Más grave aún, en los últimos cinco años hemos caído en una de las crisis más dañinas que existen: una crisis profunda de confianza en la autoridad. A esta crisis nos ha llevado una generación de políticos de cultura priista incrustados en pleno siglo XXI, cuya actuación se ha caracterizado por la corrupción; el manejo ineficiente y opaco de los recursos públicos y su uso flagrante para beneficio personal y de grupo; el clientelismo y la manipulación abusiva para perpetuarse en el poder; la simulación, el engaño y la evasión de responsabilidades frente a los problemas, así como el lujo ofensivo en el que viven, mientras que a la mayoría de la gente no le alcanza para conseguir lo básico.
Aquí nos encontramos hoy, entre la incertidumbre, la indignación y el desaliento. Entender la naturaleza del caos es el primer paso para empezar a trabajar en serio y en conjunto, y poner en orden esta casa de todos que es México.
Y no sólo se trata de poner la casa en orden; eso ya no basta. Al decidir dejar los lastres atrás, quiero decir que debemos tomar las decisiones adecuadas que nos permitan dar el salto definitivo que colocará a México en el lugar que está llamado a ocupar. Lo vamos a hacer. Y no lo digo como un deseo ingenuo. Lo vamos a lograr porque tenemos con qué y porque la gran mayoría sabemos que no hay tiempo que perder.
Tenemos todo para lograrlo. Tenemos riquezas naturales, culturales e históricas; tenemos mucho de lo que cada vez será más importante para ser viables y sustentables como país: el aire, la tierra, el agua y el sol. Tenemos un andamiaje institucional, por imperfecto que sea, que nos permite ser una democracia.
Sin duda, nuestra principal fortaleza es la gente. Es lo que me permite tener plena confianza en México y en nuestro futuro. El México de la gente talentosa y esforzada del que nos sentimos orgullosos cada vez que un estudiante gana una competencia internacional de matemáticas, robótica o ciencias, o cada vez que un artista o un deportista ponen en alto el nombre de nuestro país. Es el México del ingenio y de la hospitalidad sin igual. Es el México de los vecinos solidarios que se echan la mano sin esperar nada a cambio. Es el México de las pequeñas y las grandes victorias.
A pesar de que hoy puede parecernos que ese México se sofoca en medio de tantos y tan graves problemas, sé que está vivo entre nosotros, y que esa fuerza, por momentos oculta, nos va a sacar adelante, más allá incluso de lo que imaginamos.
Hoy más que nunca los jóvenes son el motor de cambio de nuestro país, pues aún gozamos de la ventana de oportunidad del bono demográfico. Tenemos vocación por ser un país de libertades. Tenemos también una sociedad civil organizada haciendo su trabajo, exigiendo a los gobiernos y planteando alternativas de solución. Hemos optado por la apertura y hemos dejado de temerle a la competencia. A pesar de las lamentables regresiones que hemos visto recientemente, hemos apostado por la responsabilidad en el manejo de las finanzas; hemos fortalecido nuestra industria y estamos en la ruta de convertirnos en un centro mundial de producción, comercio y servicios.
Estamos hoy ante una gran encrucijada. Frente a la incertidumbre, podemos optar por un camino basado en el miedo, que pretende regresar a un pasado supuestamente mejor. Volver a un México de hace cuarenta años, con ideas viejas y caducas que ya demostraron, una y otra vez, en nuestro país y en otras partes del mundo, que no funcionan. Un país que confía ciegamente en la figura de un papá gobierno que con una mano entrega dádivas y con la otra reprime a los inconformes. Un país que piensa en pequeño, que prefiere cerrarse y que no se atreve a cambiar ni competir, ya sea por miedo o por inercia.
Por otro lado, tenemos ante nosotros la posibilidad de capitalizar las enormes oportunidades que nos ofrece el mañana. La opción del futuro es la opción de quienes creemos en la competencia democrática limpia y en la libertad de pensamiento, palabra y acción; de quienes creemos en la libertad económica y en la dignidad del trabajo para salir adelante. Es la opción de quienes estamos convencidos de que los mexicanos somos capaces de romper las cadenas que nos atan al pasado. Es la opción de quienes queremos que a la gente que hace el bien le vaya bien; que deje de premiarse el mal y, por el contrario, se reconozcan el mérito, el trabajo, la honestidad y la innovación. Es la opción de quienes queremos que la justicia proteja al inocente y que el gobierno trabaje para servir a la gente. La opción de futuro es la opción de quienes no estamos dispuestos a conformarnos y creemos que México está llamado a ser un país fuerte, respetado, seguro, próspero y justo. Ése es el país en el que creemos y por el que queremos luchar la inmensa mayoría de los mexicanos.
Para llegar a ese México, debemos derribar las barreras que nos dividen: muros de discriminación, de pobreza, de injusticia, de impunidad. Tenemos que dar pasos firmes hacia la cohesión de nuestra sociedad. Quiero construir, con los mexicanos, un país más igualitario en donde quepamos todos; donde cerremos las brechas de las desigualdades y veamos el progreso como la ampliación de las capacidades y los derechos de las personas. Quiero un México donde la justicia sea efectiva y hagamos de la acción pública una herramienta para distribuir equitativamente las oportunidades y construir el bien común. Y entiendo el bien común no sólo como oportunidad personal, justa y real de acceso a los bienes, sino también como el conjunto de valores materiales y espirituales que pueden conseguirse mediante la ayuda recíproca, elemento necesario para el perfeccionamiento de cada persona.
Necesitamos autoridades que cumplan y hagan cumplir la ley, instituciones fuertes que sirvan a México y los mexicanos, que garanticen que le vaya bien a quien busca el bien. Tenemos que lograr que ser honestos deje de ser un acto heroico y se convierta en algo cotidiano. Tenemos que convertirnos en una sociedad que premie la honestidad, el trabajo y la innovación. Ese México es mi causa, y sé que en esa lucha no estoy sola. En esa lucha marcho al lado de millones de mexicanas y mexicanos de bien, que estamos dispuestos a dar lo mejor por construir ese país.
Ese México es posible y es real, lo sé muy bien. Cada uno de nosotros sabe de lo que somos capaces los mexicanos cuando superamos el conformismo y decidimos actuar. Tenemos una inagotable capacidad de crear e innovar para resolver nuestros problemas. Éste es el momento de poner ese ingenio a trabajar para encontrar las mejores respuestas a nuestros desafíos.
Y sé que un mejor país es posible, porque yo no aprendí lo que es México leyendo planes de gobierno ni recitando consignas políticas. Yo conocí a México en la vida real: viajando en el camión, en la combi y en el metro. Lo conocí caminando por sus calles, protestando en sus plazas, exigiendo libertad ante cada abuso, litigando injusticias en los tribunales y enseñando en las aulas el compromiso que tenemos todos. Aprendí mucho de lo que es México y de lo que necesitamos para cambiarlo de la mano de lecturas cardinales, destacadamente Cambio Democrático de Estructuras, documento desarrollado en mi partido a finales de los años sesenta y que en muchos sentidos mantiene su vigencia. Mi vida, mis lecturas, mis historias, mis decisiones fueron marcadas por el deseo de servir a México.
Es precisamente la lucha por el futuro de México lo que me llevó a escribir este libro. Se nutre de incontables recorridos por el país en los que he platicado con miles de personas; de la realización de foros públicos y reuniones de trabajo con cientos de expertos, académicos, funcionarios públicos y ciudadanos de todas las ideologías para diseñar soluciones prácticas y concretas a los problemas que aquejan al país, y de escuchar con atención a miles de personas que me han aportado sus propuestas a través de las redes sociales.
Éste es mi llamado para que todos los ciudadanos sumemos esfuerzos en la construcción del México que queremos. Se trata de un libro abierto en el que caben muchas ideas más. Si algo me ha dado mi experiencia política, es la capacidad de conciliar puntos de vista, de sumar a personas que piensan distinto. De eso justamente se trata este esfuerzo.
El libro presenta algunas de las principales líneas para superar los enormes retos que tiene México, y proyectar a nuestro país hacia un futuro de justicia, libertad, inclusión y progreso. Lo he ordenado en función de las preocupaciones que me han comunicado los mexicanos. No es, ni pretende ser una enumeración exhaustiva, sino más bien una guía que ilustre tanto los principales focos de atención como los principios bajo los cuales debemos conducirnos para a