Streampunks

Robert Kyncl

Fragmento

Streampunks

Introducción

No hay nada en la tele.

No, en serio, donde crecí no había nada. Nací detrás de la Cortina de Hierro, en la Checoslovaquia comunista, en 1970. Cuando era adolescente, mis opciones de entretenimiento eran —por decirlo con suavidad— sombrías. Los libros eran censurados por la Oficina de Prensa e Información; teníamos solamente un periódico, Rude Pravo, el pasquín oficial del Partido Comunista, y el Estado controlaba la radio, las frecuencias, los cines y los conciertos. Era ilegal que una empresa privada imprimiera una publicación o emitiera alguna señal. Era ilegal reproducir más de once copias impresas de cualquier cosa. Y era ilegal que una banda actuara sin licencia.

Frente a esas opciones sólo me quedaba una: ponerme creativo.

Conseguía libros a través de la samizdat, la red de distribución clandestina que comenzó bajo la ocupación nazi (1984 era uno de mis primeros favoritos). Doblaba la antena de mi radio de transistores para oír bandas como Bon Jovi, Scorpions y Tears for Fears que venían mezcladas con las frecuencias de Alemania del Oeste. Y si tenía suerte, conseguía alguna cinta VHS que mis amigos de alguna manera lograban contrabandear al país.

Aún recuerdo la primera película occidental que vi: The Terminator. Pero como no había dinero para el subtitulaje apropiado o el doblaje al checo, una persona hizo la voz en off para cada personaje en la película. Fue, bajo cualquier norma, una experiencia terrible. Pero no importaba. Mis amigos y yo la vimos tres veces seguidas.

Hoy, cuando miro a mis dos hijas adolescentes y las maneras que tienen para entretenerse, me doy cuenta del número ilimitado de libros que pueden leer en sus tabletas (aunque prefieren los libros físicos de Amazon). Me doy cuenta de los miles de medios que pueden encontrar a través de sus teléfonos para obtener las noticias o las millones de canciones que pueden escuchar en Spotify; las miles de películas y programas que pueden ver en Netflix, y los cientos de canales que pueden ver en nuestro paquete de televisión por satélite. Miro todo eso y pienso cómo sus opciones de entretenimiento superan en número a aquellas con las que yo había crecido. Superan por mucho las opciones con las que los niños crecían en América hace apenas diez años. Pero incluso con este océano de medios a su disposición veo cómo mis hijas deciden pasar una cantidad significativa de su tiempo libre: viendo YouTube.

En menos de una generación hemos llegado a un punto en que lo que observamos, leemos y escuchamos ya no está determinado únicamente por Estados o monopolios corporativos sino por nosotros. Con la creación de YouTube, por primera vez se dio acceso a las personas a la distribución gratuita, instantánea y global del video. Al transmitir servicios como Netflix, Hulu y Spotify han hecho un trabajo increíble distribuyendo contenido tradicional de nuevas maneras y las plataformas abiertas como YouTube han cambiado quién es capaz de producir, distribuir y consumir medios. De repente cualquiera en el mundo puede compartir un video para todo el mundo.

En tan sólo una década esa libertad ha tenido implicaciones de gran alcance en toda la industria mediática. Ha redefinido lo que significa ser una celebridad y quién puede convertirse en una. Ha empujado a gente nueva a los reflectores, quienes entienden que la fama ha cambiado. Ha elevado la importancia de enganchar directamente a los fanáticos en lugar de mantenerlos en la distancia. Y ha llevado a la aparición de un elenco de estrellas mucho más diverso y obstinado que se diferencia del inofensivo y falso de las generaciones anteriores.

Esa libertad también ha alterado nuestra idea de lo que puede ser el entretenimiento. Ha desencadenado géneros de contenido completamente nuevos y asombrosamente populares, desde el vlogging de belleza a los comentarios de videojuegos y a los videos de unboxing. Ha contraído nuestro mundo, exponiéndonos a los medios de comunicación de otros países que durante mucho tiempo se habían escondido detrás de las fronteras. Y ha dado a miles de millones de personas la oportunidad de ver videos basados en sus intereses individuales en lugar de tener que satisfacerse con el entretenimiento fabricado para las masas.

Y esa libertad ha cambiado las reglas de las industrias que se han construido para entretenernos e informarnos. Ha cambiado la forma en que vemos las noticias, empoderando a los periodistas ciudadanos desde Ferguson hasta Siria para documentar la injusticia de modo que el mundo la conozca. Ha ayudado a elevar la publicidad al grado de una forma de arte, convirtiendo los anuncios en clips de visita obligada. Y ha resucitado el video musical, dando a los músicos incipientes una nueva forma de irrumpir en la corriente principal.

Cuando veo mi vida hoy, no se siente tan lejos de mi juventud detrás de la Cortina de Hierro. Crecí soñando con el oeste, pero sólo conseguí un atisbo ocasional sin censura. Ahora, como director de negocios de YouTube, mi trabajo es ayudar a traer información y entretenimiento a más de mil millones de personas en todo el mundo, incluyendo a muchas en países cuyos gobiernos tratan de limitar ese acceso. Y en lugar de ofrecer una visión del mundo, YouTube se presenta como un espejo a toda la experiencia humana, reflejando todas nuestras alegrías, todas nuestras luchas, todas nuestras noticias y toda nuestra historia.

Hoy en día, 1.5 mil millones de personas al mes optan por YouTube para ver la mayor biblioteca de video que se ha montado, cuando quieran, donde quieran y en cualquier dispositivo que deseen. Algunos vienen a ver el último video viral, musical, o algún clip de última hora. Otros vienen a ponerse al día con noticias o deportes. Hay quienes vienen a aprender algo nuevo o consentir un interés. Algunos incluso vienen sólo para ver anuncios. Pero la mayoría de la gente visita YouTube para ver algo que no puede encontrar en ningún otro lugar: una generación de autores y artistas que han construido su éxito en la plataforma, inspirados por el desafío de compartir su creatividad con el mundo.

Yo llamo a estos pioneros: streampunks.

No escribí este libro para relatar una historia del origen de YouTube, ni para pintar otro retrato corporativo de un comienzo a lo Silicon Valley que es “disruptor de una industria” o que trata de “reescribir las reglas”. Lo escribí porque quería contar la historia de un grupo increíblemente talentoso de creadores y emprendedores que han usado YouTube para hacer cosas sorprendentes. Algunos de ellos atraen a audiencias más grandes que las de los programas de televisión de mayor éxito. Algunos de ellos han construido negocios prósperos. Pero todos juntos están transformando fundamentalmente cómo funciona el medio.

A través de sus historias espero describir esa transformación. Espero destacar las tácticas que han utilizado para prosperar. Espero dar una representación honesta de los difíciles desafíos que han enfrentado en el camino. Y espero articular lo que su éxito significa para el futuro de los medios de comunicación.

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