Historia verdadera de la quema de la Embajada española

Gustavo Adolfo Molina Sierra

Fragmento

Historia verdadera de la quema de la Embajada española

Introducción

El título que doy a esta obra emula el célebre libro Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (1632) del conquistador español Bernal Díaz del Castillo, quien lo escribiera alrededor de cuarenta años después de que terminó la campaña de la conquista de aquel territorio. Me identifiqué con el referido título y autor porque el principal interés que motivó al regidor para escribirlo resulta ser el mismo que me impulsa a mí: aclarar y corregir versiones falsas y equivocadas que se han difundido con otros intereses y propósitos. Por eso quiero dejar por escrito mi relato, como testigo presencial, sobre la realidad de cómo se dieron los hechos el 31 de enero de 1980 en la Embajada de España. Escribo con el único interés de que prive la verdad.

Lo hago casi cuatro décadas después de que sucedieron los eventos descritos, al igual que Bernal Díaz del Castillo, quien probablemente se vio en similar necesidad de aclarar hechos y detalles de su experiencia que otros habían tergiversado. Sin embargo, reconozco la conveniencia de hacerlo hasta ahora, ya que durante estos años siguieron surgiendo eventos vinculados con esa distante tragedia que bien merecen ser apreciados en su conjunto para empezar a entender sus consecuencias.

Todo suceso de la magnitud que hoy relato tiene siempre un “antes” y un “después”, para poderse comprender.

He quedado impresionado investigando y desvelando tanto hecho doloroso y cruel que le tocó sufrir a mi generación. Dispuestos en secuencia cronológica el lector podrá apreciar cómo lo sucedido en la Embajada de España no puede ser tomado como coincidencia o casualidad. Por el contrario, todo se integra como parte de un plan, eso sí, mal ejecutado, que al salirse de control falló aparatosamente causando una tragedia. Aun así se trató de sacar provecho a esta desgracia. Estos intentos mantuvieron el caso activo, pero nunca existió la voluntad política para investigarlo judicialmente sino hasta 2014.

La toma de la Embajada de España y posterior quema fue una acción violenta, producto del enfrentamiento armado que se vivía en Guatemala desde 1960, en el cual las facciones rebeldes que se esforzaban en obtener el poder por la fuerza de las armas luchaban en contra del Estado y los distintos cuerpos de seguridad que defendieron la institucionalidad y la soberanía de la nación y la ley a lo largo de varios y distintos gobiernos.

Fue un hecho cargado de pugna ideológica no solo a nivel local sino también internacional, como producto de la Guerra Fría, que dejó trágicas consecuencias con gran pérdida de vidas y daños materiales.

El hecho que relato se dio en los tiempos más complicados del conflicto armado y generó posteriormente un debate interminable sobre lo sucedido. Al principio, fue entre el gobierno de turno de cada época y los grupos insurgentes. En el tema concreto de la Embajada de España la población civil (dentro de la cual me incluyo) se esforzó por defender la verdad de los hechos y denunciar las mentiras que se decían sobre lo acontecido. Lamentablemente, pareció no haber logrado ningún resultado.

El presidente Lucas García acusó la acción como una obra de la insurgencia terrorista, en complicidad con el embajador español, pero después de ser depuesto García por un golpe de Estado el 23 de marzo de 1982, los siguientes gobernantes no quisieron vincularse al gobierno anterior, y prefirieron evadir cualquier comentario sobre el hecho. En los años siguientes continuó la discusión del caso de la embajada, especialmente en cada aniversario. Los grupos de izquierda del país aprovechaban la ocasión para atacar por este suceso a los gobiernos que siguieron. Los grupos insurgentes lograron con éxito hacer creer su versión en el ámbito internacional, aunque la discusión sobre la embajada siempre se centró en dos hechos concretos: a) Quiénes fueron los responsables de iniciar el fuego y b) Cuál fue la responsabilidad del gobierno español y de su embajador en Guatemala, Máximo Cajal, en lo sucedido.

Aunque se tuviesen las respuestas correctas a dichas preguntas, poco cambiarían las consecuencias de lo sucedido. Tampoco me devolverán a mi amado padre, Adolfo Molina Orantes, quien fue una de las víctimas durante la toma de la embajada.

Ante el presupuesto de la impunidad y la falta de una investigación real y objetiva, el clamor por la verdad sigue vigente. Al final de este relato quedará claro que lo acontecido conlleva un fondo mucho más complejo que se ha escondido en la discusión de los detalles de los hechos, siempre con fines e intereses económicos y políticos.

Varios predicados, en un inicio inaceptables para algunos, se han ido esclareciendo con el transcurso de los años. Por ejemplo, que fue el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) el que planeó y dirigió la toma de la embajada. Al principio la insurgencia lo negó enfáticamente: sostenía que solo campesinos indígenas y estudiantes universitarios habían ejecutado la acción. La justicia parcial, sesgada, de la sentencia emitida en 2015 por el Tribunal B de Mayor Riesgo, que condenó a un solo miembro de la Policía responsabilizándolo de todo lo sucedido, dejó más interrogantes que respuestas. Hay responsabilidades que no fueron declaradas y que jamás lo serán puesto que la mayoría de los involucrados ya falleció.

En un inicio, las circunstancias en las cuales se dieron los hechos eran más claras, ya que estuvieron presentes cientos de curiosos, reporteros, periodistas y hasta telenoticieros que filmaron los sucesos. Pero muy pronto la opinión pública se vio confundida por una campaña de desinformación y noticias falsas, tanto local como internacionalmente. La polarización ideológica del país y del resto del mundo alineó las opiniones según la afinidad política.

Esta polarización continúa tan vigente en nuestra sociedad como el primer día. El único punto medio que existe es el de la indiferencia o la ignorancia. No contribuye tampoco que los acontecimientos de finales de los años setenta y principios de los ochenta sean del todo desconocidos para una población menor a los cincuenta años de edad, que son mayoría.

Ha representado un verdadero reto para mí tratar de ilustrar esta obra con opiniones y datos de los hechos que no me constan personalmente o que son de índole distinta a mi testimonio y relato, ya que gran parte de la bibliografía existente se encuentra enmarcada y descrita según la posición ideológica de sus autores, con muy pocas excepciones neutrales y objetivas. Considero que se encuentran dos importantes excepciones: el libro del antropólogo David Stoll, Rigoberta Menchú y la historia de todos los guatemaltecos pobres (1999), y el del historiador Jorge Luján Muñoz, La tragedia de la Embajada de España en Guatemala, 31 de enero de 1980: perspectivas, controversias y comentarios (2007), en los que encontré información objetiva que me ayudó a dar forma y contenido a esta narración y que recomiendo al lector consultar si desea conocimientos más amplios sobre e

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