Una profunda crisis de confianza se ha instalado en el alma nacional, un sentido de crisis recorre Chile, un malestar se ha apoderado de muchos compatriotas. Es algo que todos sentimos y percibimos, cada uno en el ámbito en que se desempeña, en la mesa del hogar, en la conversación casual con los compañeros de trabajo, en las frases furtivas que intercambiamos casualmente en el transporte público o en la calle, en los estados de ánimo que observamos o expresamos en las redes sociales.
Algunos lo ven como una gran sorpresa, otros como un momento que por largo tiempo han esperado. Unos temen los efectos que puede tener sobre nuestro proceso de desarrollo, otros se llenan de esperanza por los cambios que puede detonar. Algunos ven procesos naturales en las aspiraciones de generaciones emergentes que necesariamente deben cuestionar lo que hicieron las anteriores, otros sienten cierta injusticia en la falta de reconocimiento de los logros del difícil proceso que emprendió el país hace veinticinco años, cuando se consiguió el fin de la dictadura y se permitió que la ciudadanía pudiera por primera vez en mucho tiempo soñar y construir su país.
Hoy día la mayor parte de los chilenos sentimos disconformidad con el funcionamiento del sistema político y democrático y creemos en la necesidad de hacer transformaciones que dignifiquen la política. Los que somos partidarios de continuar en la senda de un proceso de desarrollo que signifique mayor bienestar para todos, inclusivo y sostenible, sabemos que no será posible llevar adelante una agenda transformadora responsable si persisten las dudas que habitan entre nosotros, pues estas pueden convertirse en debilidades de fondo de nuestro sistema político e institucional. No será posible avanzar si perdura la crisis de confianza.
Es de la mayor importancia que todos intentemos entender qué es lo que nos pasa. Tal como ocurre con las crisis familiares o personales, existe la tentación de arreglar los problemas haciendo cosas, actuando, interviniendo. Inevitablemente, siempre será necesario «hacer cosas», pero si se hacen antes de pensar con cuidado y calma los problemas, se pueden cometer errores y empeorar la situación. En las familias, en los grupos de amigos, en los vecindarios y en la intimidad individual suele verse que la primera cosa que se nos ocurre para arreglar los problemas no siempre es la más acertada. En esas situaciones, y reconocida esta dificultad, resulta útil la sabiduría que nos otorga la perspectiva histórica.
Todavía están presentes entre nosotros muchos compatriotas que vivieron y protagonizaron las tribulaciones, dificultades, alegrías y tragedias del Chile de la segunda mitad del siglo XX. Esos compatriotas vivieron procesos revolucionarios y contrarrevolucionarios, utopías políticas y tragedias humanas, épocas de crecimiento y de quiebra, bonanzas y depresiones. Persiguieron varios sueños, probaron sus límites, mascaron sus decepciones y contemplaron sus logros. No es esta la primera vez que Chile se llena de dudas, ni fue la última década del siglo XX la primera vez que nos llenamos de entusiasmo por el cambio y la reforma. Quienes hemos tenido el privilegio de vivir los procesos sociales de los últimos cincuenta años recordamos otros entusiasmos y otras decepciones, épocas de enorme legitimidad política y también otras crisis de confianza. Aprovechemos que todavía están entre nosotros esas miradas y esas historias para ver y pensar de una manera diferente lo que nos pasa ahora. Quizás nos puedan servir para encontrar ideas, convicciones, estrategias y fuerzas que nos ayuden a construir todos juntos las soluciones a los problemas que enfrentamos hoy.
Para avanzar siempre es necesario recurrir a la memoria. Jorge Ahumada fue un brillante economista chileno de inspiración social cristiana cuyo rol público se vio truncado por su temprana muerte. En 1958 escribió un libro seminal para entender los problemas económicos y sociales de Chile y la necesidad de realizar cambios con miras a alcanzar el desarrollo y terminar con la pobreza. Lo llamó En vez de la miseria. Tuvieron que pasar muchas vicisitudes —experiencias de transformación, regresión, catástrofe y reconstrucción democrática— y muchos años de progreso para reducir radicalmente esa miseria de la cual él nos hablaba.
Hoy hemos dado grandes pasos hacia adelante y ya no es la miseria lo que caracteriza a Chile, pero la desconfianza y el pesimismo que se han instalado no nos permiten dar los necesarios nuevos pasos para llegar al umbral del desarrollo con mayor justicia. Por ello hemos llamado a este libro En vez del pesimismo; queremos proponer un nuevo impulso que nos saque de la actual anomia y nos permita alcanzar una meta que es perfectamente posible.
Es precisamente eso lo que busca este libro: contribuir con una perspectiva basada en mi experiencia participando junto a varias generaciones de chilenos en los procesos históricos de nuestro país. Pretendo aportar a una comprensión lo más compartida posible de esta sensación de gran frustración y desconfianza, de rabia y decepción, de desánimo y desgano, de indignación y cinismo.
La hipótesis básica del libro es que si fijamos la mirada en un horizonte estratégico nos será más fácil discutir constructivamente sobre lo que queremos hacer en el país. Si miramos y pensamos el país que queremos para el año 2040 podremos concebir con mayor claridad las políticas públicas y los ordenamientos políticos que necesitamos durante la primera mitad del siglo XXI. ¿A qué nivel de desarrollo aspiramos en ese plazo? ¿Qué estructura productiva queremos tener? ¿Qué impactos ambientales creemos que podemos tolerar? ¿Qué nivel de equidad podemos construir? ¿Cuáles son ahora los nuevos desafíos culturales? Estoy consciente de que quedarán pendientes en estas páginas temas importantes como los de género y seguridad ciudadana, las demandas de los pueblos originarios y las políticas migratorias. He buscado dar aquí grandes esbozos para una mirada estratégica sobre el país proyectado al 2040, y estos otros temas requieren un tratamiento más específico. Espero poder abordarlos más adelante; este ejercicio a mediano plazo nos permite plantearnos respuestas claras respecto de lo que hay que hacer ahora.
Para hacer esto conviene seguir algunos pasos:
Primero, necesitamos constatar que existe una crisis de confianza, que es real, que es importante, que refleja cosas de fondo, que no es un capricho frívolo, un berrinche «adolescente», una conspiración mediática ni un «desmadre» de masas ignorantes o populistas, como algunos sectores empresariales y conservadores repiten en forma descalificatoria una y otra vez. No, la crisis de confianza es algo real, es una reacción adulta y responsable de ciudadanos que llevan años contribuyendo al crecimiento económico, al desarrollo democrático y a la sofisticación cultural de nuestro país, pero que sienten que hemos llegado a un punto en que es necesario realizar cambios y repensar lo hecho. Los viejos profesores lo saben: la tozudez y la arrogancia son el último refugio de los conservadores desconcertados. No es un defecto intelectual saber cambiar para hacerse cargo de los desafíos de la historia.
Segundo, necesitamos caracterizar las diferentes causas que se encuentran detrás de e