Índice
Cubierta
Introducción
Capítulo uno. El golpe a través de la ventana
La situación es grave
Ataque con cohetes
Entre dos amores
Una radio en la escuela
Pedagogía terapéutica
Capítulo dos. Infierno en el calabozo
Las primeras señales de la dictadura
Tenso interrogatorio
Delitos en tiempos de paz
Amor en Buenos Aires
Retorno a las aulas
El comienzo de un hito
Capítulo tres. Silenciados por informar
«La verdad nos hará libres»
Muerte en la clínica
Primera protesta, primera clausura
La Victoria sin Jarlan
Terremoto de marzo
Triple degollamiento
Capítulo cuatro. 1986-1988: Los años decisivos
«¡Quemaron a unos muchachos!»
Atentado en la cuesta
¿Mensajero de la vida o de la paz?
Candidato único
Con Volodia y «Tencha» en México
Grito de libertad
Capítulo cinco. Un nuevo amanecer
Alegría opacada
Retorno a las urnas
Asunción del mando
Experimento neoliberal
El ocaso del dictador
Capítulo seis. Conversaciones con historia
Piñera reticente
Aylwin, un tribuno
Frei, el menos político
Lagos, el catedrático
La cercanía de Bachelet
Transmisión desde China
Capítulo siete. Periodismo de calidad
Alumno responsable
Reflexión
Redes sociales
Capítulo ocho. Apuntes sobre el Chile de hoy
Desprestigio institucional
Inequidad
Cambios en la educación
Una nueva Constitución
Créditos
El que no conoce la verdad es simplemente un ignorante. Pero el que la conoce y la llama mentira, ¡ese es un criminal!
BERTOLT BRECHT
Introducción
—Sergio, nos gustaría conversar contigo. En la editorial estamos interesados en que escribas un libro, en el que relates tu experiencia como la voz emblemática de radio Cooperativa durante la dictadura.
El editor de Penguin Random House se escuchaba convincente al otro lado del celular. Era octubre de 2014. Después de salir de mi asombro le agradecí que la editorial hubiese reparado en mi trabajo, pero le pedí que lo conversáramos más detenidamente. Se anticipaba como un desafío interesante, pero debía meditarlo y saber conciliarlo con mi trabajo en la radio Cooperativa, mi tarea de entrevistador en el canal del Senado y mis labores de académico.
A los pocos días nos reunimos a tomar un café y el editor me hizo ver la importancia de que plasmara mis vivencias como conductor de El diario de Cooperativa en los durísimos años del régimen de Pinochet; que narrara lo que me pasó o lo que sentí cuando debí informar sobre los casos más escabrosos ocurridos durante esos diecisiete años. Los auditores me identificaban —remarcó— como la voz histórica de la radio y sería interesante para ellos conocer lo que sucedía en la emisora, entre bambalinas, durante el gobierno de facto.
Mientras conversábamos, desfilaban por mi mente, con detalles, escenas dolorosas que creía olvidadas; rostros de amigos que fueron víctimas de violaciones a los derechos humanos y de cuyos crímenes debí informar a la ciudadanía, ocultando mi desgarro en lo profundo del alma.
Para relatar esas experiencias que me marcaron debía abrir las compuertas del recuerdo. Sabía que sería doloroso volver a enfrentarme con ese pasado, pero sentía también muy fuerte que debía hacerlo, que era necesario que quedara un testimonio. No por un afán de ego, sino como un homenaje a esos amigos y conocidos que partieron al exilio o murieron con la esperanza de que Chile volviera a respirar en libertad.
Cooperativa, es cierto, jugó un papel preponderante durante los años oscuros de la dictadura. A pesar de que trataron de asfixiarla, siguió avanzando. En esos momentos no podíamos visualizar que estábamos dejando un legado para el registro de la historia.
El público me define como la voz emblemática de la radio y eso me da cierto pudor. En esta tarea de llevar la verdad a los hogares estuvo comprometido todo el equipo de profesionales de Cooperativa, partiendo por el directorio y los ejecutivos de la Compañía Chilena de Comunicaciones —propietaria de la emisora—, periodistas, locutores, sonidistas, productores y todo el personal administrativo que siempre estuvo al servicio de la gestión programática e informativa.
La rigurosidad y pasión que he puesto en mi labor han sido recompensadas, además de la confianza de los auditores, por distinciones que me han llenado de orgullo. En 2010 fui galardonado con la orden al Mérito Docente y Cultural Gabriela Mistral en el grado de Gran Oficial, por mi contribución a la educación, la cultura y la comunicación, según dice el decreto gubernamental. Un año después recibí el Premio Nacional de Periodismo.
Mención aparte merecen numerosos reconocimientos de organizaciones de derechos humanos, educacionales, culturales, estudiantiles y sindicales.
Gracias a los centenares de periodistas que han formado la familia de El diario de Cooperativa, desde Delia Vergara, en los años setenta, hasta Óscar Pastén y Eugenio Sierralta en la dirección actual.
Quiero agradecer también a mi madre, Etelvina Ulloa Saavedra, que ya no está conmigo, y que fue la base de mi formación inicial. A Verónica Toro Péfaur, mi mujer, quien siempre me alentó para que no desistiera en los capítulos más amargos de la dictadura y que ha tenido tolerancia y comprensión en momentos críticos; a mis hijos Lorena, Camilo y Valentina, y a mis nietos Javiera y Tomás.
A mis compañeros madrugadores, los periodistas Verónica Franco y Rodrigo Vergara y los sonidistas Esteban Araneda y Marcos Concha, que cada madrugada me acompañan con el «Buenos días, Chile, buenos días, América y buenos días al mundo a través de cooperativa.cl».
A los muchachos del diario electrónico que trabajan en la proyección y permanencia de los contenidos de la radio Cooperativa y que van incluso más allá en la plataforma digital.
A mis colegas profesores de la Universidad de Santiago y de la Universidad de Chile, que han sido un estímulo permanente para servir a al país desde la educación pública.
Al editor y periodista Daniel Olave por su confianza y motivación, ya que asumió como propio el proyecto. Y a la periodista Patricia Schüller por su entusiasta colaboración.
La frase bíblica «la verdad nos hará libres» ha guiado siempre mi trabajo y lo hará hasta el final de mis días.
Verdad y libertad unidas para la eternidad.
Sergio Campos Ulloa
Santiago, abril de 2016
Capítulo uno
EL GOLPE A TRAVÉS DE LA VENTANA
La situación es grave
Las nubes cubrían el cielo esa madrugada. El viento gélido de septiembre, que estremecía las hojas de los árboles y golpeaba mi rostro, me hacía recordar que todavía estábamos en invierno. Al traspasar la puerta de radio Corporación, la misma que había cruzado por primera vez hacía tres años, miré el reloj y este marcaba la una en punto. Me habían llamado para que me presentara porque el intento de golpe militar, que hasta ese momento solo había sido un rumor, era una realidad.
A esa misma hora, el presidente Salvador Allende había hecho el último intento frustrado de contactarse con el comandante en jefe del Ejército, general Augusto Pinochet, a quien había designado en el cargo el 23 de agosto de ese año. Cuando llegué a la radio me estremecí. No era el frío de la noche cerrada sino que mi instinto, al que a mis veinticuatro años le hacía poco caso, el que me avisaba que en pocas horas más presenciaría uno de los hechos más feroces de la historia de Chile. Al mirar por la ventana, esa misma a través de la cual veía a veces el azul sereno del cielo, sería testigo del horrendo bombardeo a La Moneda y del término abrupto y sangriento del gobierno de un mandatario constitucional.
Los estudios de CB 114 AM, que habían sido adquiridos en 1970 por el Partido Socialista, se ubicaban en Morandé 25, a un costado del edificio del Banco del Estado, frente a lo que es hoy la Plaza de la Constitución. Esa mañana del 11 de septiembre se respiraba una atmósfera nerviosa en la oficina. Yo estaba, entre otros, con Miguel Angel San Martín, director de prensa, y Julio Videla, locutor, que había cumplido el turno de noche.
El senador socialista Erich Schnake, que era miembro del directorio de la radio, había salido muy temprano de su casa, en la calle Sánchez Fontecilla, y cuando se asomó a la sala de redacción, sus ojeras hundidas delataron un largo desvelo. Se había estado contactando en las últimas horas con el secretario general del partido, Carlos Altamirano, y con algunas personas que estaban en la residencia de Allende, en Tomás Moro.
El sonido del teléfono nos sobresaltó. Al otro lado de la línea una persona avisaba que nuestra emisora asociada en Valparaíso, CB 134 radio Porteña AM, había sido tomada por oficiales de la Marina. Schnake palideció y tomó el mando del equipo. Más tarde transmitiría mensajes de defensa del Gobierno. Sabíamos que se anticipaba una jornada larga, quizás una de las más duras de nuestras vidas, y que debíamos entregarnos por entero en esas transmisiones. Al igual que los condenados a muerte, que hasta el final abrigan esperanzas de salvarse, confiábamos en que los golpistas no lograrían su cometido.
Faltaban pocos minutos para las ocho de la mañana cuando sonó el citófono que nos conectaba con La Moneda. Era Allende, que pedía hablar con Schnake. Pudimos escuchar el diálogo, porque el control accionó los equipos: «Les llamo para informarles que la situación es grave. Se ha sublevado la Armada en Valparaíso, hay movimiento de tropas en Santiago y me dicen que también en Los Andes». Schnake fijó la vista en el ventanal y contestó con voz firme: «Presidente, estamos a su disposición».
Allende nos pidió que nos quedáramos en la radio, que no nos expusiéramos. Como hombre visionario proyectó que la situación se tornaría difícil, que sin duda nos avasallarían. Fue el único capaz de advertir lo que ocurriría en el país y lo anticipó en su discurso: «Seguro muchos chilenos serán masacrados». Nos comunicó que les solicitaría a los funcionarios que se encontraban en La Moneda que salieran del edificio, en especial a las mujeres y personas mayores.
Cuando terminó la conversación con el senador, el mandatario habló a la ciudadanía remarcando que esperaba una respuesta positiva de los militares:
Tengo la certeza de que los soldados sabrán cumplir con su obligación.
Serían tres las intervenciones del presidente esa fría mañana. Nos bombardearon la planta transmisora que estaba en una parcela de avenida La Florida. No nos amilanamos y seguimos transmitiendo por FM, aunque con muy baja cobertura.
Muy temprano habían despegado del aeropuerto Carriel Sur de Concepción cuatro aviones caza Hawker Hunter con la misión de silenciar las emisoras de Santiago que rechazaban el golpe militar. Estas eran Corporación, Portales, Nacional, Luis Emilio Recabarren, Candelaria y Magallanes, que formaban parte de la cadena La Voz de la Patria.
Enrique Gutiérrez, subdirector de radio Corporación, comenzó a informar a los auditores que habían intentado acallar la emisora:
Aviones de la Fuerza Aérea de Chile han atacado la planta transmisora de radio Corporación. Esto está indicando que todas las fábricas deben ponerse en pie de combate. Esto está indicando que todos los sindicatos deben ponerse en contacto por los cordones industriales con la Central Única de Trabajadores y prepararse para lo que venga. Lo importante en estos momentos, camaradas, es que pase lo que pase, el pueblo debe estar unido. Cada fábrica, cada fundo, cada población deben convertirse en baluartes del pueblo. Hay que guardar la calma y serenidad, pero eso no quita que se esté preparado para lo que venga. Hay que mantener la cabeza muy fría y el corazón ardiente. Esta es una transmisión especial para todo Chile, la planta transmisora de radio Corporación ha sido atacada por un avión de combate. Este avión de combate disparó ráfagas de ametralladora en contra de nuestras antenas con la intención de acallar nuestra voz. Esto no fue posible (...)
El primer mensaje de Allende lo repetimos varias veces. Le pedíamos a la gente que lo escuchara. En una transmisión de unos cuarenta y cinco minutos hicimos hincapié en que el Gobierno era legítimo, que había sido elegido por el pueblo.
Mi voz sonó fuerte a través del micrófono:
Llamamos a todos los soldados, clases y suboficiales a rebelarse en contra de las órdenes que sean al margen de la Constitución y la ley, entregadas por oficiales golpistas, sediciosos y reaccionarios. Hay un Gobierno constitucionalmente elegido, presidente de ese gobierno es el doctor Salvador Allende. Él es el presidente de los chilenos, la máxima autoridad de nuestro país. Los trabajadores lo dijeron una vez... Paremos el golpe, ¡el pueblo unido jamás será vencido!
Horás más tarde, antes de que nos silenciaran las transmisiones FM, dimos lectura a las instrucciones que había entregado la Junta Militar en orden a que «todas las estaciones de radiodifusión de la provincia de Santiago deben de inmediato silenciar hasta nuevo aviso la totalidad de sus transmisiones en onda larga, en onda corta y frecuencia modulada». Se indicaba que «el país continuará siendo informado exclusivamente a través de red de radiodifusión de las Fuerzas Armadas, las que permanecerán transmitiendo en forma continuada hasta nuevo aviso».
Ataque con cohetes
Desde los ventanales de la radio, en el segundo piso, teníamos una vista privilegiada de La Moneda. Desde temprano sentimos el ruido sordo de los aviones de combate que sobrevolaban Santiago. Durante la mañana los tanques fueron copando los alrededores del Palacio de Gobierno. Jóvenes que integraban el Grupo de Amigos del Presidente (GAP) se encontraban apostados en los balcones defendiendo el símbolo de la democracia. Poco antes del bombardeo, vimos salir a un grupo de personas con los brazos en alto hacia la calle Morandé.
Pasadas las once de la mañana pudimos observar cómo cambiaba la historia. Dos aviones de guerra lanzaron cohetes Sura P-3 a La Moneda. El bombardeo fue espantoso, recuerdo que me estremeció las entrañas. Nunca más he vuelto a sentir ese desorden en el corazón. La emisora estaba inserta en el edificio del Banco del Estado y cerca de ahí algunos grupos de personas resistían. Los soldados disparaban a diestra y siniestra. En las ventanas de la radio, como silenciosos vestigios, quedaron incrustadas balas de guerra.
El situaciones límite el hombre saca fuerzas que desconoce. Estábamos desgarrados, pero continuábamos transmitiendo por frecuencia modulada. No sabíamos qué había pasado con Allende, con los dirigentes de la Unidad Popular (UP). Veíamos pasar soldados con pañuelos naranjas y amarillos en el cuello. Desconocíamos cuáles eran leales al presidente. Al final del día comprendimos que todos eran golpistas.
No podíamos anticipar cuánto tiempo estaríamos encerrados en la radio y, atendiendo a que nuestro estómago ya daba señales de no haber recibido alimento alguno, nos pusimos a hurgar para ver si teníamos comida. Descubrimos una bolsa de porotos que se transformó en la más sabrosa de las meriendas. Ese plato fue un bálsamo en medio de tanto dolor. En los cajones de mi escritorio tenía guardado íntegro mi sueldo y encima, todo desordenado, había libros, discos y audios de Cuba que me habían enviado para algunos programas. Ese material era muy comprometedor, pero era lo que menos me preocupaba en esos momentos.
A las cinco de la tarde derribaron la antena FM que estaba ubicada sobre el techo del edificio. Erich Schnake nos pidió que saliéramos. Lo hicimos en grupos de a dos o tres. Yo salí con Miguel Ángel San Martín y comprobamos que la reja de la galería Antonio Varas, que daba hacia Morandé, estaba cerrada.
—¡Salgan de ahí! Váyanse de inmediato a la otra puerta del banco —gritaron unos oficiales.
El acceso al qu