Soy Amo de Casa

Soy Amo de Casa

Fragmento

Desde que el hombre es hombre y la mujer es mujer, existieron la mugre y el desorden. El cavernícola, encorvado —como describen los antropólogos a nuestros antepasados—, llegando a la casa con la cacería o recolección del día, con tierra en los pies, entrando a la cueva, los hijos corriendo por ahí, la madre persiguiendo a los pibes para que no se rompan la cabeza ni se acerquen a ese mamut salvaje, el marido pidiendo a los gritos —la lengua fue algo que vino después— la comida y, mientras tanto, todos ensuciando todo. Si hasta me los imagino posando: ella tapándose los pechos con un pedazo de cuero para darle el gusto al occidente actual, él con un garrote o una piedra en la mano; de fondo la caverna, impoluta. Sonrían, ¡whisky!, hermosa foto para el cuadrito.

Chistes aparte, traigamos la situación al día de hoy y veremos que no difiere demasiado de la realidad en el mundo occidental. Sí, cuarenta mil años después —si consideramos a esta familia unos Homo sapiens sapiens— el cantar sigue siendo más o menos igual: la mujer en la casa con los hijos, el hombre proveyendo la comida, exigiendo que la casa esté limpia y la comida lista porque él “trabaja”. ¿Te suena?

Sin ir más lejos, tuvieron que pasar dos mil veinte años occidentales (siendo un poco positivos) para que un varón pudiera decir que es amo de casa y escribiera un libro sobre tareas domésticas sin ser víctima de burlas. Pero, aun así, llama la atención.

Vamos a empezar con un par de reglas:

Este libro no está dirigido solamente a mujeres.

Este libro no está dirigido solamente a hombres.

Este libro no está dirigido solamente a familias tipo: mamá, papá, los dos nenes y el perro (ay, ¡qué lindo el perro!).

Este libro no está dirigido solamente a propietarios, ni a inquilinos, ni a gente que vive en una supermansión ni a aquellos que alquilan un cuarto de dos por dos.

Este libro es para hombres, mujeres, abuelos, infantes, familias numerosas o de una sola persona.

Este libro es para todo tipo de familias. Si no estás seguro acerca de si tu familia es una familia, te lo respondo yo: LO ES.

Todos/as somos amos/as de casa. Por lo tanto, este libro es para todos.

Paso a contarte que yo toda mi vida fui un amo de casa. Nací el 26 de enero de 1985 en Esperanza, Santa Fe. No me consta, pero en mi familia todas las Navidades se habla de que mi mamá estaba haciendo, como era su costumbre todas las semanas, una “limpieza general”. Esa mañana, a punto de parir, había levantado todos los muebles de la casa, los había puesto sobre la cama y las mesas. En aquel entonces mis padres vivían en el campo y mi abuela en la ciudad. En una de sus caminatas diarias, mi abuela pasó por el hospital como quien pasa a buscar el diario y uno de los médicos le pidió que le recomendara a mi mamá que fuera para allá porque ya estaba en fecha de parto.

Fue entonces que le pidió a mi abuelo que fueran a buscar a mi mamá al campo. Pero hubo un problema: había llovido, y mi abuelo se negaba a ensuciar el auto. Finalmente lo convenció, llegaron al campo y surgió otro problema: el piso de la casa estaba mojado, así que mi mamá no los dejó entrar hasta que se secó. Solo entonces ella salió de la casa y así nos fuimos al hospital. Si tenía que nacer, iba a ser con la casa impecable. Y así crecí: en un entorno en el que el orden y la limpieza siempre fueron la norma y en el que las tareas domésticas nunca me fueron ajenas.

Desde que recuerdo, soy el responsable de tender mi cama, guardar mi ropa, lavar los platos y colaborar con todas las tareas de la casa. De más grandes, con mi hermano aprendimos a limpiar el baño y a planchar. Pero lo más importante es que, si bien mi mamá dirigía la batuta, lo hacíamos entre todos. Los tres varones de la casa —mi papá, mi hermano y yo— hacíamos las cosas a la par de ella. Siempre juntos y en equipo. Incluso en las épocas en que tuvimos una empleada que nos daba una mano con la limpieza, colaborábamos con ella.

Esto fue así hasta que terminé la secundaria y me fui a vivir con dos amigos a un departamento en la ciudad de Santa Fe para estudiar diseño gráfico. Ese fue mi primer desafío como amo de casa full time y tomando las riendas del asunto: hacer que un departamento de estudiantes en el que convivía con dos personas —que de amos de casa tenían poco— se convirtiera en mi hogar. Porque de eso se trata ser amo de casa: de convertir cualquier espacio en un hogar. La primera prueba salió bastante bien. Con organización pudimos llevar esa casa adelante.

Después viví con mi hermano en otro departamento y siempre recibía halagos de los que nos visitaban. Luego estuve un tiempo viviendo en Brasil, en una fraternidad en la que compartía un departamento muy chico con cinco brasileños. ¿Adiviná cuál era el único hogar de todo el predio que estaba limpio y ordenado? ¡Sí!, el nuestro. Pero no porque nosotros fuéramos mejores que el resto, sino porque teníamos un método que nos organizaba. Porque otra cosa que quiero que te lleves de este libro es un método.

Cuando volví a la Argentina, me recibí y me mudé a Buenos Aires, donde empecé a trabajar en una agencia de publicidad. Y finalmente vivo en esta casa, la que conocés por Instagram, en la que me siento cien por ciento amo de casa. Si bien durante todas las etapas de mi vida estuve en espacios limpios y organizados, tratando de apropiarme de cada lugar que habitaba, fue en esta última casa donde aprendí el método que voy a compartirte.

Estas son algunas de las razones que me motivan a contarte mi experiencia como amo de casa:

Cuando venían a casa, mis amigos/as me decían: “¡Vos debés de vivir limpiando y ordenando!”. “¿Cómo que lavás la ropa con vinagre?”. “¿Cómo hago para limpiar la olla que se me quemó?”. Todas esas preguntas me hicieron darme cuenta de que tenía algo para contar: mi forma de hacer las cosas, en lo que creo... mi vida como amo de casa. Y después de meditarlo por más de un año, me animé a abrir literalmente las puertas de mi casa, primero en una cuenta de Instagram y ahora con este libro.

Había un lugar que nadie estaba ocupando. Ya sé que no soy ni el primero ni el último hombre que se ocupa de su casa, pero nadie lo estaba visibil

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