El circo de los pueblos

José Ignacio Lladós

Fragmento

INTRODUCCIÓN
MUCHO MÁS QUE UN DEPORTE POPULAR

En 1969, el Santos de Pelé se trasladó a África para disputar unos amistosos, dos de los cuales debían jugarse en Nigeria, que estaba en guerra civil. A pesar del riesgo de viajar a un país en conflicto, el equipo brasileño aterrizó en suelo nigeriano e, inmediatamente, la batalla que había explotado un año y medio antes, cuando un grupo opositor al Gobierno reclamó la independencia de la región de Biafra, entró en un alto el fuego, porque todos prefirieron ver a Pelé. El fútbol tiene el poder para convertirse en una herramienta de paz.

También en 1969, Honduras y El Salvador entraron en guerra, justo unos días después de que debieran dirimir en una cancha cuál de los dos se clasificaría para el Mundial de México 70. A ese enfrentamiento bélico se lo llamó “la guerra del fútbol”, porque muchos interpretaron que aquellos partidos exacerbaron tanto los ánimos que se convirtieron en detonantes de la batalla. En 1990, un equipo croata (Dinamo) y otro serbio (Estrella Roja) debían jugar un encuentro decisivo por la liga yugoslava. El partido no empezó porque las hinchadas se pelearon y los jugadores croatas intervinieron y se trenzaron a los golpes con la policía. Para muchos croatas, ese es el punto inicial de la lucha por la emancipación de Croacia y de la disolución de Yugoslavia. Ambos casos demuestran que, como inmenso amplificador de emociones que es, el fútbol puede potenciar el nacionalismo.

En Cataluña, cuando el dictador Francisco Franco prohibió los símbolos regionalistas y las lenguas que no fueran el castellano, los partidos que el Barcelona disputó como local fueron un espacio para que los catalanes hablaran y cantaran en su idioma, para que desplegaran la senyera (la bandera de Cataluña) e incluso para que se animaran a gritar y cantar en contra del poder central. El Barça, un equipo, un club, o más que eso, fue entonces y es ahora la bandera de una región que se consideró oprimida. El fútbol también suele convertirse en una seña de identidad.

En 1978, cuando la Argentina ganó el Mundial organizado por el Gobierno de facto que conducía el país, los militares argentinos creyeron que podrían perpetuarse en el poder. A pesar de las torturas y los asesinatos que años más tarde los sentenciarían a prisión, la obtención de una Copa del Mundo les generó a los gobernantes la ilusión del poder eterno. El fútbol tiene la capacidad para distraer a los pueblos.

En 1991, el narcotraficante colombiano Pablo Escobar y algunos de sus secuaces fueron recluidos en la cárcel La Catedral, en el municipio de Envigado. Hacia allí se dirigieron varios de los futbolistas más importantes de Colombia para visitarlo y para disputar partidos amistosos contra un equipo de narcos y asesinos. Escobar, capo del cartel de Medellín, como los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela, líderes del cartel de Cali, supieron construir una relación de amistad y confianza con el mundo del fútbol, que les dio estatus y relaciones. El fútbol es una fuente de poder.

En 1994, después de comprar el Milan y transformarlo de un equipo normal a una referencia planetaria, el italiano Silvio Berlusconi, que ya era una celebridad en su país antes de tomar posesión del conjunto milanés, ganó las elecciones que lo convirtieron en primer ministro de Italia. En 2018, el exfutbolista George Weah, Balón de Oro en 1995 y único africano considerado alguna vez como el mejor jugador del mundo, fue elegido presidente de Liberia. No hay otro futbolista de élite que haya llegado a la máxima magistratura de su país. Entre los atributos del fútbol, evidentemente, también figura la posibilidad de “crear” un líder nacional.

El fútbol es la actividad más visible del mundo, sin discusión. Absolutamente nada concentra tanta atención como un Mundial. La prueba de ello es que Rusia 2018 fue visto por la mitad del planeta (unos 3500 millones de personas), según la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA). No existe elección política, ni discurso, ni concierto, ni manifestación que puedan acercarse en interés global. Nada.

El fútbol es el entretenimiento más grande del planeta y, como tal, desde la primera mitad del siglo XX el poder buscó utilizarlo. Del fútbol buscaron aprovecharse Mussolini, Hitler, la dictadura argentina con el Mundial 78, los jeques árabes, Pablo Escobar, la Camorra napolitana. También expuso las diferencias en la ex-Yugoslavia, en el distanciamiento entre Arabia Saudita e Irán, en la tensión entre Honduras y El Salvador. Del fútbol se valieron Pelé, Weah, Berlusconi, Macri, Piñera. Y, de alguna manera, del fútbol fue víctima Maradona, el jugador más utilizado de la historia.

A pesar de todo esto, el fútbol no siempre fue una herramienta de los poderosos. Hubo una transformación, que acompañó en paralelo el crecimiento de la actividad y los continuos cambios políticos del mundo. Esta es la historia.

DEL CIRCO ROMANO AL FÚTBOL ACTUAL

Se atribuye a los romanos la creación de la política populista del “pan y circo”. Panem et circenses, lo describió el poeta romano Juvenal más de 100 años antes del nacimiento de Jesucristo. Por “circenses” (se pronuncia quirquenses, en latín) se entiende “juegos del circo”, y tiene que ver con que, frente al creciente malestar de la población por la falta de condiciones de vida satisfactorias, el Gobierno del Imperio desarrolló una política para contentar a las clases más desfavorecidas con algo de comida (generalmente, trigo) barata o gratuita y juegos lúdicos, que lograron mantener a la gente distraída y desenfocada de sus carencias cotidianas. No se sabe si efectivamente el populismo nació más de un siglo antes de Cristo en Roma, pero al menos son las primeras referencias de lo que luego sería la industria del entretenimiento utilizada por el poder para su beneficio.

Aquel circo romano es el fútbol de los siglos XX y XXI. Al fútbol, en verdad, muchas veces se lo define como “el opio del pueblo”, la misma descripción que utilizó Karl Marx en 1844 para referirse a la religión, a la que acusó de generar una “felicidad ilusoria” en los creyentes. “Opio” y “circo”, en este caso, podrían actuar casi como sinónimos, aunque vale una diferenciación: el opio atonta y el circo distrae.

El opio seda y quita reflejos, y la metáfora suele utilizarse para sugerir que el poder de turno aprovecha dicho estado para permear su ideología. El circo, en cambio, quita el foco de las cosas importantes, sin que ello implique adoctrinamiento.

El fútbol entretiene y distrae, y el poder fáctico ha sabido valerse de ello, como mínimo, desde que el deporte se convirtió en un fenómeno de masas o en un símbolo de unión (nacional, regional o local). Podríamos situar ese momento después de la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial. En Sport and International Politics, los autores Pierre Arnaud y James Riordan señalan que “el interés del poder en el deporte empieza a darse cuando el deporte se

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