Un kilómetro más

Sofi Cantilo

Fragmento

¿QUÉ ES 1KMMÁS?

Cuando me paro en el arco de largada de una carrera, y pienso que tengo 331 kilómetros por delante, el número me resulta imposible. Entonces me focalizo en las experiencias y en las aventuras que me deparan.

En algún momento, comienza a doler, uno se cansa, el camino se torna complejo y la cabeza patea para el otro lado. Y empieza el gran tema: me quedan 250 kilómetros, me quedan 200 kilómetros. ¿Cómo voy a correr 200 kilómetros más, si ahora estoy hecha bolsa? ¡No puedo correr 200 kilómetros más! Pero un kilómetro más, sí, puedo. Siempre podemos correr UN kilómetro más. Y así, de a UN kilómetro por vez, nos encontramos de pronto con que cubrimos esos 200 kilómetros que se nos hacían imposibles.

La vida es igual. ¿Cuántas veces nos encontramos con algo que nos resulta imposible? ¿Con una situación que no sabemos cómo encarar, que creemos que no vamos a poder superar? ¿Cuántas veces sentimos que no damos más, que no estamos listos para este desafío, que el problema es demasiado grande? Cada vez que esto ocurre, debemos dividir el problema en sus distintos componentes, abordarlo de a pasos más pequeños, ir por partes.

¿Puedo enfrentar este problema particular el día de hoy? Sí.

Hoy sí. Y si hoy resulta difícil, a lo largo de esta hora. Y si esta hora se hace eterna, a largo de este minuto. Y el que sigue. Y de pronto pude con los minutos, con las horas y con los días.

1KmMás, como las palabras que tengo tatuadas en mi muñeca derecha. Esas palabras que me obligo a mirar cuando creo que no puedo más.

Y entonces puedo.

Así.

De a poquito.

Como cuando corremos.

Un kilómetro más.

1KmMás es una forma de vida.

NO HAY GLAMOUR EN CORRER ULTRA

Está bien que mis pies no son demasiado largos. Son más bien cortos. Pero no está bien que sean más anchos que largos. Sin embargo, lo son. O lo parecen. Seguro que, si los mido, siguen siendo más largos que anchos. Pero no lo parecen.

Siento mucha presión. La presión es desde las crocs hacia mis pies, o tal vez de mis pies hacia las crocs. Sí, son mis pies los que quieren hacerlas estallar por el aire. Me aprietan tanto, que me cuesta sacármelas. Y ahí aparecen como si fueran castillitos hechos en la arena, los agujeros del calzado marcados en los empeines. Así de hinchados están.

Pasaron veinticuatro horas de la carrera (no importa qué carrera, cualquiera, la que sea mientras que sea muy larga… Antes se me ponían así con cualquier carrera de 100 millas, ahora solo con las más lentas, que implican mil horas arriba de mis pies, o con las de 200), y los pies se me van poniendo cada vez peor. El proceso de hinchazón dura unas 24 a 48 horas, y después empieza a aflojar. Mientras tanto, el cuerpo se sigue hinchando (o, en el mejor de los casos, se mantiene hinchado una semana o diez días).

No hay glamour en correr ultra.

Ahora que no hay más zapatos aprisionando mis pies, puedo sentir la presión sobre las uñas. Ya no están negras, porque saqué toda la sangre que había debajo de ellas. Pero se siguen llenando de líquido. Entonces busco el minicosturero que llevo conmigo a todas las competencias y agarro la aguja que ya está enhebrada. Me doblo como puedo, y meto la aguja debajo de la uña. La saco, y el líquido salta. Alguna vez, mostrándole a Tatu, le salpiqué la cara. Nos reímos, pero por el asco y la incomodidad.

No hay glamour en correr ultra.

Aprieto la uña y me duele. Aprieto hasta que salen unas burbujas y alguna gotita más. Aprieto hasta que no sale más líquido. Y paso a la uña siguiente. Por suerte, no están todas edematizadas. El tema es que, con tanto golpe, no me doy mucha cuenta de cuál sí o cuál no. Y por ahí pincho una que no tiene ampolla, y me duele. Un dolor innecesario, en este festival absurdo.

No hay glamour en correr ultra.

No hay glamour en no poder calzarte con dignidad, en sufrir de antemano cada vez que vas a pisar, porque tenés la planta del pie hinchada (sí, después de pisar durante 40, 50, 70 horas, se te hincha la planta del pie). Y está recontrasensibilizada, porque tenés ampollas. Y si elegiste bien las medias, el talle de zapas y la cantidad de vaselina o aceite con la que embadurnaste tus pies, y tenés la suerte de no tener ampollas, igual vas a tener los pies hipersensibles, porque sufrieron rozamiento durante un millón de horas. Y, en algún momento, por mucha polaina que hayas usado, se te metieron piedritas y basuritas. Quizás no te hicieron doler, pero te molestaron un poco. Pero si multiplicás esa molestia en el tiempo…

No hay glamour en correr ultra.

Porque a veces la piel de tus pies parece la de un pie que lleva una hora en el agua. Pero está seco, totalmente seco. Pasa que en la carrera cruzaste mil arroyos y ríos.

Y corriste por mallines que ensoparon tus medias y zapatillas. Y tus pies sufrieron más el rozamiento porque estaban mojados. Y ahora parece que tenés la piel podrida. Y sensible.

No hay glamour en correr ultra, pero ¡puta! ¡¡¡Cómo me gusta!!!

Si abrís mi ropero, vas a ver zapatos de varios tamaños. No es que haya otra mujer viviendo conmigo. Es que tengo algunos pares de sandalias y de botas que son un poco más grandes, para usar poscarrera. A veces me tiento, y los uso en situaciones normales. Medio me bailan, pero no me molestan. Ya estoy acostumbrada.

El lado b del ultrarunning incluye pies de orco y laceraciones por todo el cuerpo. Quemaduras profundas, provocadas por el rozamiento, que arden mil y que dejan cicatrices de por vida. Tengo una en mi clavícula derecha, supervisible, que me hice durante un “fondo” de casi tres horas, cinco días antes de mi casamiento. Y fui a la última prueba de vestido renerviosa, pensando si la tirita pasaría o no justo por ahí.

No hay glamour en correr ultra, pero hay fortaleza, pasión y mucha pero mucha magia.

Sin glamour. Así quedan los pies tras correr 160 kilómetros. A la derecha, mis uñas perdidas, en un posteo de mi cuenta de Instagram.

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