Apenas unas semanas después del pitido final del Mundial de Qatar, exponente máximo del llamado fútbol negocio, un evento corrompido por las manos que más dinero mecen, ha regresado el espectáculo de la Champions League, el torneo donde se citan los equipos más importantes del planeta. Las gradas de los campos europeos, antaño hervideros de hormigón y metal, son hoy una sucesión de palcos VIP, butacas con calefacción y turistas, muchos de ellos más pendientes del «selfie» que del juego (que para eso se han dejado unos cuantos euros en su localidad). El fútbol tal y como lo conocíamos ha perdido su identidad, si bien es cierto que aún quedan pequeños rincones (como la valerosa aldea de Astérix el Galo) que resisten las embestidas que imponen marcas, patrocinadores y partes interesadas en comerse el pedazo más grande y jugoso del pastel. La Bombonera, la cancha del Boca Juniors, y el estadio Mohamed V, hogar del Raja Casablanca, son dos de esos últimos reductos que todavía combaten contra la modernidad. En las siguientes líneas, un capítulo íntegro del libro «Invasión de campo» (Ediciones B), «un manifiesto contra el fútbol como negocio y en defensa del aficionado», viajamos con el periodista Alejandro Requeijo a las gradas de dos estadios que aún huelen a comida barata, a nervios, sudor, sangre y, sobre todo, a fútbol y a pasión.