La gramática descomplicada (Nueva edición revisada)

Álex Grijelmo

Fragmento

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INTRODUCCIÓN INNECESARIA

 

 

 

El ser humano hace muchas cosas a cada instante sin saber que las hace, y todavía conoce menos las que ha hecho en el pasado sin saber que las hacía. El corazón late pero no nos ocupamos nunca de que lo haga. Parece mentira que dependa nuestra vida de ello y que apenas le hagamos caso. Simplemente, sabemos que late. La biología que nos ha construido —o la biología que el propio ser humano ha construido, quién sabe— ha logrado que el corazón funcione por su cuenta, que los pulmones respiren solos, que los párpados se abran y se cierren sin que nadie se lo ordene y que la nariz huela incluso cuando no nos conviene que lo haga.

Tampoco sabemos por qué hablamos como hablamos, y en la vida cotidiana no nos ponemos a dar instrucciones a nuestras palabras, sino que simplemente laten en nosotros, respiran y huelen. No en vano almacenan también, como los seres humanos, unos códigos genéticos que las desarrollan y las ensamblan.

Los médicos se dedican a averiguar por qué late el corazón; y los gramáticos interpretan las razones de que exista el modo subjuntivo. Ambos fenómenos de la evolución humana los usamos cada día sin gobernarlos, pero en la explicación de su funcionamiento descubriremos nuestra forma de vivir y nuestra manera de pensar.

El lenguaje se ha dotado de muchos mecanismos similares a los biológicos, y dispone de palabras que son como plaquetas que acuden solas a taponar una herida, de verbos que ponen en marcha los brazos de una frase, tiene artículos que engarzan sus huesos como las articulaciones, y como los cartílagos; creó los adjetivos que nos dan el aspecto que tenemos y se ha inventado los adverbios que atemperan o amplían cada una de nuestras acciones.

Los científicos del cuerpo humano han averiguado por qué nos salen granos o hematomas, qué ha ocurrido en nuestro cuerpo para que eso suceda; los científicos de la palabra intentan saber por qué pronunciamos una oración yuxtapuesta o una subordinada, qué ha pasado por nuestra cabeza para que elijamos esa construcción y no otra, cómo funciona el arsenal de sufijos que hemos creado con una especialización tan certera.

Este libro no está destinado a memorizar la gramática sino a pensar en ella y con ella. El lenguaje es el pensamiento; y conocer la estructura de nuestro lenguaje equivale a conocer cómo se han estructurado nuestras razones. La gramática trocea, pues, lo que pensamos; y nos permite averiguar, como explicaba el gramático Andrés Bello, lo que pasa en el alma de quien habla; y nos ayuda a ordenar la realidad. La gramática enseña a exponer las ideas, pero sobre todo enseña a generarlas.

La obra que tiene el lector en las manos no es exhaustiva. Hablando sólo sobre los pronombres se podría escribir un libro de este mismo tamaño, y mayor aún: o de las preposiciones, o de los adverbios. Pero esta gramática sí pretende dar una idea general de cómo se estructura el lenguaje y cómo funciona; y puede constituir así un pórtico para adentrarse en estudios más prolijos y técnicos, a los que el lector de este libro acudirá ya bien pertrechado.

Vamos a estudiar aquí los músculos de nuestro corazón mental, porque conocer su mecanismo nos servirá para obtener mayor rendimiento de él aprovechando sus sístoles y sus diástoles, y para insuflar sangre oxigenada a todos los capilares de nuestras frases.

Este libro —que les parecerá heterodoxo a numerosos gramáticos—, se ha escrito sin muchos de los tecnicismos lingüísticos que tan árida han hecho la materia a millones de alumnos, incluido el autor. Se citan algunos, eso sí, que deben ser del dominio de toda persona instruida, con el fin de que el interesado pueda hacerse con ellos y manejarse luego en otros textos más avanzados; pero siempre con una explicación sobre su origen y su significado, de modo que la barrera léxica que se levanta en toda ciencia no alcance mucha altura y pueda sortearse con un leve impulso. La obra se propone que una persona no especializada, y de cualquier edad, pueda manejar con soltura los conceptos gramaticales —los conceptos, más que las palabras que los nombran—, servirse de ellos en la práctica y comprender en su conjunto todo el sistema.

 

Descomplicada. La gramática descomplicada usa en su título una palabra que —al menos en el momento de imprimirse esta nueva edición— no aparece en el Diccionario de la Real Academia Española ni en el Diccionario de americanismos: «descomplicada». Sin embargo, representa una formación legítima, creada con los recursos de nuestro idioma, y es vocablo común en algunos países de América, especialmente en Colombia. Podría haber servido también el vocablo «sencilla»; pero se ha querido transmitir aquí la idea de que la obra pretende devolver a lo sencillo lo que siempre se ha tenido por complicado; y si los gramáticos nos han transmitido esa idea de complejidad en el funcionamiento del lenguaje, ello se debe a que cuanto más se afina en su estudio más normas impensadas afloran y nos deslumbran: ¡incluso hemos descubierto que las excepciones tienen sus reglas!

Quede para los científicos de la lengua el estudio detallado y complejo, y para su mejor entendimiento entre sí los vocablos áridos y sin embargo precisos que deben emplear. Aquí se ha pretendido crear las condiciones para que surja en el lector un amor por su lengua que tal vez le conduzca a volcarse en el conocimiento profundo de sus resortes naturales y en la lectura de verdaderas obras de investigación lingüística. Y no tanto con el propósito de que adquiera nuevos conocimientos o se sorprenda con los que desconocía, sino de que perciba con claridad cuánta gramática sabía sin recordar que la sabía, cómo movía su corazón sin darse cuenta y hacía circular por sus venas miles de litros de sabiduría involuntaria llena de glóbulos rojos. Y con la intención, además, de entretener y divertir en este camino.

 

Cómo se habla. Había de incluirse en este breve prólogo una advertencia fundamental, que se plasma a continuación: las gramáticas no dicen cómo se debe hablar, sino cómo se habla. La ciencia médica no establece cómo debe funcionar el cuerpo humano, sino cómo funciona. Si el cuerpo humano deja de funcionar como funciona, entonces no funciona. Aquí la «norma» es «lo normal»; y la «regla», «lo regular». Y todo lo que se desvía de ahí —en la lengua como en la medicina— tiene consecuencias.

Entre los millones y millones de hablantes que han empleado el español en los últimos siglos se ha conseguido esta maravillosa creación de la inteligencia que es nuestro idioma; entre los millones de seres humanos que han poblado la Tierra se ha conseguido la evolución que nos hace caminar sobre los dos pies y que nos ha dado un tamaño mayor del cerebro. Son esos antecesores quienes han dictado sus leyes y sus evoluciones, colectivamente, sin

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