Kitty recortó dos orejitas puntiagudas de gato y las pegó a su farolillo. Sonrió y lo sostuvo por el asa.
Al día siguiente, por la noche, los habitantes de la ciudad de Hallam celebrarían el Festival de la Luz.
Iba a hacerse un gran desfile por las calles, con un bonito espectáculo de fuegos artificiales al final.
Por toda la clase había niños y niñas haciendo todo tipo de farolillos.
Todos recibirían una bombilla con forma de velita para ponerla dentro. Kitty se moría de ganas de verlos flotar en la oscuridad, como un montón de estrellas centelleantes.
Le había puesto al suyo cara de gato con papel blanco y negro, y unos largos bigotes hechos con pajitas negras. Se parecía un poco a Fígaro, su amigo gatuno.
Kitty tenía motivos para que su farolillo pareciera un gato. Tenía unos alucinantes superpoderes de gata y se estaba entrenando para ser una superheroína de verdad. Solía salir a la luz de la luna a vivir aventuras con su pandilla. Juntos saltaban y daban volteretas por los tejados de la ciudad.
A Kitty le encantaba notar cómo sus superpoderes especiales le hacían cosquillas por dentro. También le encantaba pasar tiempo con sus amigos gatunos, sobre todo con Mandarino, un gatito anaranjado y regordete que dormía todas las noches en su cama.
Emily, que estaba sentada enfrente, le dio un toquecito en el brazo.
—¡Mira, Kitty! ¿Te gusta mi mariposa? —Le enseñó a Kitty su farolillo, que tenía unas bonitas alas moradas con un reborde de purpurina plateada y unas delicadas antenitas verdes.
—¡Qué bonita te ha quedado! —la admiró Kitty.
Emily sonrió de oreja a oreja.
—¡Ojalá sea ya mañana! El desfile de los farolillos va a ser genial. Mi madre y mi padre van a venir a verlo con mi tita Sara.
A Kitty se le rompió un poco el corazón cuando se dio cuenta de que sus padres no iban a poder ir. Su madre, que también era una superheroína, estaría trabajando. Y su padre no quería que su hermanito Max se acostara muy tarde. Pero al menos estaría con sus amigos del cole, e igual hasta convencía a la pandilla gatuna de que fuera a verla.
—¡Va a ser genial! —reconoció—. A ver quién gana el premio este año…
—Ojalá sea alguien de nuestra clase —dijo Emily.
Todos los colegios de Hallam participaban en el desfile de los farolillos y, al terminar, se daba un premio al más bonito de todos. Este año, era una preciosa corona decorada con una brillante estrella dorada.
Su profesora, la señorita Philips, la había llevado a clase para enseñársela. La tenía en su mesa, frente a toda la clase, y brillaba con el sol. Todos sus alumnos se habían esforzado un montón en sus farolillos al ver lo bonita que era.
La señorita Philips dio entonces una pal