Era el primer día de curso. Cuando llegué al colegio, me sorprendí al ver a una niña nueva. Estaba de pie delante de la clase.
—Os presento a Ava —dijo la señorita Guinda—. Acaba de llegar a la ciudad, y a partir de ahora vendrá a nuestro colegio. ¡Vamos a darle todos la bienvenida!
—¡Bienvenida, Ava! —dijimos a coro.
Miré cómo la señorita Guinda acompañaba a Ava a un pupitre vacío del fondo. Entonces me acordé de cómo me sentía yo cuando llegué nueva al cole.
¡Ese día estaba un poco asustada! Me pregunté si Ava también lo estaría. No sonreía, y se llevaba continuamente la mano al bolsillo de su vestido.
En el recreo, la rodeamos todos. Teníamos ganas de conocerla.
—¡Me gustan mucho tus zapatos, Ava! —le dije, señalándolos.
—¡A mí también! —le dijo mi mejor amiga, Zoe.
Ava llevaba unas botas muy brillantes con cordones hasta arriba y estrellas plateadas. Me pareció que no debía llevarlas al colegio, pero pensé que a lo mejor la señorita Guinda no le había dicho nada porque era nueva.
Ava nos miró a Zoe y a mí, pero no sonrió ni nos dio las gracias.
—Son bonitas, ¿verdad? —dijo, levantando la pierna para que la purpurina brillara al sol—. ¡Mucho mejor que vuestros aburridos zapatos del cole!
Zoe, a mi lado, soltó un grito de asombro, yo me quedé boquiabierta y Bruno se rio. A él no le importaba que Ava pensara que sus zapatos eran aburridos.
—¿De dónde vienes? —le preguntó—. ¿Vivías muy lejos?
—Lo suficiente como para tener que cambiarme de cole —dijo Ava, con un tono algo enfadado—. Mi cole era mucho mejor. ¡Tenía PISCINA! ¡Y mis amigos eran FANTÁSTICOS! —Nos miró mal a todos, y de pronto me sentí muy pequeña y nada fantástica.
—Ah, vale —dijo Bruno. Se encogió de hombros y luego se fue a jugar al fútbol con Jasper y Sashi.
Zoe y yo nos quedamos donde estábamos, pero no sabía qué más decirle a Ava.
—¿Quieres venir a jugar con nosotras? —le preguntó Zoe un momento después—. ¡Le vamos a hacer a Pinky una corona de margaritas!
Pinky se puso a dar saltos de emoción a mi lado. Era mi muñeco favorito, hasta que mi mamá le dio vida con su varita mágica. Mamá puede hacer cosas así porque es un hada.
Ava frunció el ceño. Luego miró con desprecio a Pinky y me dijo:
—¿No eres un poco mayor para traer peluches al cole?
Miré a Ava, sin saber qué decir. Noté el escozor de las lágrimas en mis ojos. Pinky paró de dar saltos y miró con indignación a la niña nueva. Zoe me cogió de la mano.
—¡Bueno! —exclamó con energía—. Muy bien. ¡Pues nos iremos a jugar por nuestra cuenta!
—Perfecto —dijo Ava, desafiante—. Tengo cosas mejores que hacer. —Luego se fue derecha al lado opuesto del patio, se sentó en un banco y abrió un cuaderno.
Zoe me llevó de la mano al campo de juego del colegio. Estaba todo lleno de margaritas, pero ninguna de las dos nos pudimos concentrar al hacer la corona para Pinky.
—¡No me puedo creer lo horrible que es Ava! —dijo Zo