La increíble historia de... la abuela gánster ataca de nuevo

David Walliams

Fragmento

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BEN

Nuestro protagonista es un chico de doce años normal y corriente que tuvo la suerte de vivir una aventura excepcional. Con la ayuda de su abuela, que tenía una segunda identidad secreta —el Gato Negro— estuvo a punto de robar las joyas de la corona británica, que se conservan en la Torre de Londres. Pero sus pinitos como ladrón de guante blanco han quedado atrás. Estos días, Ben se concentra en alcanzar el gran sueño de su vida: llegar a ser fontanero.

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MAMÁ

De día, Linda trabaja como manicura. De noche, se entrega con entusiasmo a los bailes de salón. Su programa preferido es Baile de estrellas. Hay un bailarín profesional, Flavio Flavioli, al que admira por encima de todos los demás y la casa familiar está llena de fotos suyas. Linda daría lo que fuera para que su único hijo, Ben, se olvidara de la fontanería y siguiera los pasos de Flavio.

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PAPÁ

El padre de Ben trabaja como guardia de seguridad en un supermercado del barrio. Pete, que así se llama, no es precisamente un hacha: en los últimos diez años, solo ha atrapado a un ladrón —un anciano con tacatá que intentaba birlar unos envases de margarina—, pero comparte con su mujer el entusiasmo por los bailes de salón. Ella le contagió esa afición, y juntos practican sus números de baile por toda la casa.

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RAJ

He aquí al quiosquero más querido de todo el barrio. La tienda que lleva su nombre es famosa por el caos que allí reina, pero sus descabelladas ofertas y golosinas ligeramente caducadas hacen las delicias de los clientes. Raj siempre ha sido un buen amigo de Ben, y se hicieron más íntimos cuando el chico perdió a su abuela. El quiosquero siempre está dispuesto a animarlo con un chiste tonto o una chocolatina gratis.

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SEÑOR PARKER

El señor Parker es un vecino metomentodo. Este militar jubilado lidera la patrulla ciudadana local, más concretamente la división de Lower Toddle. Se trata de un grupo de vejestorios que han unido fuerzas para mantener a raya a los ladrones, pero el señor Parker lo usa como una excusa para espiar a sus convecinos. Y si hay uno en particular al que tiene echado el ojo, es Ben. El señor Parker siempre ha estado convencido de que el chico y su abuela intentaron robar las joyas de la corona, pero su teoría no logró convencer a nadie, así que ¡se muere por vengarse!

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FLAVIO FLAVIOLI

Flavio es el gran ídolo del programa televisivo Baile de estrellas, un éxito de masas. El rey de la pista es italiano, luce un intenso moreno de bote, el pelo engominado hacia atrás y la dentadura más deslumbrante que se haya visto jamás. Viste monos ceñidos de colores chillones y camisas con volantes que hacen que parezca un gran caramelo en su envoltorio.

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EDNA

Ben conoció a Edna en el funeral de su abuela. Las dos ancianas eran primas. Desde entonces, Edna se encariñó con Ben y, a lo largo del último año, se han hecho buenos amigos. Los domingos, el chico se pasa por la residencia de la tercera edad donde vive Edna para merendar con ella, jugar al Scrabble y recordar viejos tiempos.

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LA BIBLIOTECARIA

Esta señora ha trabajado toda su vida en la biblioteca local. Ben no le cae demasiado bien, y cada vez que va a la biblioteca observa con lupa cada uno de sus movimientos.

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LA REINA DE INGLATERRA

La reina no necesita presentación. Ben y su abuela la conocieron la noche que intentaron robar SUS joyas de la corona en la Torre de Londres. La relación tan especial que compartían abuela y nieto conmovió a la soberana hasta el punto de que les perdonó la afrenta y los dejó marchar.

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SEÑOR MAYORDOMO

El señor Mayordomo es, como su nombre indica, el mayordomo del palacio de Buckingham. Es más viejo que Matusalén y ha servido con lealtad a la reina desde que esta era una niña.

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AGENTE WATSON

Ben y su abuela conocieron al agente Watson cuando se disponían a robar las joyas de la corona. El policía los detuvo a medio camino porque la abuela circulaba con la motosilla por la autopista, algo que está prohibido, pero ¡lo embaucaron hasta el punto de que el agente Watson se ofreció para llevarlos a la Torre de Londres en su coche patrulla!

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GERTRUDIS

En su testamento, la abuela dejó la motosilla a Ben porque sabía que el chico le tenía mucho cariño. La guarda en el garaje de su casa.

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—¿Repollos? —preguntó alguien a espaldas de Ben.

El chico estaba de pie frente a la lápida de su abuela, en el cementerio. Se cumplía un año de su muerte y Ben había ido a dejar un hermoso ramo de repollos sobre su tumba a modo de homenaje.

Al darse la vuelta, se topó con un rostro familiar. Era Edna, la prima de su abuela. La había conocido en el funeral un año atrás y habían hecho buenas migas. Ahora, una vez por semana, Ben se dejaba caer por la residencia de la tercera edad en la que vivía la anciana para charlar un rato, a menudo sobre su abuela, y de paso arreglaba algún que otro problemilla de fontanería, lo que lo había hecho muy popular entre los residentes.

Edna era una ancianita de manual.

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—Ah, eres tú, Edna —saludó Ben—. ¿Qué haces aquí?

La anciana sostenía una rosa roja y lo miraba con una sonrisa triste.

—Ah, verás, tesoro, vengo una vez por semana a dejar una rosa sobre la tumba de mi marido, que en paz descanse. ¿Y tú, por qué llevas un ramo de repollos en la mano?

—Es para la abuela. Le encantaba el repollo.

—Ya lo creo... —dijo Edna con expresión nostálgica—. Recuerdo bien cómo sonaba cuando venía a tomar el té.

—Pero ¡si los repollos no hablan! —se extrañó Ben.

—No, me refiero a cómo sonaban las tracas que soltaba tu abuela después de comerlos... Eran como...

—¡Graznidos de pato! —exclamó el chico.

—¡Bien visto, tesoro!

—¡CUA, CUA, CUA! —exclamó Ben, caminando como un pato por el sendero del cementerio y soltando un pequeño graznido a cada paso.

Ambos rompieron a reír.

—¡JA, JA, JA!

Una lágrima bajó rodando por la mejilla de Ben, aunque no habría sabido decir si era de alegría o de tristeza. Seguramente un poco de ambas. La muerte de la abuela había sido un golpe duro para él. Pese a la diferencia de edad, el chico estaba más unido a ella que a ningún otro miembro de la familia. Cuando murió, Ben pensó que el mundo entero se pararía, pero siguió girando como siempre y él no tardó en reanudar sus tareas cotidianas, como:

Lavarse los dientes...

Ir a clase...

Ducharse...

Hacer los deberes...

Y leer LA GACETA DEL FONTANERO.

Pero seguía echando de menos a la abuela. Era como si le faltara un trocito de sí mismo.

—No sé por qué estoy llorando —dijo, sorbiéndose la nariz.

Edna se sacó un pañuelo usado de debajo de la manga y le secó las mejillas con delicadeza.

—Porque la querías. La pena es el precio que pagamos por el amor. ¡Y no hace falta que te diga que eras la ilusión de su vida! ¡Tu abuela te adoraba, Ben! ¡Siempre estaba hablando de ti!

El chico miró al cielo.

—¿Nos estará viendo ahora mismo?

—Seguro que sí —contestó la anciana—. Y se sentirá muy orgullosa al ver que te estás convirtiendo en un joven encantador que viene a hacerme compañía y de paso arregla las cañerías.

—Era una mujer muy especial. No era una abuela del montón, sino una...

Ben se mordió la lengua justo a tiempo. ¡Casi se le escapa «abuela gánster»!

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—¿Cómo dices, querido? —preguntó Edna.

—Nada... —farfulló Ben. No podía revelarle a nadie el secreto de la abuela, ni siquiera a Edna, que había sido su mejor amiga. Nadie más estaba al tanto de la doble vida de la anciana como la mundialmente famosa ladrona de guante blanco que se hacía llamar EL GATO NEGRO. Bueno, nadie salvo Su Majestad la reina de Inglaterra, que los había sorprendido in fraganti cuando intentaban robarle las joyas de la corona en la Torre de Londres.

—Ibas a decirme algo, tesoro...

—Quizá otro día —repuso Ben—. El domingo me pasaré por la residencia a la hora de siempre.

—¡Sacaré el SCRABBLE! ¡Y no te olvides de los caramelos de menta!

—¡Tranquila, no me olvidaré! —dijo Ben, que ya se iba.

Edna le sonrió y le dijo adiós con la mano. Luego depositó la rosa roja sobre la tumba de su marido.

En ese instante, Ben vio a un gatonegro asomando por detrás de la lápida de su abuela. Se movía con la elegancia de una pantera. El animal se dio la vuelta, miró directamente al chico y maulló.

—¡MIAU!

Ben volvió sobre sus pasos para acariciarlo, pero el gato desapareció tal como había aparecido: se subió de un brinco al muro de piedra que bordeaba el cementerio y, dando un

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cap-2

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¡TILÍN!

Así sonó la campanilla de la puerta cuando Ben entró en el quiosco del barrio como quien entra en su casa.

—Ah, Ben, ¡mi cliente preferido! —saludó el hombre de aspecto bonachón que había al otro lado del mostrador. Raj era como un osito de gominola gigante: dulce, un poco blando y con una eterna sonrisa en los labios.

—¡Hola, Raj! —saludó Ben—. ¿Ha llegado el nuevo número de LA GACETA DEL FONTANERO?

—¡Déjate de sifones y llaves de paso! —exclamó el quiosquero—. ¿No te has enterado de la noticia?

—¿Qué noticia?

—¡La noticia que es noticia!

—¿Qué noticia que es noticia?

—¡La noticia que es noticia que sea noticia!

—¿Qué noticia que es noticia que sea noticia?

—La máscara funeraria de Tutankamón ha sido... —Raj hizo una pausa dramática— ¡robada!

En efecto, allí estaba, negro sobre blanco en la portada del periódico.

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—¡Debe de valer millones! —exclamó Ben.

—¡Billones!

—¿Trillones?

—¡Tropecientillones!

—¿Eso existe? —preguntó Ben.

—No estoy seguro. Pero los chorrocientillones seguro que sí.

¡TILÍN!, volvió a sonar la campanilla. Ben y Raj miraron hacia la puerta, pero no había nadie allí.

—¿Quién habrá sido? —dijo el chico en susurros, intrigado.

—Nadie —contestó Raj.

—Eso es imposible.

—Yo no he visto que haya entrado ni salido nadie.

—¿Y quién ha sido, entonces?

—Una ráfaga de viento —dijo Raj, yendo hacia la puerta para cerrarla.

Mientras tanto, Ben rebuscó en los pasillos del quiosco, en vano.

—Y bien, ¿quién robó la máscara de Tutankamón? —preguntó, bajando la voz.

—Nadie lo sabe —contestó Raj—, pero el ladrón era tan descarado que hasta dejó una pista.

—¿Qué clase de pista?

—Por lo que he oído en la radio, una palabra escrita con piezas de SCRABBLE.

El chico lo miró con los ojos como platos. El SCRABBLE siempre había sido el juego preferido de su abuela.

—¿Qué decían las letras de SCRABBLE?

—MIAU.

—¿Miau?

—¡Sí, miau! Como hacen los gatos, ¡MIAU!

Ben se quedó mudo de asombro. Aquello tenía toda la pinta de ser una pista sobre la identidad del ladrón.

—¿Va todo bien, amigo? —preguntó Raj.

—Perfectamente —mintió el chico.

—¡Ni que hubieses visto un fantasma! —El quiosquero rebuscó en la tienda y volvió corriendo a su lado—. Ten, olisquea este caramelo de menta extrafuerte. ¡Ya verás cómo se te pasa!

Raj poco menos que metió la bolsita de caramelos por las fosas nasales de Ben, que inhaló el intenso olor a menta.

—Es imposible... —musitó.

—¿El qué?

—¡No puede ser!

—¡Que sí, que es verdad! ¡Mira! ¡En la tele tampoco se habla de otra cosa!

Raj encendió la pequeña tele en blanco y negro que guardaba en un estante detrás del mostrador. Justo en ese instante, empezaba un boletín informativo.

—Les ofrecemos una noticia de última hora —dijo el presentador—. Tenemos nuevos y reveladores datos. La máscara de Tutankamón está...

—¡Caramba! ¡La habrán encontrado! —exclamó Raj.

—... todavía en paradero desconocido.

—De verdad que a veces... —refunfuñó Raj, apagando la tele.

Ben estaba enfrascado en sus pensamientos. El robo de un objeto de valor incalculable en un museo fuertemente custodiado parecía cosa del GATO NEGRO. ¿Quién si no un legendario ladrón de guante blanco habría podido dar un golpe tan osado? Por si fuera poco, las piezas de SCRABBLE decían. Más que una pista, parecía una manera de retar a la policía, como diciendo: «¡Nunca me pillaréis!».

Pero —y este sí que es un gran PERO[1] —el ladrón no podía ser su abuela, por el pequeño detalle de que llevaba un año muerta.

Aquello era un ROMPECABEZAS GIGANTE que Ben se moría por resolver.

—¿Te acuerdas de que hace un año alguien dejó una pila de joyas muy valiosas a las puertas de una tienda benéfica? —preguntó Raj.

—¡En aquella lata de galletas! —añadió el chico—. Por supuesto que me acuerdo.

Se referían a las joyas que Ben había encontrado cierta noche en la cocina de su abuela, ¡el descubrimiento que había dado pie a toda su aventura! Entonces la abuela le había jurado que eran baratijas sin valor y que, en realidad, nunca había sido EL GATO NEGRO.

Pero ¡resulta que se había marcado un DOBLE FAROL!

En realidad, aquellas joyas valían una fortuna, y todo aquel dinero había servido para ayudar a los ancianos necesitados. ¡La abuela había sido una auténtica GÁNSTER!

—Corría el rumor de que esas joyas eran el botín de un famoso ladrón de guante blanco —observó Raj—. Un ladrón cuya identidad nadie conocía.

—Pues tan famoso no sería...

—De acuerdo, lamparón.

—Querrás decir lumbrera.

—¡Te acabas de quedar sin mis ofertas especiales!

—Pero el robo de la máscara de Tutankamón no puede ser obra de la misma persona.

—¿Y tú cómo lo sabes? —preguntó alguien a su espalda.

El chico se volvió con un mal presentimiento y casi se dio de bruces con su peor enemigo.

—¡Señor Parker!

—exclamó Ben al ver al vecino fisgón.

cap-3

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El señor Parker era el hombre más entrometido que haya pisado jamás la faz de la Tierra. Antes de jubilarse había sido comandante del ejército, y ahora lideraba la patrulla ciudadana local, división de Lower Toddle, un grupo de ancianos que montaba guardia en el barrio para impedir la entrada a los ladrones. Pero el señor Parker iba un paso más allá y espiaba a absolutamente todo el mundo.

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De hecho, había estado en un tris de poner en serios aprietos a Ben y su abuela cuando intentaron robar las joyas de la corona. Esa noche, el señor Parker había sufrido la humillación de la policía, que no había creído su versión de los hechos. Ben y la abuela se habían librado por los pelos de acabar entre rejas, pero desde entonces el señor Parker SE LA TENÍA JURADA y estaba empeñado en desenmascarar al chico como un cerebro criminal.

—He preguntado —empezó el vecino metomentodo con su voz nasal— que cómo es que sabes tanto sobre el robo de la máscara de Tutankamón.

—Ejem... —balbuceó Ben—. ¡Yo no sé nada!

—Pero ¡si acabas de decir lo contrario!

—Ah, ¿sí?

—¡PUES SÍ!

—¡Ah, señor Parker! —lo saludó Raj, fulminándolo con la mirada—. ¡Mi cliente menos preferido!

El señor Parker lucía su inconfundible sombrero de fieltro, una chaqueta impermeable y relucientes zapatos de piel. Al oír las palabras de Raj, su natural CARA DE VINAGRE se AVINAGRÓ un poco más.

—Mmm... —repuso el hombre. No estaba claro a qué se refería, pero sonaba a regañina—. ¡Debería denunciarte!

—¿A santo de qué? —preguntó el quiosquero.

—¡Por vender dulces caducados! —estalló el señor Parker, blandiendo una chocolatina que había cogido del mostrador.

—¡Déjeme verla! —replicó Raj, arrebatándole la golosina de las manos.

El quiosquero le

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