Las crónicas de Wildwood

Colin Meloy

Fragmento

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Índice

Portadilla

Índice

Dedicatoria

Mapa de la primera parte

Primera parte

Capítulo 1. Un ejército de cuervos

Capítulo 2. El Territorio Impenetrable de una ciudad

Capítulo 3. La dificultad de cruzar un puente

Capítulo 4. La travesía

Capítulo 5. Los ciudadanos del bosque

Capítulo 6. La madriguera de la viuda. Un reino de aves

Capítulo 7. Una noche entretenida. El fin de un largo viaje. Enrolado

Capítulo 8. La dificultad de atrapar a un agregado

Capítulo 9. Un Svik de menor valía. ¡Al frente!

Capítulo 10. Te presento a los bandidos. Una nota que no presagia nada bueno

Capítulo 11. Un soldado condecorado. Audiencia con un búho

Capítulo 12. Un búho esposado. El dilema de Curtis

Mapa de la segunda parte

Segunda parte

Capítulo 13. Cómo capturar a un gorrión. Como un pájaro enjaulado

Capítulo 14. Entre ladrones

Capítulo 15. La entrega

Capítulo 16. En pleno vuelo. Un encuentro en el puente

Capítulo 17. Los invitados de la gobernadora

Capítulo 18. El regreso. La confesión de un padre

Capítulo 19. La fuga

Mapa de la tercera parte

Tercera parte

Capítulo 20. Tres campanadas

Capítulo 21. Regreso a Tierra Salvaje. Encuentro con un místico

Capítulo 22. El juramento del bandido

Capítulo 23. ¡A las armas!

Capítulo 24. ¡Camaradas otra vez!

Capítulo 25. En las Ruinas de la Antigüedad

Capítulo 26. Los irregulares de Tierra Salvaje. Un nombre para recordar

Capítulo 27. La hiedra y el pedestal

Capítulo 28. El futuro de Tierra Salvaje

Láminas

Acerca del autor y de la ilustradora

Créditos

Grupo Santillana

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Para Hank, naturalmente

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A Prue no le cabía en la cabeza cómo cinco cuervos de nada se las habían ingeniado para llevarse volando a un niño de casi diez kilos, aunque, para ser sincera, en aquel preciso instante aquella era la menor de sus preocupaciones. De hecho, si alguien le hubiera pedido que hiciera una lista de todas sus preocupaciones allí mismo, en el banco del parque desde el que miraba boquiabierta cómo cinco pajarracos se llevaban al pequeño Mac entre sus garras, el enigma de cómo se las arreglaban para hacerlo habría quedado relegado al último lugar. Primera preocupación: cinco cuervos acababan de secuestrar a su hermano pequeño, que estaba a su cuidado. Y segunda, casi empatada con la primera: ¿qué planeaban hacer con él?

Y eso que el día había empezado de maravilla.

De acuerdo, el cielo estaba bastante tapado cuando Prue despertó por la mañana, pero ¿qué día de septiembre no amanecía nublado en Portland? Subió la persiana de su habitación y se quedó un momento mirando las copas de los árboles que se recortaban contra el cielo plomizo al otro lado del cristal. Era sábado, y el aroma a café inundaba la casa. Sus padres estarían haciendo lo mismo que todos los sábados: su padre, con la nariz en el diario, se llevaría una taza de té tibio a los labios mientras que su madre estaría escudriñando por las bifocales de carey la maraña de lana que se empeñaba en llamar labor, aún indeterminada. En cuanto a su hermano, un peque de un año recién cumplido, estaría sentado en la trona, explorando nuevas posibilidades de su parloteo: «¡Tuuuu! ¡Tuuuu!».

Como era de esperar, cuando Prue bajó a la cocina descubrió que sus suposiciones no andaban muy desencaminadas. Su padre farfulló un saludo, los ojos de su madre le sonrieron por encima de las gafas y su hermano gritó:

—¡Puuuu!

Prue se preparó un cuenco de muesli.

—Estoy asando bacon, cariño —le dijo su madre antes de devolver la atención a la ameba de lana que tenía en las manos (¿un jersey?, ¿una funda para la tetera?, ¿una soga?).

—Mamá —contestó Prue mientras vertía leche de arroz en los cereales—, ya te lo he dicho. Soy vegetariana. Ergo: no como bacon.

Había descubierto la palabra ergo en un libro. Era la primera vez que la empleaba. No estaba segura de haberla usado bien, pero le encantaba cómo sonaba. Se se

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