En el coche
El camino de vuelta a casa era largo. Me quedé dormido en el asiento de atrás, como siempre, con la cabeza sobre el regazo de Via, como si fuese mi almohada, y con el cinturón de seguridad envuelto en una toalla para no llenar a mi hermana de babas. Via también se quedó dormida, y mamá y papá se pusieron a hablar en voz baja de cosas de adultos que para mà no tenÃan importancia.
No sé cuánto rato estuve dormido, pero al despertarme ya era de noche y por la ventanilla del coche se veÃa la luna llena. El cielo tenÃa un color morado e Ãbamos por una carretera llena de coches. Entonces oà a mis padres hablando de mÃ.
—No podemos seguir protegiéndolo —le susurró mamá a papá, que era quien conducÃa—. No podemos hacer como si mañana fuera a despertarse y su realidad fuera otra, porque sà lo es, Nate, y tenemos que ayudarle a aprender a hacerle frente. No podemos seguir evitando situaciones que…
—Y enviarlo al colegio de secundaria como un cordero al matadero… —contestó papá enfadado, pero no llegó a acabar la frase porque vio por el retrovisor que tenÃa los ojos abiertos.
—¿Qué es un cordero al matadero? —pregunté medio dormido.
—Vuelve a dormirte, Auggie —dijo papá en voz baja.
—En el colegio todos se quedarán mirándome —repuse, y me eché a llorar.
—Cielo —dijo mamá. Se dio la vuelta en el asiento del copiloto y me puso la mano sobre la mÃa—. Ya sabes que si no quieres, no irás. Pero le hemos hablado de ti al director y tiene muchas ganas de conocerte.
—¿Qué le habéis contado de m�
—Que eres muy divertido, bueno e inteligente. Cuando le dije que a los seis años ya habÃas leÃdo El jinete del dragón, exclamó: «¡Caray, tengo que conocerlo!».
—¿Qué más le contaste? —pregunté.
Mamá me sonrió. Su sonrisa me envolvió como un abrazo.
—Le hablé de tus operaciones y de lo valiente que eres.
—¿Y sabe la pinta que tengo?
—Le llevamos fotos del verano pasado en Montauk —dijo papá—. Le enseñamos fotos de toda la familia. ¡Y esa foto estupenda en la que sostienes un lenguado en la barca!
—¿Tú también estabas? —Tengo que reconocer que me llevé una desilusión al saber que papá también habÃa participado en aquello.
—Pues sÃ, los dos estuvimos hablando con él —contestó papá—. Es un hombre muy simpático.
—Te caerÃa bien —añadió mamá.
De pronto me pareció que los dos estaban en el mismo bando.
—Un momento. ¿Cuándo os reunisteis con él? —pregunté.
—Nos enseñó el colegio el año pasado —dijo mamá.
—¿El año pasado? —exclamé—. Entonces, ¿lleváis un año pensándolo y no me habÃais dicho nada?
—No sabÃamos si podrÃas entrar, Auggie —contestó mamá—. Es muy difÃcil entrar en ese colegio. La solicitud tiene que pasar por un proceso de admisión. Pensé que no era necesario contártelo y que te preocupases innecesariamente.
—Pero tienes razón, Auggie, deberÃamos habértelo dicho el mes pasado, cuando supimos que te habÃan admitido —añadió papá.
—Visto ahora, supongo que sà —reconoció mamá, y soltó un suspiro.
—¿Y la señora que vino a casa aquella vez tenÃa algo que ver con esto? —dije—. La que me hizo hacer aquel test.
—Sà —reconoció mamá, con aire de culpabilidad—. La verdad es que sÃ.
—Me dijiste que era un test de inteligencia —repuse.
—Ya lo sé. Fue una mentira piadosa —contestó—. Necesitabas hacer la prueba para entrar en el colegio. Te salió muy bien, por cierto.
—Entonces, me mentiste —repliqué.
—Fue una mentira piadosa, pero sÃ. Lo siento —dijo, intentando sonreÃr, pero, como no le devolvà la sonrisa, se dio media vuelta en el asiento y se puso a mirar hacia delante.
—¿Qué es un cordero al matadero? —pregunté.
Mamá suspiró y le lanzó a papá una mirada asesina.
—No deberÃa haberlo dicho —respondió papá, mirándome por el retrovisor—. No es verdad. Verás: mamá y yo te queremos tanto que intentamos protegerte todo lo que podemos. Lo que pasa es que a veces queremos hacerlo cada uno a nuestra manera.
—No quiero ir al colegio —les contesté, cruzándome de brazos.
—Te vendrÃa bien, Auggie —repuso mamá.
—A lo mejor, el año que viene —dije, mirando por la ventana.
—Este año serÃa mejor, Auggie —replicó mamá—. ¿Sabes por qué? Porque entrarás en quinto, que es el primer curso que imparten en un colegio de secundaria. Y es asà para todo el mundo. No serás el único alumno nuevo.
—Seré el único alumno con esta pinta —repuse.
—No voy a decir que no será un gran reto para ti, porque eso ya lo sabes —dijo—. Pero te sentará bien, Auggie. Harás un montón de amigos. Y aprenderás cosas que nunca aprenderÃas conmigo. —Se dio media vuelta en el asiento y me miró—. Cuando nos enseñaron el colegio, ¿sabes qué tenÃan en el laboratorio de ciencias? Un pollito que estaba saliendo del cascarón. ¡Era precioso! Auggie, me recordó a ti cuando eras un bebé… con esos ojazos marrones que tienes…
Normalmente me gusta que hablen de cuando era un bebé. A veces me apetece acurrucarme contra ellos y dejar que me abracen y me den besos por todas partes. Echo de menos ser un bebé y no saber ciertas cosas, pero en aquel momento no me apetecÃa.
—No quiero ir —dije.
—A ver qué te parece esto: ¿puedes al menos ir a hablar con el señor Traseronian antes de tomar una decisión? —preguntó mamá.
—¿El señor Traseronian? —repuse.
—Es el director —contestó mamá.
—¿El señor Traseronian? —repetÃ.
—Ya, ya lo sé —dijo papá, sonriendo y mirándome por el retrovisor—. ¿Qué te parece el apellido que tiene, Auggie? ¿Quién podrÃa querer tener un apellido como Traseronian?
SonreÃ, aunque no querÃa que me viesen sonreÃr. Papá era la única persona en todo el mundo capaz de hacerme reÃr aunque yo no quisiese. Papá siempre hacÃa reÃr a todo el mundo.
—¡Auggie, deberÃas ir a ese colegio solo para oÃr cómo dicen su apellido por megafonÃa! —exclamó papá emocionado—. ¿A que serÃa gracioso? Probando, probando. ¡Por favor, señor Traseronian! —dijo imitando una voz aguda de mujer mayor—. ¡Hola, señor Traseronian! ¡Veo que hoy va de culo! ¿Han vuelto a darle un golpe a su coche por detrás? ¡Acuda al patio trasero!
Me eché a reÃr, pero no porque pensase que fuera tan gracioso, sino porque no me apetecÃa seguir enfadado.
—¡Aunque podrÃa ser peor! —prosiguió papá con su voz normal—. Nosotros tenÃamos una profesora en la universidad que se llamaba Pompish.
Mamá también se echó a reÃr.
—¿De verdad? —pregunté.
—Roberta Pompish —contestó mamá, levantando la mano como si fuese a jurarlo por algo—. Bobbie Pompish.
—TenÃa unos cachetes enormes —dijo papá.
—¡Nate! —exclamó mamá.
—¿Qué? Lo único que he dicho es que tenÃa unos cachetes enormes.
Mamá se reÃa y negaba con la cabeza al mismo tiempo.
â