Durante mucho tiempo me he estado preguntando contra qué podía rebelarse un ángel, teniendo en cuenta que en el Paraíso todo es perfecto. Hasta que un día comprendí que se rebelaba contra la perfección. El orden irreprochable provocaba en él un sentimiento de no-vida. La justicia absoluta, al suprimir los aguijones de la indignación, embotaba su alma. La orgía de pureza le repugnaba tanto como una mancha. De modo que era necesario que el ángel cayera para realzar el orden y la pureza de los habitantes del Paraíso.
El temperamento o la rebelión de los ángeles
Hoy en día, la sombra que realza se llama temperamento. «El temperamento es una ley de Dios grabada en el corazón de todas las criaturas por la propia mano de Dios. Debemos obedecerle y le obedeceremos a pesar de las restricciones o prohibiciones, vengan de donde vengan.»1
Esta definición de temperamento la proporcionó el propio Satán, en 1909, cuando se la dictó a un irónico Mark Twain. En
1. Twain, M., «Letters from Earth. What is Man, and Other Philosophical Writings», en A. Lieberman, La vie émotionnelle du tout-petit, Odile Jacob, París, 1997, p. 70.
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aquella época, el reto ideológico de las descripciones científicas era reforzar las teorías fijistas, que afirman que todo sucede para bien, que cada uno ocupa su lugar y que reina el orden. En semejante contexto social, la noción satánica de destino se dotaba de una máscara científica.
La historia de la palabra «temperamento» siempre ha tenido una connotación biológica, incluso en la época en que la biología todavía no existía. Hace 2.500 años, Hipócrates declaraba que el funcionamiento de un organismo se explicaba por la mezcla en proporciones variables de los cuatro grandes humores —sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra—, que se atemperaban los unos a los otros.2 Esta visión de un hombre movido por los humores tuvo tal éxito que acabó impidiendo cualquier otra concepción de la máquina humana. Cualquier fenómeno extraño, cualquier sufrimiento físico o mental se explicaba por un desequilibrio de las sustancias que bañaban el interior de los hombres. Esta imagen de un ser humano alimentándose de energía líquida se apoyaba en realidad en la percepción del entorno físico y social de la época. El agua, que daba la vida, sembraba también la muerte por contaminación o envenenamiento. Las sociedades jerarquizadas situaban en lo más alto de la escala a su soberano, por encima de los hombres, mientras que en la parte más baja «los campesinos y obreros, a menudo esclavos, víctimas designadas por sus orígenes modestos»3 vivían sufriendo y morían de la viruela, de la malaria, de accidentes o de enfermedades intestinales. Puesto que reinaba el orden y era moral, los que estaban situados en la parte más baja de la escala social, pobres y enfermos, ¡tenían que haber cometido graves pecados! La enfermedad-castigo ya existía antes del judeocristianismo. Encontramos rastros de ella en Mesopotamia, en los primeros textos médicos asirios.
2. Pichot, P., «Tempérament», en Y. Pélicier y P. Brenot, Les objets de la
psychiatrie, L’Esprit du temps, París, 1997, pp. 611-612.
Histoire de la médecine et des médecins, Larousse, París,
1991, p. 34.
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El equilibrio de las sustancias constituye el primer momento de una práctica médica que también realizaron los griegos, los árabes o los brahmanes que sucedieron a los sacerdotes védicos. Esos balbuceos médicos y filosóficos atribuían a ciertos jugos ingeridos o producidos por el cuerpo el poder de provocar emociones.4 En el siglo XVIII, Erasmus Darwin, el abuelo de Charles, estaba tan convencido de ello que inventó una silla que giraba a gran velocidad con objeto de expulsar los malos humores de los cerebros deprimidos.5 Philippe Pinel, sorprendentemente moderno, «consideraba que no solamente la herencia, sino también una educación defectuosa, podían causar una aberración mental, al igual que las pasiones excesivas como el miedo, la cólera, la tristeza, el odio, la alegría y la exaltación».6
Esta ideología de la sustancia que se extiende a través de las épocas y de las culturas expresa una única idea: nosotros, pequeños seres humanos, estamos sometidos a la influencia de la materia. Pero hay alguien superior que domina los elementos sólidos. Lo que vemos en nuestros campos, en nuestros castillos, en nuestras jerarquías sociales y en nuestros humores es una prueba de su voluntad.
La palabra «temperamento» tiene, por tanto, significados diferentes según los contextos tecnológicos e institucionales. Entre los asirios y los griegos, su significado era parecido al de nuestra palabra «humor». Entre los revolucionarios franceses, quería decir: «emoción configurada por la herencia y la educación». Cuando en el siglo XIX se hablaba de «temperamento romántico», se evocaba en realidad una deliciosa sumisión a las «leyes» de la naturaleza, que justificaba la cruel jerarquía social de la industria galopante.
4. Alexander, F. G. y S. T. Selesnick, Histoire de la psychiatrie, Armand
Colin, París, 1972, p. 40.
Ibid., p. 127.
Ibid., p. 131.
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Hoy en día, la palabra «temperamento» ha evolucionado. En nuestro contexto actual, en que los genetistas obtienen unos logros asombrosos, en que la explosión de las tecnologías construye una ecología artificial, en que los estudios neuropsicológicos demuestran la importancia vital de las interacciones precoces, la palabra temperamento adquiere de nuevo otro sentido.
Los estadounidenses han desempolvado el concepto adaptándolo a nuestros recientes descubrimientos.7 Pero cuando la palabra inglesa temperament se traduce en francés por «tempérament» es «casi un falso amigo», lo que es peor que un falso amigo porque suscita menos desconfianza. Para traducir de forma fidedigna la idea anglosajona de temperamento, deberíamos hablar de disposiciones temperamentales, de tendencias a desarrollar la personalidad de una determinada manera. Es un «cómo» del comportamiento, mucho más que un «por qué», una manera de construirse en un medio ecológico e histórico, mucho más que un rasgo innato.8
Hoy en día, cuando hablamos de temperamento nos referimos sobre todo a un «afecto de vitalidad»,9 una disposición elemental a experimentar las cosas del mundo, a expresar la rabia o el placer de vivir. Ya no se trata de un destino o de una sumi
7. Thomas, A., S. Chess y H. Birch, Temperament and Behavior Disorders
in Children, University Press, Nueva York, 1968.
Temperament:
The Oxford Guide to the English Language: «Person’s nature as it
controls its behavior».
−Según Oxford Advanced Learners: «Person’s nature as it affects the way he thinks, feels and behaves».
Pero en el lenguaje corriente:
Harrap’sTemperamentTemperamentalTo be in a temper = montar en cólera.
−Según Collins: «Person’s disposition; Having changeable mood; Erratic
and unreliable»; Disposition = «Desire or tendency to do something».
Le monde interpersonnel du nourrisson: une perspective psychanalitique et développementale, París, 1989.
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sión a las «leyes» de la naturaleza, inventada por industriales fijistas, sino de una fuerza vital informe que nos empuja a encontrar algo, una sensorialidad, una persona, un acontecimiento. Es el encuentro que nos forma cuando nos enfrentamos al objeto al que aspiramos.
Cuando Satán deja de llevar la iniciativa de las ideas, comienza una psicoterapia porque su concepción básica ha de ser revisada y esto le resulta muy duro.
La triste historia del espermatozoo de Layo y el óvulo de Yocasta
¡Por supuesto que existen determinantes genéticos! Cuando el espermatozoo de Layo penetró en el óvulo de Yocasta, el resultado no podía ser cualquier cosa. Solo podía nacer un ser humano. Nuestras potencialidades están limitadas desde el principio: un niño solo puede convertirse en un ser humano. Edipo jamás podría haberse convertido en una mosca de la fruta o Drosophila o en un chorlito. Pero una vez condenado a ser humano, podría no haber sido abandonado, no casarse con Yocasta, no encontrarse con el oráculo de Tebas, y en consecuencia no se habría arrancado los ojos. En cada uno de los sucesos de su trágica existencia, cabía la posibilidad de otro destino. Solo en los mitos los relatos son deterministas. En la realidad, cada encuentro constituye una posible bifurcación.
La expresión «programa genético» que escuchamos todos los días no es ideológicamente neutra. Esta metáfora informática, propuesta con cierto apresuramiento por el gran biólogo Ernst Mayr,10 ya no se corresponde con los datos actuales. Esta metáfora abusiva ha sido discretamente sustituida por la de «alfabeto genómico», menos engañosa, pero que tampoco nos autoriza a pensar que se puede comprender la Biblia haciendo
10. Mayr, E., «Cause and Effect in Biology», Science, n.º 134, pp. 1501-1506.
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un simple inventario de las letras que la componen.11 En realidad, la increíble aventura de la clonación nos enseña que una misma banda de ADN12 puede no decir nada o expresarse de forma distinta según el medio celular en el que se la sitúe.
Ciertamente, los determinantes genéticos existen, puesto que actualmente hay descritas siete mil enfermedades hereditarias. Pero solo «hablan» cuando los errores hereditarios impiden que se produzca un desarrollo armonioso. Los determinantes genéticos existen, pero eso no significa que el hombre esté determinado genéticamente.
En el caso de la fenilcetonuria, dos padres sanos pueden transmitir un gen portador de la incapacidad para degradar la fenilalanina. Cuando el niño recibe los dos genes unidos, sufre un retraso en el desarrollo porque su cerebro alterado no consigue extraer las informaciones de su medio. Lo ideal sería sustituir el gen defectuoso para reparar el metabolismo.13 Entretanto, Robert Guthrie propuso adoptar un régimen exento de fenilalanina. El cerebro del niño recupera rápidamente la lucidez y en pocos años su cuerpo adquiere metabolismos compensatorios que permiten degradar la fenilalanina. El niño reanuda entonces su desarrollo normal.
Este ejemplo descalifica el estereotipo: «Si es innato, no hay nada que hacer. Pero si el trastorno es de origen cultural, podemos combatirlo». Una alteración metabólica muchas veces es más fácil de corregir que un prejuicio.
Entre los miles de enfermedades hereditarias que se corresponden con este esquema, el síndrome de Lesch-Nyhan nos ofre
11. Atlan, H., La fin du «tout génétique», vers de nouveaux paradigmes en
biologie, INRA Éditions, París, 1999, p. 24.
12. Combinación de moléculas muy simples de proteínas que constituyen
los cromosomas y cuyas secuencias determinan la transmisión de la herencia.
Des gènes au comportement. Introduction à la génétique comportamentale, De Boeck Université,
Bruselas, 1999.
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ce un ejemplo típico: los genes no codifican la síntesis de una enzima que degrada el ácido úrico. Los niños que padecen este síndrome son pequeños, movidos, y sufren espasmos musculares a la menor emoción. Presentan un retraso mental evidente, pero lo que les caracteriza es su capacidad para reaccionar con violencia, contra los demás y contra ellos mismos. El único caso que tuve ocasión de ver agredía a todas las personas que se le acercaban, y se había mordido el labio inferior cuando le habían inmovilizado.
La trisomía 21 («mongolismo») descrita por Down en 1866, año de la publicación de los «guisantes» de Mendel, se debe a la presencia de un cromosoma extra con sus miles de genes. En el momento de la unión de los cromosomas maternos y paternos, un cromosoma extra permanece adherido al par 21. Esa codificación modificada provoca un desarrollo especial. La morfología es típica: cráneo redondo, cuello corto, lengua gruesa, pliegues epicánticos (pliegue del párpado superior sobre el canto interno, rasgo que encontramos habitualmente en los asiáticos) y pliegue palmar único.
En los ratones, se ha observado una trisomía que causa trastornos análogos. Y en los monos, cuando la madre es mayor, son frecuentes las trisomías.14 Pero lo sorprendente es que las consecuencias de estas anomalías genéticas en la vida relacional son totalmente diferentes. Los animales que presentan el síndrome de Lesch-Nyhan son tan violentos que su esperanza de vida es muy corta. Se hieren a sí mismos o mueren en una pelea, porque su propia violencia provoca las respuestas violentas del grupo. En cambio, en el caso de los monos que presentan trisomías, el escenario de interacción es totalmente diferente. La cabeza redonda en los pequeños, su gran barriga, sus gestos suaves y torpes y el retraso en el desarrollo suscitan en los adultos comportamientos maternales. La madre acepta una dependencia muy
14. Antonarakis, S. E., «10 Years of Genomics, Chromosome 21, and Down Syndrom», Genomics, 51, 1 de julio de 1998, pp. 1-16.
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larga y pesada del animal trisómico. Acuden en su ayuda otras hembras y «hasta los monos que no tienen lazos de parentesco con la familia lavan al pequeño con una frecuencia dos veces mayor que a sus iguales».15
Incluso cuando la anomalía genética es más grave, un gen ha de obtener una respuesta del entorno. Esta reacción empieza en el nivel bioquímico y se prolonga en cascada hasta las respuestas de tipo cultural.
Gracias a nuestros avances, hemos evolucionado de la cultura de la culpa a la cultura del prejuicio
En las culturas de la culpa, cualquier desgracia, cualquier sufrimiento adquiría el significado de pecado. Pero el acto culpable, que condenaba a la enfermedad, contenía en sí mismo su propio remedio: una contra-acción, un ritual expiatorio, un autocastigo, un sacrificio redentor, la absolución de la falta por medio del dinero o de la devoción. El relato cultural de la culpa añadía sufrimiento a los sufrimientos, pero engendraba esperanza a través de la posibilidad de la redención y su significado moral. La cultura curaba lo que ella misma había provocado. En cambio, en las culturas en las que el progreso técnico solo concede la palabra a los expertos, los individuos ya no son la causa de sus sufrimientos ni de sus actos reparadores. Es el experto el que ha de actuar si yo sufro, ¡es por su culpa! Es que no ha hecho bien su trabajo. La cultura del pecado ofrecía la posibilidad de una reparación a través de la expiación dolorosa, mientras que la cultura tecnológica le pide al otro que repare. Gracias a nuestros avances hemos pasado de la cultura de la culpa a la cultura del prejuicio.16
15. Waal, F. de, Le bon singeBien natural, Herder, Barcelona, 1997.]
Survivre à la Science – Une certaine idée du futur, Albin
Michel, París, 1999, p. 248.
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La época de las pestes de la Europa medieval ilustra a la perfección cómo funcionaban las culturas de la culpa. En el siglo XII, la aparición de los trobars (trovadores) da fe de que se está produciendo un cambio de sensibilidad en las relaciones entre los hombres y las mujeres. Ya no se trata de excluir a las mujeres y explotarlas, sino de entablar con ellas relaciones amorosas. El amor caballeresco, aristocrático y galante conquista el corazón de la dama después de la celebración de unas justas físicas. Y el amor cortés propone una mística de la castidad según la cual, para probar que se ama, hay que abandonar a la dama en vez de abalanzarse sobre ella.17
En el contexto técnico de esta época, la inteligencia no es un valor cultural. «Es una virtud secundaria, una virtud de damas.» El valor prioritario, el que organiza la sociedad y permite superar los sufrimientos cotidianos, es una «virtud masculina, tener los miembros bien formados y ser resistente al dolor».18 Cabe pensar que, en un contexto en que la única energía social la proporcionan los músculos de los hombres y de los animales, el valor adaptativo consiste en sobreponerse al sufrimiento físico. La fuerza y la brutalidad valen más que los madrigales. Sin embargo, en aquella misma época, la lengua de Oc alumbra la literatura y las canciones que conquistan Occidente, dando así testimonio de la aparición de un nuevo mecanismo de defensa: poner en hermosas palabras nuestros deseos y nuestras penas.
De modo que, cuando comienza la edad de las pestes, la primera hecatombe del siglo XIV, los mecanismos de defensa se organizan en dos estilos opuestos. Uno consiste en «invocar a los santos protectores, san Sebastián o san Roque, patrono de los apestados, [para] entregarse a la penitencia […] desfilar en disparatadas procesiones de flagelantes […] y preconizar un único remedio, el
17. Sendrail, M. (ed.), Histoire culturelle de la maladieHistoria cultural de la enfermedad, Espasa-Calpe,
Madrid, 1983.]
L’érotique des troubadours, Privat, Toulouse, 1963.
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arrepentimiento de los pecados que justificaban la cólera divina».19
Y el otro consiste en gozar lo más rápido posible antes de que llegue la muerte. Cuenta Boccaccio que en Ragusa unos grupos inspirados en los trovadores «prefieren darse a la bebida y a los placeres, recorrer la ciudad retozando y, con una canción en los labios, dar completa satisfacción a sus pasiones».20 El movimiento está ya en marcha: hay que expresar los sufrimientos en forma de obras de arte, cueste lo que cueste. Y cuando aparezca la sífilis a finales del siglo XVI, Francisco López de Villalobos describirá a la perfección la enfermedad cutánea y la facilidad de su contagio, pero esta sintomatología inquietante la publicará en Salamanca en setenta y seis estrofas de diez versos.
Los hombres de la época de las pestes no tenían conocimientos suficientes para actuar sobre la realidad, tal como lo permite la medicina de hoy. En cambio la cultura de la culpa les permitía actuar sobre la representación de la realidad, gracias a la expiación y a la poesía.
Hace diez o quince años, algunas personalidades de la disciplina que practico afirmaban que los niños nunca tienen depresiones y que se pueden reducir sus fracturas o arrancar las amígdalas sin anestesiarles ¡porque no sufren! Otros médicos han opinado que es preciso mitigar el sufrimiento de los niños.21
Pero la técnica a menudo eficaz de los medicamentos, de las estimulaciones eléctricas y de las infiltraciones ha otorgado el poder a los expertos en el dolor. De modo que cuando hoy una enfermera retira un vendaje provocando dolor, cuando una migraña no desaparece con la rapidez deseada o cuando un gesto de cirugía menor hace dar un bote en el asiento, el niño y sus padres lanzan una mirada severa al profesional y le reprochan el dolor. No hace mucho, cuando un niño lloraba, era a él a quien
19. Sendrail, M., Histoire culturelle de la maladieop. cit., p. 228.
Ibid., p. 324.
La douleur de l’enfant, CalmannLévy, París, 1993.
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se le reprochaba no ser un hombre, y era él quien sentía vergüenza. Ayer, el dolor era una muestra de la debilidad del herido, hoy revela la incompetencia del profesional.22
El dolor en sí mismo no tiene sentido. Es un signo biológico que pasa o queda bloqueado. Pero el significado que adquiere este signo depende tanto del contexto cultural como de la historia del niño. Al atribuir un sentido al hecho del dolor, modifica su experiencia. Ahora bien, el sentido está constituido tanto por el significado como por la orientación.
Se comprende cómo el significado que atribuimos a un objeto o a un hecho nos viene dado por el contexto examinando el ejemplo de la píldora anticonceptiva. El bloqueo de la ovulación se descubrió muy pronto y podría haberse comercializado a partir de 1954. Pero en aquella época el simple hecho de afirmar que se podía bloquear la ovulación en las mujeres porque los investigadores del INRA23 lo habían logrado en las vacas y en las ovejas suscitaba reacciones indignadas. Incluso recuerdo que había mujeres que se sublevaban ante la noción de hormonas, porque consideraban que daba una imagen vergonzosa de los seres humanos.
Fue preciso actuar sobre el discurso social y hacerlo evolucionar para lograr que finalmente en 1967 se legalizara la píldora. En ese nuevo contexto, el control de la fecundidad significó una revolución para las mujeres. Su vientre ya no pertenecía al Estado, podían liberar su mente e intentar la aventura de una expansión personal.
Treinta años más tarde, el significado de la píldora cambió de nuevo. Este objeto técnico aparece en el mundo de las adolescentes cuando sus madres comienzan a hablarles de él. En esta nueva relación, la píldora significa la intrusión materna. Las
22. Annequin, D., «Le paradoxe français de la codéine, et Bibliographie
sur la douleur des nouveau-nés», en La lettre de PERIADOL, n.º 4, noviembre
de 1997.
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hijas dicen: «Mi madre quiere controlarlo todo, no respeta mi intimidad». En ese tipo de relación, el rechazo de la píldora equivale a un intento de autonomía y de rebelión contra el poder materno. Eso explica que el número de abortos entre las adolescentes apenas haya disminuido. Para que ese número se reduzca, habría que atribuir otro significado a la píldora, por ejemplo haciendo que las explicaciones las diera una hermana mayor, una educadora, una enfermera o una confidente ajena a la familia y sin relación de autoridad.
Al cambiar el contexto relacional y social, se cambia el significado atribuido a la píldora: en 1950 quería decir «las mujeres son vacas»; en 1970, significaba «las mujeres son revolucionarias»; y en el 2000 afirma «las madres son unas entrometidas».
Cómo aprenden a bailar los fetos
Así es como vamos a abordar el concepto del nuevo temperamento. Si admitimos que el significado que adquieren un objeto, un comportamiento o una palabra depende de su contexto, entonces ¡ese temperamento estará cargado de sentido!
El temperamento es, sin duda, un comportamiento, pero también es un «cómo» del comportamiento, una manera de situarse en el medio. Ese estilo de existencia está ya formado desde sus primeras manifestaciones. La biología genética, molecular y conductual está configurada por las presiones del medio, que son otra forma de biología. Sin embargo, esa biología procede de los otros humanos, los que nos rodean. Y la actitud que estos tienen hacia el niño constituye una especie de biología periférica, una sensorialidad material que va situando en torno al pequeño unas guías que han de servir de referencia para su desarrollo. Lo más sorprendente es que esos circuitos sensoriales, que estructuran el entorno del niño y tutelan su desarrollo, están construidos materialmente por la expresión conductual de las representaciones de los padres. Si pensamos que un niño es un pequeño animal que
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hay que adiestrar, los comportamientos, gestos y palabras que se le dirijan responderán a esta representación. Si, por el contrario, creemos que las coacciones impuestas en nuestra infancia nos hicieron tan desgraciados que no hay que prohibir nada a un niño, el medio sensorial que organizaremos a su alrededor será totalmente distinto. Eso significa que la identidad narrativa de los padres provoca un sentimiento cuya emoción se expresa a través de los modos de proceder con el niño. Esos comportamientos, cargados de sentido por la historia de los padres, componen el entorno sensorial que tutela el desarrollo del niño.
A partir de las últimas semanas del embarazo, el feto deja de ser un recipiente pasivo y se convierte en un pequeño actor, que buscará en su medio las guías que le convienen. De modo que para analizar un temperamento habrá que describir una espiral interaccional en la que el bebé, que ya es sensible a ciertos fenómenos sensoriales, se desarrolle preferentemente siguiendo esas guías. Ahora bien, la forma de esas guías, materialmente compuestas por las actitudes hacia el niño, se explica por la historia de los padres.
Ese nuevo modelo de temperamento puede sorprender porque une dos fenómenos de distinta naturaleza: la biología y la historia. Se puede resumir esta exposición teórica en una sola frase: no es suficiente dar a luz un niño, además hay que traerlo al mundo.24
«Dar a luz» describe los procesos biológicos de la sexualidad, el embarazo y el nacimiento. «Traerlo al mundo» implica que los adultos disponen en torno al niño los circuitos sensoriales y significativos que le servirán de guías de desarrollo y le permitirán tejer su resiliencia. Así es como podremos analizar la malla a lo largo del crecimiento del niño y la construcción del temperamento en las interacciones precoces.
A nadie se le ocurriría pensar que la historia de un bebé comienza el día de su nacimiento. «El feto no constituye la prehistoria, sino el primer capítulo de la historia de un ser y de la mis
24. Daru, M. P., Collège méditerranéen des libertés, Toulon, 1999.
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teriosa formación de su narcisismo primario.»25 Ahora bien, esta historia empieza por un proceso totalmente ahistórico: la genética, seguida por el desarrollo biológico de las células y de los órganos. Desde hace unos años, métodos técnicos como la ecografía nos han permitido observar cómo, en las últimas semanas del embarazo, los bebés personalizan sus respuestas conductuales. Hace ya tiempo que se planteaba esta hipótesis, pero no ha podido confirmarse hasta época reciente: «La vida intrauterina y la primera infancia mantienen entre sí un vínculo de continuidad mucho mayor de lo que nos permitiría hacer creer la impresionante cesura que supone el acto del nacimiento»,26
decía Freud a principios del siglo pasado.
Hoy en día, la ecografía nos permite afirmar que las últimas semanas del embarazo constituyen el primer capítulo de nuestra biografía.27 ¡La observación natural de la vida intrauterina ha sido por fin posible gracias a un artificio técnico!
El desarrollo intrauterino de los canales de comunicación sensoriales está ya perfectamente establecido.28 El tacto constituye el principal canal a partir de la séptima semana. El gusto y el olfato, a partir de la decimoprimera semana, funcionan como un único sentido cuando el bebé se traga el líquido amniótico aromatizado por lo que come o respira la madre.29 Pero
25. Soulé, M., en Jornadas J. Cohen-Solal, Les différences à la naissance,
París, 6 de junio de 1998.
Inhibition, symptôme et angoisseObras completas, vol. II, Biblioteca
nueva, Madrid, 1968.]
Psychiatrie de
l’enfant, 1, 1999, pp. 27-69.
Science et vie hors série, n.º 190, marzo de 1995, pp. 124-131.
Ethologie et naissance (Société de prophylaxie obstétricale).
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a partir de la semana veinticuatro, el sonido provoca una vibración del cuerpo de la madre y acaricia la cabeza del bebé.30
A menudo el niño reacciona con un sobresalto, una aceleración del ritmo cardíaco o un cambio de postura. A Freud le hubiera gustado observar primero a través de la ecografía y luego directamente, tras el nacimiento, que realmente existe una continuidad de estilo conductual. Pero habría observado que se trata de una adquisición conductual, cuyo efecto no dura más de lo que duran las primeras páginas de una biografía. Muchas otras presiones intervendrán luego para continuar la acción de modelado.
Las hipótesis sobre la vida psíquica prenatal siempre han provocado tantas reacciones de entusiasmo como de sarcasmo. Hoy en día, la observación es del tipo «Solo hay que». «Solo hay que» sentarse en un sillón mientras el técnico, en la segunda ecografía de control, le pide a la madre que recite una poesía o pronuncie algunas palabras. Las cintas que se analizarán después no registrarán, en pro de la claridad del análisis, más que algunos ítems:31 aceleración del pulso, flexión-extensión del tronco, movimiento de las extremidades inferiores y de las extremidades superiores, succiones y movimientos de la cabeza.32 Se diría que cada bebé expresa un tipo de respuesta que le es propia. Algunos prefieren dar brincos como si fueran pequeños Zidane; otros prefieren el lenguaje de las manos, apartándolas o apretándolas contra el rostro o el corazón como pequeños cantores; otros responden a la voz de la madre succionando el pulgar, y una minoría apenas acelera el ritmo cardíaco y permanece con los brazos
30. Cyrulnik, B., Sous le signe du lienBajo el signo del vínculo: una historia natural del apego, Gedisa, Barcelona, 2005.]
31. Ítem: secuencia de conducta definida en un contexto determinado.
Observation du comportement
foetal dans les derniers mois de la grossesse, Diploma universitario en etología,
Toulon-Var, junio de 1999.
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y las piernas cruzadas.33 Tal vez estos últimos piensan que les quedan todavía entre seis y ocho semanas de vida tranquila en ese alojamiento uterino y que tienen mucho tiempo para responder a esas estúpidas cuestiones de adultos.
Las respuestas intrauterinas se adaptan ya al mundo extrauterino. Al final del embarazo aparecen incluso movimientos defensivos, que demuestran que el niño ya sabe procesar ciertos problemas perceptivos: retira la mano al contacto con la aguja de la amniocentesis34 o, por el contrario, se arrima a la pared uterina cuando el especialista en haptonomía se apoya suavemente sobre el vientre de la madre. Mucho antes del nacimiento, el bebé ya no está en la madre, sino que está con ella. Comienza a establecer ciertas interacciones. Responde a sus preguntas conductuales, a sus sobresaltos, sus gritos o su sosiego mediante cambios de postura y aceleraciones del ritmo cardíaco.
Donde se ve que la boca del feto revela la angustia de la madre
Realmente, hay personas que están dotadas de una misteriosa forma de inteligencia. En los años cuarenta del pasado siglo, René Spitz asoció la observación directa de los bebés con pequeños experimentos. Hablar a un bebé de frente provoca su sonrisa. Volver la cabeza al hablarle o ponerse una máscara no le gusta nada.35 Esas observaciones experimentales no excluían el trabajo de la palabra que otorga a la persona una coherencia interna. ¿Cómo pudo ese psicoanalista describir, ya en 1958, los comportamientos de un feto que no podía ver? ¿Cómo observó
33. Groome Lynn, J., «Motor Responsivity During Habituation Testing of Normal Human Fetuses», J. P, Aguilar, Madrid, 1990.]
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el «prototipo de la angustia […] el origen fisiológico del desarrollo del pensamiento humano», y cómo podía apreciar el efecto autocalmante de los gestos de la boca, a la que denominaba «cavidad primitiva»?36 Cincuenta años más tarde, los radiólogos confirman plenamente este efecto tranquilizador. Cuantos más movimientos hace el bebé con la boca, menos se agita su cuerpo.37 El pequeño realiza ya los prototipos conductuales de lamer, comer, besar y hablar que constituirán el tranquilizante eficaz que le acompañará toda su vida.
No hemos nacido aún y ya nos estamos tejiendo. La memoria a corto plazo que aparece en ese momento permite realizar los primeros aprendizajes. Se trata de una memoria sensorial,38
una especie de sabiduría del cuerpo que retiene las informaciones procedentes del exterior y da forma a nuestras maneras de reaccionar.
Una situación natural permite observar a simple vista cómo los fetos de siete meses y medio adquieren estrategias conductuales que empiezan a caracterizarlos. Cuando los prematuros llegan con unas semanas de antelación, se constata que no se desplazan al azar en las incubadoras. Casi todos brincan y ruedan sobre sí mismos hasta el momento en que consiguen contactar con algo. Algunos se calman al primer roce, que puede ser una pared, su propio cuerpo, o una sensación que les llega del entorno humano, como una caricia, unos brazos o simplemente la música de una palabra. Otros bebés, poco dados a la exploración, apenas se mueven, mientras que algunos son difíciles de calmar. Parece que los prematuros capaces de buscar el contacto del roce que les tranquiliza son los que han sido gestados por
36. Spitz, R., «La cavité primitive», Revue française de psyc. Presses universitaires de Grenoble, 1993, pp. 22-47.
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una madre tranquila. Mientras que los chiquitines casi inmóviles o los que se muestran más agitados y son más difíciles de calmar habrían sido gestados por madres infelices o estresadas, deseosas de abandonar al hijo o, por el contrario, de ocuparse excesivamente de él.39
¿Podría, pues, un contenido psíquico de la mujer encinta actuar sobre el estado psicoconductual del recién nacido? Formulada de esta manera, sin ninguna explicación, la pregunta podría evocar el mundo del espiritismo, si no supiéramos que la transmisión psíquica es materialmente posible. Basta asociar el trabajo de una psicoanalista40 con las observaciones conductuales de los obstetras para demostrar que el estado mental de la madre puede modificar las adquisiciones conductuales del bebé que lleva en su vientre.
Aunque es evidente que el embarazo no es una enfermedad, no por ello deja de ser una dura prueba. A pesar de los increíbles avances en el seguimiento de las mujeres embarazadas, «solo el 33 % de las mujeres embarazadas están psíquicamente sanas: el 10 % sufre trastornos emocionales notables, el 25 % padece alguna patología asociada y el 27 % ha tenido antecedentes ginecológicos y obstétricos que han provocado estados de angustia».41
El contenido psíquico, de euforia o de desesperación, está constituido por una representación mental que traduce en imágenes y en palabras, en el escenario interior, la felicidad de dar a luz o su dificultad. Es el contexto afectivo y social el que puede atribuir un sentido opuesto al mismo hecho. Si la madre está gestando el hijo de un hombre al que detesta, o si el simple hecho de
39. Marchal, G. y M. J. Resplandin, Acquisition de compétences de recherche
d’apaisement chez les bébés prématurés placés en couveuse. Diploma universitario de etología, Toulon, Var, 1999.
Existe-t-il des corrélations entre les «contenus
psychiques» de la femme enceinte et l’état psycho-comportamental du nouveauné?, Jornadas Cohen-Solal, París, 6 de junio de 1998.
Ibid.
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convertirse en madre como su madre evoca recuerdos insoportables, su mundo íntimo será sombrío. Pues bien, las pequeñas moléculas del estrés pasan fácilmente el filtro de la placenta. El abatimiento o la agitación de la madre, su silencio o sus gritos componen en torno al feto un medio sensorial materialmente diferente. Eso significa que las representaciones íntimas de la madre, provocadas por sus relaciones actuales o pasadas, sumergen al niño en un medio sensorial de formas variables.
Cuando los estímulos biológicos respetan los ritmos del bebé, permiten el aprendizaje de los comportamientos de apaciguamiento. Pero cuando la desesperación de la madre vacía el entorno del bebé o le transfiere las moléculas del estrés, el niño puede aprender a aletargarse o a volverse frenético.
Así que la historia de la madre, sus relaciones actuales o pasadas, participan en la constitución de los rasgos del temperamento del hijo que va a nacer, o que acaba de nacer. Antes de la primera mirada, antes del primer aliento, el recién nacido humano es atrapado por un mundo en el que la vida sensorial ya está historizada. Y es en ese mundo donde deberá desarrollarse.
Dar a luz un niño no es suficiente, también hay que traerlo al mundo
Para describir las primeras mallas del tejido temperamental, habrá que hacer un razonamiento en forma de espiral interaccional. Es preciso observar lo que hace un bebé (frunce el ceño), de qué modo esta acción repercute en la mente de la madre («Tiene mal carácter» o «Se encuentra mal»), organiza las respuestas dirigidas al hijo («¡Ya te amansaré yo!» o «¡Pobrecillo, hay que hacer algo!») y modifica a su vez la acción del bebé (llantos o sonrisas).
Freud ya había intentado hacer un razonamiento en espiral cuando asoció la observación directa del «juego del carretel» con las representaciones mentales del niño. Cuando el carretel se aleja el niño se sorprende, pero cuando reaparece sonríe…
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«Combinando los dos métodos alcanzaremos un grado de certeza suficiente», decía Freud.42
Desde esta perspectiva podemos describir el «cómo» del primer encuentro. Cuando un bebé llega al mundo, lo que es en ese momento provoca un sentimiento en el mundo ya historizado de la madre. Su apariencia física es significativa para ella. Y esta representación provoca una emoción que la madre transmitirá al hijo.
El sexo del hijo es, sin duda, un elemento fuertemente cargado de representaciones. Recuerdo a una señora que acababa de traer al mundo un bebé. Cuando el marido, muy contento, fue a saludar a su familia, la madre le dijo: «¡Perdón, perdón, te he dado una niña!». Esta frase y la manera de pronunciarla verbalizaban veinticinco años de historia personal, en la que el hecho de ser una niña representaba una vergüenza. Y la madre, deseosa de obsequiar a su marido, creía que lo humillaba dándole una hija, un ser-inferior. Es evidente que con esta primera frase el triángulo familiar quedaba ya establecido. La niña tendrá que desarrollarse en un mundo sensorial compuesto por los comportamientos de una madre que se cree culpable y que desea redimirse. ¿Se mostrará excesivamente amable con su marido para hacerse perdonar la humillación que cree haberle infligido? ¿Se transformará en madre obligada respecto a ese bebé que encarnará su propia vergüenza? ¿Transmitirá a la hija mediante gestos y palabras la aflicción de ser niña? Ese bebé todavía no sabe que debe convertirse en una señorita, y que ya está obligado a desarrollarse adaptándose a los gestos y palabras que conforman su entorno y que proceden de la idea que tiene su madre de la condición de las mujeres.
En cuanto al marido,