Prólogo
EN PRIMER LUGAR voy a contaros una pequeña anécdota:
—Mi médico se ha empeñado en que venga a verlo —le dijo un paciente al psiquiatra—. Sabe Dios por qué. Estoy felizmente casado, tengo un trabajo seguro, un montón de amigos, no tengo ninguna preocupación...
—Ya —replicó el psiquiatra, mientras cogía su cuaderno de notas—. ¿Y cuánto tiempo lleva así?
Nadie cree en la felicidad. Parece que el hombre no puede ser feliz. Si hablas de tu depresión, de la tristeza, de la infelicidad, todo el mundo se lo cree; parece algo natural. Si hablas de tu felicidad, nadie te cree; parece algo antinatural.
Tras cuarenta años de investigaciones sobre la mente humana, Sigmund Freud, que trabajó con miles de personas y estudió miles de mentes perturbadas, llegó a la conclusión de que la felicidad es algo ficticio, que el ser humano no puede ser feliz. Como mucho, podemos hacer las cosas un poco más agradables, pero nada más. Como mucho, podemos disminuir un poco la infelicidad, pero lo que se dice ser feliz, a eso no puede llegar el hombre.
Parece muy pesimista... pero si nos fijamos en la humanidad, esa parece ser la situación; parece que es así. Solo los seres humanos son infelices. Algo va mal en lo más profundo.
Os lo digo por experiencia propia: los seres humanos pueden ser felices, más felices que las aves, más felices que los árboles, más felices que las estrellas, porque los seres humanos tenemos algo que no tiene ninguna ave, ningún árbol, ninguna estrella. Tenemos consciencia.
Pero al tener consciencia, existen dos alternativas: llegar a la felicidad o a la infelicidad. Tú eliges. Los árboles son felices porque no pueden ser infelices. Su felicidad no es una cuestión de libertad; tienen que ser felices. No saben ser infelices; no tienen otra posibilidad. Los pájaros que trinan en los árboles no son felices por decisión propia; sencillamente son felices porque no conocen otra cosa. Su felicidad es inconsciente, natural.
Los humanos pueden ser tremendamente felices y tremendamente infelices, y son libres de elegir. Esa libertad es peligrosa, esa libertad es arriesgada, porque tú eres el único responsable. Y algo ha ocurrido con esa libertad, algo ha ido mal. El ser humano parece andar cabeza abajo.
La gente va en busca de la meditación. Necesitáis la meditación únicamente porque no habéis elegido ser felices. La meditación es una medicina; si estás enfermo, necesitas una medicina. En cuanto te decides por la felicidad, en cuanto decides que vas a ser feliz, no te hace falta la meditación. Entonces la meditación empieza a surgir por sí misma.
Si hay tantas religiones es porque hay muchas personas infelices. Una persona feliz no necesita ninguna religión; una persona feliz no necesita templos, ni iglesias, porque para una persona feliz el universo entero es un templo, la existencia entera es una iglesia. La persona feliz no se dedica a la religión porque su vida entera es religiosa. Cuanto se hace con felicidad es una oración: tu trabajo se transforma en culto, tu respiración misma es una maravilla, una gracia.
La felicidad se da cuando encajas en tu vida, cuando encajas tan armoniosamente que hagas lo que hagas te proporciona alegría. Entonces te das cuenta de que la meditación va tras de ti. Si amas el trabajo que haces, si amas tu modo de vida, eres una persona de meditación. Entonces nada te distrae. Cuando las cosas te distraen, eso simplemente demuestra que en realidad no te interesan esas cosas.
El maestro no para de decir a los niños: «¡Prestadme atención! ¡Estad atentos!». Los niños prestan atención, pero su atención se centra en otra cosa. Hay un pájaro cantando a todo cantar junto al edificio del colegio, y el niño está atento al pájaro. No se puede decir que no esté atento, que no sea meditativo, que no esté profundamente concentrado... ¡Claro que sí! Aún más: se ha olvidado por completo del maestro y del problema de aritmética que este escribe en la pizarra. El niño está totalmente ajeno a eso, completamente poseído por el pájaro y su canto. Pero el maestro dice: «¡Presta atención! ¿Qué haces? ¡No te distraigas!».
En realidad, es el maestro quien está distrayendo al niño. El niño presta atención de una forma natural. Es feliz escuchando el canto del pájaro. El maestro lo distrae, le dice: «No estás prestando atención», y eso es mentira. El niño está prestando atención. Si el pájaro lo atrae más, ¿qué puede hacer? El maestro no lo atraía tanto, la aritmética no tenía tanto encanto.
No se nos pone en la tierra para ser matemáticos. Hay unos cuantos niños a los que no les interesará el pájaro; ya puede aumentar de volumen su canto que ellos seguirán prestando atención a la pizarra. La aritmética es para ellos. Tienen una meditación, un estado meditativo natural, cuando se trata de las matemáticas.
Nos han hecho distraernos con preocupaciones nada naturales: el dinero, el prestigio, el poder. Escuchar a los pájaros no te proporcionará dinero. Escuchar a los pájaros no te va a proporcionar prestigio ni poder. Contemplar una mariposa no te va a ayudar ni económica, ni política ni socialmente. Esas cosas no son lucrativas, pero esas cosas te hacen feliz.
Un verdadero ser humano obtiene el valor para seguir delante de las cosas que le hacen feliz. Dice: «He elegido mi camino, he elegido los pájaros, las mariposas y las flores. No puedo ser rico, pero no importa. Soy rico porque soy feliz». Pero los seres humanos se han vuelto locos.
He leído una cosa:
El viejo Ted llevaba varias horas sentado a la orilla del río sin que picaran los peces. Entre las botellas de cerveza y el calor del sol se quedó dormido, así que no estaba en condiciones cuando un pez mordió el anzuelo, tiró del sedal y lo despertó. Ted perdió el equilibrio y se cayó al río.
Un niño había observado atentamente lo que pasaba. Mientras el hombre se debatía, intentando salir del agua, le preguntó a su padre: «Papá, ¿ese hombre está pescando un pez o el pez está pescando al hombre?».
El ser humano se ha vuelto completamente loco. El pez te está atrapando y arrastrándote; tú no estás atrapando el pez. En cuanto ves dinero, dejas de ser tú mismo. En cuanto ves poder, prestigio, dejas de ser tú mismo. En cuanto ves respetabilidad, dejas de ser tú mismo. Te olvidas inmediatamente de todo, te olvidas de los valores intrínsecos de tu vida, tu felicidad, tu alegría, tu gozo. Siempre eliges algo del exterior y lo intercambias con algo del interior. Ganas lo exterior y pierdes lo interior.
Pero ¿qué vas a hacer? Incluso si tienes el mundo entero a tus pies pero te has perdido a ti mismo, incluso si has conquistado todas las riquezas del mundo y has perdido tu tesoro interior, ¿qué vas a hacer con todas tus riquezas? Eso es la infelicidad.
Si tienes que aprender algo, es a estar alerta, a ser consciente de tus motivaciones internas, de tu destino interior. Nunca lo pierdas de vista, o serás desgraciado. Y cuando eres desdichado, la gente te dirá: «Medita y serás feliz». Te dirán: «Reza y serás feliz; ve al templo, sé religioso, hazte cristiano o hindú y serás feliz». Tonterías. Sé feliz, y después vendrá la meditación. Sé feliz, y la religiosidad vendrá después. La felicidad es la condición fundamental.
Pero las personas solo se hacen religiosas cuando son desdichadas; entonces la religión es seudorreligión. Intenta comprender por qué eres desdichado. Muchas personas vienen a mí y me cuentan que son desdichadas y quieren que les enseñe a meditar. Yo digo que lo primero es comprender por qué se es desdichado. Si no eliminas esas causas básicas de tu infelicidad, podrás meditar, pero no te ayudará mucho, porque las causas básicas seguirán ahí.
Una mujer podía haber sido una bailarina fantástica y estar en una oficina, fichando. No le queda tiempo para el baile. Alguien podía haber disfrutado bailando bajo las estrellas, pero ahora se dedica a engrosar su cuenta bancaria. Y estas personas dicen que son infelices: «Dame una forma de meditación que pueda seguir». Puedo darla, pero ¿qué conseguirá con esa meditación? ¿De qué servirá? Seguirán siendo las mismas personas, acumulando dinero, compitiendo en el mercado. La meditación puede ayudarlas a estar un poco más relajadas para que hagan esas tonterías incluso mejor.
Puedes repetir un mantra, puedes hacer cierto tipo de meditación; puede ayudarte un poquito en esto o aquello, pero solo puede ayudarte a seguir siendo lo que eres. No es una transformación.
Por tanto, mi propuesta es para los realmente osados, para los temerarios que están dispuestos a cambiar su forma de vida, que están dispuestos a jugárselo todo porque en realidad no hay nada que jugarse: solo tu felicidad, tu infelicidad. Pero la gente se aferra incluso a eso.
He oído contar esto:
En un remoto campo de entrenamiento, un escuadrón de reclutas acababa de volver a su alojamiento tras un día de marcha bajo el ardiente sol.
—¡Qué vida esta! —dijo un soldado novato—. A kilómetros de cualquier parte, un sargento que se cree Atila, sin mujeres, sin alcohol, sin permisos... y para colmo, mis botas son dos números más pequeñas.
—No tienes por qué aguantar eso, tío —dijo un compañero—. ¿Por qué no te pones otras botas?
—¿Para qué? —replicó el otro—. ¡Quitármelas es el único placer que tengo!
¿Qué más tienes que poner en juego? Solo tu infelicidad. El único placer que tienes es hablar de ella. Fíjate en la gente cuando habla de su infelicidad, lo contentos que se ponen. Pagan por eso; van a los psicoanalistas para hablar sobre su infelicidad y pagan por ello. Alguien los escucha con atención, y ellos encantados.
La gente no para de hablar de su infelicidad. Incluso exageran, la adornan, para que parezca mayor. La hacen parecer mayor de lo que es en la realidad. ¿Por qué? No tienes nada que jugarte sino tu infelicidad, pero la gente se aferra a lo conocido, a lo familiar. Lo único que han conocido es la infelicidad; es su vida. No tienen nada que perder, pero tienen miedo de perderlo.
Tal y como yo lo veo, la felicidad es lo primero, la alegría es lo primero. Una actitud festiva es lo primero, una filosofía de afirmación de la vida. ¡Di