1. Sonido y silencio
Osho,
Hay algo que siempre me ha intrigado: en Oriente, las escrituras comienzan con Om, Shantih Shantih Shantih y acaban con
Om, Shantih Shantih Shantih. ¿Podrías comentar algo al respecto?
Oriente ha enfocado la realidad de una forma casi diametralmente opuesta a Occidente. En primer lugar, habría que entender el significado básico de las palabras y, luego, todas sus implicaciones.
Todas las escrituras orientales comienzan con Om, Shantih Shantih Shantih y acaban de la misma forma. Om es el símbolo del latido universal; no es una palabra. Y al ir acercándote al latido universal, el resultado es un silencio cada vez más profundo. Shantih significa silencio y siempre se repite tres veces porque cuando quieres llegar a la cuarta, tú ya no existes; solo queda el silencio. Has desaparecido como entidad separada del universo.
En Occidente no se les ocurrió empezar ni una sola escritura con esta intención. Es incomprensible. Nunca entraron en la profunda comunión entre tu corazón y el mayor corazón del universo. Tomaron un camino equivocado, el camino de la lucha, de la conquista, de la victoria. Eligieron la extroversión.
Su mundo es real, pero no saben nada acerca de ellos mismos. El exterior es real pero no han explorado el interior.
La Biblia dice: «Al principio, fue la palabra». Pues bien, eso es algo que solo puede haber dicho una persona absolutamente ignorante, porque «la palabra» es un sonido con significado. Los sonidos que hacen las palabras solo son eso, sonidos; no puede decirse que sean palabras. En el momento que afirmas: «Al principio fue la palabra», sin darte cuenta, has aceptado que hay alguien que les da sentido; luego entonces, la palabra no es lo primero. Lo primero es alguien que le da sentido a la palabra. La Biblia continúa: «Dios estaba con la palabra». Quienquiera que lo escribiese debió de sentirse incómodo con la idea de que el mundo empezara solo con la palabra. Inmediatamente necesitó que alguien le diera sentido; de ahí la siguiente frase, «Dios estaba con la palabra».
Si analizas las cosas a fondo y con imparcialidad, te sorprenderá lo mucho que pueden revelar. Después, esa persona debe haberse preguntado: «¿Quién fue primero, Dios o la palabra?».
La tercera frase intenta arreglar las cosas. Dice: «Dios y la palabra eran uno».
Nadie, en toda la búsqueda oriental, estaría de acuerdo con eso. Oriente no ha experimentado el principio, porque, como es natural, no puedes ver el principio: tú estás aquí, el principio ya ha ocurrido, así que no hay ninguna posibilidad de presenciar el principio. Pero sí que existe una posibilidad de que seamos testigos del final.
Los meditadores orientales descubrieron que lo primero que les ocurre al entrar en su ser interior es que les invade una belleza estremecedora y un sonido musical. No se trata del sonido de una música tocada por alguien, es, simplemente, el latido del universo. Y que, cuando se armonizan con el latido del universo, desciende el silencio. Les entran ganas de ponerse a bailar y de declarar el silencio a todo el mundo, pero se limitan a decir tres veces: «silencio, silencio, silencio».
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Ellos se funden y se disuelven. En vez de hacer su declaración de silencio en voz alta, cada vez es más como un susurro hasta que, finalmente, desaparecen; pero han presenciado el final.
Entonces, es lógico llegar a la conclusión de que el final y el principio no pueden ser diferentes. La semilla se convierte en árbol, florece, da frutos y, de nuevo, semillas. En la existencia todo se mueve en círculo: la Tierra, la Luna, el Sol, las miríadas de estrellas lejanas; todo se mueve en un círculo que se encuentra en un punto.
El final y el principio son lo mismo.
Por eso las escrituras orientales empiezan con la declaración Om; el sonido de lo insonoro, la música propia del corazón del universo. Y cuando profundizan, el silencio acaba siendo la única realidad. Les gustaría declarar el silencio al mundo, pero nadie ha podido proseguir más allá de la tercera… porque cada vez que dicen «silencio», su voz se va apagando.
Recuerdo…
Yo tenía un amigo que era, probablemente, el médico más famoso de aquella región. Un día, le dije: «Me gustaría entrar lenta y profundamente en el inconsciente solo para experimentar. Tú puedes ayudarme».
Él me contestó: «Eso va en contra del código deontológico de la medicina. No puedo darte algo que te deje inconsciente sin un motivo justificado».
Pero acabé convenciéndole. Le dije: «Encuentra algún motivo; yo no se lo diré a nadie». Aunque ya lo había dicho a todo el mundo…
Hizo que me tumbara en la camilla. Como se trataba de algo contrario al código deontológico, dijo a todos los ayudantes y enfermeras que se fueran. Mientras me cubría la cabeza para que inhalase el anestésico, me dijo: «Hasta que el anestésico vaya haciendo efecto, cuenta: uno, dos, tres, cuatro, cinco…. Hasta donde llegues».
Es extraño, no pude pasar de tres. Seguí intentándolo. Era consciente del hecho de que solo había llegado a tres, pero el cuatro no llegaba. Después, le expliqué: «Por eso quería quedarme inconsciente. Quería saber por qué todas las escrituras solo repiten tres veces».
Le pedí que me relatara cómo había contado uno, dos, tres. Él me dijo: «El uno fue claro, el dos no tan claro, el tres fue casi un susurro y luego no dijiste nada más».
Esa fue mi manera, por medio de un experimento científico, de averiguar por qué todas las escrituras se paraban en tres. Empiezan y acaban con lo mismo.
No podemos conocer el principio: ya estamos aquí; el principio ya ha pasado. Pero podemos conocer el final; la desaparición en el absoluto silencio. Si conocemos el final, podremos deducir con absoluta certeza que así es como debió de ser el principio: en silencio, no con palabras.
El principio es silencio, el final es silencio y, si eres un meditador, lo que hay entre medias es silencio.
Silencio es la fábrica de toda la existencia.
Esto no es una hipótesis ni una idea filosófica; es la experiencia de miles de místicos que han entrado en su propio ser. Primero, oyeron el Om, y cuando el Om se volvió abrumador, le siguió el silencio.
Estamos hechos de sonido y silencio.
El sonido es nuestra mente; el silencio es nuestro ser.
El sonido es nuestro problema; el silencio nuestra liberación. Eso lo descubrió algún anónimo explorador del interior, y ha sido seguido por miles de personas. Pero no tienes que repetirlo. Ahí es donde las masas se han perdido. Creen que repitiendo Om, shantih shantih shantih están realizando algún acto meditativo espiritual.
En Oriente, en todos los templos, verás un disco metálico que
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todo aquel que entra en el templo golpea con una barra de acero. El sonido llena todo el templo y después, poco a poco, se va apagando.
En Tíbet, incluso han hecho una cosa muy especial, una pequeña vasija metálica y una especie de baqueta; tuvieron que realizar muchos cálculos para conseguirlo. La primera vez que lo vi, no me lo podía creer, pero el instrumento estaba ahí, lo tenía delante de mí.
Yo tenía un amigo en Patna que era un gran coleccionista de toda clase de objetos. Siempre que iba a Patna insistía en que visitara su museo. Todo el mundo lo había visitado, incluso el primer ministro y el presidente. Era un hombre muy rico y se había traído objetos de otras tierras, objetos extraños. Pero cuando me dijo que recientemente había recibido una vasija de metal que decía: Om, shantih shantih shantih, no pude resistirme…
Patna es una ciudad extraña. No se extiende en todas las direcciones, solo tiene una avenida principal paralela al Ganges; este es tan hermoso que todo el mundo quiere vivir cerca de él. Así que Patna es una ciudad muy larga; puede que tenga unos treinta y cinco kilómetros. Su casa estaba a veinte kilómetros de donde yo me alojaba, pero fui a ver la vasija. Realmente, fue una gran experiencia. La vasija estaba hecha con una aleación de muchos metales. Hacías girar la baqueta frotando el borde de la vasija… luego se paraba. Y, de repente, se oía el sonido de la vasija que decía: Om, shantih shantih shantih.
Estas cosas pueden ser hermosas, creativas, pero no tienen nada de religiosas. Resuena en todos los templos hindúes, todo el mundo lo reza, pero se trata de un malentendido. Repetir Om no es lo que te conducirá a la realidad; lo que ocurre es que, cuando te quedas completamente en silencio, de tu propio ser surge el sonido Om. Tú solo eres un testigo, no un hacedor. Y cuando el sonido se apaga, sientes silencio, silencio, silencio… Entonces, todo desaparece, solo queda una realidad universal de la cual formas parte. Al igual que las gotas de rocío desaparecen en el océano, tú desapareces en el océano de la existencia.
Oriente ha descubierto que esta es la única experiencia espiritual. No Dios, no vuestras sagradas escrituras, no vuestros profetas; todos ellos son creadores de ficción. Ni siquiera vuestras oraciones, porque no son otra cosa que vuestros deseos. Lo único realmente importante es estar tranquilo, centrado, asentado en la propia fuente de la vida, en tu propio ser. Este sutra, om, shantih shantih shantih se escucha cuando estás en tu centro. No es repitiéndolo como llegarás a él. Tampoco suena exactamente así. Es una aproximación que hemos sacado nosotros… para comunicar lo que ha ocurrido. Es algo parecido, pero mucho más profundo; es algo similar, pero mucho más delicado; es algo semejante, pero no es lo mismo.
Los escritos de los místicos empiezan exactamente como lo hizo el universo, y acaban como, al final, descansará el universo. Hay una declaración de Gautam Buda referente a este sutra. Tiene mucho sentido. Dice que lo que piensan todos los teólogos acerca del principio, de cómo empezó el mundo, es absolutamente descabellado. Yo puedo entender el sentido de esa declaración: nunca podrás llegar a una conclusión acerca de cómo empezó el mundo porque no estabas allí. ¿Cómo vas a estar antes de que existiera el mundo?; formas parte del mundo. Todo lo que digas acerca del principio solo será imaginación, hipótesis, suposición.
Buda dice que el místico no tiene interés en saber cómo empezó el mundo, lo que le interesa es saber cómo acaba, porque en el final también encontrarás el principio. Pero hasta que no encuentres el final, solo podrás imaginar, argumentar y discutir acerca del principio; y todo ello es fútil. La tarea de los filósofos carece del más mínimo sentido. El místico es muy terrenal, muy pragmático, muy realista. Buda dice: «Primero, descubre cómo acaba»; y eso se descubre en tu interior.
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No puedes esperar a que se acabe el mundo. En ese sentido, nunca se acaba. Siempre está ahí; sin principio, sin final. Pero ¿cómo empezó el mundo dentro de ti? Y ¿cómo acaba el mundo dentro de ti?
Los materialistas se aferran al mundo. Otros empiezan a mirar dentro e intentan descubrir cómo acaba todo, y todavía eres; pero solo una pura conciencia.
La flor desaparece.
Solo la fragancia permanece.
Estoy de acuerdo con Gautam Buda en que, si has encontrado la fragancia dentro de ti, conoces todo el secreto de la existencia, porque cada individuo es un universo en miniatura. Lo que en el universo ocurre a gran escala, dentro de ti ocurre a pequeña escala.
Si has probado una simple gota de rocío, habrás probado todos los ríos y todos los océanos y todas las posibilidades de agua en cualquier parte. Y tú eres la gota de rocío… En lugar de ir de un sitio para otro, saboréate a ti mismo.
Oriente ha enfocado la realidad de una forma muy diferente. Y, claro, como ha llegado de una forma distinta, ha producido un tipo diferente de persona iluminada.
Occidente ha producido papas; Pero ¿qué experiencia tiene el Papa? ¿En qué se basa su autoridad? Representa a Jesucristo, y el propio Jesucristo no parece estar iluminado. Porque una persona iluminada no se molesta en decir: «Dios es mi padre… yo soy el único hijo de Dios…». ¿A quién le importa? En Oriente hemos visto a miles de personas iluminadas. Ninguna de ellas ha proclamado ser el único hijo de Dios. Se reirían de ello durante siglos: «¡Ese hombre se ha vuelto loco!».
Así que, en primer lugar, el Papa representa a Jesucristo; quien parece ser un lunático. O bien le falta un tornillo, o bien le sobra. No muestra la gracia de un Gautam Buda o de un Mahavira, ni la danza de una Meera. Lo que dice lo ha aprendido en la calle; porque es analfabeto. Y los papas, cientos de papas a lo largo de estos dos mil años, son sus representantes. Es una jerarquía: el Papa, Jesús, Dios; ¡no puedes pasar, a no ser que lo hagas a través del canal apropiado! Siempre me ha intrigado que ni siquiera a las personas inteligentes de Occidente nunca se les haya ocurrido pensar: ¿cuál es la contribución de estos papas? Un hombre que representa a Dios tiene que mostrar algo, cierta sensibilidad, cierta gracia, cierta felicidad; a su alrededor debería haber cierta fragancia. ¡Pero el Papa es elegido!
Resulta muy gracioso que la gente elija a alguien como iluminado. La iluminación no es una campaña electoral. Muchos candidatos pueden levantarse y decir: «Estoy iluminado».
La iluminación es una apertura interior de la rosa. Aquellos que están buscando la verdad de su ser se sentirán atraídos inmediatamente hacia el hombre iluminado. La iluminación no depende de la elección o nominación de nadie. No representa ni a Dios ni a nadie. Simplemente declara su propio corazón e invita y recibe a cualquiera, cualquier caminante que quiera compartir su gracia, esta música eterna del Om, cualquiera que esté inmerso en la búsqueda de un silencio vivo, danzante.
Este sutra lo contiene todo; el principio y el final. Pero empieza por el final y acaba por el principio. La declaración de Gautam Buda era: «La ignorancia no tiene principio y la iluminación no tiene final, y componen un círculo». Sabes que te has ignorado por completo a ti mismo porque, ahora, estás muy alerta, lleno de alegría; en cada fibra, en cada célula de tu ser hay una gran danza. Esto es una experiencia; no es una hipótesis, nunca se ha discutido.
Ha habido místicos hindúes, ha habido místicos budistas, ha habido místicos jainistas… pero en lo referente a este sutra, nunca han discutido, nunca han disentido. Simplemente, se acepta porque es la experiencia, no una suposición teórica. No es filosofía. Es filosía, es darshan.
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Ellos lo han visto en su interior, en su propio ser, y es imposible no estar de acuerdo con los otros que también lo han visto.
Pero dedicarse a repetirlo es, simplemente, hacer el tonto. Uno tiene que ir a un espacio interior donde ello explota por sí solo, tú solo eres un testigo. Entonces, transforma tu ser, le da belleza y gracia, le da sinceridad y verdad.
Osho,
Te he oído decir que tú estás más allá de la iluminación. ¿Qué diferencia hay, teóricamente hablando, entre la iluminación y el
más allá de la iluminación?
La vida es un cambio continuo. No conoce pausa; ni siquiera el punto y coma. La iluminación no es quedarse estancado en alguna parte. Nadie ha hablado acerca del más allá de la iluminación. Pero, como estoy seguro de que mi gente se va a iluminar, tengo que advertirles para que no se queden estancados.
Incluso la iluminación debe ser trascendida.
Incluso la trascendencia debe ser trascendida.
Uno tiene que seguir y seguir.
La existencia es infinita, en múltiples dimensiones; no hay un final en ninguna parte. Nunca puedes decir: «He llegado». Siempre te estás acercando cada vez más, pero nunca llegas, porque ¿qué harás cuando hayas llegado? Entonces, el único camino que queda es el de regreso a casa.
Uno tiene que ir más allá de la iluminación; de lo contrario, te encontrarás en una difícil situación; estancado en la sala de espera de una estación de tren. Ningún tren regresa, todos los trenes van hacia delante, y todo lo que va quedando atrás ya lo has experimentado. Estás harto de ello; no quieres regresar. Y, aunque quisieras regresar, la naturaleza no lo permite.
¿Puede un hombre volver a ser un niño? ¿Puede un niño regresar al vientre de su madre? No hay posibilidad de regreso. El joven se hará maduro; el maduro se hará anciano. En tu vida hay un futuro abierto, pero no hay marcha atrás. Sencillamente, no se puede hacer nada al respecto.
He oído…
Al morir, Henry Ford se encontró con Dios, y este le preguntó: «¿Te complace mi creación?».
Él contestó: «No, si yo hubiera creado la vida, habría corregido muchos errores. Por ejemplo, el primer automóvil que construí no tenía marcha atrás: si te pasabas dos calles de tu casa, no podías regresar. ¡Tenías que dar la vuelta a todo el barrio para volver a tu casa!».
La marcha atrás fue un invento de Henry Ford; para poder ir hacia atrás. Así que le dijo a Dios: «Con la vida, te has equivocado en muchas cosas, pero especialmente en la marcha atrás».
El anciano quiere volver a ser joven pero no puede. Si Dios hubiese creado una marcha atrás, podrías regresar de nuevo a tu juventud; pero tienes que seguir adelante.
Cuando digo que uno tiene que ir más allá de la iluminación, estoy diciendo que la iluminación no es el fin. Es el comienzo de una nueva existencia, de un nuevo universo, de un nuevo mundo. Si concebir la iluminación es difícil, naturalmente, concebir el más allá de la iluminación lo es aún más, pero «teóricamente hablando» puede entenderse.
Mientras que todos los demás andaban por ahí, Silvestre Esperma se ejercitaba haciendo flexiones, nadando y levantando pesas. Uno de los otros espermatozoides le preguntó: «Silvestre, ¿por qué pasas tanto tiempo haciendo ejercicio?».
«Verás —respondió Silvestre muy serio—, cuando llegue el momento, quiero ser yo quien lo consiga.»
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«Ah, sí —dijo el espermatozoide—. Pues tienes una posibilidad entre un millón.»
Justo en ese momento, se dio la salida y todos los espermatozoides empezaron a nadar. Silvestre iba destacado en cabeza cuando, de repente, se dio la vuelta y empezó a nadar hacia atrás. «¿Qué ocurre?», preguntó a gritos otro espermatozoide.
«Regresad —gritó Silvestre—, ¡se trata de una mamada!»
¡Pero tú no puedes regresar…! Eso era hablando teóricamente. Hablando de forma práctica, olvídate por completo del más allá. Antes, ilumínate.
No tiene sentido pensar en cosas tan lejanas. Lo primero es lo primero: ilumínate. Pero te interesa el más allá teóricamente… ¿Qué sacas con ello? De momento, la iluminación es suficiente.
Una vez que estés iluminado, no necesitarás a nadie que te diga que sigas más allá. Seguirás; tendrás que seguir. No hay nada estático. Al igual que nadie puede permanecer joven, nadie puede permanecer simplemente iluminado.
Yo soy la primera persona que habla del más allá. Todos los místicos del mundo se han quedado en la iluminación por la sencilla razón de que no estaban hablando teóricamente. Estaban implicados de una forma práctica en que abandonaras tu identificación con el cuerpo, con la mente; en que te convirtieras en una pura conciencia, sin envidia, sin ira, sin miedo; en que te convirtieras en un amor, en una flor de eternidad, que trajera fragancia y bendición, no solo a ti, sino incluso a aquellos que están profundamente dormidos.
Quizá el ruido de las flores de bendición, al caer, despierte a alguien, aunque solo sea para ver lo que está ocurriendo. Quizá la fragancia despierte a alguien. Quizá la luz penetre en la oscuridad de alguien.
Ilumínate; no de forma teórica sino en la práctica, existencialmente, el más allá vendrá por sí solo. Te he hablado de ello porque quiero que conozcas todas las posibilidades que pueden surgir en el camino.
Un día, Gautam Buda pasaba por un bosque. Era otoño y las hojas secas formaban una gruesa manta sobre el suelo…
Al verlo solo, Ananda, su discípulo principal, le dijo: «Esta pregunta ha surgido en mí: ¿nos has contado todo lo que sabes?».
Buda se agachó, tomó un puñado de hojas secas y, mostrándoselas a Ananda, dijo: «Si lo que he contado fuese esto, lo que nunca he contado serían todas las demás hojas secas de este bosque».
Pero yo no quiero ser tan mísero. Quiero contarte todo lo que ocurre en el camino con el más mínimo detalle. Ya va siendo hora. Han pasado veinticinco siglos desde los tiempos de Gautam Buda. Ahora, la conciencia del hombre es mucho más madura. Yo no me conformaré con un puñado de hojas secas. Te ofrezco todo el jardín; de ahí que hable de cosas que a ti pueden parecerte muy lejanas o que puede que no te ocurran nunca. Pero yo te aseguro que, si escuchas correctamente, todo lo que estoy diciendo ocurrirá. Me han ocurrido a mí, así que no hay razón alguna por la que no te vayan a ocurrir a ti.
La gente es muy extraña. Quieren grandes teorías, filosofías, pero no quieren una vida grande. Quieren que les convenzan con grandes conceptos filosóficos, pero no quieren que su corazón se convierta en una flor abierta danzando al viento, bajo el sol, bajo la lluvia. Se dedican a acumular en su memoria todo lo que oyen. En primer lugar, nunca lo oyen todo. En segundo lugar, oyen cosas que no se han dicho en absoluto. En tercer lugar, lo interpretan según sus propios prejuicios. Y en cuarto lugar, se limitan a acumularlo. Convertirse en una gran enciclopedia no sirve de nada.
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Un hombre ganó algo de dinero en las carreras de caballos y lo celebró yendo a cenar a un buen restaurante. Mientras le servían la cena, se fijó en que los cubiertos eran de plata auténtica. Así que comió rápidamente, se guardó una cuchara en el bolsillo, y se levantó con intención de marcharse. Al llegar a la puerta, el camarero salió tras él y le dijo: «Disculpe señor, ¿qué hay de la cuenta?».
El hombre se volvió y dijo: «¿Qué cuchara?».
La cuchara que había robado ocupaba su mente por completo. Al ver que el camarero venía tras él, estaba seguro de que era por la cuchara. No oyó la palabra «cuenta», oyó la palabra «cuchara». Y es comprensible; es natural. Estás tan lleno de cucharas robadas que cuando te ofrecen felicidad, reaccionas inmediatamente: ¿qué cuchara?
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