Sándor Márai nació en 1900 en una pequeña ciudad húngara que hoy pertenece a Eslovaquia. Pasó un periodo de exilio voluntario durante el régimen de Miklós Horthy en los años veinte, hasta que abandonó definitivamente su país en 1948 con la llegada del comunismo. Fue entonces cuando emigró a Estados Unidos, decisión que derivó en la prohibición de su obra en Hungría, censura que hizo caer en el olvido a quien en ese momento estaba considerado uno de los escritores más importantes de la literatura centroeuropea. Habría que esperar varias décadas, hasta el inicio del ocaso del régimen comunista en los años 80, para que este extraordinario escritor fuese redescubierto en su país... y en el mundo entero. Sin embargo, esta renovada fama coincidió con una serie de tragedias familiares que marcaron los últimos años de su vida: primero, la muerte de su mujer, Lola, en enero de 1986; después, las de su hijo adoptivo János, a los 46 años, y las de sus hermanos. Estas desgracias quedaron muy patentes en los diarios que Sándor Márai escribió en esta etapa, con entradas tan dolorosas como la siguiente: «La soledad que me envuelve es tan densa como la niebla invernal, es palpable. Hasta la ropa huele a muerte». Así, el 21 de febrero de 1989, enfermo y deprimido, Márai se suicidó disparándose un tiro en la cabeza. Cuando se cumplen de 35 años de aquel trágico desenlace, recuperamos las últimas entradas de sus diarios (editados por Salamandra, aquí mostramos desde la primera de 1988 hasta el 15 de enero de 1989, cuando firmó la última) para tratar de comprender cómo la tristeza se adueñó de la vida de un autor imprescindible para entender la literatura del siglo XX.