Diario de un médium

Mikel Lizarralde

Fragmento

1. Un encuentro esperado

1

UN ENCUENTRO ESPERADO

No sueñes tu vida, vive tu sueño.

Verano de 2003

Como cada año, tenía lugar el Salón Internacional de Esoterismo y Terapias Naturales en el palacio de Miramar, un edificio de estilo inglés construido en 1893. Siempre había querido asistir a aquel encuentro, y por fin estaba allí, recorriendo los anchos pasillos de techos altos, admirando las increíbles lámparas art déco y las paredes recubiertas de madera oscura, en el lugar que había servido de residencia de verano a la monarquía española. Estaba nervioso. A medida que avanzaba por las estancias podía sentir la historia de aquel lugar, pero no era eso lo que me provocaba ese estado de excitación, sino lo que me había traído hasta allí. Iba a asistir a una charla de la que decían que era la médium más importante del mundo, Marilyn Rossner. Solo la había visto en televisión hacía años, pero, aun así, recordaba haber sentido una conexión muy fuerte con ella. Ahora, mientras esperaba en la cola de acceso, a escasos minutos de que tuviera lugar el gran momento, volvía a sentir aquella emoción.

La sala era espectacular. Los amplios ventanales ofrecían unas vistas impresionantes de la bahía de La Concha. Había dispuestas unas sillas de terciopelo en lo que parecía haber sido un salón de baile o algo por el estilo, a juzgar por su tamaño. Me acompañaban mis amigos y mi pareja, que prefirieron sentarse hacia la mitad de la sala. Sin embargo, yo, que normalmente me hubiera quedado con el resto del grupo, estaba tan ilusionado que sentí el impulso de sentarme en primera fila, a la derecha del estrado, para así poder estar lo más cerca de ella.

Marilyn entró cinco minutos después de la hora prevista. Llevaba un vestido estampado cuajado de flores rosas y azules, unas grandes gafas de pasta roja, el pelo largo pelirrojo y unas bailarinas de color naranja a juego con su melena. Era una mujer menuda, pero trasmitía una gran fuerza. Su presencia llenó toda la sala y, de golpe, al acercarse a mí, me dio un vuelco el corazón. Una gran sonrisa se dibujó en mi cara, me sentía rebosante de felicidad y no podía dejar de sonreír. La conexión con ella fue total. Ocurrió algo entre nosotros que no sabría cómo explicar, una emoción similar a la de dos viejos amigos que se reencuentran tras un largo tiempo sin verse.

Mientras hablaba del karma y de la importancia de los Siete Secretos, la miraba intentando absorber todo lo que decía. No necesitaba traducción. Comprendía cada palabra. Entonces anunció que iba a hacer dos demostraciones de mediumnidad en directo con un par de miembros del público: la primera sería más breve, y la segunda, después de la meditación, algo más larga. Deseaba con todas mis fuerzas ser uno de los elegidos para recibir el mensaje del otro lado, tener esa fortuna. Pero pronto comprendí que había otras personas que lo necesitaban más que yo.

Cuando llegó la hora, me fascinó ver cómo se movía de un lado del pasillo al otro, de una fila a la otra, de delante hacia atrás. La traductora tenía muchas tablas y pude seguir sin problemas su demostración. ¡Fue increíble!

También me fascinó su forma de comunicarse. Lo rápido que conectaba con su mediumnidad, la precisión de sus mensajes y los consejos que extraía del mundo espiritual. ¡Fue una emoción increíble! La miraba y pensaba: «Eso es lo que yo quiero hacer». Sin proponérmelo, ese pensamiento se manifestó en mí: «Esto es lo que harás».

La alegría se convirtió en euforia, tuve que esforzarme para permanecer sentado en mi asiento. Me maravilló ver a Marilyn trasladar aquellos mensajes del mundo de los espíritus. ¡Me vi tan reflejado...!

Desconozco si ella pudo sentir el amor y la conexión que yo sentía por ella en ese instante, pero no podía dejar de mirarla y de sonreír de gozo. Casi al final de su ponencia, explicó que ofrecía dos becas para pasar un mínimo de seis meses con ella en Montreal. Los únicos requisitos eran saber inglés y manejarse bien con el ordenador. Giré la cabeza buscando el lugar donde estaban sentados mis amigos y mi pareja. Me estaban mirando, señalándome con el dedo índice y susurrando: «Eres tú, tú». Ellos habían sentido lo mismo: que yo tenía que ser una de esas dos personas.

—Si alguien está interesado, que hable conmigo después —concluyó Marilyn.

Al salir, todos insistieron en que me acercara a hablar con ella. Yo me resistía, les puse todo tipo de excusas. Les decía que me daba vergüenza, que quizá mi inglés no era lo suficientemente bueno, que a lo mejor ya tenía a alguien, lo que fuera. La verdad es que sentía una mezcla de terror, de pánico incluso, y de absoluta fascinación por lo que aquella decisión podría suponer para mí. Quería hacerlo, algo en mi estómago me impulsaba a ir hacia ella, pero al mismo tiempo el miedo a ser rechazado, la vergüenza de no dar la talla y el temor a perder a mi pareja y a mis amistades me paralizaba. Sabía que si daba ese paso no sería solo por seis meses. Porque aquello era lo que siempre había querido, y no solo era dar un paso, sino un gran salto adelante que lo cambiaría todo. Lo sabía con la misma fuerza con que lo sentía. Llevaba un pantalón corto de color naranja y una camiseta bastante llamativa con dibujos de pollitos, e imaginaba que aquello le gustaría, pero me resistía a acercarme.

Para acceder a la salida teníamos que pasar sí o sí por donde estaba Marilyn. Un grupo de gente se arremolinaba a su alrededor mientras le hacían un sinfín de fotos y de preguntas. Según avanzábamos, mi pareja hizo un amago de cambiar de lado para que yo me moviera más hacia la derecha, más cerca de donde estaba, y me empujó con tal fuerza que choqué literalmente con ella.

Hellooo... —me dijo con su vocecilla. Y siguió hablando con una chica.

Buscaba una palabra que yo le traduje, y entonces se giró de golpe, ignorando al resto de los presentes. Puso una mano sobre la mía y la otra sobre mi hombro y repitió con suavidad su saludo. Me miró de arriba abajo, como si me analizara con un escáner.

—Tú estabas en primera fila, ¿verdad?

—Sí —respondí, hecho un manojo de nervios.

Me preguntó algunas cosas sobre mi trabajo y mi vida, y comprobó que mi inglés era suficientemente bueno.

—Te estaba esperando. Sabía que un día vendrías —me dijo.

Aquello me impactó. ¿Acaso ella sentía lo mismo que yo? Antes de que pudiera preguntarle nada sobre Canadá o sobre las becas que acababa de mencionar, me dijo que yo tenía un gran don aún sin desarrollar, y que tenía que ir a su centro los seis meses. Acto seguido, cogió uno de los folletos y un bolígrafo de una mesa cercana y, sin mediar palabra, escribió su email y su página web.

—Escríbeme, ¡no te olvidaré! —dijo mientras me daba el papel.

Y se fue sin más. Dijo algo de una entrevista y de que tenía prisa. Ni siquiera se despidió. Mientras se alejaba se giró varias veces hacia mí y repitió:

—¡Escríbeme! ¡No te o

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