Autobiografía de un yogui

Yogananda Paramahansa

Fragmento

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INTRODUCCIÓN

Leer para iluminarse

El nombre de Paramahansa Yogananda figuraría en una hipotética lista de los diez personajes de mayor relevancia espiritual en el siglo XX. Quizá incluso en una de cinco. Estamos, pues, ante una personalidad de una trascendencia y un influjo enormes.

Leí la Autobiografía de un yogui con gusto hace décadas, y ahora la he releído con auténtica fascinación. Porque el mundo al que Yogananda abre, las mil y una anécdotas que describe, los horizontes de sentido y preguntas existenciales a las que remite…, todo eso es de una riqueza tan colosal que difícilmente podría hacerse justicia a la envergadura de esta obra. Sea como fuere, voy a intentarlo.

Resumiré mis impresiones en estas tres: la inevitable relación discípulo-gurú (sin la que difícilmente puede entenderse la espiritualidad hindú y oriental en general); la llamativa tendencia a lo milagroso y sobrenatural, que significativamente trufa estas páginas, y la hermosa interrelación entre lo metafísico y lo moral. Estas tres claves nos permitirán entrar en esta lectura —o eso espero— con mayor conocimiento de causa.

No creo que haya en Occidente parangón para entender lo que significa en el hinduismo el hallazgo de un maestro y el sometimiento a sus enseñanzas y a su persona. Autobiografía de un yogui pone de manifiesto, como pocos libros que yo conozca, hasta dónde llegan la devoción y la entrega que puede experimentar un buscador espiritual ante su mediador. La propia palabra mediador se queda corta. Habría que hablar más bien de canal o fuente, sin la cual no hay acceso posible a la divinidad. Para hacerse una idea aproximada, Sri Yukteswar, el maestro de Yogananda, fue para él algo parecido a lo que Jesucristo puede ser para un cristiano, es decir, la puerta, el camino. Encontrar a un verdadero maestro cambia necesariamente la vida. Hay un antes y un después del hallazgo de un maestro. El camino espiritual es sencillamente inconcebible sin la dinámica del discipulado. En pocos libros he visto expresado tan rotunda y amorosamente esta relación; solo en algún escrito sufí y, acaso, en las primeras páginas de El juego de los abalorios, la novela que le valió el Nobel a mi admirado Hermann Hesse.

Un lector occidental es, prácticamente por necesidad, un lector racional, cuando no directamente racionalista. Hasta tal punto esto es así que toda la teología cristiana, desde san Agustín y Lutero en adelante, hasta llegar a Rahner, Balthasar o Bult­mann, no es sino mitología racionalizada. Esto hace que, ante obras como esta Autobiografía, tan proclive a describir, y con todo detalle, episodios que no pueden explicarse más que acudiendo a una intervención sobrenatural, la primera tentación sea la de calificarlos de legendarios. Porque resulta difícil de creer en tantas materializaciones, visiones, éxtasis y demás fenómenos místicos como los que se describen, y con total naturalidad, en estas inolvidables páginas.

Hay algo que me ha sucedido mientras leía, y que ahora quiero confesar: he pasado de una cierta reserva inicial, y eso que mi predisposición era buena, a una mayor confianza para, finalmente, desembocar en una entrega incondicional. Sí, admito que creo que todo lo que nos cuenta Yogananda en su autobiografía es sencillamente verdad. Que sucedió tal y como él lo cuenta. Que de momento no habrá explicación racional para muchos de los episodios que va exponiendo, pero que el asunto se desarrolló tal y como él, con suma sencillez, lo describe. No creo, por tanto, que este libro pueda leerse sin que se produzca una transformación espiritual en su lector. El descubrimiento del padre, del gurú, diría Yogananda, sencillamente te va poniendo en camino: va derribando tus resistencias, casi siempre mentales, va ablandando tu corazón y predisponiendo tu alma. Leer es entonces, como diría mi amado Gandhi, un experimento con la verdad, una experiencia para ser, una vía para la iluminación. No puedes quedarte fuera de lo que lees: el texto habla de ti, te apunta.

Por último, el vínculo indisoluble entre el descubrimiento de Dios (quizá sería mejor hablar aquí de lo divino) y el comportamiento moral: fe y vida van necesariamente unidas. De un maestro como Yogananda uno esperaría consignas espirituales profundas y complicadas, pero nada de eso. Su propuesta comporta algunos ejercicios físicos y mentales, por supuesto, lo que hoy llamamos yoga y meditación, pero redunda principalmente en una serie de actitudes que hay que asumir en la vida ordinaria de cara a la responsabilidad frente a la naturaleza, las personas y la sociedad. A mí esto me parece particularmente emocionante: comprobar cómo lo grande se traduce en lo diminuto y lo concreto, verificar hasta qué punto los caminos del Espíritu no alejan del mundo, sino que enseñan a amarlo sin apegos.

Setenta años después de su muerte, el legado espiritual de Paramahansa Yogananda sigue tan vivo, principalmente gracias al movimiento Ananda, como cuando estaba en este mundo en carne y hueso, quizá más. Si la tarea de difusión y enseñanza que llevó a cabo en vida este hombre fue desde todo punto de vista admirable, esa tarea se extiende y propaga hoy todavía más, poniendo de manifiesto hasta qué punto su persona y sus enseñanzas fueron una bendición para toda la humanidad. Por mi parte, valgan estas pocas palabras para testimoniar que me rindo ante tanta sabiduría y bondad. Quiera Dios que este libro siga abriendo el corazón de miles de buscadores a la sed del Absoluto y a la práctica espiritual.

PABLO D’ORS

Fundador de Amigos del Desierto

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PREFACIO

Al valor intrínseco de la Autobiografía de Yogananda se le suma el hecho de que es uno de los pocos libros en inglés sobre los sabios de la India que ha sido escrito no por un periodista o un extranjero, sino por alguien que es de su propia etnia y formación, es decir, es un libro sobre yoguis escrito por un yogui. Como testimonio de las vidas extraordinarias y de las capacidades de los santos hindúes mod

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