Freakonomics

Stephen J. Dubner
Steven D. Levitt

Fragmento

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Título original: Freakonomiks

Traducción: Andrea Montero

Primera edición: septiembre 2006

© 2005 by Steven D. Levitt y Stephen J. Dubner

© Ediciones B, S.A., 2010

© Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

© www.edicionesb.com

ISBN: 978-84-666-4577-5

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.

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Contenido

NOTA EXPLICATIVA

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN: EL LADO OCULTO DE TODAS LAS COSAS

1 ¿QUÉ TIENEN EN COMÚN UN MAESTRO DE ESCUELA Y UN LUCHADOR DE SUMO?

2 ¿EN QUÉ SE PARECE EL KU KLUX KLAN A UN GRUPO DE AGENTES INMOBILIARIOS?

3 ¿POR QUÉ CONTINÚAN VIVIENDO LOS TRAFICANTES DE DROGAS CON SUS MADRES?

4 ¿ADÓNDE HAN IDO TODOS LOS CRIMINALES?

5 ¿QUÉ HACE PERFECTO A UN PADRE?

6 EL CUIDADO PERFECTO DE LOS HIJOS, SEGUNDA PARTE; O: ¿TENDRÍA UNA ROSHANDA UN OLOR TAN DULCE SI SU NOMBRE FUESE OTRO?

EPÍLOGO DOS CAMINOS A HARVARD

1

2

3

NOTAS

AGRADECIMIENTOS

NOTAS

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NOTA EXPLICATIVA

En el verano de 2003, The New York Times encargó a Stephen J. Dubner, escritor y periodista, que escribiera un perfil de Steven D. Levitt, un economista joven y aclamado de la Universidad de Chicago.

Dubner, que por aquel entonces trabajaba en un libro acerca de la psicología del dinero, había estado entrevistando a multitud de economistas y halló que con frecuencia éstos hablaban su propio idioma como si se tratase de una cuarta o quinta lengua. Levitt, que acababa de recibir el Premio John Bates Clark (una especie de Premio Nobel para jóvenes economistas), había sido entrevistado recientemente por multitud de periodistas y halló que el pensamiento de éstos no resultaba muy... «sólido», como diría un economista.

Pero Levitt decidió que Dubner no era un completo idiota. Y Dubner creyó que Levitt no era una regla de cálculo humana. El escritor quedó deslumbrado ante el ingenio que demostraba el economista en su trabajo y su don para explicarlo. A pesar de los selectos antecedentes de Levitt —alumno de Harvard, doctorado por el Instituto de Tecnología de Massachusetts, y una gran cantidad de premios—, abordaba la economía de un modo notablemente poco convencional. Parecía contemplar el mundo no tanto como un académico, sino como un explorador inteligente y muy curioso, como un director de documentales, quizás, o un investigador forense, o un corredor de apuestas cuyos mercados variasen desde el deporte al crimen y a la cultura popular. Manifestaba escaso interés por la clase de asuntos monetarios que vienen a la cabeza cuando la mayoría de la gente piensa en la economía; prácticamente se defendía con modestia. «No sé mucho del campo de la economía —le confesó a Dubner en una ocasión, retirándose el cabello de los ojos—. No se me dan bien las matemáticas, y no sé mucho de econometría, y tampoco sé teorizar. Si me preguntas si el mercado de valores está al alza o a la baja, si me preguntas si la economía va a crecer o a hundirse, si me preguntas si la deflación es buena o mala, si me preguntas acerca de los impuestos... quiero decir que mentiría por completo si te dijese que sé algo de alguna de esas cosas.»

Lo que interesaba a Levitt eran los misterios de la vida cotidiana. Sus investigaciones constituían un festín para cualquiera que desease saber cómo funciona realmente el mundo. Su singular actitud fue mencionada por Dubner en el siguiente artículo:

Para Levitt, la economía es una ciencia que cuenta con herramientas excelentes para la obtención de respuestas, pero que sufre una seria escasez de preguntas interesantes. Su don especial consiste en la capacidad de formular esas preguntas. Por ejemplo: si los traficantes ganan tanto dinero, ¿por qué siguen viviendo con sus madres? ¿Qué es más peligroso: un arma o una piscina? ¿Cuál fue la verdadera causa de que los índices de criminalidad cayesen en picado durante la década pasada? ¿Los agentes inmobiliarios realmente velan por los intereses de sus clientes? ¿Por qué los padres negros ponen a sus hijos nombres que pueden perjudicar su futuro laboral? ¿Los profesores mienten para alcanzar los estándares de alto índice? ¿Es corrupto el sumo?

Muchas personas —incluido un gran número de sus colegas— quizá no reconozcan el trabajo de Levitt como economista. Simplemente ha reducido la denominada ciencia sombría a su objetivo esencial: explicar cómo la gente obtiene lo que desea. A diferencia de la mayoría de los estudiosos, no teme servirse de observaciones y curiosidades personales; tampoco teme la anécdota o la narración de historias (aunque sí tiene miedo al cálculo). Cree en la intuición. Revisa una montaña de datos para hallar una historia que nadie más ha hallado. Inventa el modo de calcular un efecto que economistas veteranos han declarado incalculable. Sus intereses persistentes —pese a que afirma no haber participado en ellos— son las trampas, la corrupción y el crimen.

Su notoria curiosidad también resultó atractiva a miles de lectores del New York Times. Se vio acosado por preguntas y dudas, enigmas y peticiones, tanto por parte de General Motors, los Yankees de Nueva York y senadores estadounidenses, como también de presos y padres, y hasta un hombre que durante veinte años había guardado datos precisos acerca de sus ventas de rosquillas. Un antiguo ganador del Tour de Francia acudió a Levitt para pedirle ayuda con el fin de demostrar que actualmente en el Tour cunde el dopaje;

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