¿Periodismo?

Juan Cruz Ruiz

Fragmento

EUGENIO SCALFARI

Fundador de La Repubblica

El periodista que no cree en Dios

Eugenio Scalfari, fundador y entonces director del diario La Repubblica de Italia, dijo hace más de veinte años ante un grupo de estudiantes del máster de Periodismo de El País y la Universidad Autónoma de Madrid qué era para él un periodista.

Ante cuarenta alumnos, autoridades académicas, dirigentes del Grupo Prisa y del citado periódico, aquel hombre solemne, de buenos modales, de 64 años muy bien llevados, se sentó a pronunciar la conferencia inaugural de aquel curso, escuchó con atención lo que dijo de él Juan Luis Cebrián, primer director de El País, se acarició las manos largas como si se preparara para una batalla, juntó luego sus dedos largos como de pianista, y pronunció simplemente estas palabras:

—Periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente.

Veinte años más tarde, ante otro grupo de estudiantes, en Roma, el ya ex director de La Repubblica dijo, después de escenificar los mismos gestos:

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—El periodismo es un oficio cruel.

Le vimos a mediados de enero de 2009 en su despacho de fundador de La Repubblica. Es un despacho con una ventana discreta, la puerta abierta, como ocurre en los despachos de los viejos periodistas. Desde su asiento de madera saluda a todo el que pasa, con una ceremonia muy particular, muy suya, de la cabeza y de las manos, y habla con cuidado, juntando siempre los dedos de sus manos de pianista. Un ligero temblor denota sus años, sin duda alguna, pero tiene la cabeza firme y las ideas igualmente en su sitio. En este despacho cumple la tarea de vigilar su periódico, pero ya no lo dirige. Para un hombre cuya actividad fue siempre conducir a periodistas, este retiro al que primero le llevó su propia decisión de apartarse y que luego consolidó la edad avanzada es ley de vida, pero también una frustración, porque periodistas de su raza jamás dejan de tener en la cabeza el periódico que querrían que sus lectores leyeran al día siguiente. Scalfari sigue escribiendo habitualmente en La Repubblica. Cuando le vimos, acababa de publicar un libro de peculiares memorias, L’uomo che non credeva in Dio, y sigue dictando los sábados su artículo dominical, para el que se prepara como un gimnasta. De hecho, lo dicta a una máquina, o lo dicta desde casa; allí no vimos ordenador, y aunque hablaba de la edición digital de La Repubblica con admiración y cariño, no parecía que entre sus aficiones estuviera la de consultar habitualmente los contenidos en la red.

Comenzamos la conversación preguntándole por lo que había sucedido entre aquellas dos frases —«Periodista es gente...» y «El periodismo es un oficio cruel...»—, y cuando acabamos la ronda de preguntas dejamos su despacho, y subimos por la escalera que va de su lugar de trabajo a la Redacción. En ese trayecto —él iba delante y nos decía «Faccio via» para disculparse por encabezar la marcha—, el elegantísimo caballero del periodismo italiano iba mostrando sus espaldas ya cargadas por el tiempo, como si dejara atrás una melancolía, la del oficio, que no está en su semblante, donde todavía anida la pasión por el periodismo. Con nosotros estaba Mónica Andrade, alumna de aquel máster en los tiempos en que Scalfari dio aquella definición del periodista, y que ahora escribe para El País desde Roma; así que él le hablaba también a ella como si rememorara lo que sucedía entonces.

Antes de verle, de todos modos, me ocurrió lo que me ocurre siempre que voy a ver a un hombre de tamaña experiencia, e incluso ante personas de menor experiencia. Siempre acudo a la cita como si me fuera la vida en ello; tomo notas, adelanto preguntas, imagino sus respuestas, y espero siempre lo peor, al menos para que salga lo menos malo. Me importaba su experiencia, como la de todos los colegas a los que fui a ver, pero sobre todo me apetecía que hablara del «oficio» del periodista; «profesión» es una palabra que crea barreras, especialidades, «oficio» parece

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que se acerca a todo el mundo, como carpintero u orfebre, alguien que hace cosas con las manos. Estamos en una sociedad en la que los oficios como el nuestro son cada vez más profesiones. ¿Y cruel, un oficio «cruel»? Había utilizado el término en la universidad romana para hablar del periodismo, y utilizó al principio de la necrológica que escribió sobre su amigo y compañero de aventuras —cofundador de La Repubblica—, Carlo Caracciolo. Cruel el oficio, ¿y nosotros, los que lo ejercemos todavía? En aquel entonces, Scalfari, incitado por la edad y la vida, daba vueltas a una palabra: «maestro», en relación con los jóvenes. Leí en un número de principios de 2009 de la revista L’espresso, de su grupo: «Mi sueño es este: ser su maestro [de los jóvenes], volcar en ellos mi experiencia y recibir a mi vez su candor crudele». De nuevo, ahí la palabra «cruel», como un leit motif que le acompañara en esta etapa ya profundamente reflexiva de su vida y de su experiencia...

Entre lo que encontré en aquel libro autobiográfico sobre la experiencia en el oficio, había una frase que me conmovió como si fuera el estruendo de un cimiento al romperse. Se trata de lo que dijo a Rizzoli, en Milán, cuando discutían sobre su relación profesional. Las palabras de Scalfari bien valen como enciclopedia del periodista: «[Había sentido] esa rabia fría que no me arriesgo a contener; mi capita quando mi pare di subire un torto o quando vedo una disarmonia, un’ingiustizia anche fatta ad altri ma che me ferisce personalmente...». Ese encuentro desató su decisión de montar (con Caracciolo) La Repubblica.

La rabia fría, la injusticia, la herida de la injusticia, lo inarmónico, el oficio cruel... Le recuerdo subrayando en el aire frases que le venían como en otro tiempo le venía la música de los titulares, un ritmo del que también habría de hablar en la conversación. Subrayé este episodio de su memoria, para comentar con él qué había significado fundar el periódico que es su capolavoro: «La independencia del editor y de la cabecera ha constituido un elemento primordial del “fenómeno Repubblica”; otro elemento ha sido el equipo, o si quieren la orquesta, sin la cual no habríamos conseguido ni componer ni “a suonarse un cosi ben riuscito spartito”».

Es un hombre de orgullo, ésa es otra de sus palabras, o de sus más queridos conceptos. El director está arriba, decide, y su relación con el mundo —y con quienes mandan— no conoce otro compromiso que el que tiene con sus lectores. Ésa es la base de todos sus encontronazos con todos los políticos que han mandado en Italia, incluido Berlusconi. Y, debajo, «el equipo», cuya esencia formaba parte de la esencia de La Repubblica; ligado al periódico indisolublemente; una relación de afecto profesional pero profundo de la que nació el éxito del periódico. Ese sentimiento de pertenencia (pertenenza) es fundamental para él. ¿Ha cambiado ese sentimiento? Me miró con sus ojos bamboleantes, nimbados por un

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arco senil que les daba aún más profundidad, tal vez expresando con esa mirada desencanto o nostalgia.

Pero lo que flotaba en el ambiente —lo que flotaba entonces y flotó aún más a lo largo de los meses que siguieron— eran las fechas límite para que el periodismo que llamamos «de papel» para simplificar dejara de existir. En aquel momento, enero de 2009, un grupo de profesores alemanes dejó escrito —para corregir la fecha dada por otros norteamericanos, 2043— que «el periodismo de papel acabará en 2018». Scalfari de nuevo

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