Cloudmoney

Brett Scott

Fragmento

Introducción

Introducción

Este libro trata de una fusión y una adquisición. La fusión es la que tiene lugar entre las fuerzas de las grandes finanzas y las de las grandes tecnológicas. La adquisición es una adquisición de poder: cuando se complete la fusión, las grandes finanzas y las grandes tecnológicas tendrán un poder jamás visto en la historia de la humanidad.

Mi argumento va contra corriente. Los medios de comunicación bullen todos los días con apasionantes noticias sobre que esta o aquella empresa emergente ofrece beneficios estupendos a quienes tengan una u otra aplicación de tecnología financiera. Por ejemplo, cuando Amazon comunica que va a asociarse con una plataforma de pagos o Citigroup anuncia una colaboración con Google Pay, la noticia se presenta —y se explica— como una innovación magnífica y revolucionaria. Los futuristas se pelean para hacer oír su voz, para opinar sobre la última palabra de moda en finanzas digitales, como bardos que compitieran para cantar las alabanzas del rey.

Yo quiero mostrar por qué debemos desconfiar de los relatos sobre el progreso supuestamente inevitable del dinero y las finanzas digitales. Para ello habrá que desconectar de la palabrería diaria del sector financiero y tecnológico y hacer caso omiso de las historias que cuentan los directores generales de las empresas y sus acólitos. A los empresarios, como a los surfistas, les gusta explicar historias apasionantes sobre las olas que dominan (y dar consejos sobre cómo mantenerse en pie), pero les interesa menos detenerse en la confluencia de fuerzas ocultas —como los vientos marinos y los arrecifes de coral— que provocan grandes maremotos. Pueden ser consecuencia de un terremoto lejano que, a su vez, sea consecuencia de una tectónica de placas invisible. Preferiría que nos ahorrásemos las historias de surf y fuéramos directamente a sacar a la luz la tectónica de placas de la economía mundial.

Estamos presenciando la automatización de las finanzas mundiales, un proceso que ante todo exige cambiar el dinero físico de nuestra cartera por un dinero digital que controla el sector bancario, lo que se conoce con el eufemismo de «la sociedad sin dinero en efectivo». El sector financiero y algunos gobiernos están en plena campaña coordinada para demonizar el dinero físico desde hace al menos veinte años. La pandemia de covid-19 ha hinchado esta retórica, y las empresas financieras y tecnológicas han aprovechado la oportunidad para acelerar su guerra contra el dinero en efectivo y han reforzado sus argumentos con la preocupación por la higiene. El dinero físico protege la privacidad y es resistente tanto a las catástrofes naturales como a las quiebras bancarias, pero se considera, cada vez más, un obstáculo anticuado contra el progreso, que tiene que dejar paso a un nuevo mundo de dinero digital, lo que denomino el «dinero en la nube».

La digitalización de los pagos permite la digitalización de las finanzas en general —una tarea que hoy corre a cargo de la tecnología financiera, el sector fintech—, que, a su vez, está haciendo posible la plena automatización del capitalismo corporativo. Se observa ya en las actividades de empresas como Amazon, Uber y Google (o, en China, Tencent y Alibaba). Casi todas las grandes compañías tecnológicas están asociándose con instituciones financieras. No pueden sostener sus imperios digitales de dimensión mundial sin fusionarse con sistemas globales de pago digital.

De este proceso están naciendo grandes oligopolios (conglomerados de empresas gigantescas), pero se ocultan bajo una proliferación de aplicaciones que les otorgan una apariencia de diversidad. Detrás de la pantalla de nuestro móvil está desarrollándose una infraestructura de control financiero automatizado. Miles de millones de personas caen atrapadas en sistemas interconectados que permiten unos niveles de vigilancia y extracción de datos antes inimaginables que, en consecuencia, implican nuevas posibilidades de exclusión, manipulación y engaño. La lucha para hacer que la gente se haga dependiente de estos sistemas está empezando a convertirse en una disputa geopolítica entre grandes potencias, con el respaldo de sus respectivos aliados empresariales.

A primera vista, da la impresión de que las empresas y los gobiernos están compitiendo por ser dominantes, pero un análisis más minucioso nos muestra que están luchando por hacerse hueco en un supersistema planetario cada vez mayor. Es difícil ver ese supersistema en su totalidad, en parte porque es demasiado grande. Pero nuestra relación cotidiana con una constelación de teléfonos, ordenadores y sensores (todos enviando información a lejanos centros de datos) deja una huella que se traduce en la incómoda sensación de vivir en un mundo destinado a tener una interconexión cada vez más concentrada.

Algunas personas, yo entre ellas, sentimos claustrofobia al notar la presencia de esta red cada vez más cerrada. Me estremecen los anuncios que muestran las ventajas de unos productos que luego van a tratar de estudiar y orientar mi comportamiento. Miro el móvil y me pregunto si, en lugar de un compañero útil, es el agente de unas fuerzas siniestras, encargado de vigilar aspectos de mi vida que antes se escapaban a todo control formal.

Pero no estoy aquí para afirmar que el mundo digital es malo ni que hay que compararlo con un mundo no digital lleno de bondades. Los debates públicos se articulan como batallas entre dos cosas distintas, pero yo más bien veo el mundo como una serie de contradicciones. Me doy cuenta de que todos estamos atrapados en complejas redes —económicas, culturales y políticas— que pueden liberarnos y encarcelarnos al mismo tiempo. Este libro tiene el propósito de «reequilibrar» el sesgo del relato sobre las finanzas digitales que no habla más que de liberación. Considérenlo un yin más oscuro que contrasta con un yang más luminoso.

LAS CONTRADICCIONES DEL DINERO Y LA TECNOLOGÍA

Cuando mi hermano y yo éramos niños, mi padre nos enseñó a interpretar los mapas topográficos y nos envió a recorrer los montes Drakensberg, en Sudáfrica, sin llevar nada más que una brújula. Pensamos que la aventura nos convertiría en hombres de verdad, pero lo cierto era que en aquellas mismas montañas, quinientos años antes, el pueblo indígena san había hecho lo mismo sin usar ningún tipo de tecnología, guiándose solo por su experiencia, las estrellas y su intuición.

Aquí nos encontramos con una contradicción. Una herramienta es, a primera vista, un instrumento que utilizamos para imponer nuestra voluntad al mundo, como la valiosa brújula que mi hermano y yo sujetábamos con fuerza mientras íbamos avanzando. Por supuesto, llegamos a la cueva marcada antes del anochecer, orgullosos de nuestra hazaña. Pero lo que nos resulta difícil ver es que la herramienta solo es útil en la medida en que dependemos de ella. Al utilizarla estamos entregando, olvidando y quizá perdiendo parte de nuestra brújula interior, o incluso no dejando que esa brújula interna se desarrolle.

La tecnología tiene dos caras. Pensamos que nos fortalece, pero al mismo tiempo aumenta nuestr

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