¿QUÉ ES EL TIME MINDFULNESS?
En una de sus primeras novelas, La vida está en otra parte, Milan Kundera narra la historia de un hombre que siente que se encuentra siempre en el lugar equivocado. Aunque no para de moverse, las cosas interesantes suceden allí donde él no está. ¿No será justamente ese no parar quieto lo que hace que ningún lugar ni momento sea el adecuado?
Cuando vives convencido de que la vida está en otra parte, sin darte cuenta apartas lo mejor de la existencia lejos de ti como para confirmar que tienes razón.
Algo parecido nos pasa con el tiempo. Muchas personas viven creyendo que no tienen tiempo, porque su vida es un constante saltar de una urgencia a otra, porque las obligaciones y compromisos les roban el día entero. Otras pueden estar convencidas de que «cualquier tiempo pasado fue mejor», y añoran una época que tal vez en su momento no supieron valorar. Otras sitúan el tiempo de calidad en un hipotético futuro, ya que solo podrán disfrutar de la vida si se dan determinadas condiciones: cuando me jubile, cuando tenga dinero, cuando logre organizarme mejor (sin duda, este libro te servirá para esto último).
Sea como sea, igual que le sucede al protagonista de Kundera, si el tiempo óptimo nunca es el que vives, tu tiempo para vivir estará siempre en otra parte. Y eso equivale a decir que el tiempo presente no tiene valor. Mientras vagues en la nostalgia o en el anhelo de lo que crees no tener, tu existencia será una triste sala de espera.
n En medio de la tormenta
Mi marido, el escritor Andrés Pascual, dice en sus conferencias que el tiempo adecuado, el momento de paz para hacer algo, no llegará nunca. Hay que estar dispuesto a levantar nuestro sueño desde el caos, a trabajar en medio de la tormenta, si es necesario.
Todos los «cuando…», pero muy especialmente el «cuando tenga tiempo…», enmascaran nuestros miedos y nos condenan al infierno de la procrastinación. Esta palabra tan fea está definida en el diccionario como «el hábito de retrasar aquello que debemos atender, sustituyéndolo por actividades más irrelevantes».
Mientras creemos no tener tiempo para vivir la existencia que deseamos, se nos escapan miles de segundos, horas, días enteros surfeando aburridos por las redes sociales o viendo la televisión, entre otras muchas cosas que hacemos por inercia. Ponemos nuestras prioridades en stand by, pero, además de estas distracciones automáticas, acudimos a reuniones inútiles o aceptamos compromisos que no nos aportan nada.
¿Por qué, entonces, pensamos que nos falta tiempo, cuando dejamos pasar la vida tan a la ligera? ¿Con qué solución contamos para tantos «escapes» que perforan nuestra agenda como un colador, hasta dejarnos sin un momento de calidad para nosotros?
n Levanta el stand by
Con este libro vas a aprender a dar protagonismo a tus prioridades, eliminando los «ladrones de tiempo» que están siempre al acecho y desactivando las excusas que te llevan a aplazar lo que deberías estar haciendo.
Para ello, además de las técnicas que te brindaré en este manual, tendrás que hacer algo muy simple que al grueso de la humanidad le cuesta horrores: tomar conciencia.
El Time Mindfulness (TM) consiste justamente en eso, ser consciente del tiempo, lo cual implica:
• Decidir qué porción de tu jornada (o, al menos, de tu tiempo libre) quieres dedicar a las cosas verdaderamente importantes.
• Tapar las «fugas» por las que se escapan inútilmente las horas, con lo que se vacía tu depósito de tiempo disponible.
• Diseñar tu agenda no según lo que los demás reclaman de ti, sino de acuerdo con tus prioridades.
• Eliminar la procrastinación de tu día a día.
• Tomar descansos que, además de cargarte las pilas de buen humor, sean verdaderos oasis de creatividad.
• Aprender a multiplicar el valor de cada hora, evitando la dispersión e incorporando técnicas que aumentarán tu rendimiento.
Todo esto encontrarás en este programa pionero de TM, que se apoya en una verdad muchas veces negada: tu tiempo es tuyo. Tal vez vendas una parte a cambio de un sueldo, y de eso vamos a hablar también, pero el resto no le pertenece a nadie más que a ti.
Puesto que el tiempo son los raíles por los que circula el tren de nuestra vida, vamos a aprender a disfrutar del viaje.
Al tomar conciencia de tu tiempo, empezarás a darle el valor que merece. Cada hora tuya será preciosa porque, como cantaban los Rolling Stones ya en 1964, «el tiempo está de tu parte».
Estoy segura de que las horas que vas a dedicar a leer este libro serán una inversión muy rentable, ya que muy pronto, en lugar de ir contra reloj, vas a hacer del reloj —y de tu agenda— tu mejor aliado para vivir la vida que deseas.
CRISTINA BENITO
1
TRABA AMISTAD
CON EL TIEMPO
TU CEREBRO Y EL TIEMPO
El reloj interior cuenta las experiencias
Dicen que si quieres poner nervioso a un físico no tienes más que preguntarle qué es el tiempo. Para Newton, el tiempo era una magnitud física y objetiva, algo que se mueve y fluye siempre hacia delante, como si de un gran reloj cósmico se tratase. Para Einstein era subjetivo, pues depende de la velocidad a la que nos movemos en el espacio. Según el genio alemán, el tiempo fluye incluso de manera personal:
«Siéntate sobre una plancha caliente durante un minuto, y te parecerá una hora. Siéntate junto a una chica hermosa durante una hora, y te parecerá un minuto: he ahí la teoría de la relatividad».
Para la física cuántica, todas las posibilidades conviven en un mismo instante.
Lo importante, más allá de lo que sea el tiempo, es decidir qué hacemos con él. El tiempo es un regalo que se nos ha concedido y debemos estar a la altura y aprovecharlo como merece para sacar lo mejor de nosotros mismos.
n Kronos y kairós
En la antigua Grecia se utilizaban dos palabras para definir el tiempo: kronos y kairós. La primera se refería al tiempo medible, entendido como una secuencia cuantitativa. Por eso utilizamos esta raíz para «cronómetro», «cronología» y otros términos que miden la cantidad de tiempo.
El acierto de los griegos fue crear otra palabra más, kairós, referida a la calidad del tiempo. Sabían que los seres humanos tenemos la capacidad y la responsabilidad de dotar a cada instante de la máxima calidad.
Como dice el escritor y conferenciante Álex Rovira, un beso dura pocos segundos, pero puede marcar el signo de una vida, al igual que un abrazo, una palabra amable o un gesto de entrega. Kairós equivale a estar en este preciso momento, a sentirte en sintonía con el mundo, alineado para hacer cualquier cosa que te propongas. Es alcanzar la plenitud aquí y ahora.
Pero para ello hay que saber vivir en el presente.
Muchas veces el pasado nos impide avanzar. Si fue triste, por la pena o la rabia que sentimos; si fue bonito, por la nostalgia. Y lo mismo pasa con el futuro. Nos preocupamos por cosas terribles que todavía no han ocurrido o nos desesperamos porque no llega ese futuro idílico que deseamos. En ambos casos, nos bloqueamos y no actuamos para que el presente sea mejor.
No podemos disfrutar de lo que sucede en este preciso —y maravilloso— instante.
Tal como afirma el zen, el pasado no existe, todo lo que ha ocurrido te ha traído hasta este momento en el que estás ahora. El futuro tampoco existe, serás tú mismo el que lo construyas con tus actos del presente, aprovechando tu tiempo como es debido.
Vivir sin tiempo
Los amondawa, una tribu de la Amazonia brasileña con la que se estableció contacto por primera vez en 1986, no conciben el tiempo.
El profesor Chris Sinha, de la Universidad de Portsmouth, que convivió con ellos y estudió su lenguaje, explica que no consideran el tiempo como algo que se puede medir o contar, o de lo que hablar de manera abstracta.
No tienen palabras ni para el tiempo ni para sus divisiones o medidas, como día, mes o año. Tampoco para la próxima semana o para el año pasado. Solo para las divisiones entre día y noche y las estaciones lluviosas y secas. Ni siquiera cuentan su propia edad. Tienen distintos nombres en las diferentes etapas de su vida o según el estatus que van adquiriendo en la tribu. Por ejemplo, un niño pequeño cede su nombre a su hermano recién nacido y él recibe uno nuevo.
Según Sinha, nosotros pensamos en el tiempo como una cosa. Decimos «el fin de semana vuela», «los exámenes están cerca», «no tengo tiempo»… Y creemos que tales declaraciones son objetivas, cuando no son sino metáforas que hemos creado y que, sin darnos cuenta, han terminado convirtiéndose en nuestra forma de pensar, robándonos la libertad de la que todavía disfrutan los amondawa.
n Nuestro reloj de experiencias
Hace cinco años, un grupo de científicos de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología recibieron el Premio Nobel de Fisiología y Medicina por haber descubierto nuestro GPS cerebral; o, dicho de un modo un poco más técnico, un conjunto de células que habitan en la corteza entorrinal media y conforman un sistema de coordenadas que nos permite entender cuál es nuestra situación en el espacio.
Gracias al trabajo de esas células, entiendo el «dónde». Pero ¿qué hay del «cuándo»?, debieron de preguntarse los doctores escandinavos. ¿Cómo sé en qué momento me encuentro, si ha pasado una hora, un año, mucho o poco tiempo desde este o aquel evento? Y, ya que habían descubierto un sistema neuronal para ordenar el espacio, siguieron investigando hasta dar con el que mide el tiempo, que por cierto está situado muy cerquita del anterior, en la corteza entorrinal lateral.
Como ocurre tantas veces en la ciencia, y en la vida en general, lo que de primeras parecía un fracaso, los condujo al éxito del experimento. Y es que cuando estaban a punto de abandonarlo porque el comportamiento de las células estudiadas no respondía a patrones fijos —más bien era un auténtico caos—, se dieron cuenta de que era así porque el tiempo es algo que varía a cada instante y en cada persona.
Como dice el investigador: «la red neuronal mide un tiempo subjetivo derivado del flujo continuo de la experiencia». Esto es, se trata de un reloj especial que registra el tiempo asociado a cada una de las experiencias que vivimos. Por eso, dependiendo de cuál sea nuestro estado mental y nuestras circunstancias, nos da la sensación de que el tiempo pasa más rápido o más lento, como en el ejemplo puesto por Einstein.
Esta tesis científica no se diferencia mucho de lo que proponían los grandes filósofos: «No midas el tiempo en horas o días, mídelo en acciones y en satisfacción». Estas son las únicas agujas que verdaderamente tienen importancia en tu vida y que tendrán incidencia en la de los demás.
n Los minutos divertidos duran menos
El investigador Hudson Hoagland descubrió, gracias a la gripe que sufría su esposa, que la fiebre alta afecta a nuestra estimación del tiempo. Mientras estaba enferma se le hacían larguísimos los minutos que él pasaba fuera de casa, y no era solo porque le echaba de menos. Numerosos estudios han corroborado que, cuando sube la temperatura corporal, nuestro cerebro percibe que ha pasado más tiempo del que objetivamente ha transcurrido.
También las emociones fuertes pueden distorsionar la percepción del tiempo. Y si no que se lo digan a los participantes de un experimento del conocido divulgador científico David Eagleman: a unos valientes que saltaron de una altura de quince pisos a una red, los tres segundos que duraba la caída les parecieron nueve. O a esas personas que sufren un accidente y creen verlo todo a cámara lenta. La amígdala cerebral interviene ante situaciones de miedo o pánico alterando nuestro tictac interno.
Si llegamos tarde a trabajar, los mismos cinco minutos que pasamos cada día en el andén del metro nos parecerán una hora. Las esperas de los resultados médicos se hacen eternas, mientras que las tardes en que disfrutamos de nuestras amigas y sus confidencias vuelan.
Las expectativas también influyen en nuestra percepción del tiempo. Y, si no, piensa en el efecto «viaje de vuelta». «¿Cuánto queda?»: Seguro que te suena esta pregunta, más habitual en los viajes de ida, que siempre parecen más largos, aunque tengan los mismos kilómetros que los de vuelta.
Como explica el psicólogo Niels Van de Ven, los viajes nuevos nos generan nerviosismo y cierta ansiedad debido a las expectativas puestas en ellos, lo cual activa nuestro sistema nervioso simpático haciendo que percibamos el tiempo de forma más dilatada. Justo lo contrario de lo que ocurre al regresar. Nuestra expectativa es: «va a durar mucho tiempo otra vez», y paradójicamente se nos hace más corto.
¿Qué podemos extraer de todo esto a efectos prácticos? Ni más ni menos que una certeza: nuestro cerebro tiene control sobre cómo experimentamos el tiempo.
Como veremos a lo largo de este libro, si conseguimos vencer el estrés y las inercias vacías, dejaremos de ser esclavos del reloj para convertirnos en los dueños de nuestro tiempo.
n Mindfulness para una vida larga y plena
Cuando miramos hacia atrás en nuestra vida, aunque los minutos disfrutados y bien aprovechados se nos hicieron cortísimos por lo bien que lo estábamos pasando, son estos momentos los que dotan de sentido a nuestra existencia.
Podemos completar, entonces, el título del apartado anterior diciendo que los minutos divertidos duran menos, pero estiran la vida. Porque, si nos dejamos llevar por la rutina, el día a día se hará tediosamente eterno y, de forma paradójica, nos dejará la sensación de que la vida pasa sin enterarnos. Una sensación que nos sume en un destructivo estado de apatía que resulta del todo contrario al TM.
La ciencia ha demostrado que el mindfulness —cultivar la atención plena y estar centrado en el aquí y el ahora—, entre otros muchos beneficios, aporta serenidad y mejora la memoria. Nuestros cerebros almacenan más información de los eventos que vivimos, sean grandes o pequeños, y ello nos hace percibir el transcurso del tiempo de forma más pausada.
Por el contrario, estar distraídos en la rutina nos crea la desagradable sensación de que el tiempo vuela, de que estamos tirando a la basura, literalmente, nuestra vida.
n Vive las cosas como si fuera la primera vez
Maximilian Kiener, un diseñador austríaco de quien te recomiendo su precioso proyecto Why Time Flies —«Por qué el tiempo vuela»—, que puedes experimentar gratuitamente en su página web, explica la percepción del tiempo a partir de las teorías del filosofo francés Paul Janet.
En su primer año de vida, un niño está constantemente recibiendo nuevos estímulos, descubriendo y experimentando. Para él, un año, o incluso un mes, es casi una eternidad.
Del mismo modo, la primera semana de un largo viaje a un país desconocido, en el que recibimos mucha información nueva, nos parecerá mucho más larga que las siguientes. Esto explica por qué cuando regresas a un lugar que fue especial en tu infancia te parece más pequeño, y es porque a ese lugar le han seguido muchos otros y, además, ya no lo estás descubriendo por primera vez.
En la infancia vivimos el presente con plenitud, dado que todo es nuevo para nosotros. Pero a medida que envejecemos, nuestras vidas se llenan de actividades repetitivas, empezamos a vivir anclados en el pasado o proyectándonos en el futuro… y el presente se nos va.
Siendo así, podría decirse que el TM es cosa de niños. ¡Bienvenida esta definición entonces! Recuperemos la capacidad de percibir cada minuto como una eternidad llena de posibilidades.
n Cómo hacer que tu día dure más tiempo
Thorin Klosowski, especialista en tecnología aplicada al bienestar, dice: «Es sorprendente la cantidad de experiencias nuevas que se presentan a lo largo del día simplemente con prestar algo de atención».
Él se fijó como propósito de año nuevo hacer una cosa nueva cada semana que le sacase del piloto automático: ir a una conferencia, tomar la palabra en un evento, escribir sobre cosas que le daba miedo afrontar…
Es bien sabido que la zona de confort es más una cárcel que un refugio. Nos atamos a lo conocido, vamos reduciendo nuestras «primeras veces» y el tiempo avanza disparado.
Diciendo sí a las nuevas experiencias, además de crecer como personas, acumulamos nuevas memorias que cambian la percepción subjetiva del tiempo. Al exprimir nuestros días, semanas o meses, estos parecen durar más, enriqueciendo nuestro kairós. En lugar de angustiarse por el inevitable paso del tiempo, el cerebro se dispone a aprovechar cada experiencia al máximo.
Para cerrar este capítulo, te propongo una serie de trucos con los que puedes engañar a tu mente para que tus días te parezcan tan largos como a los niños.
1. Da un paseo por un barrio diferente. Cuando visitas un nuevo entorno —y no hace falta saltar a otro continente—, tu cerebro absorbe caudales de nueva información que entra por los cinco sentidos. Curiosamente, esto te hará percibir el tiempo de forma más pausada, generándote una sensación de relax.
2. Conoce gente nueva. Variar en las relaciones personales también activa tu cerebro y ralentiza el reloj. Cada «fichaje» llega con historias distintas, así como con una diferente visión del mundo que enriquecerá la tuya.
3. Mueve tu oficina. Si eres autónomo, prueba a trabajar de vez en cuando en oficinas improvisadas como una cafetería o un parque. Practícalo también con las actividades de tu tiempo de ocio que exigen estar sentado a una mesa o en un sofá, como pueden ser leer o aprender un idioma.
4. Alimenta tu curiosidad. Esta idea resume todas las anteriores. El afán por saber más, por aprender, ya sea profesionalmente o en cualquier disciplina vital, es la característica principal de los niños y la virtud que estira sus días como una goma elástica. ¡Dota a tu tiempo de la calidad que merece!
UN POCO DE SÍNTESIS
• Más importante que la cantidad de tiempo es la calidad de este.
• Los minutos de felicidad parecen durar menos, pero persisten largo tiempo en la memoria y dotan de sentido a la vida.
• Cultivar la atención plena estira el tiempo, porque lo vivimos más lentamente y con mayor profundidad.
• Experimentar el mundo con los ojos de un niño nos instala casi en la eternidad.
EL RELOJ DE NUESTRA VIDA
No todo puede medirse
Cuando tuve mi primer reloj de pulsera, me creí mayor e importante, con ocupaciones y cosas que hacer. Tenía una correa de cuero marrón y una esfera pequeñita color crema con el 12, el 3, el 6 y el 9 marcados. Para mi primera comunión me regalaron un reloj digital Casio. También recuerdo el reloj de oro que le entregaron a mi tía Angelines cuando se jubiló. En cambio, lo primero que hacía mi madre cuando íbamos a la casa del pueblo donde pasábamos los veranos era quitarse su reloj de pulsera y meterlo en una jarra de cerámica.
Nos hemos acostumbrado a mirar la hora constantemente, y casi siempre para ver el tiempo que nos queda: para terminar algo, para llegar a algún sitio…Aunque hoy en día mucha gente usa el móvil para consultar la hora, vivimos ligados a un reloj como el de arena que le entregó la malvada Bruja del Oeste a Dorothy en El mago de Oz, anunciándole su última hora de vida.
¿Cómo no vamos a vivir angustiados por la falta de tiempo?
Lo queramos o no, el reloj —allí donde esté— condiciona nuestra vida. Y en lo que se refiere a la gestión del tiempo, al igual que nuestra mente, puede ser un aliado o un terrible enemigo.
n Cuando el tiempo se olía
El primer sistema para medir el tiempo, hace cinco mil o seis mil años, nos ayudó a organizarnos. Habíamos dejado de ser nómadas y necesitábamos ordenar la sociedad y convocar las reuniones de vecinos de la época. Desde entonces, hemos utilizado los más variados métodos para controlar el tiempo.
Los egipcios colocaban obeliscos para marcar el mediodía. Más tarde crearon los relojes de sol, que ya señalaban todas las horas, pero presentaban muchos inconvenientes: no funcionaban por la noche, ni en días nublados, y la duración de las horas variaba según la época del año.
En Grecia y Roma, para medir la duración de las guardias y de los turnos de intervención en los tribunales, se utilizaba un cronómetro de agua llamado clepsidra, lo que se traduce como «ladrón de tiempo».
En China y Japón, el tiempo se olía: las barras de incienso marcaban la duración de la visita de una geisha o de la meditación en el templo. Algunas barras contaban incluso con alarma: se les ataba una campanilla para que resonara una vez consumido el lapso establecido. Así que el tiempo también empezaba a oírse.
Los primeros relojes mecánicos se instalaron en los monasterios durante la Edad Media. Todavía sin agujas ni esferas, consistían en un sistema de pesos, muelles y campanas que daban las horas. Hasta entonces, durante las vigilias se habían utilizado velas a las que hacían marcas, pero el ora et labora requería de una hora más precisa para no sobreponer los maitines a los laudes, vísperas o completas.
También fueron útiles a mercaderes y artesanos para organizar sus horarios comerciales, por lo que debían ser grandes y estar bien altos.
Y, finalmente, a los relojes se les añadieron las agujas. Los péndulos se hicieron más ligeros y surgió el minutero. De ahí en adelante, con la Revolución industrial llegó la producción masiva: la gente podía tener en casa un artefacto que marcaba las horas. Este podía ser de mesa, de bolsillo… y de pulsera, como el que mi madre metía en la jarra.
Al principio, sin embargo, cabe pensar que el uso que se hacía de los relojes personales era más inteligente de lo que es habitual ahora. Sabemos por crónicas de la época que los primeros usuarios se retiraban a una sala