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Para Katherine, Jake y Julia




UNO
106 HORAS, 29 MINUTOS
SAM TEMPLE ESTABA subido a su tabla. Y había olas. Olas como Dios manda: blancas, espumosas, con aroma de sal, abruptas olas que chocaban y se arremolinaban.
Y allí estaba él unos sesenta metros mar adentro, en el lugar perfecto para atrapar una ola, boca abajo, con manos y pies en el agua, entumecido por el frío al tiempo que le ardía la espalda quemada y sumergida.
Quinn también estaba allí, vagueando a su lado, esperando una buena ola, esperando la ola que los levantara y arrojara hacia la playa.
Entonces Sam despertó, ahogándose por el polvo.
Parpadeó y recorrió con la mirada el paisaje seco que lo rodeaba. Miró instintivamente hacia el sudoeste, hacia el océano. Pero desde allí no se veía. Y hacía tiempo que no había ninguna ola.
Sam pensó que sería capaz de vender su alma a cambio de poder subirse a otra ola de verdad.
Se enjuagó el sudor de la frente con el reverso de la mano. El sol era como un soplete, demasiado cálido para la época del año en la que estaban. Sam había dormido demasiado poco.