DRAMATIS PERSONAE LISTA DE INVITADOS
(transcrita por C. Hect).
Perros que invitar a la fiesta de cumpleaños
• El marrón junto a la pescadería, tamaño normal y cuatro patas
• Para Ya, creemos que es su nombre, se tumba bajo el mostrador del supermercado, es rojo, grande y tiene cuatro patas
• El blanco y negro que vimos una vez en el parque, de tamaño normal, la cola enroscada dos veces y tres patas
• Fideo, el rey de los perros en secreto, casi blanco, tamaño pequeño y seis patas
• El perro con manchas de la playa, tamaño grande, unas cejas rojizas y enormes
Miembros de la pandilla que invitar
a la fiesta de cumpleaños
• Salsa Picante
• Honestidad
• Nacido en la Mañana
• Rubí Precioso
• Kevin
Profesores
• ¿El Ángel?
Sangre del Edén
• Crown Him with Many Crowns (No. —C.)
• La capitana, puede (Imposible. —C.)
• Comandante de célula We Suffer and We Suffer, aunque puede que sea comandante de sección, no lo sé (Es ambas y no. —C.)
• Y vosotros tres (Es bueno saberlo. —C.)
Uno es el Emperador, que llegó antes que nada.
Uno, sus lictores, que acudieron a su llamada.
Uno son sus Santos, elegidos en el pasado.
Uno, sus Manos y las espadas que han empuñado.
Dos es disciplina, ajena a los aprietos.
Tres, el brillo de una joya o de un gesto.
Cuatro es lealtad, también contiendas.
Cinco, con los difuntos acervo y deudas.
Seis es verdad y no consuelo en mentiras.
Siete, belleza que brota y expira.
Ocho es redención, a toda costa.
Nueve, la tumba y lo perdido otrora.
Duerme, dijisteis. Te despertaré al amanecer.
Pregunté: qué es amanecer. Vuestra respuesta:
Cuando todos los que me jodieron acaben de perecer.
Cuando toda la gente que amamos se haya marchado, presta.
Eso es amanecer. Limpio es lo mismo que vacío.
Mandemos a paseo este sueño mío, esta prueba, esta apuesta.
En la hora del desafío,
Seré yo quien te arrope. Quien apague la vela.
Quien se tumbe a tu lado. Muera. Y pase de la noche el frío.
Será esta la ocasión en la que el éxito nos sobrevuela.
Perdonar no es tan difícil; ni el furor, tan duradero.
Nuestras tumbas, menos profundas; menos liosas, nuestras
[triquiñuelas.
Alzasteis la espada, certero.
Todavía os quie
NONA LA NOVENA
JOHN 20, 8
EN EL SUEÑO, le contó dónde se había sacado el título, el posdoctorado, la beca de investigación. Palabras que eran poco más que ruido y que no significaban nada. Era como si estuviese meditando, como si su boca supiese de la futilidad de pronunciarlas y se limitara a recitar. Dilworth. Otago. Auckland. Corpus, al otro lado del charco. (Le gusta la palabra «corpus». Le suena agradable y se le llena la boca con ella). Después otro año fuera, en el que consiguió la subvención y conoció a los hombres que lo harían todo posible. Usaron falacias de alegato especial en sus conversaciones con el Gobierno de Nueva Zelanda y con la Red Medioambiental de Asia y el Pacífico; les dijo que lo hicieran, y luego regresaron a las instalaciones que había por fuera de Greytown. Las disimularon haciendo que pareciesen unas instalaciones frigoríficas. A todos nos pareció muy divertido, dijo él.
Él dijo: Solo queríamos salvarte. Estabas muy enferma.
Dijo: Al principio solo estábamos A… y M… y yo. No es que no tuviesen dinero para contratar un equipo mayor, sino que nosotros éramos los únicos capaces de llevar a cabo lo que querían. M…, por sus capacidades médicas, y A…, porque era un genio con el glicerol-6. Podría haber conseguido lo que quisiese, pero se quedó conmigo… y gracias a Dios, porque era él quien lidiaba con los accionistas. Yo me encargaba de todo, pero esas reuniones eran un horror. Nunca me han gustado las reuniones. Después, los supervisores ejecutivos trajeron a C…, para las cuentas y los gastos, pero ya sabes cómo acabó: la pusimos de nuestra parte antes de que terminase el primer año…
Él dijo: Tienes que entender que, hasta ese último año, creíamos de verdad que iban a conseguirlo. Sabíamos que el plan podía llegar a funcionar. Las criocápsulas Mark-R podían llegar a albergar hasta once mil millones de personas, sin problema alguno. Habíamos conseguido reducir la intervención hasta cinco horas por persona con un equipo de cuatro especialistas. Si tenían un grado en Medicina, dicho entrenamiento podía durar solo unas semanas. La mano de obra no iba a ser un problema si empezábamos ya. Sí, sabíamos que el asunto de la maternidad no estaba del todo solucionado, pero casi lo habíamos resuelto y el resto de los preparativos estaban perfectos. También se quejaron del calendario propuesto y del dinero, pero sabíamos que siempre iban a quejarse del dinero. Teníamos una norma: no dejar a nadie atrás a sabiendas.
Dijo: Incluso mientras construían las otras naves nos dijeron a la cara que no les diésemos mayor importancia, que iban a enviarlas a las instalaciones de Kuiper y prepararlas para la evacuación completa de la población. El Foro Internacional de Acreditación estaba involucrado, y la Asociación Astronáutica Paneuropea dio el visto bueno. No parecía sospechoso. Incluso les cedimos a G… en aquella época, porque querían ayuda con los revestimientos. M… dijo que a ella no le gustaba nada, que olía a chamusquina, y ¿sabes qué le dije yo? ¿Sabes lo que le dije? Dije: «Le estás dando demasiadas vueltas». Y también: «¡No seas paranoica!». Es que… Joder. La miré a los ojos y le dije: «Es nuestra oportunidad para escapar. Sabes que, en cuanto esos milmillonarios se enteren, irán adonde esté el oxígeno». Es lo que solía decirle. «Van adonde saben que está el oxígeno. Los ricos siempre van directos a la salida».
Él dijo: Cuando me llamaron y me comentaron que el proyecto criogénico se había terminado, ella me miró y se limitó a decir: «Pues hacia allá que van, John».
En aquel sueño, se encontraban sentados en una playa. Él había encendido una fogata con madera de deriva húmeda. El humo dejaba una marca negra allá donde tocaba la lona, en la parte más alta, donde se estiraba sobre sus cabezas. La ceniza no dejaba de caer. Les provocaba náuseas, pero solo duró un rato. Todo lo que les hacía daño solo lo hacía durante un rato.
En aquel sueño, ella estaba sentada junto a un amasijo de carne que Él había cortado, contramuslos en su mayoría, para cuando les diese hambre, cosa que no ocurría con demasiada frecuencia, y siempre al mismo tiempo. Cuando ese era el caso, se colocaban el uno junto al otro y empezaban a comer hasta que les dolía el estómago. Bebían del mar, como perros.
Él dijo, después de una pausa: ¿Sabes lo peor? Que lloró. A… y ella lloraron. Se abrazaron y lloraron como bebés. Estaban muy asustados, joder. Y yo me quedé ahí, y no fui capaz de hacer una mierda. Todo lo que era y todo lo que había conseguido, y no fui capaz de hacer nada, joder.
Se quedó en silencio durante un buen rato. El mar se tragó la arena. Las olas relucían un poco, aunque no había luz del sol, solo una nube de un amarillo muy denso.
Y ella comentó: ¿Y entonces qué hicisteis?
Él dijo: Algo terrible, ¿verdad?
Ella dijo: ¿Cuándo viene la parte en la que me hacéis daño?
Él dijo: Pronto. Ya no queda mucho.
Ella dijo: Todavía os quiero.
Y, en el sueño, Él se frotó la sien con el pulgar y dijo:
—Siempre dices lo mismo, Harrowhark.

1
A FINALES DEL AÑO de nadie en el que ella pensara demasiado en particular, la persona que la cuidaba pulsó el botón de la grabadora y dijo:
—Empezad.
Ella cerró los ojos con fuerza y empezó, con una premura ya ensayada.
—El rostro pintado se halla sobre mí. Estoy en aguas seguras, tumbada, creo. Algo me empuja. El agua me cubre la cabeza y se me mete en la boca. También me entra por la nariz.
—¿Duele?
—No.
—¿Cómo os sentís?
—Me gusta. Me gusta el agua. Me gustan las manos de ella.
—¿De ella?
—Es lo que noto a mi alrededor… Puede que sean mis manos.
El lápiz rasgó el papel con saña.
—¿Y el rostro?
—Es el del dibujo.
El del boceto que habían hecho para ella, el que guardaba en el cajón secreto donde metían todas las cosas interesantes, como cigarrillos, las tarjetas de identificación falsas y todo el dinero, que decían que no era de una moneda de curso legal y por eso no lo podían usar. El lápiz se deslizó solícito por la página. Le costaba mantener los ojos cerrados para no mirar a la persona que tenía frente a ella, por lo que se entretenía imaginando lo que vería en caso de hacerlo: unas manos determinadas y bronceadas sobre el cuaderno, la cabeza inclinada sobre él, el flequillo recogido a la espera del día en que tocaba corte de pelo. En realidad, imaginárselo era mejor que verlo, porque la lámpara a baterías no estaba encendida.
Ella preguntó:
—¿Qué escribes?
Porque el lápiz no había dejado de moverse. La mayoría de las veces, los escritos eran interesantes, pero en ocasiones eran descripciones aburridas de cómo su rostro se contorsionaba al hablar. Como: «0.24: ha sonreído».
—Cosas sin importancia. Continuad. Os habéis despertado tarde.
—¿Puedes cambiar el tono de la alarma? El de «Buenos días, buenos días» ya no sirve para despertarme.
—Claro. En vez de programar la alarma, os arrojaré una esponja húmeda a la cara. Seguid pensando.
Ella siguió pensando.
—Los brazos me rodean con mucha fuerza. Son los brazos de ella. Está claro.
—¿Ella os suena de algo?
—Puede. No lo sé.
—¿Cómo sabéis que son de ella?
—No lo sé.
—¿Y qué ocurre después?
—Ni idea.
Una pausa larga.
—¿Algo más?
—No. Nada más. Lo siento, Camilla.
—No os preocupéis.
Camilla Hect pulsó otra vez el botón, que volvió de nuevo a su posición original con un chasquido plástico y definitivo. Era la señal, por lo que entró en acción. La norma establecía que ella se quedara quieta y tumbada para concentrarse lo mejor que pudiese desde que el botón estuviese pulsado hasta que dejase de estarlo. Una vez llegado el momento, tocaba quitarse el pijama, a la luz pálida y titilante de la pequeña linterna que estaba pegada con cinta al portapapeles de Cam. Se desvestía para vestirse casi al mismo tiempo, lo que requería muchas contorsiones. Se afanaba para quitarse el camisón con los brazos y empezaba a tirar de los pantalones con los tobillos, un movimiento que Camilla llamaba «gusano atribulado».
Ser un gusano atribulado no le preocupaba. Vestirse por sí sola le resultaba maravilloso. En el pasado, las cosas eran mucho peores y había necesitado ayuda hasta con el camisón, porque creían que se le podía atascar a medio camino sobre la cabeza y entonces se acaloraría y se enfadaría más y más por culpa de la claustrofobia. Era muy importante que no volviese a enfadarse así. Solo había tenido dos berrinches en toda su vida, pero habría sido muy humillante sufrir un tercero. Los dedos hurgaron un poco el chaleco, pero no le costó mucho ponerse la camisa de arena ultravioleta, ni tampoco colocarse bien los puños, algo que entrañaba no pocas dificultades y, si lo hacías mal, te obligaba a colocarte de pie en la bañera para quitártela entre chaparrones de tierra amarilla. La chaqueta de tela con botones alargados tampoco la retrasó ni un momento. Cuando terminó, Cam dijo:
—Bien. Rápido.
Y estaba tan cansada de los elogios que se dejó caer sobre el colchón.
—Voy a hacer los estiramientos —dijo, con premura, antes de que la pusieran a hacer otra cosa.
Levantó las piernas hasta que apuntó con los pies directo hacia el techo y, tal y como le habían enseñado, giró los dedos de manera que rodeasen las manchas de humedad que se veían en el yeso. El húmedo invierno había terminado, pero la mancha enorme del rincón aún no se había secado. Camilla le había dicho a todo el mundo que lo mejor sería hablar con el casero, pero se le había hecho saber que, si era capaz de encontrar al casero, se haría acreedora de una medalla de oro.
Ahora, Camilla no había dicho nada, ni aprobatorio ni reprobatorio, por lo que ella dijo, con más énfasis:
—Hoy tengo las piernas muy tensas.
Con esa esperanza sempiterna de que Cam la cogiese por los tobillos y se los empujase hacia delante. Lo haría hasta que las rodillas le tocasen el pecho y estirase tanto los músculos isquiotibiales que le diese la impresión de que estaban a punto de chasquear y partirse. Era lo mejor del mundo. Si tenía suerte, Camilla también le frotaba los gemelos, que siempre tenía doloridos de caminar. A veces incluso le frotaba la espalda, aunque eso era más bien después de entrenar. Pero ahora Camilla estaba ocupada escribiendo y no mordió el anzuelo por mucho que ella agitó los dedos. Hasta insistió, y añadió:
—Vaya. Muy tensas, madre mía —con voz un poco más alta.
Cam dijo, sin mirar:
—Se os pasará caminando.
—Creo que tengo un tirón. No me voy a poder mover.
—Pues entonces no podréis ir a la escuela.
Ella sabía admitir la derrota.
—Ya voy. Ya voy.
Para demostrar que lo decía en serio, arqueó la espalda y se puso en pie de un salto, con el más mínimo impulso de los brazos. Era algo que había estado practicando y le encantaba cuando conseguía aterrizar con un leve trastabilleo. Pero lo único que dijo Camilla fue:
—No realicéis ningún sobreesfuerzo.
Lo que la dejó hecha polvo. Y la cosa fue a peor cuando apostilló:
—Id a ver si Pyrrha necesita ayuda con el desayuno.
—Vale. Es probable que ya esté listo. Hemos tardado mucho. Tal vez la comida se haya enfriado —añadió, con tono anhelante.
Camilla apartó por un momento la vista del cuaderno y le dedicó una mirada crítica al pelo desgreñado, que tenía aún peor a causa de los estiramientos y del salto. Y dijo:
—Decidle que os arregle el pelo. Voy a hablar.
—¡Ah! ¡Bien! ¡Lo cronometraré!
—Yo tengo temporalizador.
—Cam, eso suena raro. Aquí nadie lo llama «temporalizador». Se llama «reloj».
—Me alegro. Dejad de dar largas con el desayuno.
Ella siguió dándole sagaces evasivas.
—Al menos podrías, por favor, escribir: «Te quiero, Palamedes». Por favor. De mi parte. Escribe: «Te quiero, Palamedes. De parte de Nona».
Camilla lo hizo sin vergüenza alguna, aunque Nona tenía que fiarse de ella, ya que, cuando se acuclilló para seguir los trazos del lápiz, fue incapaz de entender la más mínima palabra. Ni una letra siquiera; no pertenecían a ningún alfabeto que le hubiesen enseñado jamás, cosa que a los demás les resultaba muy interesante pero que a ella le daba igual. No obstante, sabía que podía confiar en Cam. Cuando el lápiz se detuvo después de escribir el mensaje, Nona se inclinó hacia ella y dijo:
—Gracias. También te quiero a ti, Camilla. —Y—: ¿Ya sabes quién soy?
—Alguien que llega tarde al desayuno —respondió Camilla.
Pero mientras Nona volvía a enderezarse, se giró hacia ella y le dedicó una de esas sonrisas breves y escasas, de las que brillan como el sol en un coche que avanza por la autopista. Cam sonreía tan poco que Nona sintió de inmediato que aquel iba a ser un buen día.
La cocina no estaba mucho más iluminada. Había una luz tenue y azul que se colaba entre las cortinas, y la naranja del hornillo encendido, bloqueada en su mayor parte por la otra persona con la que vivía. A unos apartamentos de distancia se oían los llantos matutinos de un bebé, por lo que Nona se acercó de puntillas para no hacer más ruido. Los que vivían debajo odiaban que hicieses ruido al caminar, y Pyrrha aseguraba que tenían conocidos en la milicia y que sería mejor no hacerlos enfadar, porque estaban resacosos un noventa por ciento del tiempo. Aquello era injusto, porque el que vivía en el piso de arriba nunca se quitaba los zapatos en casa, lo que sin duda las autorizaba a quejarse, pero en opinión de Pyrrha era mejor no hacerlos enfadar porque eran policías. Ella lo llamaba el «sándwich de mierda». Siempre parecía saberlo todo sobre todo el mundo.
—¿Habéis terminado? Justo a tiempo —dijo Pyrrha sin darse la vuelta.
Sostenía un aceite en espray con el que apuntaba directo hacia la sartén, donde luego extendía la espuma pálida con una espátula. Llevaba pantalones de pijama y una camiseta de rejilla sin nada encima, por lo que el brillo anaranjado del fogón iluminaba todas las cicatrices de sus brazos fibrosos. Controlaba los demás ingredientes del desayuno que había dispuesto sobre la encimera con la otra mano, por lo que Nona se acercó al escurreplatos y empezó a hacer recuento de la vajilla para ayudarla.
—¿Estás preparando tortitas? —preguntó
—Coged cuencos. Son huevos —respondió Pyrrha.
Ahora que estaba cerca, Nona olió el aceite y vio como Pyrrha agitaba un tenedor dentro de una taza llena de un líquido de un naranja intenso, naranja radiactivo a pesar de la oscuridad. Después lo volcó en la sartén y empezó a chisporrotear. Se formó un entramado amarillo allá donde el líquido tocaba la superficie caliente, prácticamente en el acto. Nona cogió dos cuencos descascarillados en lugar de platos, y Pyrrha preguntó:
—¿No os enseñan a contar en el colegio?
—Sí, pero eso está muy caliente. ¿No podría desayunar algo frío?
—Claro. Dejad que se enfríen y ya está.
—Qué asco. No me refería a eso.
—Los huevos no son opcionales, niña. ¿Qué tal han ido los sueños?
—Como siempre —respondió Nona, que cogió otro cuenco a regañadientes—. Ojalá soñase con algo diferente, para variar. ¿Tu sueñas?
—Claro. Anoche soñé que tenía una reunión informativa, pero no llevaba pantalones y tenía el culo al aire —explicó Pyrrha mientras cortaba pedazos de la cuajada amarillenta con el borde de la espátula. En una de las pausas que Nona hizo entre risas, añadió, con tono solemne—: Pues no fue nada divertido, niña. Sabía que todo iría bien mientras estuviese cubierta detrás del podio, pero no tenía ni idea de qué iba a hacer cuando tuviese que volver a sentarme. Morir, supongo.
—¿Lo dices en serio o estás de broma? —exigió saber Nona una vez hubo remitido aquel regocijo tan desvergonzado.
—Lo digo muy en serio, pero, si quieres, puedes poner otra marca junto a «chistes de culos».
Nona se alegró tanto que se levantó de la mesa y cruzó la estancia hasta la enorme hoja de papel marrón clavada a la pared con chinchetas. Después cogió un lápiz y esperó a que Pyrrha dijese:
—Más arriba. A la izquierda. Justo ahí.
E hizo una marca irregular.
Después Nona contó las marcas y dijo:
—Es la séptima del mes, pero no es justo que no dejes de hacerlos. Palamedes diría que estas manipulando los datos.
—Tengo que darles a las chicas lo que me piden, no puedo evitarlo —dijo Pyrrha. Apagó el fuego y echó parte del contenido de la sartén en el cuenco de Nona. Después la volvió a dejar en la cocinilla, con un trapo por encima para que se mantuviese caliente. Se limpió las manos en otro trapo y dijo—: Comed. Os arreglaré el pelo.
—Gracias —dijo Nona, agradecida por la comprensión—. Cam me dijo que te lo pidiese. ¿Puedes hacerme trenzas?
—Como deseéis, mi dama.
—¿Puedes hacerme una trenza grande y dos pequeñas por los lados?
—Claro, si nos da tiempo.
—No se me sueltan, como las trenzas normales. —Luego añadió, como si se estuviese confesando—: Y con las normales me resulta inevitable morderme las puntas. No quiero caer en la tentación.
—Aquí nadie quiere caer en la tentación, sí. Yo tendría que dejar de torturarme con el cajón de los cigarrillos. No dejo de mirarlo.
—No quiero discutir otra vez por el tema del humo y de los fumadores pasivos —dijo Nona, asustada. Le dio la impresión de que había sido algo brusca, por lo que añadió—: Son malos para ti, y yo te quiero mucho, Pyrrha.
—Pues demostradme que me queréis —dijo Pyrrha, lo que significaba que tenía que comerse los huevos.
Nona comió mientras Pyrrha le cepillaba el pelo con movimientos breves y bruscos, dejando que las capas negras y finas le cayesen sobre los hombros. Ya le llegaba casi hasta la rabadilla, y era suave y sedoso como el agua. Se lo cortaban uno de cada cuatro días que tocaba corte de pelo. No lo hacían todos porque era un rollo, y porque, según Camilla, la gente no se fijaba tanto en la velocidad a la que te crecía el pelo si ya lo tenías largo. Camilla y Pyrrha tenían que llevarlo corto, algo que Nona envidiaba. El de Cam era castaño oscuro, lo llevaba a la altura de la barbilla y a Nona le gustaba mucho cuando le rozaba la mejilla; y cuando Pyrrha tardaba mucho en afeitarse la cabeza, le crecía de un tono arcilloso oscuro, color a tierra roja mojada de una obra. Gran parte de Pyrrha era de ese color propio de una zona de obras: marrones oscuros y secos, colores de arcilla polvorienta o de metal oxidado. Era esbelta, fibrosa y ancha de hombros; y Camilla era alta, enjuta y sombría. Ambas le parecían maravillosas a Nona.
Camilla llegó justo cuando Pyrrha terminaba de apretar la primera trenza y Nona ya llevaba un buen rato «masticando» los huevos, que solo era una de las angustiosas fases del proceso de «comerse» los huevos. Camilla dijo, con voz triste:
—¿Huevos? ¿Es que aún no hemos inventado una proteína diferente o qué?
Lo que significaba que Camilla no era Camilla en realidad.
La manera más fácil de distinguirlos era por los ojos. Palamedes tenía una mirada apocada e impasible de un gris parduzco, como el suelo de las mañanas frías del lugar donde había crecido Nona, y Camilla los ojos del más claro de los grises, como el hielo de los cuentos infantiles, uno que no se parecía en nada a la tonalidad turbia del hielo normal. Pero Nona estaba muy orgullosa de ser capaz de distinguirlos, aunque se encontrase en el otro extremo de la habitación, a pesar de que el cuerpo de ambos fuese exactamente el mismo. La diferencia estribaba en las poses: Camilla era incapaz de estar quieta, o cambiaba el peso del cuerpo de una rodilla a otra o se crujía los nudillos, mientras que Palamedes se quedaba inmóvil como si estuviese jugando al escondite inglés y el que la llevaba lo mirase fijamente. El escondite inglés estaba de moda, y a Nona no se le daba nada mal.
—Ahora solo venden carne en el mercado negro —dijo Pyrrha mientras empezaba con la segunda trenza.
Palamedes estaba vertiendo cucharadas de un café instantáneo grumoso y negro en varias tazas. Y preguntó con tono ausente:
—¿Café, Nona?
Ella siempre respondía: «No, gracias», pero a él le gustaba darte opciones. Ahora también esperó a que Nona dijese:
—No, gracias.
Y luego vertió el agua hirviendo en dos tazas. Sin leche, porque se habían quedado sin cartones. Acercó una taza hasta donde Pyrrha llegase a cogerla y se quedó la otra. Pyrrha había extendido la mano para coger una horquilla. Se quedaron sentados y respirando el aire húmedo, y Nona olisqueó la fragancia amarga y deliciosa del café. Pyrrha siguió hablando:
—Y aun así, siempre os la jugáis. El carnicero solo suele tener un diez por ciento de carne magra, el resto son hígados y cartílagos.
Nona quería saber.
—¿Qué es carne magra?
—Una parte muy nutritiva —respondió Palamedes.
—La parte que se quedaba al aire en mi sueño —aclaró Pyrrha.
Eso hizo que Nona riese y luego volviese a levantarse. Dejó los huevos y se acercó para hacer otra marca en el contador. Palamedes la miró, abstraído, y dijo:
—Madre mía. ¿Dos veces en un día? Todavía no sé por qué lo ponemos en duda. Olvidad lo de la carne, solo estaba siendo ocurrente. No tendríamos dinero para comprar carne magra ni aunque me ganase la vida escribiendo porno duro.
Pyrrha dijo:
—Ojalá lo hicieseis. Estos parches de nicotina me están matando.
—Si lo habéis dicho para hacerme sentir culpable, sabed que no ha servido de nada. Lo siento —se disculpó Palamedes—. El cuerpo de Cam es un templo. Ella es quien me ha prohibido llevar una vida dedicada al arte del erotismo. Dice que no quiere que nuestro último presente al universo sean relatos de personas que se dedican a aplastar tartas de cumpleaños con sus partes bajas. Hablando del tema, ¿tenéis un minuto, Pyrrha? Cuando llegasteis anoche ya era muy tarde para hablar.
—Es porque tardamos demasiado —explicó Pyrrha—. Las malditas perforaciones tienen que pararse cada media hora para que podamos ponernos a cubierto.
Nona notó la horquilla que le unía la última de las trenzas pequeñas a la cabeza y cómo se la aplastaban un poco con una mano bien curtida. Pyrrha continuó:
—Quiero ver ese cuenco vacío, Nona.
Y cogió la taza de café mientras Palamedes se servía un poco de huevo. Palamedes y ella se dirigieron a la habitación con el desayuno y cerraron la puerta al entrar.
Ahora que se había quedado sola, Nona miró los huevos. Tenían un color amarillo y uniforme, con motitas negras y granulosas de pimienta. Le permitían echarle la cantidad que quisiese de esa salsa roja, líquida y picante, pero el sabor no le gustaba demasiado. Después miró hacia la ventana que había detrás de las cortinas, que estaba un poco abierta, lo bastante como para que cupiese una cuchara, al menos. Al fin y al cabo, Pyrrha le había dicho que quería ver el cuenco vacío. Eso sí, Palamedes le había advertido que era capaz de entender ideas abstractas y que las interpretaciones literales no iban a servirle para justificar sus actos. Volvió a mirar los huevos. Se los metió a cucharadas en la boca, como si llevase a cabo una hazaña virtuosa por compromiso y luego se dirigió hacia la puerta cerrada sin hacer ruido. Esperar que comiese y que encima no las escuchara a escondidas ya era esperar mucho de ella.
—… sados para una charla sobre la fecha límite —decía Pyrrha.
—Si la quieren antes, van a tener que esperar sentados. Nos dieron un año.
Después ambos se alejaron de la puerta, lo que puso las cosas algo más difíciles.
—¿… béis descubierto al…? —dijo Palamedes, con la voz de Camilla.
—… gando a unos tipos para que investiguen la zona B… Puede que mañana lo intensifique cuan…
—… lidades en la zona C. Sabemos que el edificio es…
—… nas seguras primero. Cuanto más nos acerquemos a los barracones… a entender que estamos buscan…
Hablaron más, pero bajaron tanto la voz que Nona dejó de entender lo que decían y la conversación pasó a convertirse en una sucesión de bla, bla, blas. Mantuvo los huevos en la boca sin hacer ruido y apretó la oreja contra la puerta con todas sus fuerzas, un gesto que le fue recompensando con la voz de Palamedes diciendo:
—… dría haber hecho avances con los barracones en cualquier momento. Se están conteniendo. ¿Por qué?
—Ya sabéis por qué —murmuró en respuesta la voz de Pyrrha—. Desde que entren ahí para librarse de esos pobres diablos que están ocupados repartiéndose las ratas y los sedantes, las negociaciones empezarán a irse al traste. Los del Séquito mueren como cualquiera cuando están bajo asedio…, aunque lleve su tiempo.
—Entonces, esta es nuestra última oportunidad para marcar la diferencia. Dadnos órdenes, comandante.
Se oyó a Pyrrha masticar con ganas.
—Dejé de ser eso tras mi muerte, Palamedes. Y, aun así, era un título que se usaba más por educación que por otra cosa. Además, si queréis comandantes de verdad, aquí encontraréis una cantidad bochornosa de ellos.
—Pyrrha —dijo él—. ¿Por qué huyen ahora? ¿Por qué iba a huir Sangre del Edén ahora que gozan de la mayor ventaja que hayan tenido jamás? ¿Por qué huyen ahora que el sentido común, la estrategia y las previsiones seguramente les hayan dejado claro que están en uno de los mejores momentos posibles para oponer resistencia? Después del tiempo que le habéis dedicado, y con toda la información privilegiada con la que contáis, y de la que casi nadie más dispone, ¿aún me decís que no tenéis ni pajolera idea?
—No sois un mojigato. Podéis usar la palabra en la que estabais pensando —comentó Pyrrha. Hablaba con su voz grave, agradable y un tanto ronca, pero había algo oculto en ella que Nona fue incapaz de discernir. Lo habría hecho si hubiese podido ver a Pyrrha—. Pasé mucho tiempo en territorio enemigo, pero no se puede decir que haya visto gran cosa. Sangre del Edén es una casa con muchas habitaciones, pero yo solo visitaba una de ellas. Algo de pajolera idea sí que tengo.
—Pues tenéis que decirnos qué hacer…
Lo interrumpió el ruido del metal contra el plástico, como si alguien estuviese cogiendo los huevos del fondo del cuenco con la cuchara.
—No. No lo haré si nos arriesgamos a que os interroguen a los dos.
—A ninguno de nosotros nos gusta que nos traten como críos.
—¿Críos? Os trato como el custodio de la Sexta Casa y su caballera, y a ninguno de vosotros lo han entrenado para sobrevivir al martirio de Sangre del Edén —repuso Pyrrha—. No creáis que os vais a librar por estar en el cuerpo de Camilla. No tenéis ni idea de cómo pueden llegar a ser las torturas de SdE, y no disponemos de los cinco años necesarios para instruiros.
—Pyrrha, dejad de decir que no tenéis tiempo para enseñarnos y hacedlo de una vez. Aprendemos rápido.
Se oyó como alguien sorbía el café con determinación. Pyrrha siempre hacía mucho ruido al beber. Según ella, era porque aún no se había acostumbrado a sus dientes.
—Podría enseñaros algunas cosas, es cierto. Pero necesitaría que mi nigromante enseñase a Camilla.
—¿Por qué?
—Porque vos tendríais que aprender a ser un recurso útil, y Cam a ser una asesina. —Se hizo un silencio muy breve. Luego Pyrrha dijo, despacio—: También podríais aceptar mi oferta inicial, lo que resolvería muchos de vuestros problemas…
Palamedes bajó aún más la voz de Camilla, lo que hizo que entenderlo costase más aún.
—Fue una oferta magnífica, Pyrrha, pero también casi del todo inútil. No vamos a retirar nuestros efectivos para llevar a cabo una operación de búsqueda y rescate. Sangre del Edén se volvería contra nosotros, hasta nuestra propia célula. Tenemos que manejarnos con astucia.
—Si os manejaseis con astucia, no os centraríais en los barracones, sino en esa operación de búsqueda y rescate. Cam lo está pasando mal. Está muy enfadada, más que vos incluso, y no estáis consiguiendo resultado alguno.
—Gracias por la información sobre mi caballera —replicó Palamedes con educación—. Os lo agradezco.
Se oyó el resoplido de una risa.
—Y encima se enfada… Soy demasiado vieja como para andarme con tonterías, Palamedes. Olvidemos que me acabo de meter donde no me llaman y sigamos. Iré al grano. Olvidaos de los barracones y dejad de intentar ser el héroe del pueblo. Hemos perdido esa batalla.
—¿Perdido? Podría haber más de doscientas personas encerradas en…
—… optimista…
—Y lo haría aunque solo quedasen dos. Es una manera horrible de morir, sean de las casas o no. Y además, cuando todo acabe, también debemos tener en cuenta… el caos.
—Eh, puede que nos dé un respiro. A lo mejor alivia un poco las tensiones.
—No podéis creer eso de verdad.
—No, no lo creo. Irán a matar —repuso Pyrrha, que le dio otro sorbo al café—. Lo sé. Tendríais que haber oído a los del equipo de demoliciones ayer. Están desesperados por que empiece, a la espera de las casas. Uno me dijo que todo terminaría cuando consiguiesen hacer limpieza en los barracones y otro que recibirían con los brazos abiertos a un regimiento del Séquito si trajesen suministros y dispersaran a los efectivos. La mitad de mis hombres estrangularían a la otra mitad con cualquier excusa. Es lo que ocurre cuando obligas a los refugiados de veinte planetas diferentes a vivir hacinados y crees que una amenaza común servirá para unirlos… Ella siempre comete el mismo error. Se lo dije hace veinte años. Funciona bien a corto plazo, pero hay que darles una esperanza de futuro que los mantenga unidos de verdad. Palamedes, hasta nosotros hemos cometido ese error. Podéis conseguir los barracones o salvar a los vuestros, o ninguna de las dos cosas. Pero no podéis decir «elijo ambas» como un imbécil y pretender que el universo se ponga de vuestra parte.
—Pyrrha, eso empieza a sonar como que os rendís.
—Ah, ¿sí? Sabéis bien que estoy lista para rendirme. Esto es un desastre. Sabéis que estoy lista para sacar a Nona con vida de este planeta desde el preciso instante en que aceptéis la situación en la que estamos.
—No podemos salir de este planeta…
—Hay una cosa que se llama nave…
—Pues si tenéis una nave escondida bajo el peto, estaría bien que la compartierais con el resto. —Alzó un poco la voz—. Dejando a un lado la cuestión del «cómo», ¿adónde iríamos si tuviésemos esa nave? ¿Qué podríamos hacer?
—Iríamos a cualquier parte —explicó Pyrrha—. He estado diez mil años fuera de servicio… Estoy lista para cualquier cosa.
Se hizo un silencio breve. Otro sorbo. Palamedes volvió a hablar, con tono más serio.
—No me vengáis con falsos dilemas. Todos nos encontramos en una situación de toma de rehenes. Hay tres millones de personas ocupando un planetoide tanatonergético a millones de kilómetros de aquí. Nueve millones solo en esta ciudad…
—Personas que no os pertenecen bajo ningún concepto.
—Nueve millones, Pyrrha. Es equivalente a la población de la Séptima y la Octava juntas. Tres millones, más nueve millones, más dieciséis. Nos negamos a abandonarlos.
—Os gusta pensar a lo grande. ¿Sabéis quién no lo hace? Sangre del Edén. Ni yo tampoco —dijo Pyrrha—. Si me pedís que elija entre nosotros tres y esos doce millones más dieciséis, nos elegiría a nosotros sin pestañear. No me estáis haciendo caso. SdE ya ha tomado esa decisión, Palamedes. We Suffer ha perdido. Los Wakers y la sección Ctesifonte no pueden protegernos. La sección Merv es la que tiene la solución, que es una manera de salir de aquí. Ahora son los Hopers quienes tienen la sartén por el mango…, y no es la primera vez que me topo con un líder como Unjust Hope. Son los típicos que toman la iniciativa cuando la gente quiere líderes que actúen sin importar las consecuencias. Vamos de camino a una purga, Sextus. A Sangre del Edén ahora todo le importa una mierda.
—A ver, yo diría que antes todo le importaba una mierda igualmente.
—Pues no tenéis ni idea. Escuchad. Nunca habéis tenido que enfrentaros a esta versión de Sangre del Edén, en serio. Está versión se ha pasado toda su existencia sacrificando lo que hiciera falta con tal de sobrevivir un poco más…, y no sé ni quiero saber por qué. ¿Y sabéis la razón? La razón es que Gideon está muerto y a mí también me importa una mierda. Me importa una mierda mientras pueda salvar nuestro pellejo.
—No os creo.
—Pues deberíais. Conozco una luna pequeña que está a medio transformar. Tiene buen suelo y aire respirable. Gideon solía pensar en escapar allá. Yo sé de agricultura… Podría enseñaros a Cam, a Nona y a vos. Podría enseñaros a esperar. Es mi especialidad. Y, desde el momento en que me haga con una nave, tendríamos la posibilidad de escapar.
Otro crujido, pero luego se oyó una alarma que sonaba ahogada, como si viniese del interior de un bolsillo. Palamedes murmuró algo que Nona sabía que era un taco. Y luego dijo, sin demora:
—Se me ha acabado el tiempo.
—Esa es la mejor parte, ¿verdad? Tener excusa para libraros de las conversaciones incómodas. —Y luego Pyrrha añadió, casi de inmediato y en voz más baja—: Perdonad el chiste, custodio. Siempre me olvido de que no estáis acostumbrado.
—Y sabed que nunca me acostumbraré. Bueno, llegaréis tarde al trabajo. Y Nona va a llegar tarde a la escuela.
Pyrrha bajó tanto la voz que lo único que Nona fue capaz de entender fue un:
—¿… mos que dejarla ir…?
—Quiero que esté lo más tranquila posible. ¿Podríais ir a por la zona B?
—Lo haré al final del día, aunque tenga que terminarlo yo sola. No os preocupéis.
Nona miró los últimos grumos amarillos que le quedaban en el cuenco y se metió la mitad en la boca, con la esperanza de que, si se lo tragaba de una vez, no se ahogaría ni tampoco notaría el sabor. No hizo ni el más mínimo ruido, pero Camilla (sabía que volvía a ser Camilla) preguntó desde dentro de la habitación:
—¿Cuánto tiempo lleváis escuchando, Nona?
—Hablabais muy alto, así que se podría decir que casi todo el tiempo —respondió Nona, sin haber terminado de tragarse los huevos.
—Pues espero que al menos os hayáis terminado el maldito desayuno.
Camilla se acercó a la encimera de la cocina y se terminó lo que le quedaba del desayuno con gestos mecánicos, mientras Nona metía una pastilla esterilizada en el cubo de agua sucia donde lavaban la vajilla. Pyrrha ajustó un espejo sobre la mesa y empezó a afeitarse la cara. A Nona le encantaba el intenso olor a limpio del jabón de afeitar, y también le gustaba ver como Pyrrha apuraba con rapidez y maestría las manchas cobrizas que le salían en las mejillas y debajo de la boca, y también le gustaba ver las marcas rojas y húmedas que aparecían poco después. Cuando Pyrrha acercó la mano para tocarse las mejillas suaves y tersas, dichas marcas ya habían comenzado a menguar y desaparecido casi por completo. Cam se encontraba junto a los percheros que había al lado de la puerta y dijo:
—Sombreros.
Lo que indicaba a Nona que tenía que acercarse para coger y repartir los sombreros.
—Máscaras.
Más de lo mismo.
Los sombreros eran espantosos y de ala ancha, con un trozo de tela que caía por detrás y tiras con las que ceñirlos bien a la barbilla. Nona tenía la idea recurrente de quemar el suyo, ya que tampoco se podía decir que necesitasen ni sombreros ni máscaras. Eso era lo peor, ¿verdad? Nona no tosía ni aunque todo el humo le diera en la cara, y Pyrrha no se quemaba la piel, que siempre tenía del mismo marrón maravilloso y oscuro. Mientras Camilla se afanaba por colocar bien el velo de atrás del sombrero, Nona se fijó en uno de los extremos de la ventana, donde la luz brillaba con intensidad entre las pequeñas rasgaduras que había en la cinta. En los lugares donde estaba más rota, llegaba a verse el cielo y todo.
El cielo sobre la ciudad solía ser de un amarillo denso y mantequilloso. Ahora solo presentaba ese color en los extremos del horizonte, ya que el azul se había extendido como una mancha en una alfombra y rozado incluso la luz. Nona se acercó un momento a hurtadillas a la ventana, descorrió un poco las cortinas y miró a través del patrón antifrancotiradores roto para ver un atisbo del mundo exterior. La luz azul se hizo más intensa y Camilla dijo, con brusquedad:
—Nona.
Y ella soltó al momento las cortinas, que volvieron a cerrarse.
Pyrrha, que ya se había puesto la máscara, hizo una pausa junto a la puerta. Los tendones destacaban alrededor de los nudillos de sus manos.
—Recapitulemos. ¿Cuál es la palabra clave de esta semana para dispersarnos?
—Meollo —dijo Camilla.
—¿Y la palabra clave para indicar que todo está despejado?
—Peso muerto —dijo Nona.
—Perfecto. ¿Cuál es vuestro puesto si esa cosa del cielo da la impresión de estar a punto de dejar de vigilar?
—Los túneles subterráneos de la lonja —dijo Camilla.
—El agujero del gran puente del paso subterráneo —respondió Nona.
—Diez puntos para ambas. ¿Y qué tenéis que hacer una vez lleguéis allí?
—Escondernos hasta que llegues —respondió Nona. Luego añadió, con convicción—: Y rescatar a cualquier animal cercano siempre y cuando no exceda el tamaño de la caja, y mejor lanuditos que con el pelo largo.
—Os reduzco los puntos a la mitad. Nada de animales, sean lanuditos o con el pelo largo. Me da igual. ¿Cam?
Camilla había terminado de colocarse bien el sombrero, y ahora había empezado a cubrirse la cara con esas enormes gafas oscuras, las que se ponía siempre a pesar de que no le quedaban muy bien en la nariz ni en las orejas. Les daba a ambos, tanto a Palamedes como a Camilla, un aire distante y desapegado, pero Palamedes siempre decía que le ayudaban con su síndrome de miembro fantasma. Sin ellas, no dejaba de intentar subirse por la nariz algo que no estaba allí. Además, Nona creía que a Camilla le gustaban, aunque nunca lo dijese.
Camilla se las colocó bien, se pensó la pregunta y dijo:
—Luchar.
—Os quedáis sin puntos. Camilla, si os enfrentáis a un Heraldo, no volveréis a casa.
—Esa es vuestra teoría —replicó Camilla.
—Hay datos que la respaldan. Hect…
—Si Camilla lucha, yo quiero quedarme los perros que haya por ahí —dijo Nona decidida—. Aunque tengan el pelo largo.
Pyrrha alzó la vista hacia el techo, en una súplica silenciosa. La exhalación posterior rechinó con estruendo contra el filtro de la máscara.
—Antes era la responsable del Departamento al completo —dijo, y no sonaba como si se dirigiese a ninguna de las dos—. Y ahora tengo que lidiar con aspirantes a héroes y perros peludos. Este es el castigo que ella habría querido para mí. Dios, seguro que se habría meado encima de la risa… Vamos, niñas. Qué pocas ganas de caminar con este calor.
2
PYRRHA TRABAJABA PARA NONA, Camilla cuidaba de Nona y Palamedes enseñaba a Nona, y todo eso teniendo en cuenta que no era solo una persona, sino una de dos personas, lo más seguro. Nona tampoco sabía cuáles eran sus posibles nombres. Palamedes decía que aquella información podía llegar a confundirla. Una de las razones por las que la habían llamado Nona era porque lo primero que había dicho al salvarla y traerla a aquel lugar había sido: «No, no». «Nono» había terminado por convertirse en «Nona», «Nona» significaba «Nueve», y el nueve era un número muy importante.
Lo que sí que sabía era que su cuerpo pertenecía a una de esas dos personas que era ella, y también que estaba interesada en su cuerpo. Cuando se miraba en el espejo veía que tenía la piel del color de un cartón de huevos, y los ojos del color de los huevos revueltos, y el pelo del tono de la superficie quemada de la sartén. Es más, Nona pensaba que era guapísima. Tenía un rostro enjuto y complicado, y una boca que parecía idónea para la tristeza y el descontento; pero también tenía unos dientes blancos y bonitos en una sonrisa que parecía afligida por muy contenta que estuviese, y unas cejas negras y arqueadas que transmitían la idea de que siempre estaba a punto de preguntar algo. Nona seguía hablando consigo misma frente al espejo. Cuando no había pasado mucho tiempo desde su nacimiento y era menos consciente de sí misma, a veces apoyaba la cabeza en el espejo e intentaba cruzarlo para tocar su reflejo. En una ocasión, Camilla la había pillado dándole un beso, y luego se había puesto a escribir seis páginas de notas al respecto, lo que a Nona le había resultado humillante. Ya era difícil que no le permitiesen tener ni un solo secreto para encima tener que sufrir que escribiesen un libro sobre sus intimidades cada vez que le pillaban una.
Si Camilla tenía seis páginas enteras escritas sobre ese beso a sí misma, seguro que tendría unas veinte sobre los ojos. Los ojos color huevo de Nona pertenecían a la otra persona, a la otra joven; así era como funcionaban los cuerpos de todas, no solo el suyo. Los cuatro pares de ojos pertenecían a otra persona. Los castaños oscuros de Pyrrha eran de ese mejor amigo suyo que había muerto, y los ojos grises claros de Camilla seguro que eran los de Palamedes, y viceversa con los iris de color invernal que tenía él. Los ojos de Nona eran de un dorado oscuro y cálido, como el color del cielo a mediodía, o al menos del color que el cielo había tenido a mediodía.
—Los ojos son un obsequio póstumo —le había explicado Palamedes—. Cuando os entregáis a otra persona, su alma se refleja en la vuestra a través del color de los ojos. Por ese motivo, nunca volveréis a ver cómo os miro desde el rostro de Camilla con mis propios ojos.
—¿Eso significa que hay alguien dentro de mí? O sea…, ¿yo soy ese alguien?
Aquel asunto solía sumir a Nona en la más terrible de las confusiones.
—Tal vez sí, Nona. O tal vez no. Los ojos también pueden ser indicativo de que alguien está dentro del cuerpo de otra persona de manera temporal. Vuestros ojos ambarinos podrían significar que sois como Camilla y como yo, o algo del todo diferente. Lo que sí puedo confirmar es que parecéis haber sufrido una gran… conmoción.
—Puede que solo haya perdido la memoria —apostilló Nona, dubitativa.
—Podría ser —convino Palamedes, no demasiado convencido.
A Nona no le importaba de quién fuesen los ojos, pero sí que era un tanto vanidosa y que le gustaba estar guapa. No tardó en descubrir que había más personas que la consideraban guapa. Una vez, mucho tiempo antes, mientras hacía cola para comprar detergente y Camilla había ido a coger algo de lo que se habían olvidado, la persona que estaba detrás de ella en la cola le había dicho:
—Oye, guapa, ¿dónde has estado durante toda mi vida?
Y se había reído mucho cuando Nona le había respondido con sinceridad que lo cierto era que no lo sabía. Después se le había acercado demasiado y le había tocado la cadera, por la parte por la que se metía la camisa en el pantalón. La tienda estaba llena de gente, gran parte de la cual esperaba para comprar, los pasillos estaban llenos a rebosar de cosas y había gente que cobraba para vigilar que nadie robase nada, por lo que el lugar estaba lleno. Nadie les había prestado atención.
Cuando Camilla volvió, aquella persona aún seguía intentando hablar con ella, y Nona tuvo que traducirle a Camilla lo que le decía, y Camilla miró a esa persona fijamente a los ojos y tocó con naturalidad la empuñadura del cuchillo que llevaba metido en la cintura del pantalón, y luego la persona se había vuelto a colocar bien en la fila.
—Si alguien vuelve a tocaros, alguien que no sea Pyrrha, Palamedes o yo, marchaos —le había dicho Camilla después—. Marchaos y buscadnos a cualquiera de nosotros. No sabéis qué intenciones alberga alguien así.
—Quería verme desnuda —dijo Nona—. Era algo sexual.
Camilla hizo un ruido con la boca, fingió que era una tos y luego se bebió un vaso de agua de un trago. Después del vaso de agua, dijo:
—¿Cómo lo sabéis?
—Porque me miraba como mira la gente cuando quiere verte desnuda y es algo sexual —respondió Nona—. No me importa.
Un momento después, Camilla le había dicho que no era buena idea que la gente a la que no conocía la viese desnuda. Ni tampoco lo era fomentar las cosas sexuales. Dijo que descartase por completo las cosas sexuales, que ya había bastantes problemas en el mundo. Camilla le aseguró que ya había sido bastante terrible tener que ayudar a Nona en el baño al principio. También escribió muchas notas al respecto.
Eso había ocurrido después de que aprendiese a hablar, pero antes de convertirse en un miembro útil de la sociedad. Al principio le resultaba muy difícil vivir con Pyrrha, Palamedes y Camilla, ya que sentía que no aportaba nada. Ellos trabajaban muy duro para ella. Pyrrha era una estratega excelente y se le daban muy bien los trabajos manuales. Además, si la dejabas hablar durante cinco segundos era capaz de convencer a cualquiera de cualquier cosa, por lo que gran parte de la comida que compraban salía del dinero que Pyrrha ganaba jugando a las cartas. Lo hacía todo con lo que Cam denominaba «eficiencia militar». Pyrrha también era quien había creado las palabras clave para «todo despejado» y «peligro», que cambiaban todas las semanas. Nona era la encargada de elegirlas los fines de semana, porque eso la ayudaba a recordarlas. Pyrrha también había creado palabras clave para «alguien me sigue» (lazo rojo) y «alguien está escuchando» (buñuelos). Había una hasta para «esto es un recurso importante, ayúdame a conseguirlo» (anzuelo), pero Palamedes decía que Pyrrha tenía que dejar de pensar que los cigarrillos y el whisky eran recursos importantes, por lo que llevaban mucho tiempo sin usar esa palabra clave.
Pyrrha tenía nociones de cocina, y era dura de pelar, y si la acompañabas a la azotea del edificio y colocabas una canica en una columna concreta, era capaz de cerrar los ojos, levantar el fusil y dispararle a la canica desde el otro lado de la azotea. De un tiempo a esa parte no lo hacía ni aunque Nona se lo pidiese, porque las balas estaban muy caras (aunque mucho más baratas que la carne). Sí, Pyrrha sabía ganar dinero y disparar armas de fuego. También se le daba muy bien la esgrima, pero no cogía una espada a menos que todas las cortinas estuviesen pasadas y la puerta cerrada con llave. Escondían las espadas en el fondo falso de la despensa.
A Camilla se le daba bien luchar con casi cualquier cosa, y sobre todo con los cuchillos. Su excusa para no hacer el truco de la canica con los cuchillos era: «Ni que la canica me hubiese hecho algo malo». Lo decía y luego sonreía con ese gesto leve y maravilloso. Palamedes aseguraba que era algo que decía siempre. Había pocas cosas que Camilla no fuese capaz de hacer después de dedicarle unos pocos intentos: la colada, arrancar un camión o abrir una puerta cuyas llaves no tenía, o incluso decirle al borracho del fondo del pasillo en el que vivían que a ninguna le gustaba que le pegase a su pareja, con una voz tan misteriosa que el tipo se había mudado y no se había vuelto a saber de él.
Palamedes sabía pensar. Siempre decía que ese era su truco de magia.
Pero Nona no sabía disparar, ni luchar, ni pensar. Lo único que se le daba bien era ser buena, y tampoco podía decirse que lo cumpliera siempre. Eso sí, no quería que corriese el rumor de que tenía mal genio solo porque hubiese tenido dos berrinches en toda su vida, aunque ya no los recordase. Aunque hubiese estado orgullosa de ellos, una no podía alardear de haber tenido dos berrinches. Cogía una espada todos los días hasta que las espadas habían dejado de importarle por completo, y aun así no era capaz de luchar con una, por muy grande o pequeña que fuese. Camilla había querido enseñarle, pero Pyrrha le había impedido hacerlo, ya que, de haberlo hecho, no habrían sido capaces de discernir si era algo aprendido o algo que había recordado.
Nona tampoco era capaz de hacer esos trucos prohibidos con los huesos. Palamedes era igual de hábil con esos huesos grises que Camilla con las espadas. Obligaba a Nona a cogerlos y le decía que hiciese cosas estúpidas como: «Imagina que puedes estirarlos. Estíralos ahora» o: «Imagina que puedes tocarlos por dentro, abrirlos». En vez de hacer que Nona se sintiese mal por no ser capaz de hacer ninguna de esas cosas, se limitaba a actuar como si el hecho de que no pudiese hacerlas fuera de lo más interesante.
Al principio no podía hacer muchas cosas por sí misma, pero con el tiempo había recordado cómo abotonarse las camisas, atarse las ligas, enjabonarse en el baño y servirse un vaso de agua sin que le temblasen las manos ni se le derramase. Le avergonzaba recordar lo poco que podía hacer al principio. En esos primeros días se había sentido muy frustrada. Pero ahora podía hacerlo casi todo. Sabía las cosas importantes, como qué esperar y qué no esperar en diferentes momentos del día, y también que las orejas de los demás no eran tan interesantes como para meterles los dedos. En esos primeros días, Palamedes, Camilla y Pyrrha la miraban a menudo con un estupor fruto del desconcierto; ahora estaban desconcertados, pero no había nada de estupor, y Nona los hacía reír muchas veces.
Y ahora la tocaban, a menudo sin que ella lo pidiera. Pyrrha la abrazaba con fuerza y de repente o la cogía con esos brazos recios y fibrosos para luego dejarla en el sofá. Palamedes la arropaba cuando se iba a la cama y le metía las esquinas de la manta por debajo del cuerpo. Si Nona rozaba sin querer la mano de Camilla cuando caminaban por la calle, ella se la cogía. Nona no entendía por qué los demás podían seguir con sus vidas tocándose solo cuando era necesario. Cuando Nona había preguntado por qué no lo hacían siempre, Camilla le había respondido que todos estaban muy ocupados.
Ahora Nona podía hacer las cosas más básicas, pero aún había muy pocas que se le diesen bien. A Nona se le daba bien:
1. Tocar ;
2. Secar la vajilla ;
3. Pasar la mano por la esterilla de corcho para quitarle todos los pelos que tuviese encima ;
4. Dormir de todas las formas y en todas las posturas habidas y por haber ;
5. Y hablar cualquier idioma en el que se le hablase a ella, solo en persona, para ser capaz de ver el rostro, los ojos y los labios de su interlocutor
Palamedes y Camilla solo sabían hablar un idioma, y Pyrrha hablaba ese mismo, un poco de otros dos y un poco menos de otros cinco. El idioma que los tres hablaban con fluidez era el que la gente usaba para las transacciones comerciales, por lo que era normal usarlo, aunque no le gustaba demasiado porque era el mismo que usaba la gente horrible. Aun así, no siempre alcanzaban a entender del todo el dialecto que se hablaba en la ciudad. Y la pronunciación era extraña. Nona entendía a todo el mundo, y respondía de una manera que todos comprendían sin problema. Nadie le había dicho jamás que tuviese acento. Aquello confundía a Palamedes. La primera vez que le había dicho que podía responder después de ver cómo hablaban e imitar el movimiento de sus labios, Palamedes se había quedado tan confundido que Camilla había sufrido un terrible dolor de cabeza.
Había tantos idiomas y dialectos diferentes porque había muchos refugiados de otros planetas, y también por culpa de los reasentamientos. Nona sabía lo que eran los reasentamientos porque era de lo que más hablaba la gente en las colas. También sabía que cuando le hablabas a alguien en su idioma, dicha persona se mostraba muy simpática contigo y daba por hecho que tú venías del mismo lugar que ella y que habías pasado por las mismas penalidades, lo que ayudaba mucho con las relaciones. Muchos sospechaban de los demás, porque querían un buen reasentamiento y temían que otras personas les consiguiesen un mal reasentamiento. Eran muchos los que habían sufrido al menos uno malo a aquellas alturas. Todos estaban hacinados en uno de los tres planetas, y todos estaban de acuerdo en que aquel era sin duda el peor, aunque eso siempre hacía que Nona se pusiese de parte del planeta y se sintiese ofendida.
Vivía con Camilla, Palamedes y Pyrrha en el trigésimo piso de un edificio en el que casi todos eran infelices, en una ciudad en la que casi todos eran infelices y en un mundo en el que todos decían que podrían escapar de los zombis, pero no para siempre.
Estaba prohibido pronunciar las palabras «zombis», «nigromantes» o «nigromancia» fuera de su casa; y dentro también, en realidad. Nona preguntó que, si hablaban de cualquier tema, por qué no podían pronunciar esas palabras, y Palamedes le había asegurado que lo hacían por superstición con las dos últimas y por indignación con la primera, algo que Nona no alcanzaba a entender del todo. Y así había sido durante toda su vida, una vida que cumpliría seis meses la semana siguiente. Pyrrha le había dicho que los llevaría a todos a un viaje de cumpleaños a la playa para celebrarlo (eso, si nadie se había puesto a montar un mortero en el lugar).
Nona estaba muy agradecida por haber vivido aquellos seis meses. Tanto, que le parecía egoísta dar por hecho que disfrutaría de muchos más.
3
CASI NADIE SOSPECHABA DE NONA, ni siquiera al principio. Daban por hecho que era así porque había sufrido algún acontecimiento terrible, y todos conocían al menos a una persona que no había sobrevivido después de sufrir algún acontecimiento terrible. Cuando le preguntó a Camilla qué impresión daba a los demás, ella le había respondido que parecía muy ingenua. Pyrrha le había dicho que parecía actuar como si le faltase un tornillo, pero le había asegurado que lo mejor era que siguiese así, que a los demás les encantaba la gente guapa y un poco tonta.
Nona no quería limitarse a ser guapa y un poco tonta. Quería ser útil. Empezaba a darse cuenta de que no era la persona que los demás esperaban, y por ese motivo había salido de allí para buscar trabajo, aunque no fuese retribuido.
Cuando cumplió unos cuatro meses, había aprendido bastante como para que la dejasen salir, hablar con desconocidos y poner