No somos el centro del universo

José Luis Oltra (@cuarentaydos)

Fragmento

cap-1

PRÓLOGO

¿Te crees guay? Pues deberías. Aunque no demasiado. Permíteme que me explique. Por el simple hecho de ser Homo sapiens, molas. Estás padrísima, chévere y refacherito. Al fin y al cabo perteneces a la misma especie que Gentileschi, Unamuno, Kubrick o Hopkins. Perteneces a la especie que creó la Sagrada Familia, la Declaración Universal de los Derechos Humanos o las Olimpiadas. Los seres humanos hemos llegado a la montaña más alta y la fosa más profunda, hemos visitado cada rincón visitable del planeta Tierra e incluso nos hemos aventurado más allá de nuestra atmósfera, caminando sobre la superficie de la Luna o haciendo llegar numerosas sondas a cada planeta e incluso a los confines del sistema solar.

Fue Homo sapiens quien inventó la primera vacuna, quien definió la teoría cuántica de campos o quien descubrió la estructura molecular del ADN. Y sí, lo sé, también era Homo sapiens quien decidió lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, quien esclavizó a millones de personas y quien provocó el cambio climático. No estoy queriendo decir que Homo sapiens sea sinónimo de perfección, pero bien podría pertenecer a la familia semántica de fiera, máquina y crack.

La lista de méritos a nuestras espaldas es indudablemente larga. También resulta evidente que somos capaces de dominar el mundo, sus paisajes, su atmósfera e incluso a las especies que lo habitan. Podríamos entonces sentir la tentación de creernos importantes, imprescindibles o necesarios. Podríamos también llegar a sentirnos el centro de todo, el culmen, la cima, lo más.

Pero bastaría un breve repaso a la historia para darnos cuenta de que una y otra vez la ciencia ha sabido devolvernos al lugar que nos corresponde: la insignificancia o, al menos, una esquinita del escenario cósmico.

Sin ir más lejos, el calentamiento global y el cambio climático que este está provocando podrían darnos una falsa sensación de poder. Pero, aunque hayamos sido capaces de mover la gigantesca roca climática, de hacerla rodar ladera abajo, somos incapaces de prevenir la destrucción que dejará a su paso. Detenerla acabará suponiendo el gran reto de este siglo.

Pensemos en alguna de las muchas ocasiones en las que un descubrimiento científico nos ha alejado de esa posición central de máxima importancia. Durante muchos siglos creímos que la Tierra era el centro del universo. El heliocentrismo de Copérnico nos mostró que no era así. Creímos entonces que el Sol debía de ser el centro del universo y fundamentalmente diferente al resto de los puntitos que poblaban el cielo nocturno. Científicos como Herschel nos mostraron que no, que formamos parte de una galaxia repleta de otras estrellas. El ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra y al que más le cuesta aprender la lección. Tras todo lo aprendido creímos que nuestra galaxia debía de ser la única en el universo y, por tanto, el centro de este. Hubble nos mostró que había incontables galaxias formadas por incontables estrellas, y que todas ellas eran parte de un universo inabarcablemente grande.

Existe un concepto, una idea, que recoge bastante bien lo que pretendo transmitir aquí. Se conoce como el principio de mediocridad. Este principio viene a decirnos que, si sacas un objeto cualquiera de entre un gran grupo de objetos similares, el objeto que saques probablemente será mediocre. «Mediocre» no en el sentido de que tendrá poco valor, calidad o interés, sino «mediocre» en el sentido de que no será único o especial y que compartirá características con muchos de los objetos que forman el grupo original.

El principio de mediocridad no es tanto una ley universal como una guía que nos ayuda a encontrar respuestas a preguntas más concretas y complejas. Esto significa que dicho principio no será correcto ni incorrecto, al menos no cuando lo apliquemos a la situación del ser humano y el planeta Tierra en el cosmos, sino que será simplemente más o menos útil.

El principio de mediocridad nos advierte, por consiguiente, de que a la hora de plantearnos algunas cuestiones lo más sabio es partir de la humildad.

De eso tratará este libro, de algunas ocasiones en las que la ciencia nos ha dejado claro que somos considerablemente más mediocres de lo que pensábamos. Por supuesto, aquí no pretendo demostrar lo muy o poco mediocre que es nuestro planeta, nuestra especie o nuestra situación en el cosmos. Pretendo más bien mostrar cómo la ciencia ha cambiado nuestra forma de pensar y la manera colectiva de imaginarnos.

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