Cómo cortar con tu móvil

Catherine Price

Fragmento

cap

imagen

Querido móvil:

Todavía recuerdo el día que nos conocimos. Tú eras un caro artefacto que solo se podía conseguir por AT&T; yo, una persona capaz de recitar de memoria los números de teléfono de mis mejores amigos. Debo reconocer que cuando apareciste me quedé prendada de tu pantalla táctil. Pero estaba demasiado ocupada intentando teclear un mensaje de texto en mi antiguo teléfono para empezar con algo nuevo.

Luego te tomé en mis manos y todo empezó a ir muy rápido. Poco después lo hacíamos todo juntos: dar paseos, almorzar con amigos, irnos de vacaciones. Al principio me parecía raro que quisieras venir al cuarto de baño conmigo, pero ahora este es otro de aquellos momentos, antaño privados, que compartimos.

Somos inseparables, tú y yo. Eres lo último que toco antes de irme a dormir y lo primero que busco por la mañana. Recuerdas mis citas con los médicos, mi lista de la compra, mi aniversario. Me das GIF y graciosos emojis que puedo enviar a mis amigos cuando es su cumpleaños para que, en lugar de enfadarse porque no les llamo, piensen: «¡Oh, unos globos animados!». Me dejas organizar reflexivamente mis estrategias de escapismo, y te estoy agradecida por ello.

Móvil, eres increíble. Y lo digo literalmente: no solo me ayudas a viajar por el tiempo y el espacio, sino que también me maravilla cuántas veces me he acostado tres horas más tarde de lo habitual hipnotizada por tu pantalla. Son innumerables las ocasiones en las que nos hemos ido a la cama juntos y, en un momento dado, he tenido que pellizcarme para ver si estaba soñando, y, créeme, quiero estar soñando, porque desde que nos conocemos ya no duermo como antes. Me cuesta creer que me hayas hecho tantos regalos, aunque, en realidad, muchos de ellos los compré en línea yo misma, mientras nos tomábamos un baño para «relajarnos».

Gracias a ti, nunca me ha preocupado estar sola. Siempre que estoy angustiada o contrariada me das un juego, o noticias, o el vídeo viral de un oso panda, y así me olvido de mis sentimientos. ¿Y qué decir del aburrimiento? Hace apenas unos años, a menudo no me quedaba otro remedio que soñar despierta, o pensar, para que corriera el tiempo. Incluso había veces que cuando subía en el ascensor de la oficina no tenía otra cosa que hacer que mirar al resto de los pasajeros. ¡Durante seis pisos!

Ahora ni siquiera recuerdo la última vez que me aburrí. En realidad, no recuerdo muchas cosas. Por ejemplo, cuándo fue la última vez que comí con mis amigos sin que nadie sacara el móvil. O cómo era poder leer un artículo de una revista de una sentada. O lo que he dicho en el párrafo anterior a este. O de quién era el texto que estaba leyendo antes de chocar con aquel poste.

O cualquier otra cosa. Quiero decir que me parece que no puedo vivir sin ti.

Y por esto es tan difícil decirte que tengo que dejarte.

cap-1

INTRODUCCIÓN

Dejemos una cosa clara desde el principio: el objetivo de este libro no es que tiremos el móvil para que lo aplaste el próximo autobús que pase. De la misma manera que dejar a alguien no significa que renunciemos a toda relación humana, «dejar» el móvil no significa que cambiemos la pantalla táctil por el dial del teléfono.

Al fin y al cabo, hay muchas razones por las que nos gustan los teléfonos inteligentes. Son cámaras. Son DJ. Nos ayudan a estar en contacto con la familia y los amigos, y saben la respuesta a cualquier pregunta que nos imaginemos. Nos informan del tráfico y del tiempo; guardan nuestra agenda y nuestra lista de contactos. Los móviles son herramientas increíbles.

Pero también tienen algo que nos hace actuar a nosotros como si fuéramos herramientas. A la mayoría de nosotros nos cuesta estar toda la comida, ver una película o esperar en un semáforo sin mirar el móvil. En las raras ocasiones en las que lo dejamos en casa o en el escritorio, lo buscamos con actos reflejos, y nos sentimos ansiosos, inevitablemente, cada vez que nos damos cuenta de que no está ahí. Si somos como la mayoría de las personas, ahora mismo tendremos el teléfono al alcance de la mano y, con solo mencionarlo, nos entrarán ganas de mirar algo. Como las noticias. O los mensajes de texto. O el correo electrónico. O el tiempo. O cualquier cosa.

Adelante, hazlo. Y luego vuelve a prestar atención a esta página y a lo que sientes. ¿Estás tranquilo? ¿Concentrado? ¿Presente? ¿Satisfecho? ¿O te sientes un poco disperso e incómodo, vagamente estresado, pero sin saber realmente por qué?

Hoy, poco más de una década después de que los teléfonos inteligentes aparecieran en nuestra vida, empezamos a sospechar que el impacto que tienen en nosotros quizá no sea totalmente beneficioso. Nos parece que estamos ocupados, pero no tenemos la sensación de ser efectivos. Conectados, sí, pero nos sentimos solos. La misma tecnología que nos da libertad también es una correa, y cuanto más atados estamos, más nos preguntamos quién manda realmente. El resultado es una tensión paralizante: nos encantan los teléfonos, pero a menudo odiamos cómo nos hacen sentir. Y parece que nadie sepa qué debemos hacer al respecto.

El problema no son los móviles en sí. El problema es la relación que tenemos con ellos. Los teléfonos inteligentes se han infiltrado tan profunda y rápidamente en nuestra vida que nunca nos hemos parado a pensar cómo queremos que sea nuestra relación con ellos, o qué efectos puede tener esta relación en nuestro comportamiento.

Nunca hemos prestado atención a qué aspectos de los teléfonos nos hacen sentir bien y cuáles nos hacen sentir mal. Nunca hemos reflexionado sobre por qué es tan difícil dejar de interactuar con ellos, o quién se beneficia de que los utilicemos. No hemos analizado qué efecto puede tener en nuestro cerebro usarlos durante tantas horas, o si un dispositivo que, en principio, está diseñado para conectarnos con otras personas, no acaba finalmente alejándonos de ellas.

«Dejar» el móvil significa darnos una oportunidad para descansar y pensar.

Significa darnos cuenta de qué aspectos de nuestra relación con él funcionan y cuáles no. Significa poner límites entre nuestra vida en línea y nuestra vida fuera de ella. Significa ser conscientes de cómo y por qué lo usamos, y ser conscientes de que nos manipula. Significa enmendar los efectos que los teléfonos han tenido en nuestro cerebro. Significa dar más importancia a las relaciones reales que a las que tenemos a través de las pantallas.

Romper con nuestro teléfono significa darnos más espacio, libertad y herramientas para crear una nueva relación con él a largo plazo en la que podamos quedarnos con las cosas buenas que nos aporta y rechazar las malas. Una relación, en otras palabras, que nos haga sentirnos sanos y felices, y que nosotros podamos controlar.

SI SIENTES CURIOSIDAD por saber qué tipo de relación tienes con el teléfono, prueba el Test Compulsivo del Móvil,[1] desarrollado por el doctor David Greenfield, fundador del Centro de l

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos