Crisis, terremotos y estrellas. Ocho miradas desde fuera a un Chile inesperado.

Paula Mariela Molina Tapia

Fragmento

«La primera vez que visité Chile fue en 1974. No era el mejor de los momentos. El país estaba bajo toque de queda, no podías circular con libertad... había una sensación... lo digo sin riesgo de exagerar... una sensación de congoja, de angustia en el aire».

Fue un aterrizaje sombrío. Robert Kirshner, profesor Clowes de ciencias de la Universidad de Harvard, llegaba al país meses después del golpe militar de 1973. El astrónomo tocaba suelo en un país bajo estado de emergencia, y seguiría regresando a él durante más de cuarenta años.

Kirshner me recibe una tarde de invierno en Cambridge, mientras la nieve cae incesantemente y se acumula en pesados fardos blancos sobre las calles y los techos de la ciudad universitaria. Al final del día, será casi imposible desplazarse de un lugar a otro. En el cálido interior del departamento de astronomía de la universidad, sentado frente a su escritorio, el académico busca entre sus recuerdos el momento de esa primera llegada.

Recuerda su aterrizaje en el entonces pequeño aeropuerto de Santiago, el marchito hotel donde paró a descansar, y el largo recorrido que lo llevó, por primera vez, y por tierra, desde la capital chilena hasta el borde sur del desierto de Atacama.

Una vez que captura el momento, su descripción es vívida y animada: recuerda las horas en bus, los cambios de color en el paisaje, el sabor azucarado y el blanco intenso de los dulces chilenos que pasaron vendiendo entre los asientos y que tan mal combinaron con el trasnoche y los tirones de las constantes paradas donde subían y bajaban pasajeros.

Recuerda, finalmente, la llegada a la ciudad de La Serena, último destino antes de enfilar hacia la montaña al pie de los Andes donde se ubica su destino: el Observatorio Interamericano Cerro Tololo, CTIO por su sigla en inglés. Todavía hoy el camino desde Santiago toma unas siete horas en auto (poco más de una hora en avión) y es transitado por mujeres y hombres que consiguen un espacio en uno de los principales observatorios del planeta.

Antes de describir cómo Chile se convirtió en epicentro de la observación astronómica mundial, antes de comentar el acelerado y desigual proceso de modernización que se desplegó durante ese período en el país, o de los ambiciosos proyectos astrofísicos —y sus amenazas— en la zona, Kirshner precisa que la extensa carrera en la astrofísica que siguió tras esa primera visita al país se apoya fuertemente en Chile: en sus observatorios, y en la actividad de la comunidad científica local.

«Mucho de mi trabajo se basa en la labor que otras personas han hecho en Chile», dice refiriéndose a la investigación de destacados astrofísicos y divulgadores científicos como José Maza y Mario Hamuy.

El astrofísico precisa que las observaciones de los chilenos fueron una valiosa contribución a uno de los hallazgos astronómicos más importantes de las últimas décadas: la constatación de que el universo no se contrae, sino que se expande aceleradamente.

Cuenta que Chile ha sido el punto de partida de una serie de descubrimientos básicos «que hicieron posible ver el cambio en los rangos de la expansión cósmica a través de un largo período de tiempo». Dice Kirshner: «Los descubrimientos iniciales de esa investigación se hicieron en gran parte en Cerro Tololo, usando los telescopios ubicados en Chile».

El proyecto comenzó en 1990 como una colaboración entre la Universidad de Chile y el CTIO. Maza, Hamuy y su equipo se plantearon «producir una muestra de supernova moderadamente distante para su estudio cosmológico». En tres años, descubrieron más de cincuenta de estas estrellas.

En el año 2011 los hallazgos sobre la expansión del universo fueron reconocidos con el Nobel de Física. El premio se entregó a Saul Perlmutter, como líder del Supernova Cosmology Project, y a Brian Schmidt y Adam Riess, a cargo del equipo High-z Supernova Search, que también integró Hamuy. Se reconoció que las observaciones precursoras a sus hallazgos fueron realizadas por Hamuy y Maza usando el telescopio Curtis Schmidt en Tololo.

«La gente que ha trabajado en Chile y el trabajo mismo que se ha hecho en el país han sido muy, muy importantes», puntualiza Kirshner.

El mejor lugar del mundo

Desde el hemisferio sur, Chile mira hacia el centro de la galaxia. Es la expresión que ocupa Kirshner. Al norte del país, entre las montañas que se desgajan de la cordillera de los Andes hacia el valle y el borde costero, la corriente de Humboldt y el anticiclón del Pacífico generan un fenómeno único de presión y sequedad. Esa combinación de factores da origen a uno de los firmamentos más prístinos del planeta: los cielos de Atacama.

Bajo ellos, a los pies de los Andes, quinientos kilómetros al norte de Santiago y noventa al este de La Serena, se ubica el observatorio Tololo, formado por un complejo de telescopios e instrumentos astronómicos. El CTIO es parte de una red de observatorios financiados por la Fundación Nacional para la Ciencia de Estados Unidos (National Science Foundation) y administrada por la Asociación de Universidades para la Investigación Astronómica (AURA), también norteamericana, que recibe y distribuye su financiamiento.

Conocido simplemente como Tololo en Chile, el observatorio comienza su extensa historia en los años cincuenta, en una árida y aislada montaña, y se fue desarrollando mientras el país enfrentaba las turbulencias sociales, políticas y económicas que marcaron el fin del siglo XX en Latinoamérica. Fue pionero en un área que crecería de forma explosiva: hoy cerca del 70 por ciento de la observación astronómica del mundo se hace desde el país.

«Chile es un lugar tan privilegiado para la observación astronómica que quisimos construir allí el más grande y el mejor de nuestros proyectos: el Giant Magellan Telescope», describe Kirshner, refiriéndose al Telescopio Gigante de Magallanes (GMT).

En palabras del astrofísico, el GMT tendrá «cien veces el área del telescopio espacial Hubble». Y afirma: «Si le agregamos los trucos que podemos usar para corregir la información que recogemos desde la atmósfera, sus imágenes serán además diez veces más precisas. Esa es nuestra próxima frontera. El GMT es nuestro sueño como astrónomos y Chile es el lugar de nuestros sueños».

Pero Chile no siempre fue el lugar soñado para la astronomía. De hecho, la zona de Atacama fue alguna vez considerada completamente inadecuada para estos propósitos. La historia que la convirtió en una ventana hacia el universo partió a lomo de mula y hoy continúa a pasos de gigante.

«Aquí están mis credenciales», dice Kirshner y muestra un observatorio en miniatura hecho de combarbalita, la piedra volcánica que solo se encuentra en el Norte Chico, zona donde se ubican el CTIO y otros observatorios astronómicos. Se distingue del llamado Norte Grande, que se despliega desde esa zona y se extiende hacia el altiplano boliviano y la frontera con Perú.

«Chile es el mejor lugar del mundo para la observación astronómica. En gran part

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