Tecnoceno

Flavia Costa

Fragmento

INTRODUCCIÓN
El vértigo del salto de escala

¿Por qué “Tecnoceno”? • El cruce de dos aceleraciones: técnica y biológica • El salto de escala en nuestra relación con el mundoambiente • De Chernóbil a la pandemia de covid-19: la era de los “accidentes normales”, inevitables pero previsibles • Un cóctel explosivo: el volumen de la especie, los desarrollos tecnoindustriales, la degradación del ecosistema y la enorme desigualdad • El shock de virtualización • Seguimos siendo modernos • La política se biologiza, la vida se tecnifica

Podríamos llamarnos “utopistas invertidos”: mientras que los utopistas corrientes son incapaces de producir realmente lo que pueden imaginar, nosotros somos incapaces de imaginar lo que realmente estamos produciendo.

GÜNTHER ANDERS, “Tesis para la era atómica”, 1959

Después de atravesar el desconcierto inicial, quedó claro que la pandemia del coronavirus no ha sido solamente la irrupción de un acontecimiento novedoso, sino el signo de una gran transformación epocal. Signo de un salto de escala en nuestra relación con el mundoambiente, que se venía macerando al menos desde mediados del siglo pasado.

Si queremos ubicar este acontecimiento tan dislocante en una serie, propongo hacerlo en la de los “accidentes normales” de la nueva época abierta con el proceso que en 2005 el químico Will Steffen llamó la Gran Aceleración, y que, siguiendo la sugerencia del filósofo alemán Peter Sloterdijk (2015), del francés Jean-Luc Nancy (2015) y del sociólogo portugués nacido en Mozambique Hermínio Martins (2018), denomino Tecnoceno: la época en la que, mediante la puesta en marcha de tecnologías de alta complejidad y altísimo riesgo, dejamos huellas en el mundo que exponen no solo a las poblaciones de hoy, sino a las generaciones futuras, de nuestra especie y de otras especies, en los próximos milenios. Huellas que pueden, como en el caso del accidente nuclear de Chernóbil, ocurrido en 1986, poner en riesgo la vida de medio planeta, y cuyos efectos sobre el ecosistema perdurarán por tanto o más tiempo que el que ya lleva en la Tierra la humanidad. Se estima que la radioactividad emanada de la explosión del reactor de Chernóbil se extinguirá recién dentro de unos 260 a 300 mil años; para darnos una idea, de hace 300 mil años datan justamente las huellas más antiguas de Homo sapiens, encontradas en 2017 en el actual territorio de Marruecos.

Utilizo el término Tecnoceno como una declinación o especificación de otro término, el de Antropoceno, propuesto en el año 2000 por el químico atmosférico holandés Paul Crutzen, premio Nobel 1995, para señalar que la influencia del comportamiento humano sobre la Tierra en las últimas décadas ha sido tan significativa como para implicar transformaciones en el nivel geológico que han traspasado ya el umbral de irreversibilidad, no admiten vuelta atrás. De hecho, pese a las encendidas discusiones que la propuesta de Crutzen suscitó entre geólogos y especialistas de otros ámbitos expertos, el 20 de mayo de 2019, el Grupo de Trabajo sobre el Antropoceno dentro de la Subcomisión de Estratigrafía del Cuaternario, que es a su vez un cuerpo de la Comisión Internacional de Estratigrafía, resolvió por 29 votos contra 4 que el Antropoceno constituye una nueva capa estratigráfica en el planeta. En esa misma reunión, el Grupo dató el inicio del Antropoceno en la Era Atómica —y no, como había sido la propuesta original de Crutzen, en los comienzos de la era industrial, con la invención de la máquina de vapor y el ingreso en la era de los combustibles fósiles.

Esta precisión temporal es reveladora, en la medida en que ubica el inicio de la era del “antropos” en un momento particularmente denso en lo que respecta a la capacidad de afectar de modo material el planeta: la posibilidad concreta de liberar energía nuclear. Es por esto que me inclino a poner el acento en la cuestión del despliegue técnico (Tecnoceno), en las infraestructuras construidas y en los modos de energía desencadenados, del mismo modo en que otros lo han puesto en la economía política y en el entramado de relaciones sociales propios de la acumulación capitalista globalizada como eje propiciador de este gran salto, y hablan entonces de Capitaloceno (Moore, 2016; Svampa, 2019). En ambos casos, lo que hacemos es echar luz sobre una dimensión particularmente significativa para comprender el Antropoceno, y sobre la que creemos necesario reflexionar en profundidad para promover formas de vida alternativas.

Entre los elementos que, según estos expertos, definen el Antropoceno/Tecnoceno se cuentan el cambio climático, producto del aumento de las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero; la pérdida de biodiversidad y el aumento de la población humana; la alteración, por obra del humano, de ciclos biogeoquímicos como los del agua, del carbono, del nitrógeno y del oxígeno por medio de la actividad industrial, la deforestación, la contaminación de suelos y napas por acción de fertilizantes y plaguicidas. Esto coincide con lo señalado por Steffen, quien describió doce curvas de aceleración muy pronunciada a partir de mediados del siglo XX en áreas sociales críticas: el crecimiento de la población, del producto interno bruto (PIB) real a nivel global, de la inversión extranjera directa, de la población urbana, la utilización de energía primaria, el consumo de fertilizantes, el uso del agua potable, la construcción de grandes represas, la producción de papel, el transporte, las telecomunicaciones y el turismo internacional. A las que sumó otras doce curvas similares en el Sistema Tierra: el crecimiento en las emisiones de dióxido de carbono, óxido nitroso y metano, la caída del ozono estratosférico, el aumento de la temperatura de la superficie terrestre, la acidificación oceánica, la captura de peces marinos, el aumento de la acuicultura de camarón, el aumento del nitrógeno en zonas costeras, la pérdida de bosques tropicales, la degradación de la biosfera terrestre y el aumento de las tierras preparadas para cultivo.

En la historia del Tecnoceno, la década de 1970 ha sido un momento particularmente denso, de catalización de tendencias preexistentes. Veámoslo a la luz de unos pocos hechos. En 1970, el físico Francis Crick publicó en la revista Nature lo que él denominó el Dogma Central de la biología molecular, donde propone una explicación unidireccional (desde el ADN hacia el ARN, luego hacia la proteína hasta desencadenar la acción celular) de los mecanismos de transmisión de la herencia genética. Posteriormente, ese “dogma” ha sido cuestionado, sobre todo en lo que respecta a esa vía unilineal —se sabe hoy que no es la única opción—, pero los ensayos en torno a él propiciaron inéditas experimentaciones con la posibilidad de descifrar, alterar y reprogramar el llamado “código de la vida”. En los tres años siguientes, se desarrollaron las primeras experiencias con la técnica

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