Otros mundos

Thomas Halliday

Fragmento

cap-1

Lista de mapas

1. El hemisferio norte hace 20.000 años - Introducción 

2. La Tierra del Plioceno, hace 4 millones de años - Capítulo 1 

3. Cuenca del Mediterráneo, hace 5,33 millones de años - Capítulo 2 

4. La Tierra del Oligoceno, hace 32 millones de años - Capítulo 3 

5. La Antártida y el océano Antártico, hace 41 millones de años - Capítulo 4 

6. América del Norte, hace 66 millones de años - Capítulo 5 

7. La Tierra del Cretácico temprano, hace 125 millones de años - Capítulo 6 

8. El archipiélago europeo del Jurásico, hace 155 millones de años - Capítulo 7 

9. La Tierra del Triásico, hace 225 millones de años - Capítulo 8 

10. Pangea y el Tetis, hace 253 millones de años - Capítulo 9 

11. La Tierra del Carbonífero, hace 309 millones de años - Capítulo 10 

12. El Viejo Continente Rojo, hace 407 millones de años - Capítulo 11 

13. La Tierra del Silúrico, hace 435 millones de años -Capítulo 12 

14. El hemisferio sur, hace 444 millones de años - Capítulo 13 

15. La Tierra del Cámbrico, hace 520 millones de años - Capítulo 14 

16. La Tierra del Ediacarano, hace 550 millones de años -Capítulo 15 

imagen

cap-2

Introducción
La casa de millones de años

Que nadie diga que el pasado está muerto. 

El pasado está a nuestro alrededor y en nuestro interior. 

OODGEROO NOONUCCAL, The Past 

Desconozco el lugar al que me conducirá la tempestad en este océano de edades pretéritas. 

OLE WORM 

Miro por la ventana, más allá de las tierras de cultivo, las casas y los parques, hacia un lugar que durante cientos de años ha sido conocido como World’s End (el fin del mundo). Su nombre se debe a un pasado remoto de Londres, ciudad que ahora ha crecido hasta absorberlo. Pero, no hace mucho tiempo, aquello era realmente el fin del mundo. El suelo de ese lugar se formó en la edad de hielo, y era una mezcla de gravas depositadas por los ríos entonces afluentes del Támesis. El avance de los glaciares desvió su curso, y el Támesis desemboca ahora en el mar a más de ciento cincuenta kilómetros al sur de donde solía fluir. Mirando por la ventana las cumbres de arcilla compactada por el peso del hielo, es posible, o casi, hacer desparecer mentalmente los setos, los jardines y las farolas e imaginar otra tierra, un mundo frío al borde de una capa de hielo que se extiende cientos de kilómetros. Bajo la grava helada se encuentra la Arcilla de Londres, en la que se conservan los antiguos residentes de este lugar: cocodrilos, tortugas marinas y los primeros parientes de los caballos. La tierra que habitaban se hallaba cubierta de manglares y papayos en cuyas aguas abundaban la vegetación marina y los nenúfares gigantes; un cálido paraíso tropical. 

Los mundos del pasado pueden parecer a veces inimaginablemente lejanos. La historia geológica de la Tierra empezó hace unos cuatro mil quinientos millones de años. La vida ha existido en este planeta desde hace unos cuatro mil millones de años, y aquellos organismos que superaban en tamaño a los unicelulares, desde hace tal vez dos mil millones de años. Los mundos que se sucedieron a lo largo del tiempo geológico, revelados por el registro paleontológico, son variados y, a veces, muy distintos del mundo actual. El geólogo y escritor escocés Hugh Miller, reflexionando sobre la duración del tiempo geológico, dijo que ni todos los años de la historia humana «se extienden hasta el ayer del globo, y mucho menos rozan las miríadas de edades que se sucedieron antes». Ese ayer es realmente largo. Si los cuatro mil quinientos millones de años de historia de la Tierra se redujeran a un día y se proyectaran como una película, se sucederían más de tres millones de años de metraje por minuto. Veríamos cómo los ecosistemas se forman y decaen con rapidez a medida que las especies que constituyen sus partes vivas aparecen y se extinguen. Veríamos cómo los continentes se desplazan, las condiciones climáticas cambian en un abrir y cerrar de ojos, y acontecimientos súbitos y dramáticos eliminan longevas comunidades con consecuencias devastadoras. La extinción masiva que terminó con los pterosaurios, los plesiosaurios y todos los dinosaurios no aviares se mostraría veintiún minutos antes de acabar la película. La historia humana escrita comenzaría en la última décima de segundo.[1]

En la mitad de la última décima de segundo de ese pasado concentrado se construyó en Egipto, cerca de la actual ciudad de Luxor, un complejo de templos funerarios donde fue sepultado el faraón Ramsés II. Todo lo ocurrido desde la construcción del Ramesseum es un simple pestañeo frente al abismal precipicio del tiempo geológico, y, sin embargo, esa construcción se considera un proverbial recordatorio de la transitoriedad. El Ramesseum es el lugar que inspiró a Percy Bysshe Shelley el poema «Ozymandias», que contrapone las grandilocuentes palabras de un faraón todopoderoso a un paisaje de lo que, cuando se escribió el poema, no era más que arena.[2]

Cuando leí por primera vez «Ozymandias», no sabía de qué trataba, y supuse erróneamente que era el nombre de algún dinosaurio. El título era largo y extraño, y su pronunciación difícil de averiguar. El lenguaje descriptivo utilizado en el poema era el de la tiranía y el poder, el de las construcciones de piedra y los reyes. Parecía ajustarse al de los libros ilustrados de mi infancia sobre la vida prehistórica. Cuando leí los versos que dicen «Encontré a un viajero de una tierra antigua que dijo: dos inmensas piernas pétreas, sin tronco, se yerguen en el desierto», pensé en una capa de yeso aplicada a los restos de alguna bestia terrible de la prehistoria. Un tiránico rey lagarto, tal vez ya deshecho en huesos y fragmentos de huesos en las Badlands de Norteamérica. 

No todo lo que se rompe se pierde. «… en el pedestal se leen estas palabras: “Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes; contemplad mis obras, poderosos, y desesperaos”. Nada más queda a su lado». Estos versos parecen indicar que el tiempo se rio por última vez de un gobernante engreído, pero el mundo de ese faraón ha sido recordado; la estatua es la prueba de su existencia, el contenido de las palabras, los detalles de su estilo, los indicios de su contexto. Así leído, «Ozymandias» nos sugiere una forma de pensar en los organismos fósiles y los ambientes en que estos vivían. Restando la arrogancia, el poema puede leerse como una forma de conocer la realidad de un pasado a partir de los restos que sobreviven hoy. Incluso un fragmento puede contar una historia concreta, ser una prueba de algo previo a las arenas llanas y solitarias, de algo distinto que solía estar allí; de un m

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