La revancha de los poderosos

Moisés Naím

Fragmento

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Introducción

El peligro

En todo el mundo las sociedades libres se enfrentan a un enemigo nuevo e implacable. Este no tiene ejército ni armada; no procede de ningún país que podamos señalar en un mapa; está en todas partes y en ninguna, porque no está ahí fuera, sino aquí dentro. En lugar de amenazar a las sociedades libres con la destrucción desde el exterior, como hicieron los nazis y los soviéticos, las amenazan con corroerlas desde el interior.

Un peligro que está en todas partes y en ninguna es esquivo, es difícil de identificar, de distinguir, de describir. Todos lo notamos, pero nos cuesta darle nombre. Se derraman ríos de tinta para describir sus elementos y sus características, pero se nos sigue escapando.

Nuestro primer deber, por tanto, es nombrarlo. Solo así podremos comprenderlo, combatirlo y derrotarlo.

¿Qué es este nuevo enemigo que amenaza nuestra libertad, nuestra prosperidad y hasta nuestra supervivencia como sociedades democráticas?

La respuesta es el poder, en una forma nueva y maligna.

En todas las épocas ha habido una o más formas de maldad política. Lo que estamos viendo hoy es una variante revanchista que imita la democracia al mismo tiempo que la socava y desprecia cualquier límite. Parece como si el poder político hubiera estudiado todos los métodos concebidos por las sociedades libres durante siglos para dominarlos y, después, contraatacar.

Por eso hablo de la revancha de los poderosos.

En este libro examino el ascenso de esta nueva forma maligna de poder político e indico cómo se ha desarrollado en todo el mundo. Dejo constancia de cómo está carcomiendo con sigilo los fundamentos de la sociedad libre. Explico que ha surgido de las cenizas de una forma de poder más antigua, devastada por las fuerzas que actuaron en su contra. Y sostengo que sea donde fuere, en Bolivia o en Carolina del Norte, en Reino Unido o en Filipinas, se desarrolla a partir de unas sólidas estrategias esenciales para debilitar las bases de la democracia y afianzar su perverso dominio. También esbozo formas de contraatacar, de proteger la democracia y, en muchos casos, de salvarla.

El choque entre los que tienen el poder y los que no, por supuesto, ha formado siempre parte de la experiencia humana. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, quienes tenían el poder lo acaparaban en su propio beneficio y lo transmitían a sus hijos para fundar dinastías basadas en la sangre y en el privilegio, con escasa consideración hacia los que carecían de él. Los instrumentos del poder —violencia, dinero, tecnología, ideología, persuasión moral, espionaje y propaganda, entre otros— estaban en manos de las castas hereditarias y totalmente fuera del alcance de la mayoría de la gente. Sin embargo, a partir de las revoluciones estadounidense y francesa de finales del siglo XVIII, las relaciones de poder sufrieron una transformación sísmica que puso este último en tela de juicio y creó límites nuevos para quienes lo ejercían. Esa forma de poder, de alcance limitado, obligado a rendir cuentas al pueblo y basado en un espíritu competitivo dentro de la legalidad, fue el motor de la gran expansión de la prosperidad y de la seguridad en el mundo tras el final de la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, a comienzos del siglo XXI, unas inquietantes transformaciones hicieron que empezara a tambalearse la estructura de la posguerra. En un libro anterior, El fin del poder, examiné el declive que estaba experimentando el poder en una gran variedad de instituciones humanas. La tecnología, la demografía, la urbanización, la información, los cambios económicos y políticos, la globalización y los cambios de mentalidad se unieron para dividir y diluir el poder y hacer que este resultara más fácil de obtener, pero más difícil de ejercer y más fácil de perder.

Era inevitable una reacción. Quienes estaban decididos a obtener y ejercer un poder ilimitado desplegaron viejas y nuevas tácticas para protegerlo de las fuerzas que lo debilitaban y lo limitaban. El propósito de estas nuevas formas de conducta es detener el declive del poder y permitir reconstituirlo, concentrarlo y volver a ejercerlo sin restricciones; pero, esta vez, con tecnologías, tácticas, organizaciones y mentalidades del siglo XXI.

En otras palabras, las fuerzas centrífugas que debilitan el poder han despertado unas nuevas fuerzas centrípetas que tienden a concentrarlo. El choque entre estos dos tipos de fuerzas es una de las características fundamentales de nuestra época. Y el resultado de ese choque no está nada claro.

Lo que está en juego no puede ser más importante; y no existen garantías. No solo está en juego la posibilidad de que la democracia prospere en el siglo XXI, sino incluso su propia supervivencia como sistema de gobierno predominante, como configuración predeterminada de la aldea global. La supervivencia de la libertad no está garantizada.

¿Pueden sobrevivir las democracias a los ataques de unos aspirantes a autócratas empeñados en destruir los pesos y contrapesos que limitan su poder? ¿Cómo? ¿Por qué en algunos sitios el poder está concentrado mientras que, en otros, está dividiéndose y degradándose? Y la pregunta más importante: ¿qué futuro tiene la libertad?

El poder no suele cederse de forma voluntaria. Como es natural, quienes lo poseen tratan de contener y de rechazar los intentos de sus rivales por debilitarlos y sustituirlos. Los recién llegados que atacan a los que ocupan el poder suelen ser unos innovadores que no se limitan a cambiar de instrumentos, sino que se rigen por unas reglas de juego totalmente diferentes. Sus innovaciones políticas han transformado en profundidad la forma de conquistar y de conservar el poder en el siglo XXI.

Este libro identifica y examina esas innovaciones, muestra sus posibilidades, su lógica interna y sus contradicciones y señala las batallas cruciales que van a tener que ganar los demócratas para evitar que destruyan la libertad.

Una forma de poder dependiente y limitada no basta para satisfacer a quienes aspiran a convertirse en autócratas, que han aprendido a utilizar tendencias como las migraciones, la inseguridad económica de la clase media, la política identitaria, los miedos que suscita la globalización, la pujanza de las redes sociales y la llegada de la inteligencia artificial. En todo tipo de lugares y en todo tipo de circunstancias, han demostrado que quieren un poder sin condiciones y para siempre.

Estos aspirantes a autócratas tienen opciones nuevas y herramientas distintas que pueden utilizar para reclamar un poder ilimitado. Muchas son herramientas que no existían hace tan solo unos años. Otras son muy antiguas, pero ahora se combinan con las nuevas tecnologías y con las tendencias sociales, y acaban siendo mucho más poderosas que nunca.

Esa es la razón de que durante los últimos años haya triunfado una nueva casta de políticos ávidos de poder: líderes nada convencionales que vieron el declive del poder tradicional y comprendieron que una estrategia radicalmente nueva podía ofrecer oportunidades hasta ahora inexploradas. Surgen en todo el mundo, tanto en los países más ricos como en los más pobres, en los que poseen instituciones más complejas y en los más atrasados. Viene a la mente Donald Trump, por supuesto, pero también Hugo Chávez en Venezuela

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