El yo soberano

Élisabeth Roudinesco

Fragmento

Prólogo

Prólogo

Desde hace unos veinte años parece que los movimientos de emancipación han variado el rumbo. Ya no se preguntan cómo cambiar el mundo para que sea mejor, sino que se dedican a proteger a las poblaciones de lo que las amenaza: desigualdades crecientes, invisibilidad social, miseria moral.

Por consiguiente las reivindicaciones son lo contrario de lo que habían sido durante un siglo. Se lucha menos por el progreso, y a veces, incluso, se rechazan sus logros. Se exhiben los sufrimientos, se denuncia la ofensa, se da rienda suelta a los afectos, señas de identidad que expresan un afán de visibilidad, en ocasiones para expresar indignación y en otras para reclamar el reconocimiento.[1] Las artes y las letras tampoco se libran del fenómeno, porque la literatura nunca ha estado tan preocupada por la «vivencia» como hoy en día. En la novela, más que la reconstrucción de una realidad global, se busca una manera de contarse a sí mismo sin distancia crítica, recurriendo a la autoficción[2] o incluso a la abyección, de modo que el autor puede desdoblarse indefinidamente afirmando que todo es verdad porque todo está inventado. De ahí el síndrome del camaleón: «Se le coloca sobre algo verde y se vuelve verde, se le tiende sobre algo azul y se vuelve azul, se le sitúa sobre una manta escocesa y se vuelve loco, estalla, muere».

Hace poco Gérard Noiriel, historiador de movimientos sociales, señalaba que a los archivos de las bibliotecas acudían menos historiadores profesionales y más «aficionados a la historia», que muchas veces se dedicaban a reconstruir su árbol genealógico para «contar la historia de su aldea, de sus antepasados, de su comunidad, etc.».[3] Por lo tanto, esta autoafirmación —transformada en hipertrofia del yo— sería el signo distintivo de una época en la que cada cual trata de ser él mismo soberano, como un rey, y no como otro.[4] Pero, en cambio, se impone otra manera de someterse a la mecánica de la identidad: el repliegue. Puede haber varias definiciones de la identidad. Si uno dice «Yo soy mí mismo», «Pienso luego existo», «Quién soy yo si no soy lo que habito» o incluso «Eso piensa donde no existo» o «Yo es otro»[5] o, por qué no, «Dependo de una alteridad» o «Dependo de los demás para saber quién soy», o también «Yo soy Charlie», afirma la existencia de una identidad universal —consciente, inconsciente, habitada por la libertad, dividida, siempre «otro» siendo uno mismo—, independiente de las contingencias del cuerpo biológico o del territorio de origen. En todos estos casos se rechaza la pertenencia, en el sentido del arraigo, para hacer hincapié en que la identidad es ante todo múltiple e incluye lo ajeno en uno mismo.[6] Pero si, por el contrario, la identidad se asimila a una pertenencia, el sujeto se reduce a una o varias identidades jerarquizadas y se borra la idea del «Yo soy yo y eso es todo».[7] Esta segunda definición de la identidad, ampliamente inspirada en los estudios de interpretación psicoanalítica posfreudiana, es lo que se examinará en las páginas siguientes. En el primer capítulo repaso varias formas modernas de la asignación de identidad,[8] a cuál más melancólica, que obedecen a un afán de acabar con la alteridad, reduciendo al ser humano a una experiencia específica. En el segundo analizaré las variantes que han afectado a la noción de «género». A fuerza de derivados, esta ya no se utiliza como una herramienta conceptual destinada a aquilatar un enfoque emancipador de la historia de las mujeres —como ocurrió hasta el año 2000—, sino para sostener, en la vida social y política, una ideología de la pertenencia normativa que llega a anular las fronteras entre el sexo y el género.

Los tres capítulos siguientes se ocuparán de las distintas metamorfosis de la idea de «raza». Después de que en 1945 se erradicara de las ciencias y las humanidades, hoy la han desempolvado los estudios llamados «poscoloniales», «subalternistas» y «descoloniales», inspirados en varias grandes obras de pensadores de la modernidad: Aimé Césaire, Edward Said, Frantz Fanon o Jacques Derrida. También en este caso, unas herramientas conceptuales creadas con suma sutileza se han reinterpretado y retorcido a ultranza para defender los ideales de un nuevo conformismo de la norma, del que son buenos ejemplos ciertos adeptos del transgenerismo queer, los Indígenas de la República y otros movimientos que andan en busca de una quimérica política identitaria.

En cada etapa de este ensayo analizaré los abundantes neologismos que jalonan el «habla oscura» de todas estas derivas.

En el último capítulo del libro estudiaré el modo en que la noción de «identidad nacional» ha reaparecido en los discursos de los polemistas de la extrema derecha francesa, asustados ante la amenaza del «gran reemplazo» de la identidad propia por una alteridad demonizada: el migrante, el musulmán, Mayo del 68, la gestación subrogada, la revolución francesa, etc. Este planteamiento mitifica un pasado imaginario para maldecir el presente. Con ello, ensalza lo que los identitarios del otro bando rechazan: la identidad blanca, masculina, viril, colonialista, occidental, etc. Para estos otros —que, de hecho, se llaman a sí mismos «Identitarios» (con «i» mayúscula)—, nuestras aldeas de antaño, nuestras escuelas, nuestras iglesias, nuestros valores estarían amenazados por los nuevos bárbaros: Eurodisney, los vientres de alquiler indios, los que tienen nombres impronunciables, las comunidades polígamas, etc.

En conclusión, y al final de esta inmersión en las tinieblas del pensamiento sobre la identidad, donde a menudo se mezclan el delirio, la conspiranoia, el rechazo al otro, la incitación al asesinato y la racialización de las subjetividades, daré algunas pistas que nos ayuden a salir de la desesperanza y a concebir un mundo posible donde cada cual se guíe por el principio del «Yo soy yo y eso es todo», sin negar la diversidad de las comunidades humanas ni esencializar lo universal o la diferencia. «Ni demasiado cerca, ni demasiado lejos», decía Claude Lévi-Strauss para dar a entender que la uniformidad puede llevar al mundo a su extinción tanto como la fragmentación de las culturas. He ahí el significado profundo de este trabajo.

1. La asignación de identidad

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La asignación de identidad

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