Salvador Allende. La izquierda chilena y la Unidad Popular

Daniel Mansuy

Fragmento

Presentación

PRESENTACIÓN

El origen inmediato de este libro es una serie de preguntas que me formularan mis dos hijos mayores —nacidos a mediados de la década de los 2000— después del 18 de octubre de 2019 y del proceso constitucional que abrió el acuerdo del 15 de noviembre ese mismo año. Al conversar con ellos, me llamó la atención que sus preocupaciones no giraran tanto sobre el futuro, y ni siquiera sobre el presente, sino que remitían más bien al pasado: Allende, Pinochet y el golpe de Estado. A su manera, ellos percibieron que era imposible comprender los sucesos sin retroceder bastante en el tiempo. Manifestaban también cierta perplejidad al descubrir marcadas diferencias de opinión entre sus abuelas en estas materias. ¿Qué relato transmitirles para que pudieran comprender la historia de su familia, la historia del presente y, en definitiva, la historia de Chile en las últimas décadas?

El origen remoto de este libro se encuentra en los animados diálogos que escuché —desde muy pequeño— en la mesa familiar y en las perplejidades que yo mismo experimenté sobre la Unidad Popular (UP). También en las múltiples discusiones escolares en las que participé pues, en aquellos años, ese pasado estaba aún muy fresco y era imposible abstraerse de él. Es más, buena parte de mis inquietudes intelectuales se originan en este tipo de interrogantes: ¿cómo dar cuenta de un quiebre social y político tan profundo como el que Chile vivió en 1973? ¿Cómo indagar en ese misterio que atravesó nuestras vidas?

En cualquier caso, debo decir que no me resultó fácil responder las preguntas de mis hijos; es más, temo haberlos decepcionado. Sin embargo, no logré alejar de mí una duda que no ha dejado de perturbarme. Han pasado casi cinco décadas desde el golpe de Estado, y nuestro presente parece seguir anclado a ese momento. Es un fenómeno extraño que, creo, merece mayor examen. La guerra civil de 1891 no fue menos terrible que nuestro 1973 —murieron en ella más de diez mil personas, en un país mucho menos poblado—, y la verdad es que décadas más tarde ningún actor ni observador podría haber afirmado que la vida política estaba articulada en torno a ella. El triunfo presidencial de Arturo Alessandri Palma en 1920 es un hito muy importante en la historia de la república, pero en la campaña de ese año —reñida como pocas— el recuerdo de la guerra civil no juega ningún papel significativo. La elección de Pedro Aguirre Cerda ocurre cincuenta años después de la muerte de Balmaceda, y el mandatario radical tampoco se siente vinculado a 1891. Si se quiere, este trabajo arranca de esta constatación: la persistencia de aquella mañana de septiembre en nuestra conciencia histórica, la persistencia de aquel enigma en nuestra autocomprensión política. Si es cierto que los libros responden a una obsesión personal, pues bien, esa es la mía.

Desde luego, las páginas que siguen no intentan dar una explicación global del fenómeno, ni nada semejante. El objetivo del texto es más modesto y consiste en examinar el papel que juega la figura de Salvador Allende en este proceso y en nuestra memoria política. Aunque el mandatario socialista no agota estas interrogantes, tanto su gobierno como su gesto del día 11 están, a no dudarlo, en el centro de estos problemas. Para decirlo de otro modo, la rebelde persistencia de nuestro pasado está directamente conectada con su persona. El diagnóstico que funda este libro es que no hemos terminado de comprender a Salvador Allende, y que allí reside una piedra de tope inexpugnable de nuestra vida política. No podremos comprender adecuadamente lo ocurrido en 1973 mientras no nos hagamos cargo de esta pregunta. Sobra decir que no estoy en condiciones de ofrecer una respuesta, y me doy por satisfecho si el lector benevolente juzga que he logrado formular la cuestión en términos más o menos convenientes.

El trabajo se divide en dos partes y un breve anexo. La primera parte trata sobre la Unidad Popular y, en específico, sobre la relación de la izquierda con Salvador Allende durante este periodo. Me interesa desentrañar —en la medida de lo posible— el itinerario que llevó al presidente Salvador Allende a morir en La Moneda. ¿Cómo un político ducho y experimentado llegó a una situación de esa naturaleza? Quisiera volver a vincular dos fenómenos que la izquierda —por motivos atendibles, pero cuyos efectos han sido nocivos— ha intentado desconectar: el Allende del día 11 y el de los mil días previos. Una de las intuiciones que me han guiado es que esta es una de las causas centrales de la incomprensión de nuestro pasado: no sabemos cómo pensar al mismo tiempo esos dos Allende (y las izquierdas que encarna). Preferimos escindirlos para ahorrarnos las preguntas más difíciles. Es cierto que el 11 fue un día excepcionalmente intenso —acaso el más intenso de nuestra historia—, y también extraordinario en el sentido más riguroso del término. Sin embargo, la colosal intensidad del 11 no es sino el corolario de un proceso cuyo principal responsable es el mismo Salvador Allende, y de allí la necesidad de reflexionar al mismo tiempo sobre ambas dimensiones. En suma, me interesa comprender cómo la vía chilena defendida por el mandatario socialista condujo a un laberinto sin otra salida que el suicidio.

La segunda parte del libro intenta dar cuenta del modo en que la izquierda asumió, pensó y procesó la figura de Salvador Allende desde el 11 de septiembre de 1973 en adelante. La pregunta guarda relación con el lugar que ocupa el presidente en el imaginario y en la acción política de dicho sector en las décadas que siguen, tanto a nivel teórico como práctico. A partir de su decisión del martes 11 de septiembre de 1973, el presidente se convirtió en el referente ineludible para la conciencia histórica de la izquierda (y esto no vale solo para Chile). No obstante, es también una figura incómoda, porque su herencia y su legado son cualquier cosa menos fáciles. ¿Qué significa ser heredero de Salvador Allende y quién puede ser digno de ese lugar? ¿Cómo convivir con esa efigie y las exigencias que implica? ¿Cómo evitar los riesgos simétricos de fosilización y de burda imitación? ¿Es posible ser allendista después de Allende? Para reconstruirse, la izquierda hubo de reconocer el valor del último gesto del presidente a la vez que tomaba distancia de la realidad efectiva de los mil días. Esto permitió converger con la Democracia Cristiana (DC) —dura opositora de la UP— e hizo posible, en definitiva, construir la Concertación. No obstante, conforme pasaron los años, la misma izquierda sintió remordimientos por haberse traicionado a sí misma y emprendió una revisión de su propia revisión. Si se quiere, el Frente Amplio no es sino la conclusión de ese trayecto de regreso a Salvador Allende. No es casual que el 11 de marzo de 2022, Gabriel Boric haya concluido su primer discurso como presidente afirmando que «estamos de nuevo, compatriotas, abriendo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, el hombre y la mujer libre para construir una sociedad mejor». ¿Por qué secreta conjunción de hechos uno de los presidentes más jóvenes de nuestra historia, nacido en 1

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