Alquimia emocional

Tara Bennett-Goleman

Fragmento

Prólogo del Dalai Lama

Prólogo

Todos deseamos ser felices, nadie quiere sufrir. Dado que el propósito fundamental de la vida es ser felices, lo importante es descubrir qué nos causará la mayor felicidad. Que nuestra experiencia resulte agradable o desdichada es una cuestión mental o física. Por lo general, es la mente la que ejerce la mayor influencia en casi todos nosotros. Por eso, vale la pena tratar de alcanzar la paz mental.

Aunque el progreso material es importante para el progreso humano, si prestamos demasiada atención a las cosas externas y damos poca importancia al desarrollo interior, ese desequilibrio nos causará problemas. La clave está en la paz interior: si la alcanzamos, seremos capaces de enfrentar las situaciones con calma y madurez. Sin paz interior podemos seguir preocupados, perturbados o disconformes con las circunstancias, al margen de lo cómoda que sea nuestra existencia en el aspecto material.

Cuando tenemos paz interior podemos estar en paz con quienes nos rodean. Cuando nuestra comunidad se encuentra en paz puede compartir ese estado con las comunidades vecinas. Cuando sentimos amor y amistad por los demás, logramos que se sientan amados y cuidados, y eso nos ayuda también a nosotros a desarrollar la felicidad y la paz interiores.

Como budista, he aprendido que lo que más afecta a nuestra paz interior es lo que llamamos emociones perturbadoras. Todos esos pensamientos, emociones y sucesos mentales que reflejan un estado mental negativo o poco comprensivo inevitablemente socavan nuestra experiencia de la paz interior. Las emociones o pensamientos negativos, como el odio, la ira, el orgullo, la lujuria, la codicia o la envidia tienen un efecto perturbador en nuestro equilibrio interior. También tienen un efecto agotador en nuestra salud física. En el sistema médico tibetano, las perturbaciones mentales y emocionales han sido durante mucho tiempo consideradas como la causa de muchas enfermedades constitucionales, incluido el cáncer. Los científicos y los profesionales de la salud de Occidente comparten cada vez más este punto de vista.

Las emociones perturbadoras son la fuente misma de la conducta poco ética. También son la base de la ansiedad, la depresión, la confusión y el estrés, característicos de nuestra época. Sin embargo, debido a que muchas veces no reconocemos su poder destructivo, no vemos la necesidad de modificarlas.

En esta obra, Tara Bennett-Goleman ofrece un método para serenar la mente y liberarla de las emociones perturbadoras: una aplicación práctica de la atención consciente al reino de las emociones. Basándose en su experiencia personal, ha reunido insights y métodos de la ciencia cognitiva y del cerebro, de la psicoterapia y de la psicología budista y la práctica de la atención consciente. Muestra cómo es posible utilizar esta atención para aflojar el dominio de aquellos hábitos mentales y emocionales que nos impiden ser felices.

Un gran maestro tibetano del entrenamiento mental señaló en una ocasión que una de las cualidades más maravillosas de la mente es que puede transformarse. Yo ofrezco mis oraciones para que los lectores de este libro que pongan en práctica ese consejo puedan realmente transformar su mente, superar sus emociones perturbadoras y alcanzar la paz interior. Así, no solo ellos serán más felices sino que además contribuirán a lograr la paz y la felicidad del mundo entero.

Su santidad

El Dalai Lama

3 de junio de 2000

PRIMERA PARTE. ALQUIMIA EMOCIONAL

PRIMERA PARTE

ALQUIMIA EMOCIONAL

1. Una alquimia interior

1

Una alquimia interior

Desde la ventana de mi hotel londinense se ve el Big Ben, una presencia elegante y destacada entre la perspectiva del río, las nubes ondeantes y la extendida mezcolanza de las siluetas de los edificios. Como obra arquitectónica, el Big Ben posee magnificencia, pero descubro que a mi mirada le atrae más la abierta amplitud del cielo y el río. El panorama arriba y abajo de la redondeada brusquedad del Big Ben incluye un resplandor de torres y de puentes que, desde mi ventana, ocupan el primer plano. Noto que, a primera vista, mi mente percibe la vastedad del cielo cubierto de nubes y el brillo sedante del río como un majestuoso óleo pintado por un paisajista finisecular o como la instantánea de una postal perfecta.

Pero cuando observo con más cuidado y presto más atención, noto que la quieta traducción como de instantánea de esa escena se disuelve en un torbellino de movimiento constante, en una serie continua de movimientos minúsculos que se agregan a una imagen sumamente alterada. Están los diminutos y sucesivos cambios en las formas de las nubes mientras se deslizan por el cielo, abriendo a veces claros a través de los cuales los rayos de sol se derraman sobre el paisaje, iluminando las sombras en los manchones de luz. Está el brillo translúcido de los edificios, de las calles y de los brillantes autobuses rojos cuando momentáneamente los baña la luz. La escena que tengo ante mí riela con energía cinética. Lo mismo ocurre con nuestros paisajes interiores.

El cambio de mi percepción refleja cómo trabaja la mente: con tendencia a suponer —precipitadamente y sin que medie una observación ulterior— que ha asimilado la imagen global de un vistazo, pero si uno continúa observando con mayor cuidado, se descubre el hecho a veces alarmante de que, más allá de esa presunción inicial, siempre hay algo más por descubrir. Demasiado a menudo consideramos nuestras primeras impresiones, las conclusiones provenientes de un primer vistazo precipitado, como la verdad última del momento. Pero si seguimos mirando y observando, tomamos conciencia de más detalles y matices, de cambios y segundos pen

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