¡No solo somos padres!

Los Prieto Flores

Fragmento

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Prólogo

¿Has observado cómo tus amigos y familiares han cambiado radicalmente su manera de ser al reproducirse? ¿Te has preguntado por qué tu mejor amiga de repente se ha convertido en madre 24/7 y ha dejado de ser persona? ¿Tienes conocidos que antes eran unos piezas y que han desaparecido de la faz de la tierra después de tener su primer hijo? ¿Has pensado alguna vez si seguirán vivos? ¿Los has echado de menos? Nosotros sí. Este nuevo estado de tensión parental, de sobreprotección de los hijos y actitud radical tiene visos de convertirse en la nueva epidemia del siglo XXI. Esta nueva forma de crianza no te hace mejor padre ni madre y, créenos, os afecta a los dos, a vuestra vida de pareja y, claro que sí, a vuestra descendencia. Cuando te conviertes en padre o madre es importante mantener el tipo, ya que en unos meses os podéis transformar en personas horribles, en padres o madres zombis llenos de miedos y agobios, algo que no es precisamente lo que se necesita para esta nueva aventura de tener hijos.

Vivimos tiempos extraños en los que nos exigimos mucho y también exigimos mucho a nuestros hijos. Les quitamos tiempo de juego en pro de someterles a una rigurosa rutina a base de actividades extraescolares, idiomas y deportes y vaya usted a saber qué más. Nos empeñamos en sobreproteger a las criaturas creyendo que así crecerá su autoestima, cuando en realidad y sin querer estamos moldeando a pequeños narcisistas. Y nos empeñamos en preguntarles todo el rato qué es lo que quieren hacer. «¿Qué quieres de comer?» «¿De cenar?» «¿Qué te apetece hacer este fin de semana?» Además, les llevamos la mochila al colegio, les sostenemos el bocadillo en el parque y apenas les ponemos límites. Hemos convertido el núcleo familiar en una traicionera democracia con el fin de proteger a nuestros hijos y dárselo todo hecho. Los niños son los nuevos dioses de la casa.

Este estado de alerta parental es intenso y duro. Aunque lo ideal sería no cargarnos con más responsabilidades, hay mucha gente que al ser padre o madre agudiza ciertos comportamientos y los lleva al límite. Es habitual radicalizarse cuando uno se reproduce. Mucha gente encuentra sentido a su existencia y enseguida ve bien que todo gire alrededor de ese eje que es ser padre.

Esta apocalíptica tendencia coincide con un par de datos tajantes sobre la humanidad en general —y sobre España en particular— que la agrava todavía más: tenemos cada vez menos hijos; nos reproducimos más tarde y proyectamos todos nuestros deseos en ellos. Esta situación es un desastre y por eso hemos decidido escribir esta oda al sentido común.

Por supuesto, existe un ecosistema idóneo para dar rienda suelta a la proliferación de hiperniños perfectos. En los medios, por ejemplo, se habla de millones de libros, documentales, blogs y foros sobre maternidad, paternidad y crianza. Miles de autores, padres o no (sí, aunque no lo creas, hay gente que escribe del tema sin haber sido padres), que nos dicen lo que debemos hacer para que nuestros hijos duerman, coman, anden, hagan mejor la digestión, defequen en su justa medida y sean seres humanos civilizados. Miles de páginas y foros para mitigar nuestra ansiedad y nuestros nervios y resolver nuestras dudas. Millones de posteos y consejos para ser unos padres perfectos. El mundo infantil es una orgía de opciones para perfeccionar nuestro rol y nos ofrece un cúmulo de pautas para guiarnos «en el trabajo más importante de nuestras vidas». Existe un alarmismo feroz en un ecosistema cultural empeñado en resolver una ecuación tan simple como la de la reproducción humana; una ecuación que se resuelve casi siempre con el sentido común. Cuando agarras uno de estos best-sellers, a menudo te da la sensación de estar leyendo un manual de supervivencia para un ataque nuclear o una guerra. Además, las modas avanzan cada vez más rápido. Lo que hoy está de moda —véase un tipo de crianza, un alimento, una teoría...— al mes siguiente se denuesta. La información y las modas han cogido una velocidad galopante.

Todo es un agobio.

Este antimanual está enmarcado en un contexto del primer mundo; hablamos de pelotudeces y agobios que, saliéndose de un marco de clase media, podrían resultar insultantes. Casi todos los patrones que relatamos en estas páginas se repiten en gente de clases trabajadoras de muchas ciudades y pueblos del mundo. La locura de los padres es universal. Muchas de las chaladuras que leerás a continuación son radiografías de nuestra propia torpeza; seguimos cometiendo errores y, afortunadamente, nos vamos dando cuenta. Los padres perfectos no existen, que no te engañen.

Muchos de nosotros hemos criado a nuestros hijos fuera de la clásica estructura familiar, lejos de los consejos de nuestros padres, abuelos y familiares y totalmente empapados por internet. Queramos o no, hemos perdido el contexto familiar y favorecido la locura.

El libro que tienes en tus manos es una oda al sentido común, una radiografía de un montón de comportamientos que hemos observado a nuestro alrededor (o en los que hemos caído nosotros mismos) que confirman que la cuestión más importante cuando uno se ha decidido a tener hijos es no perder la cabeza.

Históricamente, el ser humano se ha reproducido de una forma natural. Mucho antes de los productos ecológicos, los pañales autoabsorbentes o el yoga aéreo para niños, hemos sido capaces de reproducirnos y sobrevivir. ¿Por qué no lo vamos a hacer ahora? De verdad, tener hijos es algo natural, no un máster en gilipollez humana.

La importancia de no convertirte en una ameba social

Empecemos por admitir algo que en estos días es políticamente incorrecto: no solo somos padres. Tenemos pareja, proyectos personales y profesionales, aficiones y hobbies, familia, amigos y todo eso que teníamos antes de reproducirnos. Y lo ideal, claro, es no tener que renunciar a ello. Hacer girar tu vida alrededor de tu nueva condición de padre o madre es malo para tus vástagos y sobre todo para ti mismo. A la larga acabará quemándote y cegándote y luego vendrán las crisis existenciales, depresiones y quemazones. Además, pasar por cualquiera de estas tensiones, con todo el peso, cansancio y energía que supone ser padre, es durísimo.

No somos del Opus Dei, ni fieles de una secta exótica, ni nuestra profesión es la de paseadores de niños

Nosotros nos decidimos a ser padres a una edad más o menos temprana para la media de este país, donde no es precisamente fácil criar niños. A los treinta, aproximadamente. A los que nos lean desde otros países quizás este dato les resulte exagerado. Treinta años, efectivamente, no es una edad muy temprana para tener hijos, pero, en el país en el que vivimos, si no tienes padres ricos ni muchas facilidades a tu alrededor, tener niños no es una tarea demasiado sencilla. Lo normal en nuestra piel de toro es empezar a pensar en reproducirse varios años después de haber dejado de vivir con los padres, o sea, tarde. ¿Veinticinco años? ¿Veintiocho años? ¿Treinta años? Luego llega la etapa de vivir juntos, tomar la decisión, hacer cálculos matemáticos y cuentas imposibles de economía doméstica, superar la idea de que tener un hijo va a truncar tu carrera laboral y, finalmente, dar ese paso tan especial que cambiará tu vida para siempre.

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