La ciencia oscura

Gabriel León

Fragmento



«Primum non nocere»

El principio de no maleficencia es uno de los cuatro pilares fundamentales de la bioética y está inspirado en la frase en latín primum non nocere (primero, no hagas daño). El origen de la frase no está del todo claro —aunque se le atribuye al médico inglés Tomas Sydenham en el siglo 17— y se refiere a que en un contexto médico en ciertas ocasiones podría ser mejor no hacer algo, o derechamente no hacer nada, antes que correr el riesgo de causar más daño. El concepto fue introducido en la práctica médica occidental en el siglo 19 y busca recordarles a los practicantes de la medicina que deben considerar cualquier daño posible que un paciente pueda experimentar como consecuencia de alguna acción, por muy bienintencionada que esta sea. En este sentido, esa sencilla frase podría considerarse como la primera regla bioética de la historia.

Durante mucho tiempo, la relación entre el médico y sus pacientes tuvo esta frase como uno de sus ejes reguladores más relevantes. Por otro lado, a medida que la ciencia comenzó a entender de mejor forma la anatomía y fisiología humanas, quedó claro que hacer experimentos controlados en personas sería esencial para comprender del todo algunos aspectos fundamentalmente únicos de nuestros cuerpos. Así, gracias a experimentos realizados en humanos, logramos comprender mejor el rol de las vitaminas, la fisiología de la digestión, el control motor, el funcionamiento del cerebro, la estructura y funcionamiento del sistema circulatorio y cada aspecto imaginable de nuestra biología. A veces de forma bastante grotesca.

En junio de 1822 un joven llamado Alexis St. Martin recibió un disparo accidental en el abdomen. La herida era muy grave y el médico William Beaumont pensó que cualquier esfuerzo por salvarle la vida al herido sería en vano. Después de todo, parte de su estómago estaba expuesto y tenía un agujero a través del cual era posible ver su desayuno. Contra todos los pronósticos del médico, el joven sobrevivió, pero con una importante secuela: una fístula gastrocutánea. Se trata básicamente de un agujero en la piel conectado al estómago, de tal forma que era posible ver en tiempo real el proceso digestivo en una persona viva.

Beaumont pensó que esta era una gran oportunidad para entender mejor este misterioso proceso y luego de cuidar al paciente durante dos años, comenzó una serie de experimentos en los que, por ejemplo, introducía trozos de carne, pan, zanahorias y otros alimentos amarrados con hilos de seda en el estómago del joven para registrar el proceso digestivo o tomaba muestras de los jugos gástricos para analizarlos.

Estos experimentos, unos doscientos en total, se extendieron por un período de ocho años y permitieron comprender como nunca el proceso digestivo, generando el avance más importante de la historia en esta área y convirtiendo a Beaumont en el padre de la fisiología digestiva.

Sin embargo, St. Martin no estaba feliz con haber sido usado como conejillo de Indias. Muchos de los experimentos le causaban dolor y otras molestias, pero la fuerte relación de dependencia que tenía con el médico le impedían dejarlo. Finalmente se marchó en 1834 y al morir su familia dejó que su cuerpo comenzara a descomponerse antes de enterrarlo, para evitar que los médicos siguieran husmeando. En otras ocasiones y a falta de un conejillo de Indias, el mismo experimentador se sometía al experimento.

Bartonella bacilliformis es una bacteria que usualmente es transmitida por la picadura de algunos insectos que viven en los valles interandinos de Perú, Ecuador y Colombia. La enfermedad se presenta usualmente en dos fases. La primera fase es llamada aguda, va acompañada de fiebre no muy alta y malestar generalizado. Los pacientes adquieren un tono de piel amarillento y el bazo aumenta de tamaño, ambos síntomas relacionados con una severa anemia hemolítica: los glóbulos rojos son destruidos y la hemoglobina —la molécula que transporta oxígeno y que le da el color rojo a la sangre— es metabolizada en el bazo, órgano que con la gran carga de trabajo aumenta de tamaño. Por otro lado, la degradación de la hemoglobina genera un producto intermediario llamado bilirrubina, y claro, cuando sube la bilirrubina Juan Luis Guerra compone canciones y la piel de los pacientes adquiere un tono amarillento. Eso es la ictericia, que viene del griego ikteros y que quiere decir amarillo.

La tasa de letalidad de la fase aguda por la infección con Bartonella bacilliformis era, en ausencia de tratamiento médico, de entre el 40 y 90 por ciento. Los pocos pacientes que sobrevivían a la fase aguda pasaban a la fase crónica de la enfermedad, que es bastante llamativa y está caracterizada por la aparición de lesiones en la piel que formaban nódulos de gran tamaño, los que sangran y eventualmente pueden infectarse con otro tipo de bacterias. Esta fase también se presenta con fiebre, palidez y un aumento del volumen del hígado y el bazo.

En el siglo 19, siete mil trabajadores murieron durante la construcción de la vía ferroviaria más alta del mundo, que recorre desde Callao a La Oroya, en Perú. La misteriosa enfermedad fue bautizada entonces fiebre de La Oroya y los trabajadores que sobrevivían a esta desarrollaban posteriormente verrugas sangrantes, una condición que fue llamada verruga peruana. Por esa época había un fuerte debate sobre si la fiebre de Oroya y la verruga peruana eran dos fases de la misma enfermedad o dos enfermedades no relacionadas, debate que no fue zanjado por un buen tiempo. Una cosa interesante de todo esto es que actualmente a la fase verrugosa se le conoce como Enfermedad de Carrión, un nombre que recuerda a Daniel Alcides Carrión, un médico que nació en 1857 en Cerro de Pasco, una ciudad ubicada en la zona del centro del Perú. Carrión estudió medicina en Lima y en 1885, intrigado por la naturaleza de la fiebre de Oroya y la verruga peruana, y en un intento por demostrar que se trataban de dos fases diferentes de la misma enfermedad, convenció a un compañero de estudios para que lo inoculara con sangre extraída desde una de las verrugas de un paciente de catorce años. Su idea era probar consigo mismo una hipótesis: debería desarrollar un cuadro compatible con la fiebre de Oroya, la primera fase de la enfermedad. Y así fue, Daniel Carrión enfermó gravemente con un cuadro compatible con la fiebre de Oroya, pero enfermó de tal gravedad que sucumbió a la enfermedad.

Carrión murió a los veintiocho años el 5 de octubre de 1885 en Lima y el compañero que lo inoculó fue detenido inicialmente por homicidio, aunque más tarde fue liberado. El experimento de Carrión fue el primero que logró establecer que la enfermedad de Oroya y la verruga peruana estaban relacionadas, y lo hizo de manera dramática. En 1938, el médico nacido en Alemania Maxime Hans Kuczynski sobrevivió a un experimento similar realizado mientras estaba en Perú. Si el apellido les suena, es porque se trata del padre de PPK, Pedro Pablo Kuczynski, expresidente de Perú.

Durante mucho tiempo no hubo un marco regulatorio explícito para los experimentos realizados en seres humanos

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