No quería parecerme a ti

Amanda Marton Ramaciotti

Fragmento

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Observo cómo se enjabona. Cómo sus manos pasan la esponja por su vientre, por sus piernas. Está más flaca. Mucho más flaca. Algunos médicos dirían que anoréxica, incluso. Por entonces yo no conocía esa palabra.

La sigo mirando. Nuestros ojos se encuentran y la veo esbozar una sonrisa. El pelo negro y la suciedad que sale de su cuerpo mientras se ducha. Nunca la había visto desnuda. Nunca había mirado a mi mamá con tanto detalle.

La mayoría de las personas me dice que me parezco más a mi padre. Ojos y pelo castaños, piel tostada, cachetona, dientes chicos. La analizo. Pelo negro, piel blanca, rostro ovalado, dientes prominentes como los de mi abuela. Me pregunto si hay algo de mi mamá en mí.

Se sigue duchando. La ducha más larga que alguien se había dado, hasta entonces, en nuestra casa.

Hoy pienso que aquel 31 de julio de 2001 ella no solo intentaba quitarse de encima la suciedad, sino también el día que había tenido y aquellos últimos cuatro años alejada de casa. Se restregaba con furia. Quizás imaginando lo que vendría. ¿La normalidad? ¿Cómo volver a conectar con su hija de ocho años? ¿Cómo explicarme todo lo que pasó? Quizás se haría cargo solo del presente, algo del tipo «hace tiempo no me depilo las piernas».

Todos los días me pregunto cuán parecida soy a mi madre. La duda ya no radica solo en la apariencia, sino también en lo que está adentro.

* * *

Mainha, perdóname, pero no quiero parecerme a ti.

Desde niña sé que mi mamá no es cualquier mamá.

Cecília se fue de la casa cuando yo tenía cuatro años. La casa es lo más sagrado para un arquitecto. Quizás por eso, por preocupación, por orgullo y por deformación profesional, mi papá, Andrés, encendió las alarmas: cambió las llaves del departamento y avisó a todas las autoridades de mi colegio que él y solo él podía ir a buscarme.

Entre 1997 y 2001 casi no la vi.

A veces algo golpeaba la ventana de mi pieza. Cuando la abría, me encontraba con una lata. En su interior, una pequeña carta. Mi tesoro y nuestro secreto porque a mis cuatro años yo ya había aprendido a leer.

La carta tenía como destinatarias: Amanda, Amandinha, Rouxinol, Beija-Flor y Narizinho. El remitente, mi mamá, preguntaba a esas cinco niñas cómo estaban, cómo les iba en los estudios, si se cuidaban entre hermanas. Decía que las extrañaba mucho y que se estaba esforzando para volver a encontrarlas en breve.

Había un problema: yo no tenía —ni tengo— hermanas.

* * *

Veinticuatro millones de personas (una en trescientas) tienen esquizofrenia, según la Organización Mundial de la Salud. Hasta hace poco, esta organización decía que el 1 por ciento de la población mundial —al día de hoy, ochenta millones de individuos— la tenía. Sean veinticuatro u ochenta millones, mi mamá está dentro de ese grupo.

La esquizofrenia no depende de las condiciones económicas, sociales o culturales de las personas. No hay un factor exclusivo que explique su origen, ni un listado exacto de los síntomas que provoca.

La palabra nació recién a principios de 1900, con la investigación Dementia precox oder Gruppe der Schizophrenien, del psiquiatra alemán Emil Kraepelin. Hasta entonces, a las personas que experimentaban delirios o comportamientos distintos al del resto de la sociedad se les llamaba «dementes» o, con mayor frecuencia, «locas». A mediados de 1800 el escritor Nathaniel Hawthorne (La letra escarlata) dijo: «¡Qué universalmente eficaz, y qué satisfactorio también, y reconfortante para las sensibilidades estrechas y mediocres, explicar por ese medio tan simple todo lo que sobrepasa los límites del entendimiento ordinario!».

Aunque hasta fines de ese siglo la demencia solía ser vista en pacientes mayores, Kraepelin se percató de que había personas mucho más jóvenes —de cuarenta, treinta, incluso de veinticinco años— que presentaban un deterioro importante de sus facultades mentales. Eran pacientes con un estado avanzado de esquizofrenia.

Schizophrenien, del griego skhizein (rajar, separar) y phren (entrañas, alma, mente). Rajar y separar las entrañas, el alma, la mente. En la literatura médica, algunos han supuesto que, por su origen, la palabra indicaría que las personas con esquizofrenia tendrían múltiples personalidades o personalidades divididas. No es eso. Los seguidores de Kraepelin lo resumen así: lo psíquico está roto. La asociación entre pensamiento, emociones, representaciones e ideas, deteriorada.

De niña la palabra me disgustaba. Demasiado parecida a esquisito, «raro» en portugués, mi lengua materna. Y mainha, aunque pensara que tenía cinco hijas, no era esquisita.

Aun así, esquizofrenia es una palabra ideal para mostrar qué le pasa a una persona tras recibir ese diagnóstico: socialmente deja de ser vista solo como una persona. Pasa a ser una persona con esquizofrenia. Una paciente. Una enferma.

En mi casa, eso pasó con mainha. Desde que fue internada en 1994 tras su primer brote, preguntas simples como «¿Cómo está Cecília?» empezaron a venir acompañadas de un tono condescendiente, de la mano de adjetivos como «pobrecita» o afirmaciones del tipo «que se cuide».

* * *

Con el tiempo, empecé a temer que me pasara lo mismo. En julio de 2013 supe por el psiquiatra de mi mamá que, por ser hija de una mujer diagnosticada con esquizofrenia, podría llegar a tenerla también. La preocupación vino de la mano de una pequeña esperanza: si hasta los treinta no tenía un brote psicótico, la probabilidad de tener lo mismo que mainha bajaba a los niveles del resto de la población.

Estoy en estado de alerta constante.

Mi cabeza no para. Tengo cinco trabajos en simultáneo. Mientras hago algo estoy pensando en otras diez cosas. Me cuesta relajarme. A menudo me pillo preguntándome si algo que estoy diciendo o pensando es desquiciado. Me obsesiono con los temas. Leo más de ochenta libros en un año. Me cuestiono si alguna vez fui tóxica. Me cuesta dejar ir. Cosas, personas, situaciones. Me enorgullece mi memoria. Me apasiona mi profesión. Me gusta entender el pasado. Quiero hacer y decir todo lo necesario antes de los treinta. Incluyendo este libro.

Por si acaso.

Por si mi mente falla.

Por si pasa algo.

A veces nuestros cuerpos son nuestros únicos enemigos.

* * *

Repaso los acontecimientos del 2001. Atentado a las Torres Gemelas. Inicio de la guerra contra Afganistán. Victoria de Berlusconi en Italia. Prisión domiciliaria para Augusto Pinochet. El incendio de la cárcel de Iquique que dejó veintiseis muertos. La primera película de El Señor de los Anillos. Nicanor Parra obtiene el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. El mitin más grande de la organización criminal Primer Comando de la Capital (PCC). El fallecimiento del escritor Jorge Amado. Terremoto en Perú. La inesperada muerte de Cássia Eller, gran exponente de la música popular brasileña y una de las cantantes más queridas en mi familia. El secuestro de Silvio Santos.

Muchos de esos temas los vi en el colegio. Los estudié más tarde: para la prueba de aptitud universitaria, en la carrera de Periodismo y luego en el magíster de Ciencia Política. Los conversé con amigos. Muchos de ellos cambiaron el mundo, Brasil, Chile.

Para la eterna niña dentro de mí, lo único importante del 2001 fue que mi mamá había vuelto a casa.

* * *

Encuentro mis diarios antiguos, de cuando tenía ocho años:

31 de julio de 2001

Querido diario,

Hoy fue un día raro, pero ya es el más feliz de mi vida. Vi a mi abuelita Sônia y ¡MI MAMÁ VOLVIÓ A CASA!

Me da igual volver al colegio mañana. Mi mamá está en casa.

Besos,

Amanda.

1 de agosto de 2001

Querido diario,

Hoy le conté a la Tatha que mi mamá volvió a casa. Ya no tenemos que pensar en planes para que mi papá encuentre a una nueva mujer.

Besos,

Amanda.

31 de agosto de 2001

Querido diario,

No he escrito desde hace tiempo, lo siento. Pruebas, ballet, cambios en la casa por mi mamá.

Pero lo más importante: ¡Hace un mes que ella está acá! Disculpa si no te cuento más.

Besos,

Amanda

2

Recuerdo una competencia permanente.

Cuando podía ver a mainha entre 1997 y 2001, ella solía tenerme regalos. Un cuaderno para dibujar y seguir escribiendo; unos sobrecitos de miel para chupar; una falda azul con flores... Todo atesorado, cuidado, celado, piropeado por mí como si fuera lo más preciado. Porque eran regalos de mi mamá.

En los días que seguían a esas visitas, yo hacía énfasis en mis diarios en lo mucho que me gustaban sus sorpresas. «¡Amo tener un cuaderno!», «¡Me encanta la miel!», «¡El azul es mi color favorito!». Sin puntos medios. Exagerada. Llena de hipérboles.

Después, mi padre llegaba a casa con tres cuadernos y lápices; con una caja repleta de miel; con muchas prendas azules. Y yo le agradecía, claro. Pero sin tanta alegría.

No me faltaba nada. Solo mamá.

* * *

¿Cómo afecta la ausencia de la madre?

Apuntes bibliográficos:

Uno: John Bowlby, psiquiatra inglés, sostuvo en la década del cuarenta que la falta de amor y de cuidados maternos en la crianza de un niño o niña producía en ellos la incapacidad de amar por el resto de sus vidas. «Lo que yo creo esencial para la salud mental es que el infante pueda experimentar una relación continua, cálida e íntima con su madre permanente en la cual ambos puedan encontrar satisfacción y gozo». Incluso iba más allá: sostenía que los niños que atraviesan una vivencia de separación lo hacen con una gran angustia, similar a un duelo.

Dos: René Spitz, psicoanalista austro-estadounidense, advirtió en la misma época que las separaciones prolongadas causan un efecto devastador sobre la personalidad de los niños y las niñas.

Tres: Seymour Sarason, psicólogo estadounidense, contribuyó a esa teoría con la idea de la «ansiedad omnipresente», una sensación que no se iría nunca, y también la noción de que los niños y niñas pueden adaptarse para evitar situaciones de dependencia. Ante la ausencia de la madre, luchan para no depender de nadie más.

Cuatro: en 1997, el Archivo Argentino de Pediatría añadía: «La separación física de los padres significa un importante estrés psicológico para los niños pequeños, muchas veces con consecuencias para el desarrollo de su futura personalidad. Pero no solo la separación física, sino también la falta de contacto emocional y afectivo profundo pueden dejar severas huellas». Además, mencionaba que muchas de las patologías observadas en niños y adultos están relacionadas con la problemática del abandono espiritual-social-emocional en la infancia.

Cinco: Laura Gutman, investigadora de la conducta humana, de la maternidad y su sombra, planteó en 2010 que, durante los primeros siete años de vida, la frecuente o prolongada ausencia de trato de la madre con su hijo o hija produce una serie de daños. «Todas las formas de violencia, pasivas o activas, se generan a partir de la falta de maternaje».

¿Cómo fui realmente de niña? ¿Cuántas de esas consecuencias impactaban en mi manera de ser y sentir?

Dibujaba a menudo. Leía. Me iba bien en el colegio. Me gustaba bailar. Si me pedían, podía estar sentada y callada, haciendo lo que fuera, durante largos períodos de tiempo —los días enteros en la oficina de mi papá lo comprueban—. No jugaba mucho. No pedía apoyo para las tareas. A ratos demandaba bastante atención. Lloraba con facilidad. No sé qué tan a menudo preguntaba por mainha. No sé cuántas veces compliqué a mi padre indagando sobre eso. ¿Era violenta? No lo creo.

Insisto en el ejercicio de memoria. Aprieto los ojos. Y entonces recuerdo un recreo. Estaba arriba de un resbalín, lista para bajar cuando escuché a Tamara —una compañera de colegio con la que siempre me confundían— gritar algo y terminar la frase con «loca». Recuerdo haberla perseguido corriendo por todo el patio. ¿Quería pegarle? Le gritaba algo, no sé qué. Quizás solo un «AAAAA» infinito. Un desahogo del dolor.

Ese día me llevaron por primera vez a la sala de la directora. No me acuerdo qué me dijeron ahí. Solo recuerdo la tristeza producida por esa palabra que evocaba a mamá y a su ausencia.

3

Titulares de medios de comunicación iberoamericanos:

«EL TIKTOKER ESQUIZOFRÉNICO ACUSADO

DE HACER LA YIHAD MEDIÁTICA ACEPTA IR A UN

PSIQUIÁTRICO PENITENCIARIO»

«LA ACTRIZ KATTY KOWALECZKO RECORDÓ

TERRIBLE ACOSO QUE VIVIÓ DE PARTE DE SU EXPAREJA:

“ERA UN ESQUIZOFRÉNICO”»

«MAR DEL PLATA: UN JOVEN ESQUIZOFRÉNICO

DE 21 AÑOS MATÓ EN SU CASA A SU HERMANO DE 18»

«DETIENEN AL SOSPECHOSO DE ASESINAR

A UN OFICIAL DE LOS ÁNGELES: SU MADRE AFIRMA

QUE ES ESQUIZOFRÉNICO»

«HOSPITALIZADO EN SALAMANCA Un

ESQUIZOFRÉNICO TRAS SER INTERCEPTADO CON

DOS KATANAS QUE LLEVABA POR LA CALLE»

«UN PAÍS ESQUIZOFRÉNICO»

«EL AÑO ESQUIZOFRÉNICO DE LA ECONOMÍA

MUNDIAL COMIENZA EN CHINA»

«PERTURBADORAS IMÁGENES MUESTRAN

CÓMO VE EL MUNDO UN ESQUIZOFRÉNICO»

«AMARRAN A PACIENTE CON ESQUIZOFRENIA

QUE PRESENTÓ CRISIS»

«PAPA FRANCISCO CONSIDERÓ QUE ES UNA

ESQUIZOFRENIA SEPARAR LA FE DE LA JUSTICIA SOCIAL

Y LA POLÍTICA»

Los informes internacionales sobre cómo comunicar este tema de salud mental en los medios coinciden: titulares de ese tipo contribuyen al estigma. Los problemas son varios, y van desde etiquetar a las personas sustantivando su condición —lo que las reduce a una sola característica: su enfermedad—, hasta el uso inapropiado de términos de salud mental en otros contextos, frivolizando el lenguaje.

¿Qué realidades estigmatizadoras están construyendo esos medios y esos periodistas?

El lenguaje tiene mucho que ver con la esquizofrenia. Desde principios de los 2000 es incorporado en las evaluaciones clínicas de personas con algún tipo de enfermedad mental. En Chile, incluso, un grupo de investigadores liderado por la lingüista y profesora de la Universidad de Chile, Alicia Figueroa-Barra, creó un algoritmo que identifica biomarcadores en el relato hablado de los pacientes y que tiene el potencial de predecir el desarrollo de la esquizofrenia. En otras palabras: podría ser utilizado como herramienta de detección de un diagnóstico psiquiátrico, ahorrando el desgaste emocional y económico de muchas personas.

Para Alicia, el lenguaje no debe ser visto solo como una dimensión comunicativa del sujeto, sino como una parte de sus síntomas. Se trata de algo muy sutil, pero pesquisable y predecible, comenta. Y que puede apoyar a la terapia y otras formas de tratamientos de los pacientes.

En sus palabras, en muchas personas con esquizofrenia falla la arquitectura funcional del lenguaje. Su performance comunicativa los delata: asociaciones semánticas que no son pertinentes al contexto, pausas más largas comparadas con las de una persona neurotípica, pérdida de la interacción con la contraparte y desorganización en el relato.

«Ese es ahora el único uso que pueda darse al lenguaje: un instrumento de locura, de eliminación de pensamiento, de ruptura, el dédalo de las sinrazones», escribió a principios del siglo XX el poeta y dramaturgo Antonin Artaud, tantas veces internado por trastornos mentales.

El psiquiatra y psicólogo suizo Carl Gustav Jung ya adelantaba, a principios de 1900, que tenía la impresión de que los lingüistas podían ser un aporte en los estudios sobre las personas con esquizofrenia debido a sus «confusiones lingüísticas». Durante años registró las asociaciones de pa

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