Hechizo de mar y luna

Mara Oliver

Fragmento

Creditos

1.ª edición: noviembre, 2015

© 2015 by Mara Oliver

© Ediciones B, S. A., 2015

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-241-7

Maquetación ebook: Caurina.com

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Dedicatoria

 

 

 

 

 

Para Alejandro, mi hermano, que colecciona todo lo que escribo, sin leerlo. Esta historia sale en digital y no tendrás un «posavasos» de papel, pero quédate con esto: te quiero, nano.

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

 

I. Hechizo de mar y luna

II. Hechizo de luna

III. Hechizo de mar

IV. Hechizo de luna

V. Hechizo de mar y luna

VI. Hechizo de mar

VII. Hechizo de mar y luna

VIII. Hechizo de mar

IX. Hechizo de luna

X. Hechizo de mar y luna

XI. Hechizo de luna

XII. Hechizo de mar

XIII. Hechizo de luna

XIV. Hechizo de mar y luna

XV. Hechizo de mar y luna

XVI. Hechizo de mar y luna

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I. HECHIZO DE MAR Y LUNA.

Tacoronte, norte de Tenerife. Medianoche, miércoles 13 de febrero de 2013.

—Voy a morir, Sombra —susurró la mujer.

La gata gris abrió los ojos y en sus pupilas se reflejó el rostro apuesto de un hombre maduro. Era rubio y sonreía cínico entre las llamas, como un ángel caído.

Rosario Darias se incorporó en el lecho y miró alrededor. En su dormitorio no había fuego, tampoco había hombre alguno. Allí solo estaban ella y Sombra, la gata gris que dormitaba en su regazo; sin embargo, el desconocido se le aparecía en cada uno de los espejos del cuarto. Aquel hombre de mirada triste estaba en todos los reflejos, en los cristales de las ventanas e incluso en el vaso de agua que Rosario dejaba siempre en la mesilla antes de acostarse. Aquella sonrisa funesta brillaba en todos los reflejos del cuarto y eso solo podía significar una cosa: que Rosario moriría pronto.

La gata dejó de ronronear y miró a su dueña, curiosa, capaz de distinguir el cambio en su energía.

Rosario no parecía asustada, aunque el dolor acuciaba y su piel enrojecía por momentos. Se deshizo de la trenza y atusó su larga melena caoba con mimo. Sus dedos crearon unos bucles rojizos perfectos y después pasaron sobre sus labios y sus parpados y los oscurecieron. Habría seguido acicalándose, pero sabía que debía darse prisa si quería despedirse de su familia.

—Mis hermanas cuidarán de ti —le prometió a la gata—. Ahora vete.

Rosario acarició por última vez a Sombra, el animal saltó de la cama con el rabo erizado y escapó del cuarto como si la colcha y el mismo suelo le quemasen las patas, aunque las ventanas estaban abiertas y el viento regaba el cuarto con la brisa fresca del mar cercano.

Era un tercer piso, en primera línea de playa. La cercanía del mar le proporcionaba una falsa seguridad, porque Rosario siempre había temido que moriría en llamas e, incluso en ese instante definitivo, sabía que podría saltar desde su balcón pues la magia le ayudaría a sobrevivir a la caída y podría correr por la arena hasta entrar en el mar, pero ni todo el agua del océano la salvaría de morir quemada aquella noche.

En unos segundos, la temperatura subió más de veinte grados e hizo crepitar la madera del cabecero a su espalda. La ola de calo

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