Recobrar el tiempo

Juan Rodriguez Medina

Fragmento

¡Muy bien, hijo! ¡Nos has dado muchos disgustos!... Pero ¡ahora te felicito!... Vas a entrar en la vida... ¡El futuro es tuyo!... ¡Si sabes seguir el buen ejemplo!... Internarte por el camino recto... ¡Trabajar!... ¡Perseverar!

LOUIS-FERDINAND CÉLINE,

Muerte a crédito

Quizás sea buena idea, dice la voz de Yusril. Este no va a ser el trabajo de nuestras vidas, pero ¿cuánta vida tenemos?

PAULINA FLORES,

Isla Decepción

Al anochecer empezaban las mujeres a peinarse, a vestirse, y lo hacían de mal modo, mecánicamente, como quien hace algo que sabe inútil pero que es forzoso hacer. Era el precio de ganar el pan día a día, y siendo este el pensamiento que las animaba, era también el que las desanimaba.

MANUEL ROJAS,

Lanchas en la bahía

La esclavitud no es solo una barbaridad del pasado que ya desapareció. Aquello que inspiró a los que le dieron la forma de una institución jurídica a la esclavitud se encuentra hoy todavía entre nosotros en abundancia y en parte sin siquiera saberlo. Esclavo es cualquiera que se atribuye un precio a sí mismo y que lo cobra a quien lo paga.

CARLA CORDUA,

De todas layas

Prólogo

PRÓLOGO

UNA INVENCIÓN MODERNA

Llevamos más de tres siglos de revolución capitalista, siglos en los que todo lo sólido se desvanece en el aire. Lo dijo Marx. Y llevamos toda la vida desobedeciendo a Dios, ese déspota, jefe de jefes, que nos expulsó del paraíso. Y aquí seguimos: trabajando. El socialismo se levantó —por la libertad y la igualdad— contra el trabajo moderno. La desigualdad entre capital y trabajo, la lucha, de eso se trataba, de disolver también esa jerarquía, esa autoridad, ese moderno antiguo régimen. El trabajo, ese era el problema.

Hoy la cuestión del trabajo parece reducida, de izquierda a derecha, a cómo crear más empleo, quizás mejor, ojalá mejor, tal vez un poco más «humano». Al menos en las políticas públicas (valga la redundancia). Pero no parece problema la eliminación del trabajo, del mecanismo de dominación y enajenación que llamamos trabajo. Al contrario, se lo fortalece bajo palabras como «modernización», «flexibilidad», «digitalización» o «automatización». Y damos gracias cuando tenemos trabajo, cuando los empresarios, caritativos, nos «dan» trabajo.

Crear más trabajo, mejor trabajo.

¿Y si el problema no fuera ese? ¿Y si el problema es el trabajo, incluso el mejor trabajo?

El cansancio y la frustración son experiencias comunes, una realidad compartida, transversal a todas las particularidades; pero con la que nos las arreglamos solos y solas. Cada quien por su lado, y si se puede, si hay dinero —si hay «plata»—, con terapia, que a veces es otra forma de guardar silencio, de mantener las cosas en privado, calladas; «el silencio sobre cualquier área de nuestras vidas es una herramienta para la separación y la falta de poder», dijo Audre Lorde.1

Sigue siendo un problema, una pregunta, si y cómo es compatible el trabajo, esa realidad que determina la mayor parte de nuestro día a día, con las nociones, conceptos, que queremos reales, de dignidad, libertad, igualdad, democracia. O tal vez no hay problema alguno y el trabajo no es compatible con ninguna de ellas.

Escribo esto mientras espero mi turno para vacunarme contra el covid-19. Ya vacunado, sentado a la espera de que pasen los treinta minutos luego de la inoculación, oigo detrás de mí a dos hombres que conversan. Estamos en un gimnasio, un galpón alto y extendido. Imagino que son dos obreros de la construcción, porque hablan del radier, de las terminaciones; hablan de uno de sus jefes, adivinan que van a tener problemas con él: «El otro día, cuando hice el radier, quería que me quedara hasta que estuviera seco para hacer el dimensionado». Algo así escuché. «Ni cagando, me tendría que haber quedado hasta el otro día. Iba a estar seco como a las diez de la noche. ¿Me iba a quedar esperando ahí hasta las diez?» Poco antes de eso oí que el mismo jefe quería que ese día, el de la vacunación, uno de los trabajadores volviera al trabajo. Eran las once de la mañana o tal vez era mediodía. El que escuchaba respondió: «No, yo trabajo hasta la una». «Tenemos derecho a medio día libre. Ahora está en la ley.»

El trabajo no siempre estuvo aquí y ahora; entonces podría no estarlo. Esa es la esperanza. Que tengamos necesidad de llenar la existencia puede ser un hecho, una necesidad humana; hasta podría ser que existir sea sinónimo de llenar la existencia, de ocupar el tiempo. Pero eso no implica que la debamos llenar con el trabajo, o sea, que el trabajo sea el sentido de la vida. Que hoy lo sea es una contingencia, tanto como la esclavitud o la servidumbre o lo que sea que sustente la existencia de los individuos. «Desde no hace mucho tiempo (escasamente dos siglos) nuestras sociedades se basan en el trabajo», dice Dominique Méda.2

No es «el trabajo o nada», por más que Tatcher y los thatcheritos unidos del mundo digan que no hay alternativa. Negar la alternativa, la posibilidad, el cambio, es negar lo humano. A trabajar nos obligaron, nos forzaron, nos educaron; en la Europa protestante primero, y de ahí al mundo. Según cuenta Iván Illich en El trabajo fantasma,3 en la Edad Media el trabajo tal como lo entendemos hoy, asalariado, era signo de sufrimiento y de completa impotencia. «Contrastaba con, por lo menos, tres tipos de labores: las actividades múltiples, gracias a las cuales la mayoría de la gente creaba su subsistencia, al margen de cualquier intercambio monetario; los oficios de zapatero remendón, barbero, tallador de piedra; las diversas formas de mendicidad gracias a las cuales la gente vivía de lo que otros compartían con ellas.» «La necesidad de proveer todas las necesidades vitales mediante un trabajo asalariado era signo de completa impotencia en una época en la que la palabra pobreza designaba más una actitud estimable que una condición económica.» El pobre, dice Illich, era lo contrario del poderoso, no del rico. Sin embargo, el incipiente capitalismo descubrió en el siglo xvii que la riqueza era el trabajo, y que entonces había que obligar a los pobres a trabajar, a ser útiles.

En el siglo xxi, donde sigue siendo sufrimiento, pero es todo lo que hay para subsistir, el trabajo es el oro de nuestras socie

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