Discurso del método

René Descartes

Fragmento

Introducción

Introducción

1. René Descartes (1596-1650)

René Descartes nació el 31 de marzo de 1596 en la pequeña ciudad francesa de La Haye-en-Touraine (hoy llamada en su honor Descartes, en el departamento de Indre-Loira) y pasó parte de su infancia en Rennes, capital de Bretaña. Era hijo de Joachim Descartes, abogado y consejero del rey en el parlamento de Bretaña, y de Jeanne Brochard, descendiente a su vez de una influyente familia de Poitiers, cuyo padre era también abogado y lugarteniente primero del parlamento de Poitiers. Jeanne Brochard murió en el parto de su quinto hijo (que tampoco sobrevivió) cuando el pequeño Descartes tenía solo un año,[1] por lo que el futuro filósofo fue educado por la abuela materna y por una nodriza a la que nunca olvidaría.

Las relaciones del filósofo con su familia fueron bastante frías y distantes.

Probablemente a los diez años, en 1606,[2] Descartes ingresó en el colegio de los jesuitas de La Flèche (entre las antiguas provincias de Anjou y del Maine), donde permaneció hasta 1614. Durante los primeros seis años siguió los cursos de los estudios generales, que comprendían gramática (para aprender a dominar el latín, el griego y el francés), humanidades (historia, literatura y cultura de los clásicos) y retórica; después, cursó tres años de filosofía, que en el siglo XVII incluía la lógica, la matemática y las artes mecánicas, y, en el caso de las escuelas de los jesuitas, algunas «ciencias curiosas y extrañas», que despertaron el interés del joven, a pesar del juicio severo que luego le merecerían. En todo caso, estos estudios preparaban para la licenciatura en artes, derecho o medicina. La crítica que el filósofo presentará en su madurez a la enseñanza recibida no le impide considerar que ha sido educado en una de las mejores escuelas de Europa (como dice en el Discurso del Método,[3]) y que ha recibido la mejor instrucción a la que se podía aspirar en la época.

Descartes abandona el colegio en 1614 y, convertido en un joven culto y bien preparado, se traslada a la Universidad de Poitiers para cursar sus estudios de derecho, que finalizan en 1616 cuando obtiene el título de bachiller y de licenciado en derecho. El joven, tanto por sus estudios como por tradición familiar, parecía que ingresaría en el cuerpo jurídico de la administración francesa y que se encaminaría a ocupar un prestigioso lugar en la sociedad. Sin embargo, René Descartes no dará cumplimiento a las que probablemente eran las expectativas familiares; puesto que goza de independencia económica, en 1617 decide que le conviene viajar, ir en busca de nuevas experiencias, ya que, como escribe en el DM:

… ni el honor ni el provecho que [las ciencias] prometen eran suficientes para invitarme a aprenderlas, porque no me encontraba, a Dios gracias, en condiciones tales que me obligasen a hacer de la ciencia un oficio para mejorar mi fortuna… (DM)

En este momento, pues, Descartes, independiente económicamente, se revuelve contra las presiones familiares y sociales y se niega a profesionalizarse. A pesar de las propias palabras del Discours, redactado en su madurez, esta negativa no responde tanto a la decepción por el saber heredado (o a la insuficiencia de la ciencia), como a la inquietud y curiosidad del joven cultivado que prefiere ver mundo. Así lo escribe:

De modo que, tan pronto la edad me permitió salir de la sujeción de mis preceptores, abandoné por completo el estudio de las letras y, decidido a no buscar otra ciencia que aquella que pudiese encontrar en mí mismo o en el gran libro del mundo, dediqué el resto de mi juventud a viajar, a ver cortes y ejércitos, a frecuentar la sociedad de personas de distintos humores y condiciones, a recoger diversas experiencias, a ponerme a mí mismo a prueba en las circunstancias que la fortuna me proporcionaba, y a reflexionar sobre las cosas que se me presentaban de tal manera que pudiese sacar de ellas algún provecho.

Efectivamente, en este párrafo Descartes alude a su vida militar (1618-1620): en 1618 Descartes está en Holanda y se enrola en el ejército protestante de Maurice de Nassau, príncipe de Orange, que dirige la rebelión contra las tropas españolas. Lo curioso del caso es que Descartes es católico. En 1619 lo encontramos nuevamente alistado a un ejército, esta vez en el del duque Maximiliano de Baviera, jefe de la Liga Católica, que combate contra el rey de Bohemia, príncipe palatino Federico V, padre de la princesa Isabel, la futura amiga y corresponsal de Descartes.

Según algunos de los biógrafos del pensador, estos episodios no nos deben hacer pensar en una persona especialmente involucrada en las circunstancias sociopolíticas de su tiempo; la mayor parte de ellos opinan que, a pesar de vivir en un momento de mucha tensión política, religiosa y económica, Descartes parece estar al margen de la historia, aislado en su problemática y encerrado en una soledad absoluta. Es un hombre movido por una inmensa curiosidad intelectual, pero «de las vicisitudes reales queda como extrañamente separado».[4]

Descartes vive en una época de incertidumbre y de desarraigo[5] como consecuencia de la ruptura de la unidad religiosa y política en los siglos XV y XVI. El tema político, así como la significación política de la filosofía de Descartes, es un asunto complejo que ha sido motivo de controversia.[6] En la recepción ilustrada del cartesianismo, encontramos el testimonio D’Alembert, que consideraba a Descartes un enemigo del despotismo que luchaba contra el antiguo régimen:

Descartes se atrevió al menos a enseñar a las buenas cabezas a sacudirse el yugo de la escolástica, de la opinión, de la autoridad; en una palabra, de los prejuicios y de la barbarie, y, con esta rebelión cuyos frutos recogemos hoy, ha hecho a la filosofía un servicio más esencial quizá que todos los que esta debe a los ilustres sucesores de Descartes. Podemos mirarlo como a un jefe de conjurados, que tuvo el valor de levantarse primero contra una potencia despótica y arbitraria, y que, al preparar una manifiesta revolución, echó los fundamentos de un gobierno más justo y más feliz que no pudo ver establecido.[7]

No obstante, en el DM el filósofo escribe que no es ni un revolucionario ni un reformador en el ámbito político y religioso, es decir, que el problema político y religioso no era su problema. Descartes mide siempre el margen de acción que tiene, no considera razonable «que un particular se proponga reformar un Estado con el propósito de cambiarlo todo desde los fundamentos […]» a él solo le interesa «tratar de reformar mis propios pensamientos, y de edificar sobre un terreno que me pertenece únicamente a mí». Son estas líneas, sin duda, las que han dado pie a la consideración de Descartes como políticamente conservador. Sin embargo, esta reforma que se propone Descartes en el campo de la filosofía y de la ciencia, que es una transformación de la manera de pensar, evidentemente contribuirá a la ruptura y destrucción del viejo

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