El intruso | La horda

Vicente Blasco Ibáñez

Fragmento

Introducción

INTRODUCCIÓN

Para Isabel Hernando Sacristán,

que nos enseñó la pasión de leer.

En agosto de 1903, Vicente Blasco Ibáñez comienza la escritura de una serie de novelas que difieren notablemente de su producción anterior, que se había caracterizado por la elaboración de folletones históricos, como Historia de la revolución española (1890-1892) o La araña negra (1892), y de novelas regionalistas, como Arroz y tartana (1894) o La barraca (1898). En el primer caso se trata de narraciones orientadas a captar la atención de amplias masas de lectores mediante recursos de intriga simples, de gran longitud —pues están pensadas para su publicación en la prensa o en fascículos—, que realizan caracterizaciones de personajes y de ambientes elementales, y con una trama generalmente enrevesada con la que poder extender la historia. Blasco Ibáñez se había formado en este tipo de literatura cuando trabajó como secretario de Manuel Fernández y González. En el segundo caso estamos ante narraciones que tratan de definir lo local de un territorio, tanto humana como culturalmente, dando cuenta de lo que lo hace así. Cuando empieza La catedral, la primera de estas narraciones denominadas por el propio escritor como «sociales» al mismo tiempo que algunos críticos las denominan «de rebeldía», Blasco Ibáñez ya es un conocido político e intelectual republicano: dirige influyentes periódicos —de título significativo— como El Pueblo (que comienza a editarse con esta cabecera en 1894); había fundado la Universidad Popular de Valencia en el curso 1902-1903, en una ciudad con más de la mitad de la población analfabeta, y que había sido inaugurada por uno de los máximos representantes de la Institución Libre de Enseñanza, Gumersindo de Azcárate; o trabaja como director literario en la Editorial Sempere, programando títulos y planteando una política de precios orientados a que las clases populares tuvieran acceso a las obras editadas. Su participación en el movimiento antimonárquico le había llevado en numerosas ocasiones a prisión y al destierro. En la última década del siglo XIX, después de regresar de su exilio en París, milita activamente en el federalismo republicano en Valencia, consiguiendo dirigir una parte importante de la organización. Sus ideas quedan plasmadas en un folleto, dedicado a quien fuera el primer presidente de la Primera República, Francisco Pi y Margall, que se distribuye durante un festival organizado en el Tívoli con motivo de la celebración del primer aniversario de la misma: Catecismo del buen republicano federal. Aunque contrario a las elecciones y a la política parlamentaria de la Restauración,[1] por corruptas e inmorales, un sistema que es representado en todos sus detalles en la novela Entre naranjos (1900), Blasco Ibáñez llegó a ser diputado en 1898, tarea política que abandonó una década después. Un año antes de su muerte en 1928, escribió una carta a Isidro López Lapuya en la que hacía balance de su vida. A este período dedica estas sintéticas líneas:

Aquellos años digo, a partir de 1891 están llenos de aventuras, a veces peligrosas: conspiraciones y viajes de propaganda, mítines y procesos. ¿Cuántas veces suspendieron mi periódico? No lo sabría decir exactamente. Mas, calculando el tiempo que fui a la cárcel por días, semanas y meses, puedo afirmar que la tercera parte de aquel período heroico de mi existencia lo pasé a la sombra o huyendo. He estado preso unas treinta veces (Blasco Ibáñez, 1964, p. 10).

Por esta fecha empieza también a ser un escritor de éxito gracias, sobre todo, a la publicación en el periódico El Liberal de La barraca y de las versiones francesas de sus obras: Terres maudites(1901), versión de la mencionada La barraca; o Boue et roseaux (1905), versión de Cañas y barro. Alrededor de 1905, Blasco Ibáñez ya es, después de Pérez Galdós, el novelista que más vendía en España (en torno a 15.000 ejemplares), sus obras eran reseñadas en la mayor parte de los periódicos y las revistas. Entre sus proyectos, un periódico con novelas que se llamará La Novela Ilustrada (Varela, pp. 516-523).[2]

1. ESPAÑA EN QUIEBRA

La biografía y la escritura de Blasco Ibáñez se desarrollan en un período convulso de la historia de España. Hasta la instauración del reinado de Alfonso XII y el proceso denominado Restauración en 1875, la España del último cuarto del siglo XIX había sido un complejo conflicto de tendencias ideológicas y políticas. A la revolución liberal de 1868, la Gloriosa, que acabó con el reinado de Isabel II y trató de conformar un sistema burgués moderno fundado en una monarquía constitucional, y al reinado de Amadeo de Saboya (1871-1873) que la afirmó, siguió una República (1873-1874), de la que Blasco Ibáñez era partidario, cuyo carácter federalista en un primer momento impulsó las insurrecciones y se afirmó en el poder de los municipios. La República sucumbió ante el golpe militar del general Pavía, que disolvió las Cortes y preparó el nuevo reinado. El sexenio democrático había terminado sin que en España hubiera podido desarrollarse una revolución burguesa como las que habían tenido lugar en otros países de Europa.

Hasta 1885 continuaron, sin embargo, los problemas sucesorios al reclamar el trono los seguidores del hermano de Fernando VII, Carlos María Isidro de Borbón frente al hijo de Isabel II, cuyas consecuencias fueron las guerras carlistas, que tanto protagonismo tendrán en El intruso. Esta guerra de Sucesión no enfrentaba sólo a bandos familiares contrarios, sino que oponía concepciones políticas y sociales muy diferentes entre lo que podría denominarse una lenta introducción de los principios liberales de la Revolución francesa y lo que sería un firme mantenimiento de las estructuras y los poderes del Antiguo Régimen, nombre con el que se conocía al sistema social anterior a la Revolución francesa. Esta confrontación está muy bien definida en el debate que se da en El intruso entre el médico protagonista de la novela, Aresti, y el secretario del dueño de las minas, Goicochea, carlista y católico integrista. Por otra parte, la crítica al modelo político y social de la Restauración se evidencia en dos de sus novelas sociales: La bodega, en la que se muestra uno de los pilares del sistema, el caciquismo; y La horda, en la que destaca la inutilidad de un Parlamento donde el turnismo (la alternancia en el poder pactada de dos partidos) y la falta de respuesta a la cuestión social condena a la mayoría de la población a la miseria y a la precariedad. A la guerra de Sucesión seguirá la guerra social (o de clases), que en dos de estas novelas viene definida por el socialismo y el recuerdo de las huelgas de 1890 y 1903 en Bilbao (El intruso); y por el movimiento anarquista en la baja Andalucía y el recuerdo de los sucesos de Jerez de 189

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