Al límite de la fe

V.S. Naipaul

Fragmento

Prologo

Prólogo

Este es un libro sobre personas, no un libro de opinión. Es un libro de relatos, recogidos en el transcurso de cinco meses de viaje, en 1995, por cuatro países musulmanes no árabes: Indonesia, Irán, Pakistán y Malaisia. Por tanto, hay un contexto y un tema.

En sus orígenes, el islam es una religión árabe. Cualquiera no árabe que sea musulmán es un converso. El islam no es simplemente una cuestión de conciencia o de creencias, pues tiene exigencias imperiales. La visión del mundo del converso cambia. Sus lugares sagrados están en tierras árabes; su lengua sagrada es el árabe. También cambia la idea de la historia para el converso. Rechaza la suya y, lo quiera o no, pasa a formar parte de la historia árabe. Tiene que desvincularse de todo lo suyo. Las sociedades experimentan una tremenda alteración, que puede seguir sin resolverse incluso al cabo de mil años: la desvinculación tiene que renovarse una y otra vez. Las personas construyen fantasías sobre quiénes y qué son, y en el islam de los países conversos existe un elemento de neurosis y nihilismo. Estos países pueden entrar en ebullición fácilmente.

Este libro es una continuación de otro que publiqué hace diecisiete años, Entre los creyentes, sobre un viaje por los mismos países. Cuando inicié aquel viaje, en 1979, no sabía casi nada sobre el islam —es la mejor manera de empezar cualquier empresa—, y en ese primer libro exploraba los detalles de la fe y su aparente capacidad revolucionaria. La conversión era algo omnipresente, pero yo no lo vi con tanta claridad como en el segundo viaje.

Al límite de la fe es una ampliación del libro anterior, una continuación del relato, pero se desarrolla de un modo distinto. No se trata tanto de un libro de viajes; el escritor está menos presente, tiene menos de investigador. Queda en segundo plano, fiándose de su intuición, como descubridor de personas, como indagador de relatos. Estos relatos, que surgen el uno del otro, tienen una estructura propia y definen cada país y sus propias motivaciones, pero los cuatro capítulos forman un todo.

Yo empecé escribiendo ficción, como administrador de narraciones: en aquella época me parecía lo más elevado. Cuando me pidieron, hace ya casi cuarenta años, que fuera a ciertos territorios coloniales de América del Sur y el Caribe para escribir un libro, me encantó el viaje —ir en pequeños aviones a lugares extraños, remontar ríos suramericanos—, pero entonces no estaba seguro de cómo escribir el libro, de cómo estructurar lo que estaba haciendo. Esa vez, la primera, me sirvieron la autobiografía y el paisaje. Tardé años en comprender que lo más importante de los viajes, para el escritor, consiste en las personas entre las que se encuentra.

Por eso, en mis libros de viajes o exploraciones culturales, el escritor se repliega poco a poco, las gentes del país pasan a primer plano y yo vuelvo a ser lo que era al principio: administrador de narraciones. En el siglo XIX, la historia inventada servía para hacer cosas que no podían hacer fácilmente otros géneros literarios, como el poema o el ensayo: reseñar la sociedad cambiante, describir estados mentales. Es curioso que el género de los libros de viajes —tan ajeno a mi intuición al principio— me devolviera allí, a buscar el relato, aunque se habría desbaratado la intención del libro si las narraciones estuvieran falsificadas o forzadas. En estos relatos existen suficientes complejidades. Constituyen la intención del libro; el lector no debería buscar «conclusiones».

Podría preguntarse si unas personas distintas y unos relatos distintos de cualquier capítulo del libro habrían creado o sugerido otro tipo de país. Yo creo que no: el tren tiene muchos vagones, y varias clases, pero pasa por el mismo paisaje. Las gentes responden a las mismas presiones políticas, religiosas y culturales. El escritor solo tiene que escuchar con atención, y con el corazón limpio, lo que le dicen las personas, y formular una pregunta, y otra y otra.

Existe otra forma de plantearse la conversión. Se puede considerar una especie de pasaje desde las antiguas creencias, las religiones ligadas a la tierra, los cultos a los reyes y las deidades locales, a las religiones reveladas —especialmente el cristianismo y el islam—, con sus preocupaciones más profundas por lo filosófico, lo humano y lo social. Los hindúes piensan que el hinduismo es menos coactivo y más «espiritual», y tienen razón, pero Gandhi tomó sus ideas sociales del cristianismo.

El pasaje del mundo clásico al cristianismo es ya historia. Al leer los textos, no resulta fácil entrar con la imaginación en las prolongadas disputas y angustias de ese pasaje. Pero en algunas de las culturas que se describen en este libro, el pasaje al islam —y en ocasiones al cristianismo— aún sigue vigente. Es la tragedia añadida en segundo plano, como un big bang cultural, el constante aplastamiento del mundo antiguo.

PRIMERA PARTE Indonesia El vuelo del N250

PRIMERA PARTE

Indonesia

El vuelo del N-250

1 El personaje del momento

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El personaje del momento

Imadudin era profesor de ingeniería eléctrica en el Instituto de Tecnología de Bandung, y además, predicador islámico. Por tanto, en las décadas de los sesenta y los setenta, era algo insólito: hombre de ciencia, uno de los pocos en la Indonesia independiente, y al mismo tiempo entregado a la fe, capaz de arrastrar a los estudiantes a la mezquita Salman de los jardines del Instituto de Bandung.

Era motivo de preocupación para las autoridades, y cuando fui a verle a Bandung, el último día de 1979, a media tarde, pasando por la carretera llena de gente y humo de la Yakarta costera hasta llegar a la meseta, más fresca, do

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